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La clarinada la dio nuestra amiga Stella Calloni en el sitio web Cubadebate. ¿A qué viene toda esta alharaca sobre el regreso a Panamá del general Manuel Noriega?
Escribo “general” con plena deliberación pues Noriega ha estado todos
estos años en condición de prisionero de guerra de Estados Unidos y, a
la vez, los actos llevados a cabo por el Estado agresor sobre el
agredido carecen de legitimidad alguna según lo establecen las normas
del derecho internacional.
El enfoque que se difunde por los pulpos mediáticos sobre lo
ocurrido en Panamá antes y desde el 20 de diciembre de 1989 es de una
banalidad y una parcialidad inigualables. Nada menos que sobre hechos
que condujeron al pisoteo más escandaloso de su integridad territorial,
su soberanía y autodeterminación así como a la muerte de miles de sus
hijos, que de eso se trata.
No de que fue derrocado Noriega, el “sanguinario” dictador, que en
fin de cuentas no era el principal problema para Estados Unidos. No. Lo
primero es lo primero. Ese día Estados Unidos invadió Panamá, acción por
sí sola ilegal, inmoral e ilegítima, y por ello condenado en términos
muy enérgicos en la Asamblea General de la ONU. De modo que todos los
actos derivados de la agresión, incluyendo el apresamiento y juicio a
Noriega son ilegales.
La invasión y ocupación se realizó, además, con
fuerza aplastantemente superior en medios de guerra de gran poder
destructivo y de muy alta tecnología. Arrasó desde el aire todos los
objetivos militares y -qué dato más revelador- gran parte de las
barriadas populares de la capital de Panamá y otros puntos del país.
Utilizó varios tipos de armas ultrasofisticadas, entre ellas algunas que
al parecer no han podido ser identificadas.
El Pentágono ha reconocido
el uso en Panamá por primera vez de medios de combate de alta tecnología
cuyo empleo después se generalizó en las intervenciones contra Servia,
Somalia, Irak, Afganistán y Libia, pero los testimonios de muchos
sobrevivientes del Chorrillo y otros barrios humildes hablan de la
muerte de seres humanos en formas que no pueden ser ocasionados por la
metralla convencional y ni siquiera por el napalm.
Sobre la invasión y
sus antecedentes han escrito historiadores, periodistas e intelectuales
reconocidos, entre ellos los panameños Jorge Turner, Olmedo Beluche,
Ricaurte Soler, Roberto Méndez, Julio Yao y el irrepetible José de
Jesús (Chuchú) Martínez, ayudante del general Omar Torrijos. Véase una valiosa antología.
Pero, ¿cuál era el gran problema que preocupaba a Estados Unidos? La
conciencia patriótica y antimperialista y el reforzamiento de la
organización y el poder populares que habían adquirido las masas
panameñas en la etapa final de la lucha por la soberanía de Panamá sobre
el Canal interoceánico, proceso encabezado brillantemente por el
general Omar Torrijos.
El imperio no quería que quedara piedra sobre piedra de aquel bastión
de dignidad construido por generaciones de panameños y consolidado por
Torrijos. Muchos miembros de las Fuerzas de Defensa de Panamá (FDP) y
milicianos de los Batallones de la Dignidad (BD) murieron combatiendo a
los invasores. Testigos presenciales refieren el asesinato por la
soldadesca yanqui de los miembros de las FDP y los BD que ya sin
municiones decidían rendirse al enemigo.
El otro gran problema para los yanquis era que los acuerdos
Torrijos-Carter devolvían la soberanía de Panamá sobre el canal a partir
del año 2000. La invasión de Estados Unidos se adelantaba a la fecha
para asesinar a miles de patriotas y destruir a las FDP y los BD,
aterrorizar a la población, inmovilizarla, para que, llegado el
momento, no fueran capaces de reorganizar sus fuerzas y hacer valer los
derechos conquistados sobre la estratégica y codiciada vía acuática
frente a los títeres impuestos por la soldadesca yanqui. Fue un gran
retroceso histórico.
Fuente: La Jornada
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