miércoles, 14 de octubre de 2015

Plantaciones de palma aceitera: un modelo que trasgrede a los pueblos de los bosques y sus territorios

Por WRM

Este año por el Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles, celebrado el 21 de setiembre, el WRM, junto a diversas organizaciones y redes a nivel mundial, lanzó una declaración para condenar la expansión del modelo industrial de plantaciones de la palma aceitera, que conlleva un creciente número de impactos económicos, sociales, culturales y ambientales. Una vez más, anhelando romper el círculo de silencio en torno a las trasgresiones enfrentadas por las comunidades cuyos territorios son invadidos y rodeados por estos monocultivos, gritamos fuerte y claro: ¡Las plantaciones no son bosques!

Las plantaciones para uso industrial de palma aceitera son el tipo de monocultivo que se ha expandido más rápidamente en las últimas décadas. En el período 1990-2010 estas plantaciones se triplicaron a escala mundial, especialmente en Indonesia y Malasia. En los últimos 15 años, una serie de tratados de libre comercio ha favorecido la última ola expansiva, no sólo en Indonesia y Malasia sino también en países de África y América Latina. Otra  tendencia importante que impulsa la expansión de las plantaciones de palma aceitera tiene que ver con la creciente demanda de agrocombustibles, proveniente sobre todo de Europa.

Las empresas palmícolas, dentro de sus políticas de “responsabilidad empresarial”, están adquiriendo compromisos (no vinculantes) hacia la llamada “deforestación cero”. Sin embargo, informes desde el terreno revelan que, a posteriori de haber formulado esos compromisos, se han efectuado numerosas denuncias de violaciones a los derechos ambientales y sociales por parte de las empresas. Pero lo más inquietante es que dichos compromisos no tienen como objetivo poner fin a la expansión de la palma aceitera, sino que buscan “maquillar de verde” al sector. Al mantener la lógica de expansión ilimitada, estos “compromisos” son en realidad una amenaza de que más comunidades pierdan sus tierras y sus medios de vida.

Asimismo, el creciente interés de las empresas en los bosques, particularmente en los árboles, se explica porque los mismos han cobrado nueva importancia para el “capitalismo verde”. La capacidad de los bosques para almacenar carbono y sustentar biodiversidad es utilizada para generar créditos de carbono o biodiversidad, que pueden venderse luego a países y empresas contaminantes, ya sea para “compensar” la destrucción que generan en otros lugares o para generar lucro en los mercados financieros.

Políticas como REDD+ y similares, que proponen financiar la conservación de bosques a través de la venta de créditos de carbono y biodiversidad, pueden canalizar ese dinero a las empresas palmícolas, para que conserven aquellas zonas de bosque que tienen un llamado “alto valor de carbono”, y que las propias empresas han identificado en sus concesiones. Así, estas empresas de plantaciones logran “maquillar de verde” sus actividades. Pero la conservación de algunas áreas con “alto valor de carbono” no reduce los numerosos impactos negativos de un sector que requiere del uso intensivo de agua, agrotóxicos, fertilizantes químicos y energía fósil, y que ocupa enormes territorios en los que vivían o de los que dependían numerosas poblaciones. Lejos de representar una solución al cambio climático, la industria palmícola contribuye a la alteración del clima. Los más afectados serán los pueblos de los bosques y las comunidades campesinas, ya que la expansión de las plantaciones restringirá cada vez más el acceso a sus tierras y bosques. Para ellos, no sólo es importante el bosque con “alto valor de carbono” sino que todas las áreas que necesitan para mantener sus medios de vida y culturas son importantes.

Por otro lado, los gobiernos de los países productores de aceite de palma, junto con las empresas transnacionales del sector, han reclamado activamente que las plantaciones de palma aceitera sean recategorizadas, para que de ser consideradas cultivos agrícolas ¡pasen a ser consideradas “bosques”! Este absurdo sería posible ya que según la actual definición de la FAO, un bosque es básicamente cualquier área con cobertura arbórea. El motivo por el que las empresas desean esa recategorización es que les permitiría acceder a la “oportunidad” que representaría un acuerdo REDD+ en el marco de las negociaciones de la ONU sobre el clima a celebrarse en París a finales de este año. Con un acuerdo de ese tipo, las empresas palmícolas podrían vender créditos de carbono en el futuro, utilizando el engañoso argumento de que promueven la “deforestación cero” o la “reforestación”.

El énfasis en la deforestación hace a un lado toda la gama de impactos que causan las plantaciones industriales de palma aceitera, como por ejemplo:

    Destrucción de medios de vida locales y desplazamientos. Las regiones en las que se están promoviendo las plantaciones de palma aceitera constituyen el hogar de campesinos y pueblos indígenas, y son zonas de bosques tropicales de los que estas comunidades dependen económica, social, espiritual y culturalmente. Estas plantaciones provocan la pérdida de tierras y por lo tanto de los medios de vida de las comunidades, especialmente de las mujeres debido a su relación específica con el bosque, y resultan en el desplazamiento de estas comunidades.

    Madereo destructivo y violaciones de los derechos humanos. En numerosos casos, estas plantaciones son el resultado del madereo devastador que en el pasado allanó el camino para su entrada. Por otra parte, desde hace más de una década que el desmonte para el establecimiento de plantaciones de palma aceitera en Indonesia se hace mediante la quema, lo que ha provocado una bruma que se mantiene casi todo el año en el sudeste de Asia. Esta práctica no sólo daña el ambiente sino también la salud de millones de ciudadanos.

    Acceso privilegiado a la tierra para las empresas, no para las comunidades. El cultivo industrial de palma aceitera a través de concesiones de tierras, le garantiza a las empresas un acceso privilegiado a tierras agrícolas durante largos períodos, aumentando su poder e influencia. De eso modo, tienden a ser cada vez más difíciles las luchas de las comunidades en defensa de sus derechos colectivos sobre sus territorios y por una agricultura diversificada y agroecológica.

   Condiciones de trabajo miserables. En estas plantaciones los puestos de trabajo terminan siendo pocos y las condiciones de trabajo son a menudo similares a la esclavitud. En numerosos casos se ha documentado la existencia de trabajo infantil, así como abuso de drogas entre los trabajadores y prostitución. Los trabajadores se ven además afectados por la obligación de aplicar agrotóxicos en las plantaciones, incluso productos prohibidos en varios países. Muchos trabajadores se enferman por el resto de sus vidas, sin poder contar con ningún tipo de compensación.

    Aumento de la criminalización de los movimientos sociales y la oposición local. Las comunidades y las organizaciones que las apoyan, así como los trabajadores de las plantaciones, deben casi siempre enfrentar la violación de sus derechos humanos, y la criminalización de la protesta social. En muchos países han habido asesinatos, detenciones y persecuciones de quienes luchan en defensa de los derechos colectivos de las comunidades sobre sus territorios y se oponen a la invasión de los mismos por parte de las empresas palmícolas. Más aun, las empresas cuentan con todo tipo de protección brindada por las fuerzas de seguridad del Estado.

El Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles, establecido en 2006, tiene como objetivo aumentar la visibilidad del creciente número de pueblos y comunidades, que están luchando en diferentes lugares y países en contra de los monocultivos industriales de palma aceitera, así como de otras plantaciones de monocultivos de eucaliptos, pinos, acacias y caucho. Los monocultivos a gran escala no son aceptables, ni para las comunidades locales ni para un mundo que enfrenta una severa crisis con síntomas múltiples, entre ellos el cambio climático, el deterioro económico y ambiental así como el aumento de la militarización y de las violaciones de los derechos humanos.

Por estas razones, este boletín se enfoca en denunciar la expansión de las plantaciones de palma aceitera y difundir algunas de las consecuencias que esto tiene para los pueblos de los bosques y sus territorios. El artículo de Papúa Occidental nos alerta sobre una región de difícil acceso y en donde la expansión de este cultivo está beneficiando a grandes conglomerados empresariales en detrimento de poblaciones indígenas y tradicionales. Asimismo, el empuje del gobierno de Liberia por facilitar la tala en concesiones para el cultivo a gran escala de palma aceitera es otra alerta importante, especialmente en un contexto plagado de tala ilegal y corrupción.

Desde Brasil, un informe de campo nos relata como la empresa minera VALE está estableciendo plantaciones de palma aceitera en el estado amazónico de Pará, como una forma de cubrir la demanda de agrocombustibles de los trenes que transportan los minerales de la propia empresa, pero sobretodo para reforzar una supuesta imagen “verde”. El boletín incluye también un artículo que destaca el papel de los bancos e inversionistas para especular con estas plantaciones, ayudando a fortalecer y expandir las multinacionales palmícolas y generando enormes beneficios para sus carteras. Finalmente, el boletín incluye un artículo que nos recuerda que decenas de millones de personas en África no solo dependen de este árbol para sus medios de vida y culturas, sino que además lo preservan y valoran como fuente de vida. ¡Disfruten la lectura!



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