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Por David Sánchez/Amigos de la Tierra
Los cultivos transgénicos se
introdujeron en nuestra agricultura y alimentación hace ya más de 15
años, con la promesa de ayudar a solucionar muchos de los problemas de
la agricultura.
En aquel momento, grupos ecologistas y movimientos
campesinos se opusieron de forma frontal. Se invocaba el principio de
precaución, la incertidumbre que suponían liberar a estos nuevos seres
vivos al medio ambiente, sus potenciales impactos ambientales, sobre la
salud, sobre el modelo agrario, el peligro de autorizar patentes sobre
la vida.
Quince años después, el tiempo ha
confirmado todos los temores.
A pesar de las dificultades para realizar
una investigación independiente, existen ya sobradas evidencias
científicas como sobre el terreno de sus graves impactos sociales,
ambientales y económicos; además de su incompatibilidad con un modelo de
agricultura social y sostenible en el marco de la Soberanía
Alimentaria.
El pasado mes de noviembre, tuvimos
la oportunidad de compartir muchas de estas nuevas evidencias en unas
jornadas científicas internacionales organizadas por Amigos de la
Tierra, la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU), COAG,
Ecologistas en Acción, Greenpeace y Plataforma Rural. Algunas de las
personas más relevantes y expertas de muchas disciplinas afectadas por
los transgénicos se acercaron a Madrid para debatir sobre estos temas.
Porque aunque el debate sobre los transgénicos es un debate social, ya
que la sociedad en su conjunto se ve implicada por su introducción, el
componente científico es fundamental. Pero no un debate centrado sólo en
la biotecnología. Para abordar el problema en su conjunto hay que
hablar de ecología, de economía, agronomía, sociología, derecho…. Y por
supuesto de los impactos en el campo y en el medio rural.
Oponerse a los cultivos transgénicos no es oponerse a la ciencia
Es común que cuando se defiende una postura contraria a la
introducción de transgénicos en la agricultura, se hagan acusaciones de
posturas anticientíficas. Christian Vélot, profesor de genética
molecular en la Universidad de París, planteaba la falsedad de este
argumento.
«Oponerse a las semillas transgénicas no supone estar contra
otros avances científicos, como las medicinas producidas a partir de
transgénicos en el laboratorio (insulina para diabéticos) o a la
investigación básica en ambientes cerrados. No es lo mismo la
investigación médica en ambientes cerrados para investigar el
funcionamiento de tejidos y células, que liberar nuevos seres vivos al
medio ambiente.
Una vez liberados los organismos modificados
genéticamente al medio ambiente, se presentan riesgos ambientales,
socioeconómicos y sanitarios situados en un plano del todo diferente a
la aplicación de estas tecnologías en laboratorio. Son dos mundos».
La biotecnología genera mucha incertidumbre
Mientras que la doctrina oficial nos dice que los
transgénicos son los alimentos más evaluados y seguros de la historia,
Christian Vélot nos reconocía que aunque las empresas hablan de una
«precisión quirúrgica, si los cirujanos manejasen lo quirúrgico como los
biólogos moleculares manejamos las técnicas de ingeniería genética, yo
no aconsejaría a nadie que entrase en el quirófano jamás».
Michael
Antoniou, del Departamento de Genética Molecular y Médica de la Facultad
de Medicina del King’s de Londres -que también trabaja con ingeniería
genética en ambientes confinados- nos planteaba la imprudencia de
confiar en los resultados de una ciencia sesgada y orientada por los
intereses de las multinacionales como Monsanto.
«Los nuevos
descubrimientos sobre genética revelan que el funcionamiento a este
nivel es mucho más complejo de lo que nos quiere vender la industria, y
que los cultivos transgénicos en el mercado se basan en unos conceptos
científicos ya superados y anticuados».
Impactos ambientales demostrados y no adecuadamente evaluados
Durante los últimos años hemos conocido muchos de
los impactos ambientales de los transgénicos. Mientras países como
Alemania han prohibido su cultivo, entre otros motivos por sus impactos
sobre la biodiversidad, la fauna del suelo o los ríos o porque aparecen
cada vez más plantas resistentes al herbicida glifosato; o incluso EEUU
reconoce la generación de resistencias en los insectos que algunos
maíces transgénicos quieren combatir; en países como España no se le
está dando seguimiento a este tipo de impactos.
Sin embargo, investigadores como Mª Carmen Jaizme, Coordinadora de
Programas de Investigación y Directora del Departamento de Protección
Vegetal del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA),
corroboraba los impactos de los cultivos transgénicos sobre la
fertilidad de los suelos, al interferir con los microorganismos y hongos
que viven en ellos.
Angelika Hilbeck, investigadora suiza del Instituto Federal Suizo de
Tecnología planteaba las carencias de la evaluación ambiental que de los
transgénicos se hace en Europa. «Según como formulamos los problemas,
en muchos casos, llegaremos a conclusiones diferentes. Si de entrada se
excluyen de la investigación cierta clase de posibles efectos adversos,
evidentemente no se encontraran evidencias de los mismos.
Por ejemplo,
si no se consideran los efectos sobre la biodiversidad de los herbicidas
de amplio espectro, como el glifosato asociado a la agricultura
transgénica; o los efectos crónicos, subletales o indirectos de la
proteína insecticida Bt que expresan muchas variedades de plantas
transgénicas, no tendremos respuesta a estas preocupaciones. La actual
evaluación de riesgos realizada por las autoridades y promovida por las
empresas cubre un margen muy estrecho».
Y más teniendo en cuenta lo que nos enfatizaba Antonio Gómez Sal,
Catedrático de Ecología de la Universidad de Alcalá de Henares: «los
graves impactos que los cultivos transgénicos pueden suponer pérdida de
biodiversidad y, en definitiva, de estructura y complejidad en los
agrosistemas».
Impactos sociales y económicos ignorados
Rosa Binimelis, investigadora del Centre de Recerca
en Economia i Desenvolupament Agroalimentari (CREDA) de la Universidad
Politécnica de Cataluña mostraba cómo los impactos socioeconómicos de
los transgénicos, que en el Estado Español son enormes, no son tenidos
en cuenta en la evaluación de los mismos.
Sólo en un país, Noruega, se
consideran aspectos como la sostenibilidad, el interés público y la
ética, tanto en los países productores como los importadores. Y
evidentemente, Noruega no ha autorizado ningún cultivo transgénico.
Denunciaba Rosa lo que denominaba la ‘presión modernizadora’: Según
un técnico de una cooperativa agraria entrevistado para sus
investigaciones «Pioneer es quien más vende ahora, porque el gen de
Syngenta es viejo y la gente siempre quiere lo último en tecnología». Y
en este sentido Julio César Tello, Catedrático de Producción Vegetal de
la Universidad de Almería, nos instaba a distinguir entre modas
comerciales y auténtico progreso, y marcaba la importancia de la
sostenibilidad y el principio de precaución como marco ético dentro del
cual movernos. Es el marco ético el que debe encauzar el progreso.
Desde el punto de vista de un productor ecológico, Antonio Ruiz, ex
presidente del Comité Aragonés de Agricultura Ecológica, nos recordaba
los numerosos casos de contaminación genética que han sufrido los
agricultores aragoneses y catalanes que apostaron por el maíz ecológico,
con sus consecuentes pérdidas. Una alternativa que es rentable,
ambiental y socialmente, es marginada y maltratada por las autoridades
públicas en favor de los intereses de unas multinacionales.
Y desde un punto de vista de la cadena alimentaria en su conjunto,
Julien Milanesi, economista e investigador asociado a la Universidad de
Pau, Francia, nos explicaba que «el incremento de costes que suponía el
cultivo de transgénicos en Francia -cuando estaba permitido- recaía
directamente sobre aquellos productores y productoras, procesadores o
empresas que querían ofrecer alimentos libres de transgénicos.
Indefensión jurídica
Hay una materia a menudo olvidada en el análisis de
la situación de los transgénicos, y este es el análisis jurídico. Ana
Carretero, profesora de Derecho Civil y Vicedecana de la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Castilla – La Mancha,
nos recordaba «la increíble e intolerable indefensión jurídica que
sufren en el Estado Español tanto agricultores y agricultoras como las
personas consumidoras frente a la imposición de los transgénicos». Y
animaba a utilizar las herramientas de las que aún disponemos en la
legislación para hacer frente al poder de estas multinacionales.
Daños sobre la salud
Una de las grandes incertidumbres de los cultivos y
alimentos transgénicos son los potenciales riesgos para la salud.
Siempre han faltado estudios independientes, estudios a largo plazo. Ha
sido una de las áreas mantenidas más oscuras por multinacionales y
gobiernos. Se sospechó de posibles generaciones de alergias, de
toxicidad a largo plazo.
Pero las investigaciones de personas como
Gilles Eric Serallini, Catedrático de Biología Molecular de la
Universidad de Caen han encontrado efectos inesperados significativos en
los experimentos hechos por la propia Monsanto.
Los animales con los
que se experimentó reflejaron toxicidad renal y hepática, entre otros
efectos. «Con pruebas nutricionales en animales, no hay cultivos
transgénicos rentables. Sólo lo son si no se le piden estas pruebas… que
sin embargo serían esenciales para poder hablar de seguridad sanitaria.
Sólo se comercializan transgénicos porque la evaluación científica es
deficiente» concluía Serallini.
Y acusaba a la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) de
ser, más que una autoridad científica, un lobby. Y no es de extrañar
después de todos los casos de conflicto de intereses y paso constante
desde esta agencia que evalúa los transgénicos a la industria.
Una ciencia más democrática y socialmente comprometida
Uno de los aspectos fundamentales de todas las
jornadas fue la patente necesidad de una ciencia más democrática, y de
una mayor implicación social de científicos y tecnólogos. Cuando
hablamos de alianzas en la lucha contra los transgénicos y en la
construcción del movimiento por la Soberanía Alimentaria, la parte
académica es fundamental.
La Red Europea por una Ciencia Social y
Ambientalmente Responsable (ENSSER en sus siglas en inglés), a la que
pertenecen muchos de los participantes de las jornadas, es un buen
ejemplo.
La necesidad de un cambio de modelo
Para cerrar las jornadas, se insistía en la
necesidad de apostar por una mayor conciencia ecológica y un modelo de
agricultura respetuoso con el medio, alejado del modelo de agricultura
industrial que representan los cultivos transgénicos.
Un modelo que pasa por la agricultura campesina. O como nos recordaba
Jeromo Aguado, campesino, «queremos seguir siendo campesinos y
campesinas, no queremos ser dependientes, queremos ser autónomos,
queremos producir alimentos sanos, para las personas, y no para los
mercados.
Queremos producir nuestras semillas, que siempre han sido muy
productivas, no productivistas. Y queremos vivir en los pueblos.
Viviendo en los pueblos es la única forma de mantener nuestras
culturas».
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