Por Daniel Gatti | Rel-UITA
Durante 36 años Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, buscó a su nieto, apropiado desde su nacimiento por represores que lo entregaron clandestinamente en adopción después que asesinaran a su madre. En ese lapso Estela vio cómo otras abuelas, otras 113 abuelas, encontraban a sus chicos. Esta semana le tocó a ella. Y la alegría fue doble: fue su nieto quien la encontró.
El día que Ignacio Hurban se enteró por un familiar que era adoptado -hace unos pocos meses- intuyó también que podía ser hijo de desaparecidos. No tenía muchos elementos concretos, pero los silencios en su entorno y cosas que no le cerraban se lo hacían sospechar.
Ignacio hizo entonces lo que otros argentinos con la misma sospecha hicieron antes que él: contactó a las Abuelas de Plaza de Mayo, las Abuelas lo derivaron a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, la Conadi, se le tomó una muestra de sangre, le dijeron que la iban a cruzar con las miles, las decenas de miles de otras muestras que almacenan desde hace lustros. Y el joven esperó.
Quince días después, la mujer que lo recibió en la Conadi, Claudia Carlotto, le dijo llorando: "sos mi sobrino, y tu abuela es Estela de Carlotto. Tu nombre es Guido".
La jueza María Servini de Cubría, que maneja el caso de la desaparición y asesinato de Laura Carlotto, la madre de Ignacio-Guido, le avisó a Estela: "encontramos a tu nieto". Y la historia comenzó a cerrarse, o a abrirse otra vez.
Guido Montoya Carlotto, como se lo llamará desde ahora, es hijo de Laura Carlotto y de Walmir Oscar Montoya. La identidad de su padre biológico quedó clara con los tests de ADN, porque ni siquiera su abuela materna conocía a la pareja de su hija, clandestina desde tiempo antes de su desaparición.
Laura y Walmir eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, una rama de la organización armada Montoneros. Ella tenía 23 años, era estudiante de historia, y ambos fueron secuestrados juntos en 1977 estando Laura embarazada de tres meses.
De Walmir se sabe ahora por su madre, Hortensia Ardura, de 91 años, que nació y creció en una localidad llamada Caleta Olivia, que comenzó a militar a los 18, que conoció a Laura en Buenos Aires y que desde entonces tuvo esporádicos contactos con sus padres.
“Había peligro... Hablábamos dos minutos y cortábamos. No podíamos hablar mucho porque estábamos todos perseguidos. Luego los militares de porquería lo hicieron desaparecer de mi vida”, cuenta Hortensia.
La mujer, que hoy tiene 91 años, dice que “sabía que el chico existía, pero no esperaba esto. No veo la hora de conocerlo, de tenerlo cerca, de abrazarlo. Saber que es mi nieto, que aprenda a conocer quién fue su padre”.
A Estela Carlotto nunca la vio. Será otra historia a construir entre las dos “viejas”, una de 91, la otra de 84.
“No me quería morir sin abrazar a mi nieto. En pocos días lo voy a hacer”, se ilusiona llorando Estela.
“Mi madre no les va a perdonar lo
que me hicieron a mí”
De Laura se supo por testimonios que la llevaron al centro de tortura y exterminio La Cacha, cerca de La Plata, que luego la condujeron al Hospital Militar para que allí diera a luz, que apenas nacido el bebé se lo arrebataron, que la volvieron a conducir a La Cacha y dos meses después los militares la fusilaron.
Le entregaron su cuerpo acribillado a su madre y a Estela le dijeron que Laura había muerto en un enfrentamiento.
Se supo que a su hijo, nacido el 28 de junio de 1978, Laura le puso Guido, en homenaje a su padre, secuestrado tres meses antes y bestialmente torturado por militares que intentaban cazarla a ella.
El abuelo Guido, fue liberado por los militares, que además de asesinos eran extorsionadores, a cambio de 30.000 dólares. Sobrevivió a Laura y no le dio la vida para llegar a encontrarse con su nieto.
Estela se enteró por compañeros de cautiverio de su hija que Laura les llegó a decir a sus asesinos: "mi mamá no les va a perdonar lo que me hicieron y los va a perseguir".
Y así fue.
Quedan 400
Durante 36 años Estela buscó a su nieto, como otras abuelas y otras madres y padres buscaron o buscan a sus nietos o a sus hijos y muchos hijos buscaron o buscan a sus padres y padres a sus hijos y hermanos a sus hermanos y tías y tíos a sus sobrinos. La Argentina de la dictadura, de la posdictadura, de hoy, es un entramado de filiaciones cruzadas y escondidas, de parentescos no resueltos, de vínculos rotos, deshechos, muchos vueltos a rehacer, dificultosamente vueltos a rehacer.
Estela de Carlotto ayudó también a que aparecieran, a que reaparecieran y recuperaran su identidad 113 nietos antes que el suyo. Quedan otros 400, al menos otros 400 que todavía viven, sin saberlo, en un limbo.
"Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido", escribió Estela el 24 de marzo de 2006, cuando se cumplían 30 años del golpe que llevó a la dictadura.
El 5 de agosto de 2014 el sueño se le hizo realidad.
Estela tuvo la suerte, quizás, que también su nieto la buscara a ella. Que Guido hiciera también lo suyo para que las dos puntas de la madeja -de la madeja: porque de eso se trata, de un tejido- se juntaran.
Se sabe -Estela Carlotto sabe- que Guido llegó a ir, cuando todavía se llamaba plenamente Ignacio, a algunos de los Conciertos por la Identidad organizados por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Acaso haya sido Ignacio, se pregunta ahora Estela, uno de esos muchachos que se topó con esos carteles que las Abuelas colocan en Buenos Aires y en todas las ciudades de Argentina –y en los recitales de rock, en las facultades, los liceos- desde hace años ( “¿Y vos sabés quién sos”?), impulsándolos y provocándolos para que, ante cualquier duda sobre su identidad, se muevan, consulten, se hagan los exámenes de ADN.
Aquellos chicos nacidos en cautiverio en los setenta y que todavía no saben su verdadera identidad hoy tienen por lo menos 34, 35 años.
Guido tiene 36. Su abuela Estela sabe que “es artista, músico, vive en el campo y le dijeron que se parecía” a ella y a su familia. Lo contó el martes 5 en la sede de las Abuelas de la Plaza de Mayo, rodeada de sus tres hijos sobrevivientes, trece nietos, dos bisnietos, otros nietos recuperados, otras Abuelas.
“Esto es para los que dicen ‘basta’, para los que pretenden que olvidemos y demos vuelta la página como si nada hubiera pasado”, dijo también Carlotto.
Quiso –capaz- la casualidad que quien le comunicara a Estela que su nieto había por fin aparecido fuera la jueza Servini de Cubría.
Servini es la magistrada que lleva adelante en Argentina, ante la ausencia de justicia en la propia España, los juicios por delitos de lesa humanidad que los familiares de víctimas del franquismo están intentando actualmente contra algunos represores -militares y civiles- sobrevivientes, ochenta, setenta, sesenta años después de cometidos los crímenes.
No pudo haber sido casualidad que una de las canciones del último disco del joven que todavía no era Guido Montoya Carlotto se titulara “Para la memoria”. Ya circula por las redes sociales, y ahí se lo ve a él, al piano y cantando, un tema con aire tanguero y murguero.
“No hay memoria ni justicia que prescriba en estos casos”, afirmó su abuela Estela en la conferencia.
Y también: “Los chicos están, más cerca o más lejos. Están esperando que los encontremos”.
Ignacio hizo entonces lo que otros argentinos con la misma sospecha hicieron antes que él: contactó a las Abuelas de Plaza de Mayo, las Abuelas lo derivaron a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, la Conadi, se le tomó una muestra de sangre, le dijeron que la iban a cruzar con las miles, las decenas de miles de otras muestras que almacenan desde hace lustros. Y el joven esperó.
Quince días después, la mujer que lo recibió en la Conadi, Claudia Carlotto, le dijo llorando: "sos mi sobrino, y tu abuela es Estela de Carlotto. Tu nombre es Guido".
La jueza María Servini de Cubría, que maneja el caso de la desaparición y asesinato de Laura Carlotto, la madre de Ignacio-Guido, le avisó a Estela: "encontramos a tu nieto". Y la historia comenzó a cerrarse, o a abrirse otra vez.
Guido Montoya Carlotto, como se lo llamará desde ahora, es hijo de Laura Carlotto y de Walmir Oscar Montoya. La identidad de su padre biológico quedó clara con los tests de ADN, porque ni siquiera su abuela materna conocía a la pareja de su hija, clandestina desde tiempo antes de su desaparición.
Laura y Walmir eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, una rama de la organización armada Montoneros. Ella tenía 23 años, era estudiante de historia, y ambos fueron secuestrados juntos en 1977 estando Laura embarazada de tres meses.
De Walmir se sabe ahora por su madre, Hortensia Ardura, de 91 años, que nació y creció en una localidad llamada Caleta Olivia, que comenzó a militar a los 18, que conoció a Laura en Buenos Aires y que desde entonces tuvo esporádicos contactos con sus padres.
“Había peligro... Hablábamos dos minutos y cortábamos. No podíamos hablar mucho porque estábamos todos perseguidos. Luego los militares de porquería lo hicieron desaparecer de mi vida”, cuenta Hortensia.
La mujer, que hoy tiene 91 años, dice que “sabía que el chico existía, pero no esperaba esto. No veo la hora de conocerlo, de tenerlo cerca, de abrazarlo. Saber que es mi nieto, que aprenda a conocer quién fue su padre”.
A Estela Carlotto nunca la vio. Será otra historia a construir entre las dos “viejas”, una de 91, la otra de 84.
“No me quería morir sin abrazar a mi nieto. En pocos días lo voy a hacer”, se ilusiona llorando Estela.
“Mi madre no les va a perdonar lo
que me hicieron a mí”
De Laura se supo por testimonios que la llevaron al centro de tortura y exterminio La Cacha, cerca de La Plata, que luego la condujeron al Hospital Militar para que allí diera a luz, que apenas nacido el bebé se lo arrebataron, que la volvieron a conducir a La Cacha y dos meses después los militares la fusilaron.
Le entregaron su cuerpo acribillado a su madre y a Estela le dijeron que Laura había muerto en un enfrentamiento.
Se supo que a su hijo, nacido el 28 de junio de 1978, Laura le puso Guido, en homenaje a su padre, secuestrado tres meses antes y bestialmente torturado por militares que intentaban cazarla a ella.
El abuelo Guido, fue liberado por los militares, que además de asesinos eran extorsionadores, a cambio de 30.000 dólares. Sobrevivió a Laura y no le dio la vida para llegar a encontrarse con su nieto.
Estela se enteró por compañeros de cautiverio de su hija que Laura les llegó a decir a sus asesinos: "mi mamá no les va a perdonar lo que me hicieron y los va a perseguir".
Y así fue.
Quedan 400
Durante 36 años Estela buscó a su nieto, como otras abuelas y otras madres y padres buscaron o buscan a sus nietos o a sus hijos y muchos hijos buscaron o buscan a sus padres y padres a sus hijos y hermanos a sus hermanos y tías y tíos a sus sobrinos. La Argentina de la dictadura, de la posdictadura, de hoy, es un entramado de filiaciones cruzadas y escondidas, de parentescos no resueltos, de vínculos rotos, deshechos, muchos vueltos a rehacer, dificultosamente vueltos a rehacer.
Estela de Carlotto ayudó también a que aparecieran, a que reaparecieran y recuperaran su identidad 113 nietos antes que el suyo. Quedan otros 400, al menos otros 400 que todavía viven, sin saberlo, en un limbo.
"Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido", escribió Estela el 24 de marzo de 2006, cuando se cumplían 30 años del golpe que llevó a la dictadura.
El 5 de agosto de 2014 el sueño se le hizo realidad.
Estela tuvo la suerte, quizás, que también su nieto la buscara a ella. Que Guido hiciera también lo suyo para que las dos puntas de la madeja -de la madeja: porque de eso se trata, de un tejido- se juntaran.
Se sabe -Estela Carlotto sabe- que Guido llegó a ir, cuando todavía se llamaba plenamente Ignacio, a algunos de los Conciertos por la Identidad organizados por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Acaso haya sido Ignacio, se pregunta ahora Estela, uno de esos muchachos que se topó con esos carteles que las Abuelas colocan en Buenos Aires y en todas las ciudades de Argentina –y en los recitales de rock, en las facultades, los liceos- desde hace años ( “¿Y vos sabés quién sos”?), impulsándolos y provocándolos para que, ante cualquier duda sobre su identidad, se muevan, consulten, se hagan los exámenes de ADN.
Aquellos chicos nacidos en cautiverio en los setenta y que todavía no saben su verdadera identidad hoy tienen por lo menos 34, 35 años.
Guido tiene 36. Su abuela Estela sabe que “es artista, músico, vive en el campo y le dijeron que se parecía” a ella y a su familia. Lo contó el martes 5 en la sede de las Abuelas de la Plaza de Mayo, rodeada de sus tres hijos sobrevivientes, trece nietos, dos bisnietos, otros nietos recuperados, otras Abuelas.
“Esto es para los que dicen ‘basta’, para los que pretenden que olvidemos y demos vuelta la página como si nada hubiera pasado”, dijo también Carlotto.
Quiso –capaz- la casualidad que quien le comunicara a Estela que su nieto había por fin aparecido fuera la jueza Servini de Cubría.
Servini es la magistrada que lleva adelante en Argentina, ante la ausencia de justicia en la propia España, los juicios por delitos de lesa humanidad que los familiares de víctimas del franquismo están intentando actualmente contra algunos represores -militares y civiles- sobrevivientes, ochenta, setenta, sesenta años después de cometidos los crímenes.
No pudo haber sido casualidad que una de las canciones del último disco del joven que todavía no era Guido Montoya Carlotto se titulara “Para la memoria”. Ya circula por las redes sociales, y ahí se lo ve a él, al piano y cantando, un tema con aire tanguero y murguero.
“No hay memoria ni justicia que prescriba en estos casos”, afirmó su abuela Estela en la conferencia.
Y también: “Los chicos están, más cerca o más lejos. Están esperando que los encontremos”.
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