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Solo tres días después de aquella matanza de palestinos del campo de refugiados de Sabra y Chatila, el mundo conoció el 19 de septiembre de 1982 su horror.
No fue hasta el final que acudieron equipos de la Cruz Roja, y de Defensa civil, fotógrafos corresponsales de prensa como Thomas L. Friedman, del New York Times, al que había conocido antes como modesto redactor de la UPI de Beirut, o el escritor francés Jean Genet que dieron su desgarrador testimonio a la imprenta.
Fotografiaron y describieron la carnicería de montículos de cadáveres, hincados al sol, algunos mutilados, torturados. No había tiempo de enterrarlos a todos y se cavaron fosas comunes.
Los habitantes de Sabra y Chatila contaron que hubo cinco mil muertos. El periodista israelí Kapeliouk estimó que fueron tres mil, la comisión Kahane en su informe basado en datos del ejército israelí, estableció el número de sus víctimas entre setecientos y ohocientos. Ahora se estima que fueron alrededor de dos mil los muertos, y que incluso casi la mitad eran libaneses musulmanes que convivían con los palestinos.
Fue precisamente en las conclusiones de la comisión Kahane donde se calificó a Ariel Sharon indigno de continuar desempeñando el cargo de Ministro de Defensa, imputándole la responsabilidad indirecta de la matanza, cometida por los hombres de las falanges libanesas -la milicia cristiana extremista- de la familia Gemayel. Sharon fue forzado a dimitir. Treinta años después los criminales del Líbano y de Israel, siguen impunes.
Este aniversario embaraza al Líbano con sus traumas de la guerra civil nunca curados. Muchos periódicos beirutíes han evocado con profusión de páginas el asesinato del presidente Bachir Gemayel el 14 de septiembre de 1982, dos días antes de Sabra y Chatila, considerada como una especie de violenta reacción falangista contra los palestinos, con los que se enfrentaron al principio de la guerra en abril del 1975, y apenas se han ocupado de esta conmemoración celebrada, como reza uno de los carteles de la explanada en la que sepultaron las víctimas ¨para no olvidar la matanza¨.
Con Khaled Sarris, oriundo del pueblo de Majd el Kurum, cuyo padre fue uno de los primeros habitantes de este campo de tiendas de lona, armado en 1950, sobre terrenos de dos libaneses, Nakad, un cristiano, Druss, un druso, administrados por un notable, llamado Chatila Pacha, vuelvo a recorrer su perímetros tan exiguo.
Este aniversario embaraza al Líbano con sus traumas de la guerra civil nunca curados. Muchos periódicos beirutíes han evocado con profusión de páginas el asesinato del presidente Bachir Gemayel el 14 de septiembre de 1982, dos días antes de Sabra y Chatila, considerada como una especie de violenta reacción falangista contra los palestinos, con los que se enfrentaron al principio de la guerra en abril del 1975, y apenas se han ocupado de esta conmemoración celebrada, como reza uno de los carteles de la explanada en la que sepultaron las víctimas ¨para no olvidar la matanza¨.
Con Khaled Sarris, oriundo del pueblo de Majd el Kurum, cuyo padre fue uno de los primeros habitantes de este campo de tiendas de lona, armado en 1950, sobre terrenos de dos libaneses, Nakad, un cristiano, Druss, un druso, administrados por un notable, llamado Chatila Pacha, vuelvo a recorrer su perímetros tan exiguo.
Sabra y Chatila -Sabra, de hecho, es una larga calle convertida en pobre mercadillo popular, donde viven chiis libaneses y palestinos sunis, mientras que Chatila es propiamente dicho el campo de refugiados con una población de doce mil habitantes- apenas tienen un kilómetro cuadrado de superficie, incrustado en barrios musulmanes del oeste de la capital. Sus callejuelas, sus pasadizos, a veces de poco menos de un metro de anchura, sus descampados de escombros y basuras, están limitados por una suerte de arcos levantados en las calles en los que ondean ajadas banderas palestinas, amarillas imágenes de Yasser Arafat, el històrico jefe de la OLP.
En un extremo se extiende la explanada, el camposanto cerrado con una verja de hierro, donde sepultaron los cadáveres de aquella escandalosa matanza. Como cada año sobre ella convergen jefes palestinos, delegados procedentes de Europa y América, representantes de oenegés extranjeras, vecinos que anhelan mantener vivo el recuerdo. Entre flores hay algunas fotografías de las víctimas de aquel episodio del delito de masas. Por un altavoz repiten fatigados lemas ¨Resistencia hasta la victoria¨, ¨Resistencia hasta la completa liberación de Palestina con Jerusalén como capital¨. Antes, en una intervención conmemorativa en la sala de actos del ayuntamiento de Gobeiri, a cuyo término municipal pertenece este campo de refugiados, un dirigente palestino con tono realista, se refirió a que mientras los refugiados no pudiesen retornar a su originaria tierra habría que permitirles construir viviendas más dignas que las actuales. La ley libanesa prohibe las obras de ampliación del vecindario y la edificación de nuevas casas. Incluso no se pueden cavar nuevas sepulturas en estos angostos cementerios palestinos de Beirut.
Sabra y Chatila conmovieron aquel otoño al mundo entero. Cuando creíamos terminada la guerra, de la que fui testigo todo aquel verano, con la evacuación de los guerrilleros palestinos derrotados por el ejercito israelí, la matanza de Chatila fue uno de sus más horrendos y más resonantes episodios en el mundo. Arafat había advertido que con la retirada de sus fedayines, aumentaba la vulnerabilidad de la población civil refugiada, en la cruenta y larga guerra libanesa. Años después volvió a ser víctima del asedio, de los ataques desde 1985 a 1987 de los milicianos, esta vez de los chiis libaneses de la organización del Amal.
Sabra y Chatila conmovieron aquel otoño al mundo entero. Cuando creíamos terminada la guerra, de la que fui testigo todo aquel verano, con la evacuación de los guerrilleros palestinos derrotados por el ejercito israelí, la matanza de Chatila fue uno de sus más horrendos y más resonantes episodios en el mundo. Arafat había advertido que con la retirada de sus fedayines, aumentaba la vulnerabilidad de la población civil refugiada, en la cruenta y larga guerra libanesa. Años después volvió a ser víctima del asedio, de los ataques desde 1985 a 1987 de los milicianos, esta vez de los chiis libaneses de la organización del Amal.
En una discreta mezquita, en medio del laberinto del vecindario, enterraron a trescientos setenta y cinco cadáveres de la llamada ¨guerra de los campos¨. En este aniversario, los palestinos no pudieron disimular su frustración y su división escandalosa. Al paso de la marcha conmemorativa, por la larga calle de Sabra, con sus abanderados, sus uniformados, scuts, sus fanfarrias de música, un vendedor de legumbres y frutas exclamaba “¡Todo esto para nada!¨.
Fuente: La Vanguardia
Fuente: La Vanguardia
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