jueves, 21 de mayo de 2015

Cuba en la Calle 16 de Washington DC: Esto es grande, señores

Foto Ismael Francisco | Cubadebate
Por Ismael Francisco y Rosa Miriam Elizalde | Cubadebate

La antigua Avenida de las Embajadas, la más elegante de la capital de los Estados Unidos en las primeras décadas del Siglo XX, muere en la Pennsylvania Avenue, que conecta la Casa Blanca con el Capitolio. La Calle 16 y Pennsylvania forman una “T” en la que, hace unos cien años, se podían encontrar casi todos los lujos y estilos arquitectónicos que el Imperio naciente podía regalarse.

Pero pasado los años el semblante físico de este lugar cambió notablemente. El barrio Adams Morgan, tres cuadras hacia el Noroeste, era la puerta de los inmigrantes que empezaron a llegar por oleadas para sostener los servicios de la ciudad. Con el tiempo se quedaron allí y la zona empezó a ser conocida como el “Barrio Latino”, una isla acorralada por casas de madera, por pequeñas cantinas de nombres exóticos que siguen ofreciendo platos puertorriqueños, salvadoreños o de los negros del Sur, y también, por la pobreza y el crimen. La ciudad elegante se deslizó hacia los predios de Dupont Circle y una nueva calle de las Embajadas le nació a Washington: Massachusetts Avenue.

Sin embargo, de la Calle 16, en el número 2630 para ser exactos, no se ha movido en casi un siglo la representación diplomática cubana en Estados Unidos. Carlos Manuel de Céspedes Quesada –hijo del Padre de la Patria cubana- fue quien inauguró en 1917 la “nueva” Legación del gobierno de La Habana en Washington. Sería él quien contratara a la firma de arquitectos MacNeil & MacNeil y quien eligió el modelo francés como estilo para la nueva construcción, porque “el clasicismo pertenece a todo el mundo”, comentaría Céspedes a The Washington Post el 19 de noviembre de 1916.

El Post anunció entonces que el edificio tendría una fachada flanqueada por dos pequeñas torres y ventanas de medio arco. En los interiores abundaría el mármol blanco y en el exterior, la piedra caliza de Indiana. Una escalera desde el recibidor daría paso a los tres niveles de la casa, que quedaría coronada por una cúpula de cristal. En el Registro Nacional de las Plazas Históricas de EEUU, esta dirección figura como “una de las residencias más imponentes y enigmáticas” de la ciudad, un edificio “cuyo origen se perdió en las turbulencias de dos guerras mundiales, intrigas internacionales y una revolución”.

Las Relaciones Cuba-EEUU nunca fueron normales

A su manera el documento certifica lo que advertía hace menos de una semana, en una visita a la Florida, el Jefe de la Sección de Intereses de Cuba en EEUU, José Ramón Cabañas: “Las relaciones con Estados Unidos nunca fueron normales, ni siquiera antes del 59”.

Si algo permiten los 113 años transcurridos desde que, en 1902, Estados Unidos aceptó abrir la Legación de Cuba en Washington, es despojar la mirada de la hojarasca y repasar los hechos. Lo que queda es la historia de un abismo entre los dos países. Para empezar, no hubo Embajada de Cuba hasta 1923 cuando EEUU manifestó su deseo de ampliar su representación en la Isla, fortalecidos los lazos económicos y políticos con el gobierno de Alfredo Zayas que, entre otros dispositivos esenciales de las política estadounidense “de ordeño y vasallaje” -como lo llamaría Rubén Martínez Villena-, había recibido un préstamo enorme del banco de la familia Morgan.

Mientras tanto Cuba solo tendría Legación, un término que se aplica en el argot diplomático a aquel tipo de misión de rango inferior caracterizado por tener como jefe a un ministro y no a un embajador. Históricamente, las grandes potencias de la época se reservaban para sí la facultad de intercambiar embajadas, quedando las legaciones relegadas a ser el tipo de misión que se acreditaba o se recibía por los pequeños Estados. Aun cuando entre 1923 y enero de 1961 sí hubo Embajada de Cuba en la Calle 16 –salvo durante un breve período de ruptura de relaciones tras el golpe de Estado del dictador Fulgencio Batista en 1952, gobierno alegremente reconocido por Washington-, jamás Estados Unidos dio un trato equitativo a sus relaciones económicas y comerciales con la Isla.

Todavía hoy, en la página oficial del Departamento de Estado, se puede leer este insultante resumen de la historia de las relaciones entre ambos países:

Después de la derrota de España por las fuerzas estadounidenses y cubanas durante la Guerra de 1898, España cedió la soberanía de Cuba. Al concluir la guerra, las fuerzas estadounidenses ocuparon Cuba hasta 1902, cuando los Estados Unidos permitieron que un nuevo gobierno cubano tomara el control total de los asuntos del Estado. Como condición de la independencia, los Estados Unidos obligaron a Cuba a conceder a los estadounidenses el derecho continuado de intervenir en la isla, de acuerdo con la Enmienda Platt. La enmienda fue derogada en 1934, cuando los Estados Unidos y Cuba firmaron un Tratado de Reciprocidad. Los Estados Unidos y Cuba cooperaron bajo el gobierno de Fulgencio Batista en toda la década de 1950.

Lo que no dice el Departamento de Estado es que, debido al torniquete con el que nacieron en 1902 las relaciones diplomáticas entre ambos países, estas jamás fueron ni podían ser “normales”, y hay decenas (si no miles) de evidencias históricas que lo documentan.

Mal comienzo

La avanzada diplomática que llegó a Washington tras la intervención estadounidense en la guerra hispano-cubana, terminó con la muerte del jefe de la delegación, Calixto García Iñiguez. Se cree que el frío en Washington de ese diciembre de 1898 fue la causa principal del fallecimiento del General.

En la última foto de Calixto García, tomada en la capital estadounidense junto a otros delegados a las conversaciones entre el Gobierno de la República de Cuba en Armas y el gobierno de los Estados Unidos, se le ve con un saco de botones cruzados, bastante ligero para la temporada, y bien pudo adquirir la neumonía que lo mató durante la caminata desde el Hotel Raleigh, donde se alojaba –y ya no existe-, hasta la Casa Blanca, ambos edificios situados en la Avenida Pennsylvania. Otras versiones, jamás confirmadas, sugieren que el General fue envenenado con vidrio molido después de un difícil encuentro con el Presidente William McKinley para discutir el futuro del Ejército Libertador.

La suspicacia tiene su origen en un pasaje de 1898, cuando el General estadounidense que participó en la toma de Santiago de Cuba, pactó con las autoridades españolas la rendición de la ciudad, y en suprema y soberbia actitud no permitió que Calixto García ni sus tropas entraran a Santiago, ni participaran en la ceremonia de capitulación de la Corona. El cubano, Jefe de las fuerzas mambisas en el Oriente de la Isla, le envió una carta dura y amarga, que todos en la Isla han estudiado en la escuela primaria desde entonces -el Presidente Raúl Castro la recordaría de manera elíptica hace unos días- y que muchos pueden repetir de memoria con un nudo en la garganta:

“No somos un pueblo salvaje que desconoce los principios de la guerra civilizada, formamos un ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el Ejército de sus antepasados en su guerra noble por la independencia de los Estados Unidos de América: pero a semejanza de los héroes de Saratoga y de Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la cobardía”.

Por cierto, en la delegación que encabezó Calixto García a Washington, y que le costó la vida, iba Manuel Sanguily, futuro Secretario de Estado cubano e “intelectual orgánico de la pequeña burguesía mambisa que presentó batalla en la prensa, en el libro, en la Convención Constituyente y en el Senado (y era) de los que proclamaban la independencia absoluta, denunciaron la conversión de Cuba en una colonia mercantil de los Estados Unidos y postularon una división excluyente entre los patriotas y los traidores”.

Las palabras entrecomilladas pertenecen a otro Canciller, Raúl Roa, el diplomático más admirado y querido en la Isla –es conocido como el “Canciller de la Dignidad”-. Consideraba a Sanguily como uno de los mentores cívicos de la Generación del 30, a la cual perteneció el propio Roa y que más antimperialista no habría podido ser. Ni siquiera pactaron con aquellos antimachadistas que hablaron de dejar intactos los intereses de Washington en la Isla antes y después de la Revolución que derrocó, en 1933, al dictador Gerardo Machado, otro amigo de la Casa Blanca que aparece todo sonrisas en los retratos oficiales de la Calle 16, sentado junto al Presidente Calvin Coolidge y al pie de la imponente escalera de mármol de la Embajada cubana.

“No pactamos –recordaría Roa en su libro El fuego de la semilla en el surco – porque aquellos antimachadistas exaltados tenían preparado en el casco de una bomba el incensario para Wall Street”.

En Washington se construye

Cuando salimos de Washington en febrero pasado, tras las primera ronda de conversaciones Cuba-EEUU aquí –una anterior se había celebrado en La Habana-, en la Calle 16 todo estaba cubierto de nieve, los árboles habían sido carbonizados por el invierno y el sol llegaba tarde a la ciudad. Volvemos, y ha entrado la primavera, los castaños hierven de verdura junto a la casona neoclásica, los orioles de pecho naranja trinan en sus cornisas, los cafés han desplazado sus mesitas a las aceras y una multitud colorea el Barrio Latino.

Cuesta creer que es el mismo lugar que dejamos atrás hace poco más de dos meses, y es más difícil aún reconocer la geografía de esta calle en las viejas fotos de la Biblioteca del Congreso, que Ismael Francisco ha traído impresas desde Cuba, tras descargarlas por Internet.

La entrada de lo que será la sede de la Embajada cubana en Washington está, literalmente, en construcción. Hay grúas y trabajadores que trastornan ligeramente una vía del tráfico frente a la hermosa casona neoclásica, la cual adquiere aires de renovación. El ambiente es de urgencia, de algo que hay que concluir a más tardar ayer. “Esto lo terminamos hoy. Es que abrirá pronto la embajada de Cuba”, nos explica Jaime Santos, un mexicano empleado en las obras. Se construye una rampa para entrar al edificio y se pavimenta lo que sería el parqueo, al fondo, cuyo cimientos estaban a punto de derrumbarse.

No tiene idea de cuándo se abrirá la Embajada, solo confirma la noticia que está en todos los periódicos. Una vez acordado el momento de restablecer relaciones diplomáticas, tema que conversarán este jueves las delegaciones de ambos países en Washington, solo resta la gestión protocolar para firmar los acuerdos, quedará sin efecto la sombrilla Suiza bajo la cual han operado como oficinas de intereses las representaciones de ambos países, y se levantarán soberanas las banderas de Cuba en la Calle 16 y la estadounidense, en el Malecón hananero.

Será la primera vez, desde 1902, que esas banderas se izarán sin condicionamiento alguno en las dos capitales y con las delegaciones diplomáticas de Cuba y Estados Unidos mirándose a los ojos en igualdad de condiciones. Nunca como ahora, después de 113 años, ha habido mayores posibilidades para una relación “normal” entre ambos países. Por eso Santos habla de la premura de las obras en los exteriores de la casona. “Señores, esto es cosa grande… Si abrir la embajada de Cuba en el DC no es historia, que venga Dios y lo vea”, nos dice y su sonrisa está a todo dar.


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