miércoles, 11 de septiembre de 2013

Eurocámara rebaja límite propuesto a agrocombustibles que compiten con alimentos

energiadiario.com
Por EFE

El Pleno del Parlamento Europeo (PE) propuso hoy que los biocombustibles clásicos, fabricados a partir de cultivos, supongan como máximo un 6 % del consumo energético de la Unión Europea (UE) en el sector del transporte en 2020, un límite menos ambicioso de lo esperado.

"La industria del aceite de palma (utilizado para fabricar estos biocombustibles) ha ejercido una presión realmente indecente", aseguró en rueda de prensa la ponente del informe ante la Eurocámara, la eurodiputada liberal Corinne Lepage (ALDE).

"Hace cinco años que soy eurodiputada y nunca he visto una presión de los lobbies tan grande como la que he visto ahora", añadió, y admitió que si se ha aceptado el 6 %, ha sido para asegurar que el texto pasara.

Lepage afirmó, no obstante, que está "contenta" de que al menos exista un límite a los biocombutibles de primera generación, al tiempo que consideró que el resultado final es "equilibrado" y manda "una señal fuerte".

La Comisión Europea (CE) había propuesto que el límite a los biocombutibles tradicionales se fijase en el 5 %, mientras que las comisiones de Medio Ambiente y de Energía del PE habían solicitado un 5,5 % y un 6,5 %, respectivamente.

La UE tiene como objetivo para 2020 que el 10 % de toda la energía utilizada en el transporte provenga de una fuente limpia.

La CE sugería que para alcanzar ese 10 % solo se pudiese utilizar un 5 % de biocombustibles tradicionales, mientras que el restante 5 % debería conseguirse mediante biocombustibles de última generación, electricidad y otros recursos ecológicos, a los que se aplicaría un índice multiplicador que elevaría su valor a la hora de contabilizar.

"El sistema multiplicador propuesto por la Comisión no gustaba nada a la industria", reconoce en una conversación con Efe el experto de Oxfam Marc-Olivier Herman, quien explica que en su lugar se ha propuesto una meta vinculante del 2,5 % para biocombustibles de segunda generación, fabricados con algas y algunos residuos.

La propuesta del Pleno de hoy, por tanto, -aprobada por 356 votos a favor, 327 en contra y 14 abstenciones- fija un máximo del 6 % para biocombutibles tradicionales y un mínimo del 2,5 % para biocombustibles de segunda generación; y deja el 1,5 % que falta para llegar al 10 % en 2020 abierto al uso de otras fuentes limpias.

"El resultado es una gran desilusión porque se han quedado fuera cuestiones esenciales que había respaldado la comisión de Medio Ambiente del PE", sostiene Herman.

Herman explica además que además el Pleno ha introducido un objetivo vinculante nuevo y contradictorio, que obliga a que en 2020 el 7,5 % del combustible que se utilice en el sector de los transportes sea etanol, es decir, un biocombustible tradicional.

La Oficina Medioambiental Europea (EEB, según sus siglas en inglés) indicó en un comunicado que el límite "excesivamente generoso" apoyado por el PE obliga a los ciudadanos europeos y a los Gobiernos nacionales a seguir financiando a una industria que causa más daño que beneficio.

EEB sí considera un logro, sin embargo, que el PE haya reconocido que la producción de biocombutibles tradicionales genera un aumento de las emisiones contaminantes y haya decidido incluir este concepto en la legislación sobre calidad del combustible, aunque lamenta que vaya a hacerlo sólo a partir de 2020 y no antes.

Greenpeace consideró "incoherente" el planteamiento del PE y criticó que por un lado reconozca que los biocombustibles clásicos son perjudiciales para el medio ambiente, y por otro, les apoyen política y financieramente.

Las organizaciones ecologistas son contrarias al uso de biocombutibles clásicos, como el etanol y el biodiésel, porque se fabrican a partir de maíz, plantas oleaginosas, soja, girasol, palma y otros cultivos.

Su fabricación va ligada, aseguran, a la deforestación y a la reconversión del uso de un terreno originalmente dedicado a la producción de cultivos para consumo humano.
Esto suele traducirse en una subida del precio de los alimentos y además genera un problema grave desde el punto de vista del cambio climático, ya que al eliminar bosques se pierde también el servicio que prestan de forma natural como sumideros de carbono (asimilan CO2 atmosférico en el proceso de fotosíntesis, con lo que ayudan a reducir las emisiones).

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