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En los últimos 10 días se ha formado un movimiento en demanda de "cambios" en Brasil. Todo comenzó con movilizaciones pequeñas, que no lograron reunir a más de tres mil personas, protestando contra un aumento de veinte centavos de real –menos de diez centavos de dólar– en los buses de San Pablo. Ahora son decenas de miles en varias ciudades del país.
Demandan una serie de cosas, aparte de parar el alza del transporte: mejorar la pésima calidad de los servicios públicos como la educación y la salud, así como la del transporte colectivo en general. Protestan contra que se invierta en un mundial de fútbol ante tantas necesidades. También protestan contra la corrupción del sistema político brasileño, efectivamente diseñado para mediatizar todo esfuerzo que intente realizar cambios profundos.
Pero también, hay que decirlo, esas protestas tienen lugar en un país cuyo gobierno ha sacado a unos 40 ó 50 millones de personas (20-25% de la población) de la pobreza. La clase media brasileña es la que más ha crecido en América Latina desde los años 90, del 20 al 50% o más hoy en día. En los últimos años, la inflación se mantuvo bajo control, el poder adquisitivo del salario medio creció en términos reales, el desempleo sigue en niveles mínimos y el gobierno de Dilma Rousseff muestra cifras altísimas de aprobación. Incluso hoy, luego de la difusión de escenas de represión policial contra las protestas en algunos lugares, a pesar de haber caído 8 puntos porcentuales, ésta se mantiene en un envidiable 55% para el gobierno y 77% para la presidenta.
Inicialmente, los manifestantes fueron enfrentados con violencia de parte de las autoridades, pero la actitud del gobierno ha sido conciliadora: Varias de las ciudades han anunciado la suspensión de la planeada alza del precio del pasaje, así como diálogo a los manifestantes. "Las protestas demuestran el valor de la democracia y revelan que los ciudadanos están a la búsqueda de sus derechos", afirmó ayer Rousseff después de que el lunes marcharan unas 250.000 personas en todo el país.
La presidenta valoró el espíritu pacífico de las personas que se movilización. "Supera los mecanismos tradicionales de las instituciones, partidos políticos o sindicatos", sostuvo. Según Rousseff, "las manifestaciones comprueban la grandeza de nuestra democracia y el civismo de nuestra población y suponen un mensaje directo a los gobernantes en todas las instancias".
"Las demandas de la población por ciudadanía, mejores escuelas, hospitales, transporte público de calidad y a un precio justo, por el derecho a influir en las decisiones de los gobiernos, en repudio de la corrupción y el desvío de dinero público, comprueban el valor intrínseco de la democracia", dijo la presidenta.
Obviamente, las manifestaciones en el Brasil obedecen a problemas reales, pero no son el inicio de una revolución contra un gobierno reaccionario, o al menos no contra un partido de gobierno reaccionario, sino contra uno de amplia base popular.
A estas manifestaciones, que han llegado a movilizar a 250 mil personas en 12 ciudades, se las ha comparado a las que en 1992 obligaron a renunciar al entonces presidente Fernando Collor de Mello. En lo que no se piensa es que el Brasil de hoy tiene 30% más habitantes que entonces, está mucho más urbanizado y ha mejorado notablemente sus ingresos. En 1992, las protestas habían sido organizadas por partidos políticos y movimientos sociales que se unieron para perseguir un objetivo común. Había consignas claras, actos de masas organizados, es decir, eran movimientos orgánicos, con fuerte adhesión popular.
En las manifestaciones de hoy en día, no está claro cuáles son sus líderes. Se dice que fueron convocadas por medio de las redes sociales. Lo cierto es que los interesados externos en utilizar el descontanto no faltan:
"¡No es por 20 centavos! #CHANGEBRAZIL!" El sonriente jóven pelirrojo que sostiene la hoja tamaño A4 con letras escritas a mano en la foto es el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, una de las personas más ricas del planeta (más de 13.300 millones de dólares) e importantísimo recurso de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Fue la CIA la que a través de su fachada In-Q-Tel le dio a Zuckerberg el capital semilla que le permitió fundar al Capo de Todos los Capos de las redes sociales.
Como es sabido, en las últimas semanas salió a la luz pública que las mayores empresas del sector informático como Apple, Google, Facebook y Yahoo, dieron y dan acceso irrestricto y "directo" a sus servidores a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés). En realidad, es muy difícil para estas empresas el negar que trabajan al servicio de un gobierno que ve con bastante preocupación que el Brasil se esté consolidando como la sexta economía mundial y uno de los agentes más activos del cambio hacia un orden internacional multipolar.
Muchas cosas van a depender de cómo el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores manejen estas protestas. Pueden ser una oportunidad para consolidar la ruptura del gigante latinoamericano con el neoliberalismo, o pueden llevar a nuevos incidentes de desestabilización que en el corto-mediano plazo comprometan el proceso de integración de nuestro continente, tan necesitado de un Brasil fuerte.
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