Por Paí Oliva | Rel-UITA
Las compañías transnacionales productoras de semillas genéticamente modificadas viven repitiendo falsedades sobre las supuestas bondades de sus productos.
La primera mentira es proclamar que van a hacer desaparecer el hambre que padecen cientos de millones de seres humanos.
El hambre no va a desaparecer del mundo con la soja transgénica, a pesar de sus muchas aplicaciones. El hambre del mundo desaparecerá el día que haya una diferente y mayor distribución de las riquezas.
En Paraguay, el crecimiento económico, de 15,4 por ciento, se lo lleva en la macro economía el pequeño puñado de productores de soja transgénica.
La pobreza, en tanto, que ya abarca a casi dos millones de personas, va creciendo. Y ello porque institucionalmente el gobierno no fomenta una equitativa distribución con impuestos adecuados.
La segunda mentira es decir que la soja transgénica cada vez necesita menos agrotóxicos, cuando en realidad es todo lo contrario. Los yuyos crean anticuerpos ante los agrotóxicos y necesitan que se los fumigue cada vez más para desaparecer.
La tercera mentira es todavía más flagrante: la transnacional Monsanto asegura que los paquetes de agrotóxicos asociados a los transgénicos no son dañinos para la salud.
En el simposio internacional celebrado en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en San Lorenzo quedó patente que sí lo son.
En Brasil, Argentina, Paraguay, en las localidades rodeadas de cultivos de soja transgénica o sometidas a las fumigaciones, abundan la leucemia, malformaciones genéticas, cáncer de diversas especies, enfermedades cutáneas…
Pero todavía existe algo peor: diariamente consumimos frutas, hortalizas, jugos y alimentos en general que han sido sometidos a los agrotóxicos pero no nos lo dicen, lo ocultan.
Todos, y sin saberlo, estamos siendo sometidos a un envenenamiento invisible.
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