Por Rigoberto Palma
La muerte del ex presidente Flores, como es natural, es motivo de dolor para sus familiares y amistades. Para el pueblo significa la imposibilidad de verlo entre barrotes y despojado de los recursos públicos que usurpó.
La muerte prematura de Flores tuvo dos causas fundamentales. La primera fue su propia soberbia, que lo indujo a burlarse del Estado y del pueblo, pero que no lo liberó de la vergüenza de errar como prófugo y terminar arrestado. La segunda fue la presión que recibió para que encubriera los desmanes de su partido y de los oligarcas para los que trabajó.
Como Presidente de la República, Flores se caracterizó por mentirle al pueblo, beneficiar a los oligarcas y obedecer al gobierno de Estados Unidos. Flores mintió cuando dolarizó la economía y dijo que circularían dos monedas, ofreció falsas maravillas con los TLC y dijo muchas otras barbaridades. Su gobierno aprobó un contrato de privatización de la energía geotérmica, siguió dañando al agro, envió tropas a Iraq para acompañar la invasión imperial a ese país y profundizó la corrupción pública y privada. Flores también quiso privatizar la salud, pero el pueblo se lo impidió.
Sin embargo, el señor Flores, que fue un verdugo del pueblo, terminó asustado por sus propias obras y liquidado por la presión de sus compañeros y socios, quienes simulan estar conmovidos por su muerte pero brindan en privado por la desaparición de un buen testigo de sus delitos.
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