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Por La Jornada
Ayer, en el marco del Encuentro Mundial de Movimientos Populares, al que asistió el presidente de Bolivia, Evo Morales, el papa Francisco indicó que "este encuentro nuestro responde a un anhelo muy concreto, algo que cualquier padre, cualquier madre quiere para sus hijos; un anhelo que debería estar al alcance de todos, pero hoy vemos con tristeza cada vez más lejos de la mayoría: tierra, techo y trabajo".
Y añadió: “Es extraño, pero si hablo de esto para algunos resulta que el Papa es comunista (…) No se entiende que el amor a los pobres está al centro del Evangelio”.
La alocución referida es la ratificación, en palabras pontificias, de un compromiso social que la Iglesia católica había abandonado hace mucho, una defección que se acentuó con la actitud de Roma y de las jerarquías eclesiásticas locales durante los pontificados de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger; en ese periodo los jerarcas católicos abandonaron a sus fieles para aliarse con los poderes terrenales y con el dinero.
Así, mientras el pontífice polaco se sumaba a la campaña anticomunista de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el Vaticano perseguía y hostigaba a los sacerdotes, obispos, arzobispos y teólogos que aplicaban con fidelidad entre los pobres las enseñanzas de Cristo.
La Teología de la Liberación fue duramente reprimida; sus exponentes fueron reducidos al silencio, retirados de los cargos que ocupaban y sometidos a todo tipo de arbitrariedades y castigos. Los postulados de justicia social y aggiornamento católico del Concilio Vaticano II fueron hechos a un lado y la jerarquía católica empleó, como instrumento principal de coerción en contra de los curas que ejercieron la opción preferencial por los pobres, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución heredera de la Inquisición y dirigida por Joseph Ratzinger, quien sucedería a Wojtyla como Benedicto XVI.
El deslinde de Francisco de sus predecesores inmediatos y la recuperación de los postulados de justicia social del catolicismo son de por sí alentadores, pero lo es más que esa discusión no parezca destinada a quedarse entre los muros vaticanos y que, por el contrario, empiece a prender en las comunidades católicas de diversas latitudes e incluso en gobiernos como el del propio Evo Morales, quien ayer afirmó respecto de lo expresado por Bergoglio: "siento que ahora tengo Papa comprometido con su pueblo, con pensamiento revolucionario, con sentimiento social, y sobre todo con propuestas para cambiar y acabar con la injusticia, la violencia y la guerra".
Por lo demás, es claro que los esfuerzos de actualización emprendidos desde el mismo trono de Pedro, con el apoyo y la simpatía de muchos católicos, encuentran una resistencia feroz en las filas de la curia romana y entre los sectores más cavernarios de la jerarquía eclesiástica.
Cabe esperar que el pontífice pueda sobreponerse a esos obstáculos y que la Iglesia católica recupere su lugar perdido como referente moral y espiritual para millones de fieles, especialmente los más desposeídos.
Así, mientras el pontífice polaco se sumaba a la campaña anticomunista de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el Vaticano perseguía y hostigaba a los sacerdotes, obispos, arzobispos y teólogos que aplicaban con fidelidad entre los pobres las enseñanzas de Cristo.
La Teología de la Liberación fue duramente reprimida; sus exponentes fueron reducidos al silencio, retirados de los cargos que ocupaban y sometidos a todo tipo de arbitrariedades y castigos. Los postulados de justicia social y aggiornamento católico del Concilio Vaticano II fueron hechos a un lado y la jerarquía católica empleó, como instrumento principal de coerción en contra de los curas que ejercieron la opción preferencial por los pobres, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución heredera de la Inquisición y dirigida por Joseph Ratzinger, quien sucedería a Wojtyla como Benedicto XVI.
El deslinde de Francisco de sus predecesores inmediatos y la recuperación de los postulados de justicia social del catolicismo son de por sí alentadores, pero lo es más que esa discusión no parezca destinada a quedarse entre los muros vaticanos y que, por el contrario, empiece a prender en las comunidades católicas de diversas latitudes e incluso en gobiernos como el del propio Evo Morales, quien ayer afirmó respecto de lo expresado por Bergoglio: "siento que ahora tengo Papa comprometido con su pueblo, con pensamiento revolucionario, con sentimiento social, y sobre todo con propuestas para cambiar y acabar con la injusticia, la violencia y la guerra".
Por lo demás, es claro que los esfuerzos de actualización emprendidos desde el mismo trono de Pedro, con el apoyo y la simpatía de muchos católicos, encuentran una resistencia feroz en las filas de la curia romana y entre los sectores más cavernarios de la jerarquía eclesiástica.
Cabe esperar que el pontífice pueda sobreponerse a esos obstáculos y que la Iglesia católica recupere su lugar perdido como referente moral y espiritual para millones de fieles, especialmente los más desposeídos.
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