Por WRM
Para diversos pueblos indígenas, la palabra se considera sagrada, algo que debe usarse con cuidado. Pero en el mundo digitalizado, acelerado y globalizado, la palabra tiene poco de sagrado; se usa cualquier tipo de palabra, generalmente sin que se perciba el significado de lo que se pronunció o digitó. Quizás, en muchas ocasiones sin querer, terminamos por reforzar ideas y valores implicados en las palabras que usamos.
Para diversos pueblos indígenas, la palabra se considera sagrada, algo que debe usarse con cuidado. Pero en el mundo digitalizado, acelerado y globalizado, la palabra tiene poco de sagrado; se usa cualquier tipo de palabra, generalmente sin que se perciba el significado de lo que se pronunció o digitó. Quizás, en muchas ocasiones sin querer, terminamos por reforzar ideas y valores implicados en las palabras que usamos.
Por otro lado, quienes promueven la economía globalizada de mercado, como por ejemplo, las grandes corporaciones, que pretenden seguir creciendo sin límites y que nos han llevado a tantos problemas graves, suelen pensar muy bien los nombres que les dan a las cosas.
Para ellas, lo que pisamos todos los días, que denominan tierra o propiedad, es algo que, en su perspectiva, sirve básicamente para producir o rendir ganancias; es algo donde se pueden encontrar los ‘recursos naturales’ como minerales, petróleo, agua, etc., que están a nuestra disposición para que los explotemos.
Sin embargo, los pueblos de diferentes lugares suelen hablar de territorio y se refieren a él como su ‘hogar’, un lugar que protege, que les da seguridad para producir alimentos, remedios y utensilios, para asegurar su vida espiritual. Mientras que la tierra está siendo cada vez más individualizada, privatizada y mercantilizada, el territorio, que es mucho más que la tierra, no se vende porque es un espacio colectivo, para todas y todos.
Con el afán de aumentar los ingresos derivados de la tierra y las propiedades, todo se permite en la economía globalizada. Se practica, principalmente en los países del Sur, el acaparamiento de tierras para maximizar las ganancias. Los bosques se reducen a solo un conjunto de árboles, según la FAO, y se plantan preferentemente en grandes monocultivos, genéticamente modificados para crear ‘superárboles’, en los que una característica se modifica para dominar a las otras, sin preocuparse por las aún desconocidas consecuencias colaterales.
Para la economía globalizada, los pueblos en su diversidad no existen. Lo que existe son consumidores iguales y al mismo tiempo hay mano de obra preferentemente tercerizada y barata. Para esta economía no existen culturas e identidades diversas, solo hay mercados cuyo objetivo es crecer y crear nuevos mercados y oportunidades de ganancias.
Para esta economía, la energía significa electricidad, y no se consideran otras formas y significados de la energía para las poblaciones tradicionales, que probablemente estén mucho más preparadas y sean las más indicadas para enfrentar nuestro futuro incierto. Pero la economía globalizada busca centralizar y acaparar no solo las tierras sino también la visión sobre la energía, con poderosas multinacionales y privilegiando una matriz energética basada en unas pocas opciones, elegida fundamentalmente por la oportunidad de beneficios, que usa, por ejemplo, petróleo, y tampoco se preocupa por las consecuencias.
La economía globalizada no habla de la naturaleza, de sus misterios ni de la importancia para el modo de vida que millones de personas construyeron junto a la naturaleza de la cual también se sienten parte. La economía globalizada, sin embargo, habla de ‘servicios ambientales’ que deben ser asegurados para que puedan servir como ‘derechos’ para seguir contaminando en otros lugares. E incluso pueden ser negociados en mercados financieros con el argumento de que el ser humano es destructivo. Las poblaciones se ven afectadas por las consecuencias de ponerle precio a la naturaleza, sufriendo restricciones en los lugares en que surge la venta de los ‘servicios’; en cierta manera, son ‘castigadas’ por haberla conservado.
La lucha contra el acaparamiento de tierras y los otros males de la economía globalizada también es una lucha contra una imposición sutil de nuevas palabras y conceptos que incentivan nuevas costumbres, ideas y valores. Por ello, es importante no solo frenar el acaparamiento de tierras y sus muchos tentáculos - tema de este boletín - sino también frenar el proceso de acaparamiento y dominación de las palabras impuestas por la economía globalizada, que deja de lado importantes valores e ideales que los pueblos del mundo han construido durante muchos años y que ahora están siendo destruidos rápidamente.
Pero el pueblo lucha como puede, resiste porque quiere vivir en libertad, no solo en sus territorios y con la naturaleza sino inclusive con sus propias palabras para todo lo que da sentido a la vida.
Para ellas, lo que pisamos todos los días, que denominan tierra o propiedad, es algo que, en su perspectiva, sirve básicamente para producir o rendir ganancias; es algo donde se pueden encontrar los ‘recursos naturales’ como minerales, petróleo, agua, etc., que están a nuestra disposición para que los explotemos.
Sin embargo, los pueblos de diferentes lugares suelen hablar de territorio y se refieren a él como su ‘hogar’, un lugar que protege, que les da seguridad para producir alimentos, remedios y utensilios, para asegurar su vida espiritual. Mientras que la tierra está siendo cada vez más individualizada, privatizada y mercantilizada, el territorio, que es mucho más que la tierra, no se vende porque es un espacio colectivo, para todas y todos.
Con el afán de aumentar los ingresos derivados de la tierra y las propiedades, todo se permite en la economía globalizada. Se practica, principalmente en los países del Sur, el acaparamiento de tierras para maximizar las ganancias. Los bosques se reducen a solo un conjunto de árboles, según la FAO, y se plantan preferentemente en grandes monocultivos, genéticamente modificados para crear ‘superárboles’, en los que una característica se modifica para dominar a las otras, sin preocuparse por las aún desconocidas consecuencias colaterales.
Para la economía globalizada, los pueblos en su diversidad no existen. Lo que existe son consumidores iguales y al mismo tiempo hay mano de obra preferentemente tercerizada y barata. Para esta economía no existen culturas e identidades diversas, solo hay mercados cuyo objetivo es crecer y crear nuevos mercados y oportunidades de ganancias.
Para esta economía, la energía significa electricidad, y no se consideran otras formas y significados de la energía para las poblaciones tradicionales, que probablemente estén mucho más preparadas y sean las más indicadas para enfrentar nuestro futuro incierto. Pero la economía globalizada busca centralizar y acaparar no solo las tierras sino también la visión sobre la energía, con poderosas multinacionales y privilegiando una matriz energética basada en unas pocas opciones, elegida fundamentalmente por la oportunidad de beneficios, que usa, por ejemplo, petróleo, y tampoco se preocupa por las consecuencias.
La economía globalizada no habla de la naturaleza, de sus misterios ni de la importancia para el modo de vida que millones de personas construyeron junto a la naturaleza de la cual también se sienten parte. La economía globalizada, sin embargo, habla de ‘servicios ambientales’ que deben ser asegurados para que puedan servir como ‘derechos’ para seguir contaminando en otros lugares. E incluso pueden ser negociados en mercados financieros con el argumento de que el ser humano es destructivo. Las poblaciones se ven afectadas por las consecuencias de ponerle precio a la naturaleza, sufriendo restricciones en los lugares en que surge la venta de los ‘servicios’; en cierta manera, son ‘castigadas’ por haberla conservado.
La lucha contra el acaparamiento de tierras y los otros males de la economía globalizada también es una lucha contra una imposición sutil de nuevas palabras y conceptos que incentivan nuevas costumbres, ideas y valores. Por ello, es importante no solo frenar el acaparamiento de tierras y sus muchos tentáculos - tema de este boletín - sino también frenar el proceso de acaparamiento y dominación de las palabras impuestas por la economía globalizada, que deja de lado importantes valores e ideales que los pueblos del mundo han construido durante muchos años y que ahora están siendo destruidos rápidamente.
Pero el pueblo lucha como puede, resiste porque quiere vivir en libertad, no solo en sus territorios y con la naturaleza sino inclusive con sus propias palabras para todo lo que da sentido a la vida.
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