Por Carlos Molina | ContraPunto
El segundo gobierno del FMLN no está dando los frutos esperados. Si bien no todo lo que anda mal en el país es culpa del Frente, la capacidad de este para resolver los principales problemas de la población deja mucho que desear. Hay afirmaciones o decisiones que necesitan una mejor comunicación ―como el tema de las pensiones― y otras que están mal del todo ―como las vacilaciones en la recaudación fiscal―. Algunos funcionarios del gobierno y diputados se enredan en discusiones bizantinas, cayendo en el juego de la derecha ―política, social, económica y mediática― , y a otros solo les interesa “su propio juego”, que no es precisamente el que nos interesa a la mayoría de salvadoreños.
También tenemos ese gran fracaso al intentar enfrentar la violencia delictiva. No estoy afirmando que el partido de izquierda lo tiene fácil, que todo es ausencia de voluntad, ni ignoro que debe enfrentar toda clase de sabotajes e intentos desestabilizadores, pero eso ya sabíamos que iba a pasar. Todos lo sabíamos.
Los izquierdistas que apoyamos al FMLN lo hacemos por razones diversas, desde quienes se decantan incondicionalmente por las “líneas partidarias”, hasta los que votan ocasionalmente por sus propuestas electorales ―según “sople el viento”―, pasando por los que razonamos críticamente nuestro voto. Una primera conclusión debería ser obvia: no toda la izquierda salvadoreña se identifica mecánicamente con el Frente. Pero es la segunda la que debería preocupar a los dirigentes del partido: los apoyos al FMLN no están garantizados, sobre todo ahora que tenemos buenas razones para dudar que lo esté haciendo bien.
Sin pretender exhaustividad, quiero señalar dos caminos que el Frente no debe tomar, si quiere seguir teniendo el apoyo de la izquierda plural y diversa que somos. El primero es el de “la vuelta al pasado”. Las minorías vociferantes que hablan de “volver a las montañas” o “a los valores revolucionarios”, que exigen “el retorno” del FMLN de antes de los Acuerdos de Paz, son ruidosas en las redes sociales, pero insignificantes en la vida real. Sin embargo, lo esencial es que sus exigencias no están justificadas en absoluto. Han perdido el contacto con la realidad del país, de la región y del mundo, y es dudoso que tengan la clave para enfrentar los problemas que tenemos encima. En 1992, el Frente dio un paso fundamental y no puede haber vuelta atrás. Cualquier otra cosa es simple y llana locura.
El segundo camino es “el cierre del futuro”. No me cabe duda de que, como izquierdistas razonables y críticos, los dirigentes del FMLN deberían volver siempre a los valores que configuraron y aún configuran esta fuerza política. Hasta el momento, algunos de sus representantes han dado muestras de querer hacer las cosas de forma diferente, apelando a principios de equidad, libertad y solidaridad muy distintos de los que reclama para sí la derecha. Sin embargo, al fracasar ese paso “del intento a la realización” ―o “del discurso a la práctica”―, no solo el Frente se podría quedar sin futuro, sino que dicho futuro también se nos podría estar cerrando a todos los que pensamos que vale la pena dejarse el pellejo por esos principios. Y no es esto lo más grave, porque acá no se trata de una competencia del tipo “a ver quién es más bueno” o algo así. No, lo peor es que, al cerrarse el camino de las izquierdas, las mayorías populares estarán cada vez más lejos de ver la luz al final del túnel. Y eso no lo podemos permitir.
El FMLN vive un momento crucial. Hace dos elecciones presidenciales, el Frente era el único proyecto político de izquierda viable ―y eso no es poca cosa para el izquierdista que quiere hacer algo más que hablar paja o comerse una papeleta―, y no se veía claro que pudiera surgir una alternativa auténtica y realista, a la vez. Pero es posible que hoy la cosa ya no sea así. A cuatro años de las próximas presidenciales, y a tres de las elecciones legislativas y municipales, muchas personas piensan que ya es tiempo de retirar los apoyos al FMLN y comenzar a crear un nuevo instrumento político. Y con “muchas personas” no me refiero a quienes hablan de los “jóvenes” como si fuesen representantes de una “clase social” o de unos “principios políticos” coherentes ―manida estrategia de la derecha regional, trampa “caza bobos”―, ni a los miembros de movimientos sociales “apolíticos” y otros “moralistas sociales” ―que después lucharon por desmarcarse del siniestro “Aliados por la Democracia”―. Pienso, más bien, en militantes e izquierdistas críticos que estarían considerando la posibilidad de participar políticamente mediante la construcción de un nuevo partido de izquierda.
¿Está preparado el Frente para atraer, una vez más, a todos las izquierdas? ¿Puede el partido formular propuestas atractivas y coherentes con los principios que nos animan? A mi modo de ver, las posibilidades políticas del FMLN serán directamente proporcionales a su capacidad para combinar realismo y fidelidad a sus principios. Las políticas económicas que golpean a las mayorías y apenas rasguñan a los más ricos no solo son impopulares y políticamente contraproducentes: son inmorales. Apoyar a funcionarios corruptos o que han sido claramente rechazados por importantes sectores sociales ―el Fiscal General, por ejemplo― es solo más de la misma basura arenera. En suma, no es correcto hacer política ignorando a la ciudadanía y a las organizaciones sociales que trabajaron y aún trabajan para derrotar a la derecha. No es moral y es suicida.
No creo que todo haya terminado para el Frente. Sin embargo, hace falta mucho más que congresos, elecciones internas y confianza en que ARENA lo hace peor. Ni siquiera el popular alcalde capitalino es garantía de victoria. Incluso si es de izquierda, una organización política debe afrontar riesgos políticos, es algo inevitable. Pero los riesgos siempre deben tomarse por las razones adecuadas y estas son la equidad y el bienestar de las mayorías populares. Aún no ha sucedido, pero la posibilidad de que el partido se quede solo es real. Y no se deberá a un complot ni a la presión de la derecha, sino a los yerros y desatinos del mismo FMLN. Ojalá sus dirigentes puedan comprender esto y rectificar, cuando aún no sea demasiado tarde.
Los izquierdistas que apoyamos al FMLN lo hacemos por razones diversas, desde quienes se decantan incondicionalmente por las “líneas partidarias”, hasta los que votan ocasionalmente por sus propuestas electorales ―según “sople el viento”―, pasando por los que razonamos críticamente nuestro voto. Una primera conclusión debería ser obvia: no toda la izquierda salvadoreña se identifica mecánicamente con el Frente. Pero es la segunda la que debería preocupar a los dirigentes del partido: los apoyos al FMLN no están garantizados, sobre todo ahora que tenemos buenas razones para dudar que lo esté haciendo bien.
Sin pretender exhaustividad, quiero señalar dos caminos que el Frente no debe tomar, si quiere seguir teniendo el apoyo de la izquierda plural y diversa que somos. El primero es el de “la vuelta al pasado”. Las minorías vociferantes que hablan de “volver a las montañas” o “a los valores revolucionarios”, que exigen “el retorno” del FMLN de antes de los Acuerdos de Paz, son ruidosas en las redes sociales, pero insignificantes en la vida real. Sin embargo, lo esencial es que sus exigencias no están justificadas en absoluto. Han perdido el contacto con la realidad del país, de la región y del mundo, y es dudoso que tengan la clave para enfrentar los problemas que tenemos encima. En 1992, el Frente dio un paso fundamental y no puede haber vuelta atrás. Cualquier otra cosa es simple y llana locura.
El segundo camino es “el cierre del futuro”. No me cabe duda de que, como izquierdistas razonables y críticos, los dirigentes del FMLN deberían volver siempre a los valores que configuraron y aún configuran esta fuerza política. Hasta el momento, algunos de sus representantes han dado muestras de querer hacer las cosas de forma diferente, apelando a principios de equidad, libertad y solidaridad muy distintos de los que reclama para sí la derecha. Sin embargo, al fracasar ese paso “del intento a la realización” ―o “del discurso a la práctica”―, no solo el Frente se podría quedar sin futuro, sino que dicho futuro también se nos podría estar cerrando a todos los que pensamos que vale la pena dejarse el pellejo por esos principios. Y no es esto lo más grave, porque acá no se trata de una competencia del tipo “a ver quién es más bueno” o algo así. No, lo peor es que, al cerrarse el camino de las izquierdas, las mayorías populares estarán cada vez más lejos de ver la luz al final del túnel. Y eso no lo podemos permitir.
El FMLN vive un momento crucial. Hace dos elecciones presidenciales, el Frente era el único proyecto político de izquierda viable ―y eso no es poca cosa para el izquierdista que quiere hacer algo más que hablar paja o comerse una papeleta―, y no se veía claro que pudiera surgir una alternativa auténtica y realista, a la vez. Pero es posible que hoy la cosa ya no sea así. A cuatro años de las próximas presidenciales, y a tres de las elecciones legislativas y municipales, muchas personas piensan que ya es tiempo de retirar los apoyos al FMLN y comenzar a crear un nuevo instrumento político. Y con “muchas personas” no me refiero a quienes hablan de los “jóvenes” como si fuesen representantes de una “clase social” o de unos “principios políticos” coherentes ―manida estrategia de la derecha regional, trampa “caza bobos”―, ni a los miembros de movimientos sociales “apolíticos” y otros “moralistas sociales” ―que después lucharon por desmarcarse del siniestro “Aliados por la Democracia”―. Pienso, más bien, en militantes e izquierdistas críticos que estarían considerando la posibilidad de participar políticamente mediante la construcción de un nuevo partido de izquierda.
¿Está preparado el Frente para atraer, una vez más, a todos las izquierdas? ¿Puede el partido formular propuestas atractivas y coherentes con los principios que nos animan? A mi modo de ver, las posibilidades políticas del FMLN serán directamente proporcionales a su capacidad para combinar realismo y fidelidad a sus principios. Las políticas económicas que golpean a las mayorías y apenas rasguñan a los más ricos no solo son impopulares y políticamente contraproducentes: son inmorales. Apoyar a funcionarios corruptos o que han sido claramente rechazados por importantes sectores sociales ―el Fiscal General, por ejemplo― es solo más de la misma basura arenera. En suma, no es correcto hacer política ignorando a la ciudadanía y a las organizaciones sociales que trabajaron y aún trabajan para derrotar a la derecha. No es moral y es suicida.
No creo que todo haya terminado para el Frente. Sin embargo, hace falta mucho más que congresos, elecciones internas y confianza en que ARENA lo hace peor. Ni siquiera el popular alcalde capitalino es garantía de victoria. Incluso si es de izquierda, una organización política debe afrontar riesgos políticos, es algo inevitable. Pero los riesgos siempre deben tomarse por las razones adecuadas y estas son la equidad y el bienestar de las mayorías populares. Aún no ha sucedido, pero la posibilidad de que el partido se quede solo es real. Y no se deberá a un complot ni a la presión de la derecha, sino a los yerros y desatinos del mismo FMLN. Ojalá sus dirigentes puedan comprender esto y rectificar, cuando aún no sea demasiado tarde.
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