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Diario Tiempo
El Progreso, Yoro, es el punto de encuentro para cientos de personas que vienen de diferentes partes del país para recordar la vida del padre Guadalupe Carney, desaparecido el 16 de septiembre de 1983.
Se escucharán pronunciamientos relacionados a la búsqueda de la verdad sobre el desaparecimiento y asesinato del Padre Lupe, y las exigencias de una investigación científica y que se haga justicia en este caso y en todos los crìmenes contra campesinos, campesinas, jòvenes y todas aquellas personas que por defender la vida se les ha asesinado.
Los restos del padre Guadalupe Carney siguen en la incertidumbre como resultado de un operativo combinado entre las tropas militares de los Estados Unidos y las tropas hondureñas, en la zona de El Aguacate, en el departamento de Olancho.
Cómo lo recuerdan en Honduras
A Guadalupe Carney, le gustaba que le llamaran Lupe. Recorrió los pueblos más pobres de los departamentos de Yoro y Colón. También se juntó con los indígenas Tolupanes de las tribus de Yoro, esos mismos pueblos que en la actualidad están defendiendo el bosque y los recursos naturales.
Quienes le conocieron, cuentan que el Padre Lupe también se reunía con la Tribu Jimía para conocer su realidad y les animaba a organizarse para que lucharan por sus derechos. Se quedaba a dormir en sus casas y comía con ellos, frijoles, café y las tortillas de maíz cultivadas en sus tierras.
Nació en Chicago, en el norte de los Estados Unidos en 1924, con el nombre de James Carney. Participó
activamente en la Segunda Guerra Mundial como miembro del ejército de
su nación, y cuando salió determinó que nunca usaría la violencia de las
armas ni siquiera en defensa propia.
Ingresó a la Compañía de Jesús en 1948 y en 1958, siendo todavía un seminarista jesuita, conoció la misión de los jesuitas en el departamento de Yoro, en una experiencia de dos meses. Tras su ordenación sacerdotal en junio de 1961, sus superiores en la Compañía de Jesús lo destinaron a trabajar en la misión de Yoro, primero en Minas de oro, luego en Sulaco y posteriormente en El Progreso.
A mediados de la década de los setenta, los jesuitas decidieron responder a una invitación de la Iglesia para trabajar en Tocoa, Colón, que en esos años se abría a importantes desafíos a raíz de la puesta en marcha de los programas cooperativistas y de colonización en el marco de los planes de la agroindustria basada en la producción de palma africana.
El padre Guadalupe formó parte del primer equipo que comenzó a trabajar en Tocoa. Su vocación sacerdotal de acompañar a la organización de los campesinos se despertó especialmente cuando comenzó a visitar las aldeas campesinas y campos bananeros circundantes a la ciudad de El Progreso, y a partir de mediados de los años sesenta se convirtió en el “cura de los campesinos”.
El don de haber sido puesto al lado de los campesinos, explica su cambio de nombre original por el de Guadalupe, y su posterior decisión de renunciar a la nacionalidad estadounidense para naturalizarse hondureño.
Trabajaba en la parroquia de Tocoa, Colón, cuando en noviembre de 1979 los militares hondureños lo capturaron y lo expulsaron del país luego de una decisión gubernamental de cancelarle su nacionalidad hondureña. De Estados Unidos regresó casi inmediatamente para Nicaragua, en donde escribió sus memorias mientras trabajaba pastoralmente en una parroquia rural.
Allí, en Nicaragua, el padre Guadalupe se vinculó con un grupo de hondureños que liderados por el doctor José María Reyes Mata decidió organizar una columna guerrillera que ingresaría a territorio hondureño movida por un entusiasta y errado análisis de contar con todas las condiciones para el inicio exitoso de la lucha guerrillera que con el apoyo de los campesinos desembocaría en una insurrección popular triunfante.
Eran unas noventa personas las que ingresaron en la columna guerrillera a comienzos de septiembre de 1983.
El padre Guadalupe acompañó al grupo en calidad de capellán, convencido de que en aquellas personas se encarnaba el sueño de construir un país en donde la población campesina compartiera con toda la sociedad las mismas oportunidades y corriera por igual los mismos riesgos. Pero siguió con su promesa personal de no usar armas.
Un operativo combinado por tropas de los Estados Unidos y efectivos hondureños esperaban a los guerrilleros en su ingreso al departamento de Olancho. De acuerdo a los testimonios recabados, la mayoría de las personas fueron capturadas, y muchas fueron torturadas y asesinadas.
El cadáver del doctor Reyes Mata fue mostrado en los periódicos hondureños, vestido de fatiga militar con la leyenda de haber muerto en combate.
Los testimonios coinciden en un hecho que difícilmente puede ser refutado: tanto Reyes Mata como el padre Guadalupe fueron capturados vivos, brutalmente torturados hasta matarlos con un tiro de gracia.
Ingresó a la Compañía de Jesús en 1948 y en 1958, siendo todavía un seminarista jesuita, conoció la misión de los jesuitas en el departamento de Yoro, en una experiencia de dos meses. Tras su ordenación sacerdotal en junio de 1961, sus superiores en la Compañía de Jesús lo destinaron a trabajar en la misión de Yoro, primero en Minas de oro, luego en Sulaco y posteriormente en El Progreso.
A mediados de la década de los setenta, los jesuitas decidieron responder a una invitación de la Iglesia para trabajar en Tocoa, Colón, que en esos años se abría a importantes desafíos a raíz de la puesta en marcha de los programas cooperativistas y de colonización en el marco de los planes de la agroindustria basada en la producción de palma africana.
El padre Guadalupe formó parte del primer equipo que comenzó a trabajar en Tocoa. Su vocación sacerdotal de acompañar a la organización de los campesinos se despertó especialmente cuando comenzó a visitar las aldeas campesinas y campos bananeros circundantes a la ciudad de El Progreso, y a partir de mediados de los años sesenta se convirtió en el “cura de los campesinos”.
El don de haber sido puesto al lado de los campesinos, explica su cambio de nombre original por el de Guadalupe, y su posterior decisión de renunciar a la nacionalidad estadounidense para naturalizarse hondureño.
Trabajaba en la parroquia de Tocoa, Colón, cuando en noviembre de 1979 los militares hondureños lo capturaron y lo expulsaron del país luego de una decisión gubernamental de cancelarle su nacionalidad hondureña. De Estados Unidos regresó casi inmediatamente para Nicaragua, en donde escribió sus memorias mientras trabajaba pastoralmente en una parroquia rural.
Allí, en Nicaragua, el padre Guadalupe se vinculó con un grupo de hondureños que liderados por el doctor José María Reyes Mata decidió organizar una columna guerrillera que ingresaría a territorio hondureño movida por un entusiasta y errado análisis de contar con todas las condiciones para el inicio exitoso de la lucha guerrillera que con el apoyo de los campesinos desembocaría en una insurrección popular triunfante.
Eran unas noventa personas las que ingresaron en la columna guerrillera a comienzos de septiembre de 1983.
El padre Guadalupe acompañó al grupo en calidad de capellán, convencido de que en aquellas personas se encarnaba el sueño de construir un país en donde la población campesina compartiera con toda la sociedad las mismas oportunidades y corriera por igual los mismos riesgos. Pero siguió con su promesa personal de no usar armas.
Un operativo combinado por tropas de los Estados Unidos y efectivos hondureños esperaban a los guerrilleros en su ingreso al departamento de Olancho. De acuerdo a los testimonios recabados, la mayoría de las personas fueron capturadas, y muchas fueron torturadas y asesinadas.
El cadáver del doctor Reyes Mata fue mostrado en los periódicos hondureños, vestido de fatiga militar con la leyenda de haber muerto en combate.
Los testimonios coinciden en un hecho que difícilmente puede ser refutado: tanto Reyes Mata como el padre Guadalupe fueron capturados vivos, brutalmente torturados hasta matarlos con un tiro de gracia.
Por cálculos políticos, los asesinos del padre Guadalupe desaparecieron su cadáver, y tanto la embajada estadounidense en Honduras como el Departamento de Estado se han negado sistemáticamente a entregar la información que conduzca al conocimiento de la verdad y a dar con el paradero de sus restos mortales.
Recuerdos
El campesino Francisco Gómez del sector de Guaymas, municipio de El Negrito, Yoro, caminó junto al Padre Lupe y lo recuerda como un hombre enérgico, disciplinado, organizador de masas y con un profundo amor por los campesinos y campesinas.
“Nos dejó enseñanzas fuertes y profundas, especialmente en la unidad, disciplina y la organización. En aquellos tiempos, estábamos en una zona de conflictos, él apoyó el proceso de la segunda recuperación de las 5 mil hectáreas de tierra para los campesinos de Guaymas y estuvo apoyando la más grande recuperación de tierras de esa misma zona”.
Antonio Mejía, maestro jubilado y dirigente comunitario, reconoce que la lucha del padre Lupe está muy ligada a Honduras, porque desde su llegada a este país en el año de 1962 se dedicó a organizar al pueblo, alrededor de la defensa de la vida.
“De él aprendimos que solo hay un método para solucionar el problema de la tierra que es la organización. Vimos como él cambió radicalmente, desde su manera de vestir y hasta renunció a su nacionalidad de Estados Unidos para adoptar la nacionalidad hondureña”, afirma el profesor Antonio Mejía.
Para Magdalena Morales, que dirige la Central Nacional de Trabajadores del Campo, CNTC, la lucha del padre Guadalupe Carney está vigente porque el campesinado está viviendo en una crisis profunda.
“Yo no lo conocí, pero conozco su historia. Nosotros estamos luchando por defender la tierra, los recursos naturales y aunque nos acusen de delitos que no hemos cometido vamos a seguir adelante. En la actualidad tenemos los mismos problemas por los que luchaba este sacerdote: asesinatos, desalojos, persecuciones, grupos reclamando su derecho a la tierra por la profundización de la pobreza y la falta de sus derechos”, agrega Magdalena Morales.
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