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Por Ignacio Ramonet - Le Monde Diplomatique
Cuando se acaban de
cumplir diez años desde los atentados del 11 de septiembre y tres años
desde la quiebra del banco Lehman Brothers ¿cuáles son las
características del nuevo “sistema-mundo”?
La norma actual son los
seísmos. Seísmos climáticos, seísmos financieros y bursátiles, seísmos
energéticos y alimentarios, seísmos comunicacionales y tecnológicos,
seísmos sociales, seísmos geopolíticos como los que causan las
insurrecciones de la “Primavera árabe”...
Hay una falta de
visibilidad general. Acontecimientos imprevistos irrumpen con fuerza sin
que nadie, o casi nadie, los vea venir. Si gobernar es prever, vivimos
una evidente crisis de gobernanza. Los dirigentes actuales no consiguen
prever nada. La política se revela impotente. El Estado que protegía a
los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia
representativa: “No nos representan”, dicen con razón los “indignados”.
La gente constata el derrumbe de la autoridad política y reclama que
ésta vuelva a asumir su rol conductor de la sociedad por ser la única
que dispone de la legitimidad democrática. Se insiste en la necesidad de
que el poder político le ponga coto al poder económico y financiero.
Otra constatación: una carencia de liderazgo político a escala
internacional. Los líderes actuales no están a la altura de los
desafios.
Los países ricos (América del Norte, Europa y Japón)
padecen el mayor terremoto económico-financiero desde la crisis de 1929.
Por primera vez, la Unión Europea ve amenazada su cohesión y su
existencia. Y el riesgo de una gran recesión económica debilita el
liderazgo internacional de Norteamérica, amenazado además por el
surgimiento de nuevos polos de poderío (China, la India, Brasil) a
escala internacional.
En un discurso reciente, el Presidente de
Estados Unidos anunció que daba por terminadas “las guerras del 11 de
septiembre”, o sea las de Irak, de Afganistán y contra el “terrorismo
internacional” que marcaron militarmente esta década. Barack Obama
recordó que “cinco millones de Americanos han vestido el uniforme en el
curso de los últimos diez años”. A pesar de lo cual no resulta evidente
que Washington haya salido vencedor de esos conflictos. Las “guerras del
11 de septiembre” le costaron al presupuesto estadounidense entre 1
billón (un millón de millones) y 2,5 billones de dólares. Carga
financiera astronómica que ha tenido repercusiones en el endeudamiento
de Estados Unidos y, en consecuencia, en la degradación de su situación
económica.
Esas guerras han resultado pírricas. En cierta
medida, finalmente, Al Qaeda se ha comportado con Washington de igual
modo que Reagan lo hizo con respecto a Moscú cuando, en los años 1980,
le impuso a la URSS una extenuante carrera armamentística que acabó
agotando al imperio soviético y provocando su implosión. El
“desclasamiento estratégico” de Estados Unidos ha empezado.
En
la diplomacia internacional, la década ha confirmado la emergencia de
nuevos actores y de nuevos polos de poder sobre todo en Asia y en
América Latina. El mundo se “desoccidentaliza” y es cada vez más
multipolar. Destaca el rol de China que aparece, en principio, como la
gran potencia en ciernes del siglo XXI. Aunque la estabilidad del
Imperio del Medio no está garantizada pues coexisten en su seno el
capitalismo más salvaje y el comunismo más autoritario. La tensión entre
esas dos fuerzas causará, tarde o temprano, una fractura. Pero, por el
momento, mientras declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de
China se confirma. Ya es la segunda potencia economica del mundo (por
delante de Japón y Alemania). Además, por la parte importante de la
deuda estadouninese que posee, Pekín tiene en sus manos el destino del
dólar...
El grupo de Estados gigantes reunidos en el BRICS
(Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) ya no obedece
automáticamente a las consignas de las grandes potencias tradicionales
occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia) aunque éstas se
sigan autodesignando como “comunidad internacional”. Los BRICS lo han
demostrado recientemente en las crisis de Libia y de Siria oponiéndose a
las decisiones de las potencias de la OTAN y en el seno de la ONU.
Decimos que hay crisis cuando, en cualquier sector, algún mecanismo
deja de pronto de funcionar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa
ruptura impide que el conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo
que está ocurriendo en la economía desde que estalló la crisis de las sub-primes en 2007.
Las
repercusiones sociales del cataclismo económico son de una brutalidad
inédita: 23 millones de parados en la Unión Europea y más de 80 millones
de pobres… Los jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso,
de Madrid a Tel Aviv, pasando por Santiago de Chile, Atenas y Londres,
una ola de indignación levanta a la juventud del mundo.
Pero
las clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de
crecimiento las abandona al borde del camino. En Israel, una parte de
ellas se unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal del
Gobierno de Benjamín Netanyahu.
El poder financiero (los
“mercados”) se ha impuesto al poder político, y eso desconcierta a los
ciudadanos. La democracia no funciona. Nadie entiende la inercia de los
gobiernos frente a la crisis económica. La gente exige que la política
asuma su función e intervenga para enderezar los entuertos. No resulta
fácil; la velocidad de la economía es hoy la del relámpago, mientras que
la velocidad de la política es la del caracol. Resulta cada vez más
dificil conciliar tiempo económico y tiempo político. Y también crisis
globales y gobiernos nacionales.
Los mercados financieros
sobrerreaccionan ante cualquier información, mientras que los organismos
financieros globales (FMI, OMC, Banco Mundial, etc.) son incapaces de
determinar lo que va a ocurrir. Todo esto provoca, en los ciudadanos,
frustración y angustia. La crisis global produce perdedores y ganadores.
Los ganadores se encuentran, esencialmente, en Asia y en los países
emergentes, que no tienen una visión tan pesimista de la situación como
la de los europeos. También hay muchos ganadores en el interior mismo de
los países occidentales cuyas sociedades se hallan fracturadas por las
desigualdades entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más
pobres.
En realidad, no estamos soportando una crisis, sino un
haz de crisis, una suma de crisis mezcladas tan intimamente unas con
otras que no conseguimos distinguir entre causas y efectos. Porque los
efectos de unas son las causas de otras, y asi hasta formar un verdadero
sistema. O sea, nos enfrentamos a una crisis sistémica del mundo
occidental que afecta a la tecnología, la economía, el comercio, la
política, la democracia, la guerra, la geopolítica, el clima, el medio
ambiente, la cultura, los valores, la familia, la educación, la
juventud, etc.
Vivimos un tiempo de “rupturas estratégicas”
cuyo significado no comprendemos. Hoy, Internet es el vector de la
mayoría de los cambios. Casi todas las crisis recientes tienen alguna
relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y de la
información. Los mercados financieros, por ejemplo, no serían tan
poderosos si las órdenes de compra y venta no circulasen a la velocidad
de la luz por las autopistas de la comunicación que Internet ha puesto a
su disposición. Más que una tecnología, Internet es pues un actor de
las crisis. Basta con recordar el rol de WikiLeaks, Facebook, Twitter
en las recientes revoluciones democráticas en el mundo árabe.
Desde el punto de vista antropológico, estas crisis se están traduciendo
por un aumento del miedo y del resentimiento. La gente vive en estado
de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante
amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los
choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la
inseguridad generalizada... Todo ello constituye un desafio para las
democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en
repudio. En varios países europeos, ese odio se dirige hoy contra el
extranjero, el inmigrante, el diferente. Está subiendo el rechazo hacia
todos los “otros” (musulmanes, gitanos, subsaharianos, “sin papeles”,
etc.) y crecen los partidos xenófobos.
Otra grave preocupación
planetaria: la crisis climática. La conciencia del peligro que
representa el calentamiento general se ha extendido. Los problemas
ligados al medio ambiente se están volviendo altamente estratégicos. La
próxima Cumbre mundial del clima, que tendrà lugar en Rio de Janeiro en
2012, constatarà que el número de grandes catástrofes naturales ha
aumentado así como su carácter espectacular. El reciente accidente
nuclear de Fukushima ha aterrorizado al mundo. Varios gobiernos ya han
dado marcha atrás en materia de energía nuclear y apuestan ahora –en un
contexto marcado por el fin próximo del petróleo– por las energías
renovables.
El curso de la globalización parece como
suspendido. Se habla cada vez más de desglobalización, de
descrecimiento... El péndulo había ido demasiado lejos en la dirección
neoliberal y ahora prodría ir en la dirección contraria. Ya no es tabú
hablar de proteccionismo para limitar los excesos del libre comercio, y
poner fin a las deslocalizaciones y a la desindustrialización de los
Estados desarrollados. Ha llegado la hora de reinventar la política y de
reencantar el mundo.
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