Fotos: Jesssica Orellana |
Por Ileana Corado | ContraPunto
Izalco no ha olvidado el hecho que hace 84 años marcó la historia, entre luchas los pueblos originarios conmemoran la vida de “los tatas y las nanas” que derramaron sangre a costa de sus raíces
En medio de una histórica y constante lucha contra la “negación e invisibilización” las comunidades indígenas del municipio de Izalco, conmemoraron la masacre del 1932, un crimen de lesa humanidad que dejó alrededor de 30 mil indígenas fueron fusilados en todo el país.
El movimiento indígena local y la Alcaldía del Común preparan diversas festividades en las que se desarrollan ceremonias y conversatorios con “los mayores” sobrevivientes de la masacre con el fin de mantener viva la memoria de aquellas victimas del etnocidio.
Entre antorchas, el sonido de los tambores y una profunda solemnidad, la noche del 22 la comunidad recordó a “sus tatas y nanas” visitando lugares que fueron utilizados como fosas comunes, entre ellos el conocido como “el llanito”. Las calles de Izalco, se inundaron de una sed de reivindicación y nostalgia por la memoria de los abuelos y abuelas.
De acuerdo con el Alcalde del Común -máxima auotirad de la comunidad- Rafael Latin, el pueblo era pequeño en cantidad de habitantes por lo que la masacre que se cometió tuvo un mayor impacto y es a partir de ese momento que el miedo quedó impregnado en las poblaciones originarias y durante las décadas venideras casi nadie querría hablar sobre el tema por temor a ser perseguido.
Como consecuencia, muchas generaciones descendientes de aquellos que fueron asesinados, negaron sus raíces, olvidando la lengua, el vestuario y las tradiciones propias.
Solo en Izalco, se estima que fueron asesinados más de 10 mil, en su mayoría hombres y niños arriba de los doce años. Según Latin, el problema no solo es la masacre como tal, pues además de acabar con la vida de miles de indígenas, luego del 32 empieza una lucha de invisibilizacion, es una lucha que busca terminar con esta cultura.
“Aparentar ser indígena era la única condición para ser fusilados, 84 años después seguimos más vivos que nunca”, señala uno de los participantes de la ceremonia.
A tempranas horas del sábado 23 en una ceremonia que invoca a los cuatro puntos cardinales, se recuerda la memoria de los “abuelos” y todos los que perdieron la vida en aquel hecho, además de rendir culto a la madre tierra para luego escuchar el testimonio de sobrevivientes del 32, que aún luchan contra el temor.
“Por muchos años se negaron a habla porque tenían que tragarse ese dolor, algunos después de tantos años pudieron llorar y contar un poco de aquello que vivieron”, explican hijos de sobrevivientes.
“Quien no conocer su historia está condenada a repetirla”
Por aquellos años, algunos líderes indígenas se organizaron para denunciar las injusticias y desigualdades de las que eran víctimas. La carencia de tierras y oportunidades para trabajarlas, llevaron a los campesinos a vivir en extremas condiciones.
“Los míseros salarios en las fincas de los terratenientes, la mala alimentación y los maltratos a los que eran objeto los indígenas, así como también la ley que Hernández Martínez impulsó para expropiar las tierras comunales y ejidales en todo el territorio salvadoreño incrementaron”, detallan algunos investigadores del suceso.
La insurrección indígena de 1932 en el occidente del país, durante el régimen militar del General Maximiliano Hernández Martínez fue una respuesta al autoritarismo oligárquico y capitalista de la época. Como respuesta al levantamiento, Martínez orden ejecuciones y el aniquilamiento masivo de campesinos que eran considerados “comunistas”.
Latin, explica que la población ni si quiera conocía de comunismo, y las ejecuciones fueron motivadas por el simple hecho de ser indígenas.
La matanza comenzó el 22 de enero de 1932, en los municipios de Ahuachapán, Juayúa, Tacuba, Izalco y Nahuizalco. Las comunidades indígenas de estas zonas pagarían ese día el precio de revelarse contra el régimen clasista que por décadas los había mantenido en la miseria y despojados de sus herencias ancestrales como la tierra y la identidad.
Uno de los líderes del movimiento insurreccional, Feliciano Ama fue capturado por los militares y fue arrastrado por las calles del pueblo, y colgado de un árbol de Ceiba en el parque central de Izalco frente a una multitud de indígenas con el objetivo de infundirles miedo y terror y dejarles en claro que todo aquel que se revelara tenía el mismo destino.
La lucha por la reivindicación de la memoria y legado
En 2014 la United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO), difundió un mensaje en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas "Debemos promover el uso y la supervivencia de las culturas, tradiciones e identidades, conocimientos e idiomas indígenas. Tenemos que proporcionar el acceso a la formación y conocimientos que permitan a los pueblos indígenas participar plenamente y en igualdad de condiciones en sus comunidades nacionales y en el ámbito internacional", reiteró entonces la UNESCO.
El mismo año, con 56 votos a favor la Asamblea Legislativa aprobó en 2014 la ratificación de la reforma al artículo 63 de la Constitución, en el que se establece el reconocimiento de los pueblos originarios en El Salvador. Esto permitió la inclusión de este sector en la Constitución de la Republica. “El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica”, dicta la reforma.
Pese a estos dos hechos a nivel global y nacional, las comunidades resienten que los esfuerzos aún no rinden los frutos que anhelan. Reiteran que aún hay pensamientos que buscan invisibilzar la existencia de los pueblos originarios, siendo este el mayor obstáculo para lograr un avance pleno.
“Desde nuestra niñez vivimos esa marginación cruel, y en el fondo se mantiene vivo el sentimiento, la marginación se mantiene. Este pueblo es un pueblo netamente originario, pero a través de la marginación y miseria a la cual seguimos siendo sometidos, es la que ha hecho que la mayor parte neguemos” explica Rafael Latin.
Más que las “pampas” o reconocimientos a nivel oficial, Latin remarca como mayor logro el hecho de que exista una red internacional con países del norte y sur de américa que ha permitido que organizaciones compartan la vivencia de pueblos y comunidades. “Pese a que no compartimos por completo la tecnología ha servido para establecer comunicación con otros pueblos”, confiesa el Alcalde.
“Pese a la oposición la Alcaldía del Común está resurgiendo, un mundo mejor es posible solo pedimos que nos den la oportunidad que nos respeten ya es tiempo que nos den libertad de echar andar conocimiento de demostrar al mundo entero que podemos resurgir”, comparte don Rafael.
Se estima que los pueblos indígenas conforman entre el 12 y 17 por ciento de la población salvadoreña. Actualmente existen comunidades Náhua – Pipil en los departamentos de Ahuachapán, Santa Ana, Sonsonate, La Libertad, San Salvador, La paz, y Chalatenango; Pueblos Indígenas Lenca en los departamentos de Usúlutan, San Miguel, Morazán y La Unión; y el Pueblo Indígena Kakawira en la ciudad de Cacaopera en el departamento de Morazán.
En medio de una histórica y constante lucha contra la “negación e invisibilización” las comunidades indígenas del municipio de Izalco, conmemoraron la masacre del 1932, un crimen de lesa humanidad que dejó alrededor de 30 mil indígenas fueron fusilados en todo el país.
El movimiento indígena local y la Alcaldía del Común preparan diversas festividades en las que se desarrollan ceremonias y conversatorios con “los mayores” sobrevivientes de la masacre con el fin de mantener viva la memoria de aquellas victimas del etnocidio.
Entre antorchas, el sonido de los tambores y una profunda solemnidad, la noche del 22 la comunidad recordó a “sus tatas y nanas” visitando lugares que fueron utilizados como fosas comunes, entre ellos el conocido como “el llanito”. Las calles de Izalco, se inundaron de una sed de reivindicación y nostalgia por la memoria de los abuelos y abuelas.
De acuerdo con el Alcalde del Común -máxima auotirad de la comunidad- Rafael Latin, el pueblo era pequeño en cantidad de habitantes por lo que la masacre que se cometió tuvo un mayor impacto y es a partir de ese momento que el miedo quedó impregnado en las poblaciones originarias y durante las décadas venideras casi nadie querría hablar sobre el tema por temor a ser perseguido.
Como consecuencia, muchas generaciones descendientes de aquellos que fueron asesinados, negaron sus raíces, olvidando la lengua, el vestuario y las tradiciones propias.
Solo en Izalco, se estima que fueron asesinados más de 10 mil, en su mayoría hombres y niños arriba de los doce años. Según Latin, el problema no solo es la masacre como tal, pues además de acabar con la vida de miles de indígenas, luego del 32 empieza una lucha de invisibilizacion, es una lucha que busca terminar con esta cultura.
“Aparentar ser indígena era la única condición para ser fusilados, 84 años después seguimos más vivos que nunca”, señala uno de los participantes de la ceremonia.
A tempranas horas del sábado 23 en una ceremonia que invoca a los cuatro puntos cardinales, se recuerda la memoria de los “abuelos” y todos los que perdieron la vida en aquel hecho, además de rendir culto a la madre tierra para luego escuchar el testimonio de sobrevivientes del 32, que aún luchan contra el temor.
“Por muchos años se negaron a habla porque tenían que tragarse ese dolor, algunos después de tantos años pudieron llorar y contar un poco de aquello que vivieron”, explican hijos de sobrevivientes.
“Quien no conocer su historia está condenada a repetirla”
Por aquellos años, algunos líderes indígenas se organizaron para denunciar las injusticias y desigualdades de las que eran víctimas. La carencia de tierras y oportunidades para trabajarlas, llevaron a los campesinos a vivir en extremas condiciones.
“Los míseros salarios en las fincas de los terratenientes, la mala alimentación y los maltratos a los que eran objeto los indígenas, así como también la ley que Hernández Martínez impulsó para expropiar las tierras comunales y ejidales en todo el territorio salvadoreño incrementaron”, detallan algunos investigadores del suceso.
La insurrección indígena de 1932 en el occidente del país, durante el régimen militar del General Maximiliano Hernández Martínez fue una respuesta al autoritarismo oligárquico y capitalista de la época. Como respuesta al levantamiento, Martínez orden ejecuciones y el aniquilamiento masivo de campesinos que eran considerados “comunistas”.
Latin, explica que la población ni si quiera conocía de comunismo, y las ejecuciones fueron motivadas por el simple hecho de ser indígenas.
La matanza comenzó el 22 de enero de 1932, en los municipios de Ahuachapán, Juayúa, Tacuba, Izalco y Nahuizalco. Las comunidades indígenas de estas zonas pagarían ese día el precio de revelarse contra el régimen clasista que por décadas los había mantenido en la miseria y despojados de sus herencias ancestrales como la tierra y la identidad.
Uno de los líderes del movimiento insurreccional, Feliciano Ama fue capturado por los militares y fue arrastrado por las calles del pueblo, y colgado de un árbol de Ceiba en el parque central de Izalco frente a una multitud de indígenas con el objetivo de infundirles miedo y terror y dejarles en claro que todo aquel que se revelara tenía el mismo destino.
La lucha por la reivindicación de la memoria y legado
En 2014 la United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO), difundió un mensaje en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas "Debemos promover el uso y la supervivencia de las culturas, tradiciones e identidades, conocimientos e idiomas indígenas. Tenemos que proporcionar el acceso a la formación y conocimientos que permitan a los pueblos indígenas participar plenamente y en igualdad de condiciones en sus comunidades nacionales y en el ámbito internacional", reiteró entonces la UNESCO.
El mismo año, con 56 votos a favor la Asamblea Legislativa aprobó en 2014 la ratificación de la reforma al artículo 63 de la Constitución, en el que se establece el reconocimiento de los pueblos originarios en El Salvador. Esto permitió la inclusión de este sector en la Constitución de la Republica. “El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica”, dicta la reforma.
Pese a estos dos hechos a nivel global y nacional, las comunidades resienten que los esfuerzos aún no rinden los frutos que anhelan. Reiteran que aún hay pensamientos que buscan invisibilzar la existencia de los pueblos originarios, siendo este el mayor obstáculo para lograr un avance pleno.
“Desde nuestra niñez vivimos esa marginación cruel, y en el fondo se mantiene vivo el sentimiento, la marginación se mantiene. Este pueblo es un pueblo netamente originario, pero a través de la marginación y miseria a la cual seguimos siendo sometidos, es la que ha hecho que la mayor parte neguemos” explica Rafael Latin.
Más que las “pampas” o reconocimientos a nivel oficial, Latin remarca como mayor logro el hecho de que exista una red internacional con países del norte y sur de américa que ha permitido que organizaciones compartan la vivencia de pueblos y comunidades. “Pese a que no compartimos por completo la tecnología ha servido para establecer comunicación con otros pueblos”, confiesa el Alcalde.
“Pese a la oposición la Alcaldía del Común está resurgiendo, un mundo mejor es posible solo pedimos que nos den la oportunidad que nos respeten ya es tiempo que nos den libertad de echar andar conocimiento de demostrar al mundo entero que podemos resurgir”, comparte don Rafael.
Se estima que los pueblos indígenas conforman entre el 12 y 17 por ciento de la población salvadoreña. Actualmente existen comunidades Náhua – Pipil en los departamentos de Ahuachapán, Santa Ana, Sonsonate, La Libertad, San Salvador, La paz, y Chalatenango; Pueblos Indígenas Lenca en los departamentos de Usúlutan, San Miguel, Morazán y La Unión; y el Pueblo Indígena Kakawira en la ciudad de Cacaopera en el departamento de Morazán.
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