Foto Ernest Cañada |
Por Ernest Cañada - ALBA SUD | Rel-UITA
Eulalia Corralero trabaja como camarera de piso desde hace más de veinte años -casi tantos como es delegada sindical por Comisiones Obreras- en un pequeño hotel familiar en Lloret de Mar. Actualmente es fija porque el hotel está abierto todo el año. En esta entrevista habla sobre sus condiciones de trabajo y sobre las dificultades para ser sindicalista en un sector en que la mano de obra es sobreexplotada.
El día que nos conocimos, durante la primera sesión de un grupo de discusión sobre las condiciones laborales de las camareras de piso, al empezar el resto de participantes decían: “Que hable Eulalia, que hable Eulalia”.
Y en cuanto tomó la palabra el silencio fue total. Comenzó contándonos cómo se habían deteriorado sus condiciones de trabajo y las del resto de las trabajadoras empleadas en el sector hotelero en Lloret de Mar durante los últimos años.
Su tono fue subiendo hasta exclamar: “¡Estoy tan indignada, pero tan indignada!” Y razones no le faltan con todo lo que nos cuenta en esta entrevista.
-¿Cómo es tu jornada laboral?
-Empiezo a las 7 de la mañana, pero voy un poco antes porque tenemos que bajar lo que necesitamos para trabajar.
A veces solo entre dos mujeres nos limpiamos una recepción, la taberna, parte de un salón de televisión, las oficinas. A las 8.30 desayunamos y luego tenemos por delante 21 habitaciones y los pasillos.
Pero en los pasillos te encuentras sus saloncitos con sus mesas, sus sofás, sus moquetas, sus cuadros.
-Esto supone una carga enorme de trabajo. ¿Hay cambios en perspectiva?
-Al contrario, las chicas que sobran en el comedor -porque el turista muchas veces se cocina él mismo, y hasta hornillos nos encontramos en las habitaciones- las echan a la calle. Y a nosotras nos ponen más habitaciones.
Si se jubila una, se reparte ese piso. Y en vez de tomar a una camarera a jornada completa, contratan a una de 4 o 6 horas, con lo cual tú te vas a comer lo tuyo y parte de lo de la otra, porque la que va a venir va a hacer la mitad de lo que hacía ésa.
Y en cuanto tomó la palabra el silencio fue total. Comenzó contándonos cómo se habían deteriorado sus condiciones de trabajo y las del resto de las trabajadoras empleadas en el sector hotelero en Lloret de Mar durante los últimos años.
Su tono fue subiendo hasta exclamar: “¡Estoy tan indignada, pero tan indignada!” Y razones no le faltan con todo lo que nos cuenta en esta entrevista.
-¿Cómo es tu jornada laboral?
-Empiezo a las 7 de la mañana, pero voy un poco antes porque tenemos que bajar lo que necesitamos para trabajar.
A veces solo entre dos mujeres nos limpiamos una recepción, la taberna, parte de un salón de televisión, las oficinas. A las 8.30 desayunamos y luego tenemos por delante 21 habitaciones y los pasillos.
Pero en los pasillos te encuentras sus saloncitos con sus mesas, sus sofás, sus moquetas, sus cuadros.
-Esto supone una carga enorme de trabajo. ¿Hay cambios en perspectiva?
-Al contrario, las chicas que sobran en el comedor -porque el turista muchas veces se cocina él mismo, y hasta hornillos nos encontramos en las habitaciones- las echan a la calle. Y a nosotras nos ponen más habitaciones.
Si se jubila una, se reparte ese piso. Y en vez de tomar a una camarera a jornada completa, contratan a una de 4 o 6 horas, con lo cual tú te vas a comer lo tuyo y parte de lo de la otra, porque la que va a venir va a hacer la mitad de lo que hacía ésa.
Una precariedad institucionalizada
Más trabajo para menos personal
-Además de la creciente carga de trabajo, ¿hay algún otro problema que dificulte vuestro día a día?
-Las habitaciones están muy mal repartidas, y no hay carros, por lo que la ropa hasta hace muy poco la llevábamos a cuestas. Yo me llevo carros de los supermercados, y eso nos permite no cargar la ropa a las espaldas.
No tenemos montacargas, debemos utilizar el ascensor de los clientes para ir a la lavandería y luego vuélvete otra vez con la ropa que necesitas. Hay días que tienes que hacer hasta 5 y 6 viajes a la lavandería, porque no hay material para trabajar, y al mismo tiempo tienes que hacer las habitaciones.
-Pero esto es muy precario.
-A veces tienes que dejar a los clientes sin toallas, apuntarte la toalla que te falta, y volverla a poner, porque trabajamos en unas condiciones tan malas, tan pésimas.
El cliente no sabe si tú tienes muchas habitaciones o tienes pocas. Si entra y está sucio se va a quejar. Y claro, a ti, al menos a mí, que llevo 20 años haciendo habitaciones, te da vergüenza.
Esto está saliendo adelante gracias a la sobreexplotación a la que nos tienen sometidas, porque no invierten en nada, en nada de nada. Si esto está funcionando es gracias a nosotras, gracias a las mujeres de habitaciones.
Padecemos muchísimo estrés, mucha ansiedad, y nos alimentamos mal y rápido.
Y como nos medicamos constantemente tenemos muchos problemas de estómago, porque abusamos también del espidifen, de los antiinflamatorios (para la espalda no hay otra cosa), y esto te crea también problemas en todo el sistema intestinal. Es un problema detrás de otro.
“Están muertos de miedo”
Las indignas presiones patronales
-Tú llevas muchos años como sindicalista tratando de ayudar a tus compañeras. ¿Cómo es ahora hacer sindicalismo en este sector?
-Conocí gente sin contrato. Intenté luchar por ellos, fui a la dirección y les dije: “esto no lo podéis hacer así”.
Sí, sí, me dijeron, es un trato que tenemos con esa persona. Luego la persona dice que lo que yo afirmé era mentira. ¿Qué haces tú, aparte de sentir lástima por esa compañera? No podemos olvidar que son gente que necesita esto para comer.
A mí el año que viene mis compañeros ya no me van a votar, porque entre otras cosas ni me saludan. Están muertas de miedo.
-Hace poco, con otras compañeras de Lloret, creasteis un grupo en Facebook, Las Kellys, dedicado a compartir información sobre las condiciones de trabajo de las camareras de piso. A él se están sumando trabajadoras de distintos lugares de España. ¿Qué esperas de esta iniciativa y cómo la valoras?
-El grupo lo valoro muy positivamente. Poco a poco se llega muy lejos. Ya se habla de que se puede hacer algo para cambiar la explotación a la que estamos sometidas. Hasta hace poco eran solo quejas sin esperanza.
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