CCC |
La reducción de la desigualdad, el acceso a los servicios sociales y los
planes para construir un canal interoceánico dibujan un alentador
panorama para el país
Por Sergio G. Gallo | Granma
Los nicaragüenses tienen más de una razón para celebrar este 19 de julio el aniversario 35 de la Revolución Popular Sandinista. La fecha que marca la caída de una de las dictaduras más brutales de la región llega en un momento clave para el país, cuando se consolida la nueva ola de cambios iniciados en el 2007 y se materializan visionarios proyectos que podrían transformar la sociedad, la economía e incluso los mapas del país.
Aunque no se le puede llamar venganza, los sucesos del siglo pasado tienen algo de lección del destino. Cuatro décadas y media después de que Anastasio Somoza padre traicionara y planeara el asesinato del General de hombres libres Augusto C. Sandino, una nueva generación de jóvenes nicaragüenses inspirados en los ideales sandinistas puso fin al régimen continuado por sus hijos con el apoyo de los Estados Unidos.
Con la entrada a Managua de las fuerzas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) el 19 de julio de 1979 —Somoza hijo había huido dos días antes con las arcas del país— se materializaba una de las peores pesadillas norteamericanas, el triunfo de una fuerza guerrillera revolucionaria en América Latina que no escondía su inspiración en los hombres y mujeres que lograron lo imposible en la Sierra Maestra.
Como había dicho Carlos Fonseca —fundador del FSLN fallecido pocos años antes de la victoria— la lucha en Nicaragua no era para derrotar una camarilla, sino para derrocar un sistema.
La respuesta de Estados Unidos a la alfabetización, la redistribución de la tierra y los planes de salud que se implementaron en cortísimo tiempo y que contaron con la ayuda solidaria cubana, fue una guerra sucia que provocó decenas de miles de muertos y creó un profundo cisma en la sociedad y las familias nicaragüenses.
Ante la imposibilidad de utilizar fondos federales para promover la subversión en Nicaragua, el presidente Ronald Reagan y la CIA elaboraron un complejo plan que incluía ventas ilegales de armas y tráfico de drogas desde Colombia a los Estados Unidos para comprar armas y entregarlas a los “Contras”, como se le llamó a las fuerzas no convencionales que sirvieron como mercenarios norteamericanos.
Con la entrada a Managua de las fuerzas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) el 19 de julio de 1979 —Somoza hijo había huido dos días antes con las arcas del país— se materializaba una de las peores pesadillas norteamericanas, el triunfo de una fuerza guerrillera revolucionaria en América Latina que no escondía su inspiración en los hombres y mujeres que lograron lo imposible en la Sierra Maestra.
Como había dicho Carlos Fonseca —fundador del FSLN fallecido pocos años antes de la victoria— la lucha en Nicaragua no era para derrotar una camarilla, sino para derrocar un sistema.
La respuesta de Estados Unidos a la alfabetización, la redistribución de la tierra y los planes de salud que se implementaron en cortísimo tiempo y que contaron con la ayuda solidaria cubana, fue una guerra sucia que provocó decenas de miles de muertos y creó un profundo cisma en la sociedad y las familias nicaragüenses.
Ante la imposibilidad de utilizar fondos federales para promover la subversión en Nicaragua, el presidente Ronald Reagan y la CIA elaboraron un complejo plan que incluía ventas ilegales de armas y tráfico de drogas desde Colombia a los Estados Unidos para comprar armas y entregarlas a los “Contras”, como se le llamó a las fuerzas no convencionales que sirvieron como mercenarios norteamericanos.
La pausa neoliberal y el regreso sandinista
En esas condiciones, no fue sorprendente el resultado de las elecciones de 1990, que transcurrieron en medio de la guerra y bajo la influencia de los sucesos en Europa del Este. Las fuerzas de la oligarquía se unieron a un apellido de las familias que habían dominado el país, los Chamorro. Estados Unidos no hizo ningún comentario cuando el Gobierno Sandinista, al que había acusado de dictatorial, reconoció la derrota y abandonó pacíficamente el poder.
Los logros sociales promovidos por el FSLN en poco más de una década fueron descartados. Los índices de salud, alfabetización y justicia social comenzaron a descender dolorosamente. El balance de las tres presidencias neoliberales habla por sí solo: el 80% de sus casi seis millones de habitantes en el umbral de la pobreza, la mitad en paro o en subempleo, salarios de miseria y una deuda pública asfixiante.
Con una derecha dividida y lastrada por los constantes y sonados escándalos de corrupción, la victoria electoral del comandante Daniel Ortega en noviembre del 2006 marcó el retorno del sandinismo al poder y el inicio de lo que podría llamarse una segunda etapa de la Revolución popular, sustentada en la búsqueda de la unidad y en valores cristianos, socialistas y solidarios.
Aunque el triunfo del 2006 fue ajustado, los resultados de cinco años de gestión se revirtieron en una atronadora supremacía en las elecciones del 2011, cuando Ortega obtuvo más de 1,5 millones de votos, una de las cifras más altas obtenidas por un presidente nicaragüense en toda la historia. Una muestra clara de apoyo al liderazgo sandinista que se complementó con la popularidad ganada por la coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, Rosario Murillo, compañera de vida de Ortega.
El Comandante en Jefe Fidel Castro dedicó una de sus reflexiones a abordar el éxito sandinista en el 2011: “Nunca adoptó posiciones extremistas y fue siempre invariablemente fiel a principios básicos”, dijo en referencia al comandante nicaragüense.
“Se convirtió así en un factor de unidad entre los revolucionarios y sostuvo constantes contactos con el pueblo. A eso se debió la gran ascendencia que adquirió entre los sectores más humildes de Nicaragua”, añadió.
Una economía con viento en popa
A pesar de haber coincidido con una etapa convulsa de la economía internacional, los últimos años de Gobierno sandinista se han destacado por una eficiente gestión financiera y un crecimiento promedio de 4,5 % del PIB, superior a la media de la región.
Nicaragua atrajo un total de 1 388 millones de dólares en términos de ingresos brutos de inversión extranjera en el 2013, lo que representa un incremento de 8 % comparado a los poco más de 1 200 millones recibidos durante el 2012.
Según el Centro de Exportaciones e Inversiones, los principales productos que se venden en el extranjero continúan siendo el café, la carne, el oro y el azúcar. Una tendencia que el Ejecutivo se ha planteado cambiar en el mediano plazo para transformar la matriz productiva dependiente de productos básicos y lograr avanzar en aquellos con mayor valor añadido.
En ese sentido, la experiencia de las Zonas Francas ha tenido un aumento exponencial en la última década. Esa actividad económica generó el año pasado unos 2 535 millones de dólares en exportaciones, un 52 % de las cifras totales del país de acuerdo con datos oficiales.
Para garantizar no solo el empleo y la generación de riquezas, sino los derechos de los trabajadores y la calidad de la contratación, el Estado ha creado convenios tripartitos entre empresarios, gobierno y trabajadores, en una experiencia que ha sido valorada como muy positiva por organismos internacionales y sindicatos del mundo entero.
Pero la gran esperanza de la economía nicaragüense para las próximas décadas se ha cifrado en un sueño centenario que está hoy más cerca que nunca: la construcción de un canal interoceánico que enlace el Pacífico con el Atlántico a través de los grandes lagos con que cuenta el país.
La inversión planificada por una empresa constructora china ya en fase de implementación será superior a los 40 mil millones de dólares. En la obra trabajarán más de 200 mil personas y respetará los principios ambientales, según información brindada recientemente por los empresarios involucrados.
Se espera que el Gran Canal Interoceánico de Nicaragua asuma el 5 % del tráfico internacional de buques y que dinamice el comercio en toda la región y en especial en el Mar Caribe, donde también está enclavado el puerto cubano de Mariel y la Zona Especial de Desarrollo en construcción.
Los analistas apuntan que los beneficios para el país serán importantes y consideran que una vez puesto en marcha se podría duplicar en pocos años el PIB nacional.
La nueva Nicaragua
La voluntad política, los buenos resultados económicos y la participación de Nicaragua en proyectos de integración de nuevo tipo como el Alba y Petrocaribe han tenido un profundo impacto en la transformación de los indicadores sociales y el bienestar colectivo en el país.
Recientemente el ministro de Hacienda y Crédito Público, Iván Acosta, aseguró que la pobreza en Nicaragua se redujo un 8 % en los últimos siete años. En el 2006 esa cifra era superior al 50 % y la extrema rondaba el 23 %, recordó. En estos momentos solo el 14 % de la población está en condiciones de miseria, mientras que la pobreza general se redujo unos ocho puntos.
Del 2007 al 2013, el ejecutivo destinó el doble del promedio anual para combatir la pobreza, en comparación con el invertido entre el 2002 y el 2006. Solo el gasto social ocupó el 56,6 % del Presupuesto General y se dirigió principalmente a la educación y la salud gratuita y universal.
A pesar de que resta aún mucho por hacer para compensar una deuda social acumulada a lo largo de siglos, las cifras ubican a Nicaragua entre los países con resultados más notables en este campo.
Ese avance en el área social también explica cómo ha logrado convertirse en una isla prácticamente inmune al escenario de violencia que la rodea en Centroamérica, con más de 900 maras o pandillas activas y alrededor de 70 mil personas dedicadas a delinquir.
La tasa de homicidios se redujo a nueve de cada cien mil habitantes en la última década, la más baja de Centroamérica y la segunda de América Latina.
Las autoridades sandinistas han reconocido el protagonismo que ha tenido en estos esfuerzos la solidaridad y la integración regional. Una de las primeras acciones de gobierno de Daniel Ortega fue la incorporación de su país a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y Petrocaribe, proyectos históricos surgidos del genio de los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez.
Nicaragua se ha sumado también con fuerza a las voces que claman por una América Latina unida dentro de la diversidad en espacios como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Esos espacios se han revertido en recursos para financiar programas de construcción de viviendas, bonos productivos para el campesinado, carreteras, Centros de Desarrollo Infantil, entre otros proyectos que se otorgan sin imponer condiciones.
En esta nueva etapa ha estado presente la solidaridad cubana que nunca abandonó al pueblo nicaragüense, ni siquiera en la época de gobiernos neoliberales, cuando el país fue azotado por el huracán Mitch y centenares de médicos de la Isla acudieron a la ayuda de los sectores populares más afectados.
En la actualidad, el impacto de la colaboración cubana se siente en programas como “Todos con voz” para personas con discapacidad, la asistencia de salud integral, la “Operación Milagro” y la formación de profesionales en distintas áreas.
Pero quizás la principal carta de triunfo que posee es el protagonismo que vienen asumiendo las nuevas generaciones. Decenas de miles de jóvenes se han formado para prevenir junto a la Policía las manifestaciones de narcotráfico. Otros miles han creado brigadas para la reconstrucción de casas destruidas durante los fuertes temblores de tierra de principios de este año.
Las celebraciones multitudinarias que se vienen sucediendo por toda Nicaragua y que tendrán su punto cúspide este sábado 19 de julio en Managua, son una muestra de compromiso con la Historia, pero sobre todo evidencian la seguridad de que están abiertas las compuertas del éxito para el futuro.
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