miércoles, 12 de septiembre de 2012

La pendiente independencia de Centroamérica

panoramio.com
Por Ollantay Itzamná - Rebelión

Hace 191 años, el 15 de septiembre del 1821, la Capitanía General de Guatemala, formada por las provincias de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Chiapas, proclamaba su “independencia” del dominio español sin rupturas revolucionarias ni actos heroicos. 

Los invasores se “fueron” como vinieron y quedaron élites criollas y ladinas rentabilizando el régimen de despojo establecido por la colonia. Los primeros se aglutinaron en el partido conservador y los segundos, en el partido liberal.

La motivación de aquella “independencia” sin cambios revolucionarios no fue ningún proyecto político, sino las ansias de legalizar el comercio de contrabando que ya practicaban durante la colonia. Ante la incapacidad de gestar un proyecto político independiente, la élite “independentista” anexa el territorio centroamericano al dominio del Imperio mexicano de Iturbide hasta 1823, fecha en la que éste emperador disolvió su Imperio.

Desde los inicios, los conservadores fueron dados a entregarse al dominio inglés y los liberales al dominio norteamericano. Ambas élites se sentían incapaces de “gobernar” con soberanía un territorio que jamás lograron comprender. Hasta que en 1850, estadounidenses e ingleses firman el Tratado de Bulwer-Clayton para no agredirse y compartir el dominio colonial en la Centroamérica “independiente”.

Es importante indicar que, como un rayo en cielo despejado, desde las montañas de Honduras apareció el criollo liberal Francisco Morazán con la propuesta de una República Federal centroamericana. Aquel autodidacta emprendió una ardua batalla, por casi una década, para hacer de Centroamérica un pueblo soberano con una ciudadanía pensante, pero el oscurantismo clerical (que se resistía a renunciar al diezmo, servidumbre indígena, etc.) y la avaricia provinciana de las élites civiles enquistadas en sus feudos pudieron más. A Morazán lo fusilaron, en defensa de la religión y de Centroamérica, el 15 de septiembre de 1842, en Costa Rica.

En la segunda mitad del siglo XIX se intentaron varias revoluciones liberales inconclusas para modernizar e independizar Centroamérica, pero todas fueron aplastadas por el tétrico oscurantismo religioso y la ofuscación mental de los nuevos patronos. Sin embargo este territorio se entregó en bandeja a foráneos vendedores de plátano, traficantes de madera, cafetaleros, etc. Actualmente hasta las maquilas huyen de países como Honduras, Guatemala o El Salvador porque las condiciones de muerte son insoportables incluso para los mismos delincuentes.

Costa Rica despegó como país porque en las primeras décadas del siglo XX sus élites civiles y militares decidieron dar un quiebre histórico y apostaron con seriedad y sostenibilidad a un proyecto de país basado en la educación de sus habitantes. Es decir, estimularon más la razón que la fe. Pero en el resto de los países de la región, en las escuelas y universidades aún se sigue enseñando la Biblia de memoria, haciendo de su población una sociedad crédula, sumisa, resignada, providencialista, a la espera de la segunda venida del Señor que nunca llega.

El siglo XX fue testigo de varios intentos independentistas promovidos por los sectores sociales de tendencia de izquierda. Pero los terratenientes y militares, desde los estados plutocráticos, empujaron a la clandestinidad a las personas portadoras de los sueños de dignidad e independencia. Y así, en el monte, masacraron militarmente a los alzados en armas. En Guatemala la revolución triunfó antes de las luchas guerrilleras, pero fue abortada por el golpe militar promovido por el gobierno de los EEUU desde Honduras en 1954. En Nicaragua, el triunfo transitorio del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en 1979, sembró las bases del actual proceso sandinista que convierte a esta nación en el país más seguro y menos violento de la región, fuera de Costa Rica.

Si en las últimas décadas del siglo XX Centroamérica fue convertida en un hangar militar norteamericano para atacar al fantasma del comunismo en América Latina, ahora, un incontenible ejército de ejecutivos de empresas extranjeras diseña e implementa planes para esquilmar los últimos bienes comunes que dejó escapar en los cinco siglos de colonialismo externo e interno. Y, ante la emergente resistencia social organizada al neoliberalismo recargado, las bases militares norteamericanas vuelven al territorio que jamás abandonaron “para luchar contra las drogas”. Un negocio que ellos mismos promovieron y promueven para inyectar capitales frescos a su sistema financiero que no puede subsistir sin el crimen.

En el siglo XXI Centroamérica, por su ubicación geopolítica, se ha convertido en un terreno de fuego cruzado en el que la soberbia del Norte prepotente y la soberanía digna del Sur definirán el éxito o el fracaso de la vida en el planeta. Y el triunfo de la vida digna y soberana no depende de la voluntad, ni de la inteligencia de las élites adictas a la dependencia, sino de los nuevos sujetos sociopolíticos emergentes y atrevidos que emprenden el tortuoso sendero de la emancipación que las élites siempre rehuyeron.

Centroamérica no tiene tiempo para continuar esperando al Mesías o al Libertador que nunca llega, ni llegará. Cada uno de nosotros debemos atrevernos a emprender el camino del amor propio, la autonomía solidaria y el pensamiento crítico. Centroamérica no está condena a subsistir por siempre como el panteón o la frontera de la muerte. Nuestro destino es definir la victoria de la civilización de la vida que puja desde el Sur sobre la barbarie de la muerte norteña. Para eso nos puso la Madre Tierra en el centro de nuestra Abya Yala. 


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