¿Qué ocurriría si gana un partido de “izquierda”? Antes de responder a
esta pregunta, es necesario contextualizar eso que llaman izquierda en
la realidad histórica y política electoral costarricense, a modo de
comprender y desmitificar el discurso que encierra ese concepto, para
así develar y desmitificar los discursos que se ciernen sobre ciertos
partidos políticos ubicados en esa parte del espectro y, por qué no,
sobre el movimiento social incluido. Sobre este último es igualmente
importante denotar que los mitos calan más profundamente en este aunque
se esperaría el fenómeno contrario.
Muy
someramente, la realidad histórico-política de Costa Rica permite
entrever que los movimientos de izquierda parten, en un primer momento,
con la lucha obrera de las décadas de 1910 y 1920, donde el anarquismo
tenía una presencia bien organizada gracias al auge tan importante que
significó el Centro de Estudios Germinal y las manifestaciones de
panaderos y zapateros en un principio, hasta culminar en la exitosa
conquista de la jornada laboral de ocho horas diarias.
Hubo
después un breve lapsus de apaciguamiento en la lucha debido al programa
del Partido Reformista, cuyo mayor logro fue el impulso del Banco de
Seguros (actual INS) durante la administración liberal de Ricardo
Jiménez Oreamuno. En esta misma década de los años veinte, la crisis
económica que asoló al planeta a partir de 1929, desató un nuevo furor
en el movimiento social, al cual se sumó la fundación del Partido
Comunista en 1931 y la posterior Huelga Bananera de 1934. El crecimiento
del partido después de esa fecha fue acelerado y, bajo el famoso lema
del “comunismo a la tica” de Manuel Mora, logró captar importantes
puestos en el congreso de aquel entonces.
La Reforma Social de la
década de los cuarenta, a la que luego se sumara el Partido Comunista,
significó la “legalización”, institucionalización y concreción de la
lucha de los años anteriores. Sin embargo, la Guerra Civil de 1948
traería nuevas reformas políticas, entre las que destaca la constitución
misma y la proscripción, en ella, del Partido Comunista.
Con la
llegada de la socialdemocracia reformista, la lucha de la izquierda
–alejada de la democracia electoral burguesa- encontrará su nicho en el
movimiento obrero de la naciente industria y en el campesinado rural.
Posteriormente, con la eliminación de la proscripción electoral, los
partidos de izquierda lograrán colocar algunos diputados en diferentes
momentos, pero sin la trascendencia de las décadas de 1930 y 1940. El
último golpe sería el fin del mundo bipolar y el advenimiento de la
globalización económica, las cuales acarrearán una dispersión de la
lucha y de la consciencia de clase dentro de los trabajadores.
En
los últimos treinta años, la dinámica a lo interno de las estructuras
del modo de producción capitalista variaron relativamente poco, lo único
que se consolidó fue la promoción de las exportaciones no
tradicionales, las cuales tuvieron su caldo de cultivo en la época del
Estado de Bienestar gracias a los incentivos industriales y de
diversificación agrícola. Este panorama puede notarse en los procesos de
aceleración y consolidación del modelo neoliberal o en la ligereza del
movimiento social, salvo dos excepciones: las luchas contra el Combo del
ICE y contra el TLC con los Estados Unidos.
En resumen, lo que
se tiene es un panorama de comprensión sencillo: una izquierda débil y
constantemente desmovilizada por procesos reformistas y electorales de
tipo liberal. El peor mal está en que esos mismos partidos o movimientos
se suman al juego de la democracia burguesa con el fin de proyectar un
medianismo político, pero sin un proyecto claramente alternativo del
sistema actual.
La izquierda en Costa Rica
A todas
estas, ¿qué es la izquierda en Costa Rica? Tras lo analizado, se pone de
manifiesto que, a diferencia de otras latitudes, en Costa Rica la
izquierda nunca ha tenido un objetivo revolucionario cuanto sí
reformista. Hubo algunos movimientos de menor envergadura que sí se
planteaban objetivos de carácter transgresor del statu quo, pero sin
mayor incidencia en la vida política del país.
Lo anterior quiere
decir que la lucha de la izquierda se canalizó por las vías
institucionalizadas de los liberales burgueses, en este caso el
sufragio. Por lo tanto, y sin temor a equivocaciones, la izquierda
costarricense se ubicaría dentro de un socialismo moderado, una
socialdemocracia reformista que no se plantea la transformación de las
estructuras, sino que se acopla a las ya existentes, capitalistas y
liberales, sólo para asfaltar los baches de las “inconsistencias” del
sistema.
Elecciones 2014: los miedos infundados
Para
este momento queda de manifiesto el papel que juega la llamada
“izquierda”, referida a la institucionalidad sometida a las reglas del
juego democrático liberal. Bajo este precepto, los intentos de la prensa
neoliberal de enmarcar a los “partidos de izquierda” con etiquetas como
extremistas o comunistas, carece de total racionalidad, y esto por una
sencilla razón: desde los postulados marxistas, la toma del poder solo
puede hacerse bajo la vía armada revolucionaria, no por la electoral.
Para Marx, “el rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la
propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa.” [1]
Quizás,
lo anterior no guste a muchos, especialmente en este país afamado por
su pasivismo disfrazado de una etiqueta pacifista, pero tiene su
obviedad: ante un enemigo violento, el método debe ir encaminado por la
misma vía. Así lo refiere la teoría marxista y guevarista de la toma del
poder por parte del pueblo. Ahora bien, los tiempos cambian, el
contexto actual es otro.
Alguna vez se dijo que el único caso
relativamente exitoso de un comunismo “electoral” fue el chileno y que,
sin embargo, había decantado en un trágico desenlace. ¿Qué ocurrió en
Chile? El gobierno de Salvador Allende no previó, o quizás subestimó, la
abrupta irrupción del poder popular que exigía las transformaciones
radicales revolucionarias. Ese pueblo que lo apoyaba y acompañaba, que
lo redimió en cuanto intento de golpe y boicot la derecha perpetró, se
adelantó al pensamiento y a la acción del presidente, así como a la
lógica de funcionamiento de la democracia liberal burguesa. El avance
incontenible del pueblo fue frenado el 11 de setiembre de 1973. Allende
no se atrevió a dar el siguiente paso, ese fue el error.
El
problema radicó en que el presidente pretendía generar los cambios por
la vía legal e institucional democrática liberal burguesa que estaba
copada por la extrema derecha, especialmente los grandes empresarios y
el ejército. Evidentemente, al no radicalizarse, jamás iba a funcionar.
Los reaccionarios jamás iban a quedarse de brazos cruzados mientras
coartaban todos sus privilegios.
Entonces nace la pregunta, ¿son
partidos como el Frente Amplio o el de los Trabajadores comunistas? No
en el sentido estricto de la palabra. Son organizaciones que, ubicadas
en diferentes partes del espectro de la izquierda, no plantean realmente
un programa revolucionario per se. A parte de eso, se han sumado al
juego fraudulento de la democracia liberal, pretendiendo establecer un
conjunto de reformas que no eliminarán la razón de ser de las
desigualdades, que por cierto, no solo son estructurales, sino que
buscarán refundar el Estado Social de Derecho que no es otro más que el
liberal socialdemócrata. Nuevamente, se les puede ubicar dentro de un
socialismo más o menos moderado, pero no en uno revolucionario,
transgresor y de transformaciones profundas. El Partido de los
Trabajadores que, al menos en sus ejes programáticos pareciera plantear
cambios un tanto más profundos, tampoco se despega de la dinámica
electoral de la clase dominante.
Sin embargo, debe tenerse claro
que, aunque formalmente la izquierda costarricense es más moderada,
también debe tenerse en cuenta la realidad histórico-política que ha
conformado unas características particulares en la sociedad.
El papel de la burguesía costarricense en la desmovilización de la izquierda
La
gran particularidad que permite explicar la forma y contenido de los
partidos de izquierda y del movimiento social en general, se centra en
el discurso y el accionar hegemónico bastante exitoso que ha sabido
conducir la clase económica gobernante del país desde la época de la
independencia. En muy pocas ocasiones, el contrato social se ha
resquebrajado sin mayores repercusiones socioeconómicas: tres guerras
civiles de corta duración, algunos golpes de estado y alguno que otro
gobernante medio autoritario que no ha movido las aguas para que
desemboque en un mar insurgente.
Es por ello que los procesos
reformistas, desde muy temprano, han sabido calmar las tensiones
sociales. Además, los mismos políticos han buscado consensuar entre su
misma clase y con las otras: Ley de la Ambulancia, “protecciones” a la
“libertad de prensa”, universalidad de la educación primaria, reforma
social de los cuarenta, reformas de la “Segunda República”, son ejemplos
de fenómenos conciliativos dentro del esquema hegemónico.
Esto, como se
dijo, son parches que remiendan problemas (súper) estructurales como:
desigualdad, injusticia, servidumbre, pobreza, riqueza, enajenación,
violencia, alienación, represión. Pero sólo remiendan, aunque muchos, en
definitiva, fueron muy importantes, especialmente aquellos que fueron
guiados o luchados por los trabajadores.
Sin embargo, el
reformismo sólo ha provocado un apaciguamiento de la sociedad, la ha
hecho conformista. En el fondo, el costarricense no busca una
transformación absoluta, radical, del sistema capitalista, sino que
pretende mantenerlo, sin afectar las instituciones liberales que velan
por el libre desenvolvimiento de la burguesía como clase social
opresora. Lo que pretende, en última instancia, es no ver minimizado su
nivel de confort y alienación, aunque implique su denigración como ser
humano, su explotación para el beneficio de pocos porque, al fin de
cuentas, el costarricense considera normal su condición humillante de
opresión y represión.
La realidad costarricense de cara a las elecciones
Lo
que se viene para Costa Rica en este proceso electoral no difiere de
otros movimientos de izquierda reformista a nivel latinoamericano. La
derecha y su extremo, en defensa de sus privilegios de clase, ven
fantasmas y apariciones rechinados. No existe el comunismo en Costa
Rica, pero, para ello, es necesario inventar –o reciclar– ciertos miedos
para mantener pasiva a la población. Eso es algo que la prensa vendida
–y sus mecenas– entiende, pero teme verse perjudicada económicamente;
sin embargo, así como en épocas anteriores de la historia del país, las
reformas no la han tocado profundamente. Todo lo contrario, nuevos
actores sociales hegemónicos han aparecido al amparo (y paralelamente)
de los procesos reformistas.
A pesar de todo lo escrito, la
sinceridad remite, irremediablemente, a entender la realidad
histórico-política costarricense. Por lo tanto, lo que podría ocurrir el
dos de febrero puede parecerse al proceso chileno. El pueblo deberá
tomar esas reformas sociales y desencadenarlas en proyectos
verdaderamente revolucionarios. Pero se sabe que la derecha no va a
permitir un gobierno, ni siquiera reformista, para ellos todo es
comunista, izquierdoso, chancletudo, extremista, terrorista o cualquier
otra etiqueta que se les ocurra. El golpe de estado podría estar a la
vuelta de la esquina.
Mas cuando este proceso esté ocurriendo, la
tarea de la sociedad será buscar nuevas formas de expresión, de toma de
decisión, de creación. La revisión constante del proceso que se geste,
en caso de ser de izquierda, deberá pasar irremisiblemente por el
colador social. Si no hay transformaciones a lo interno del Estado, de
la ley burguesa y su institucionalidad, jamás, pero jamás, las
relaciones de opresión lograrán ser superadas.
Notas
[1] Marx, C. y Engels, F. 2009. El Manifiesto Comunista. Fundación Federico Engels, p. 42.
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