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Por religionenlibertad.com
El padre Christopher Hartley Sartorius, misionero español actualmente en Etiopía, denunció este lunes en el Hotel Occidental Miguel Ángel de Madrid, ante casi quinientas personas, la complicidad de las autoridades de la República Dominicana (“miembros del gobierno, jueces corruptos, policía nacional, fuerzas armadas”) ante la situación de emergencia social y falta de derechos laborales de los cultivadores de azúcar del país en los bateyes donde viven.
“Esta noche, yo, sacerdote de Jesucristo, que un día daré estrechas cuentas al Supremo Pastor de cómo ejercí el pastoreo de unas ovejas, de unas gentes, que sólo le pertenecen a Él, denuncio de la manera más explicita a tres familias: las familias Vicini, Fanjul y Campollo”, afirmó en referencia a los principales grupos de la industria azucarera dominicana. “Y denuncio”, continuó, “al presidente de la República y a los miembros del gobierno dominicano, que junto a otros estamentos como son algunos jueces corruptos, la policía nacional, las fuerzas armadas y otros cuerpo de la seguridad del estado que han sido cómplices desde tiempo inmemorial de estos crímenes que sumen a miles de hombres, mujeres y niños, tanto de origen haitiano como dominicano, a condiciones de vida de cuasi-esclavitud. Y denuncio la complicidad del gobierno de los Estados Unidos por haber permitido que durante décadas toda esta caña cosechada con la sangre, el sudor y las lágrimas de estas pobres gentes, se haya exportado en su práctica totalidad a los Estados Unidos, sin darle la menor importancia a las condiciones en que era cosechada, por lo que a la violación de derechos humanos y laborales respecta”
Una obra que "toca el corazón". El padre Christopher hizo estas acusaciones en la presentación del libro de Jesús García Esclavos en el paraíso (LibrosLibres), que recoge la historia de su lucha entre 1997 y 2006 por los derechos de los haitianos cultivadores de azúcar en la República Dominicana, hasta su expulsión del país.
“Me hagan lo que me hagan, jamás, jamás pararé hasta que esto cambie”, proclamó, antes de añadir: “Ante este crucifijo”, dijo señalando el que presidía el acto acompañado de una imagen de la Virgen de Altagracia, patrona de la República Dominicana, “les digo [a esas familias] que si hacen un contrato laboral a cada uno de los trabajadores de los bateyes y les garantizan sus derechos humanos y sus necesidades básicas, jamás volverán a oír mi voz”. Denunció asimismo que “lo que ha sostenido a esta industria es el miedo”, y que “el silencio ha sido su mayor cómplice”.
“Ya no sé mirar a Dios si no es en el rostro de los pobres”
La intervención del padre Christopher estuvo precedida por un vídeo grabado en los bateyes el pasado jueves, en el que diversas personas que le conocieron en la época que narra el libro le felicitaban por el trigésimo aniversario de su ordenación sacerdotal, y le agradecían lo que hizo por ellos en esos años.
Formado en el seminario de Toledo, vinculado a la Madre Teresa de Calcuta y ordenado sacerdote por Juan Pablo II en Valencia en 1982, el padre Christopher evocó sus deseos juveniles de ser misionero y afirmó: “La vida que me ha tocado vivir ha superado las fantasías de mi juventud”. Consideró una “gracia extraordinaria” haberse encontrado con “el Cristo pobre, el Cristo de los bateyes”: “Jamás he vuelto a ser la misma persona. Y es que ya no sé mirar a Dios si no es en el icono de los rostros y las vidas de los hombres mis hermanos, los más pobres de los pobres”.
Reivindicó la doctrina social de la Iglesia, “desconocida por muchos católicos”, y en la que descubrió un tesoro que le permitió realizar todas sus denuncias “sin recurrir nunca a doctrinas extrañas”. A consecuencia de esas denuncias sufrió frecuentes amenazas de muerte, pero consiguió, por ejemplo, erradicar el trabajo infantil o que el mísero sueldo de los cultivadores fuese pagado en dinero y no en vales descuento para consumir en economatos del mismo batey. Sin embargo, “aún hoy viven vidas de bestia”, recalcó.
“Todo lo que ocurrió”, concluyó el padre Hartley como resumen de sus años de apostolado en los que llevó los sacramentos por primera vez a miles de trabajadores, “fue obra del poder y la misericordia de Dios”.
“En estas cartas está vivo el Evangelio”
El autor del libro, Jesús García, explicó que la obra nació hace siete años, cuando entrevistó al padre Christopher para un artículo. “La historia me apetecía, pero cuando le conocí a él, además me abdujo: ya no pude salir de ella. Salí de su casa como si me hubiese pasado por encima un trolebús”, explicó.
Ese día, el sacerdote le dio un disco duro con fotografías de los bateyes (“gente desnuda como perros, personas abandonadas cuando dejan de ser útiles, madres que no pueden dar de mamar a sus hijos”) y unas cartas, las quince que Hartley dirigió a familiares y benefectores durante su estancia en la República Dominicana, que cautivaron a García y conmovieron a las personas a quienes se las enseñó.
Esas cartas forman la columna vertebral de Esclavos en el paraíso, cuyo protagonista no veía en principio sentido a su publicación: “¡Si no valen para nada!”, le espetó a García. Pero, según éste, “son cartas llenas de Evangelio, en ellas está vivo el Evangelio: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, consolar a los afligidos...” y transmitirles el amor de Dios.
“Un libro que justifica la vocación de editor”
Por su parte, el director de LibrosLibres, Álex Rosal, elogió la labor de Jesús García como autor de dos obras que han sido best sellers (Medjugorje y ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?) y aseguró que Esclavos en el paraíso es “un libro que justifica la vocación de editor”, porque es de esas obras que “transforman la sociedad y tocan el corazón de la gente”. La labor del padre Hartley, dijo, evidencia que “hay gente en la Iglesia que hace un bien enorme y llega allí donde no llega nadie”.
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