Miles de hondureños caminaron hacia las fronteras con Nicaragua. La represión dejó un saldo de dos heridos de bala
por Giorgio Trucchi Rel-UITA
Bajo una fuerte lluvia el presidente de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, hizo su primer intento para entrar a territorio hondureño, mientras el gobierno de facto movilizaba tropas del Ejército y de la Policía para detener a las miles de personas que desafiando el toque de queda se movilizaron hacia las fronteras con Nicaragua.
Una jornada larga, intensa y llena de expectativas ha visto el presidente Manuel Zelaya pisar por breves momentos territorio hondureño, después de que el pasado 28 de junio un vergonzoso y al mismo tiempo preocupante golpe de estado lo desalojó del poder enviándolo al exilio.
Pese a lo que se había anunciado un día antes, el presidente Zelaya decidió adelantar su intento para ingresar a su país, probablemente motivado por las noticias que llegaban desde el interior de Honduras.
Retenes militares en todas las carreteras que conducen a las fronteras con Nicaragua, brutal represión contra los hondureños que se atrevían a ponerse en camino para recibir a su Presidente y un nuevo toque de queda a partir del mediodía en todos los puestos fronterizos, es el escenario que ha rodeado este primer intento del presidente Zelaya.
La violencia, que ha dejado un saldo de dos heridos de bala en El Paraiso, a pocos kilómetros de la frontera de Las Manos, y la abierta violación al derecho de movilización del pueblo hondureño por mano del gobierno espurio de Roberto Micheletti, no han sido suficientes para detener la marea humana que se ha movilizado a lo largo y ancho del país.
“Salimos muy temprano de Olancho y caminamos nueve horas para llegar hasta acá, donde está nuestro Presidente –contó a Sirel una joven que no quiso dar su nombre y que llegó hasta la frontera junto a otras 250 personas, desafiando las amenazas del Ejército.
Trataron de detenernos varias veces, pero no pudieron. Seguimos caminando, decididos a llegar porque en nuestro país ya no hay democracia. Se violan constantemente los derechos humanos y queremos que se restituya el orden institucional y que el presidente Zelaya retome su cargo.
De aquí –continuó la joven- no nos vamos a ir y vamos a acompañar a nuestro Presidente. Queremos que este gobierno golpista, que este señor Micheletti se vaya ya, porque no lo reconocemos y no queremos saber nada de él”.
La violación a la libre circulación afectó a miles de hondureños, incluyendo a la familia del presidente Zelaya que fue retenida en el poblado de Dualí.
El día más largo
Después de haber llegado al puesto fronterizo de Las Manos, acompañado por una larga caravana de vehículos de periodistas nacionales e internacionales, y custodiado por un fuerte contingente de la Policía nicaragüense, el presidente Zelaya se encaminó bajo una fuerte lluvia hacia la cadena que señala el límite donde termina el territorio nicaragüense y comienza el hondureño.
Asesores del presidente Zelaya comenzaron un intercambio verbal con un enviado del Ejército hondureño, el teniente coronel Luis Recarte, para ver si era posible un diálogo que permitiera el acceso del Presidente a su tierra natal. El breve encuentro se desarrolló en medio de la confusión y de la fuerte presión de los medios que querían cubrir el acto, y el cerco de seguridad organizado por decenas de hondureños que resguardaron de forma permanente a su Presidente.
El teniente coronel Recarte pidió al presidente Zelaya no avanzar más y demandó tiempo para comunicarse con el Estado Mayor. La débil esperanza se desvaneció cuando el militar se retiró y desapareció. Fue en este momento que Manuel Zelaya, en un acto claramente simbólico, levantó la cadena y pisó tierra hondureña, caminado algunos pasos, mientras se comunicaba por vía celular con diferentes personalidades de la política latinoamericana, amigos, miembros de su partido y de los movimientos populares.
En la tensa espera de una respuesta que nunca llegó y ante el fuerte contingente de militares y de fuerzas especiales de la Policía que -se supo horas más tarde- tenían el mandato de detenerlo, el presidente Zelaya retrocedió y volvió a territorio nicaragüense.
Comenzó una larga espera, caracterizada por llamadas telefónicas, escuetas declaraciones y el encuentro con decenas de hondureños y hondureñas que seguían llegando desde las montañas que rodean el puesto fronterizo.
“Mi intento de regresar hoy al país no funcionó por la intransigencia de los golpistas. No tenemos que ceder. He estado intentando establecer una comunicación con los militares y los policías, porque aquí están ellos y no los del gobierno de facto, que se quedan en sus oficinas y ponen a los militares a dar golpes de Estado”, dijo el presidente Zelaya.
También la canciller de Honduras, Patricia Rodas, señaló a los militares como uno de los elementos imprescindibles para la solución del conflicto.
“¿Por qué levantan sus fusiles contra el pueblo? ¿Por qué amenazan a los empleados del gobierno de quitarle el trabajo si no se suman a sus manifestaciones de sepulcros blanqueados? ¿Por qué no se enteran de una vez por todas de que contra la voluntad de un pueblo nadie puede? Como lo han dicho la OEA, la ONU, los líderes del mundo, están solamente alargando su agonía y profundizando el rencor de un pueblo.
El día de hoy no se trataba de hacer actos demostrativos, sino hablar con las Fuerzas Armadas y la Policía para que el presidente Zelaya pudiera regresar al país a ocupar el cargo para el cual fue elegido por el pueblo.
Ellos lo saben –continuó Rodas–. Saben que la gente no se va a olvidar y que los vamos señalando en las calles, diciéndoles que son unos golpistas criminales, recordando estos días oscuros en que el cielo se ha cubierto de militares y de fusiles contra el pueblo hondureño.
Seguiremos recordando quiénes fueron los culpables y aparecerán en todos los libros de historia, con nombres y apellidos, por la sangre de los jóvenes que mandaron a asesinar”, concluyó muy emocionada la canciller de Honduras.
Seguirá intentando
Mientras calaban las primeras sombras de la noche, decenas de hondureños que han pasado la frontera seguían coreando consignas. “Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está? El pueblo está en la calle exigiendo libertad”, gritaban levantando el puño en alto.
“Impulsé un proceso de consulta con los campesinos, los obreros, las amas de casa, los sectores populares, la población indígena y no con la cúpula de los partidos políticos. Se resintieron las cúpulas y fraguaron el golpe –seguía explicando incansablemente el presidente Zelaya–.
Lo que ocurrió en Honduras mata la fuerza de la soberanía popular, y los sectores golpistas se han convertido en traidores de la patria. Esto abre un expediente por el cual, si las armas se han vuelto un instrumento de la derecha para botar a Presidentes reformistas, entonces los pueblos tienen el derecho de volver a buscar soluciones que no deseamos.
En los próximos días –concluyó Zelaya– vamos a seguir lo que estamos haciendo, manteniéndonos firmes, como un roble que no cambia”.
Era ya de noche cuando el presidente Zelaya, junto a la comitiva que lo acompaña, puso rumbo a la ciudad de Ocotal, a 30 kilómetros del paso fronterizo Las Manos, y a 35 de El Espino, por donde se dice podría intentar ingresar nuevamente a su país
En las horas siguientes la principal preocupación de los más cercanos a Zelaya fue conseguir trasladar, alimentar y alojar a los centenares de hondureños que cruzaron clandestinamente la frontera para reunirse con su Presidente. Finalmente, cerca de la medianoche, todo quedó solucionado con la habilitación de un amplio gimnasio en Ocotal donde se improvisó un enorme campamento donde pasarían la noche los hombres, mujeres y hasta algunos niños que llegaron hasta la frontera con la esperanza en los brazos.
Para hoy, sábado 25 de julio, es probable que el Presidente hondureño haga otro intento de entrar a Honduras, esta vez por el puesto fronterizo de El Espino y con el apoyo de centenares de hondureños que han entrado a Nicaragua, y de miles de otros que se están movilizando hacia la frontera.
por Giorgio Trucchi Rel-UITA
Bajo una fuerte lluvia el presidente de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, hizo su primer intento para entrar a territorio hondureño, mientras el gobierno de facto movilizaba tropas del Ejército y de la Policía para detener a las miles de personas que desafiando el toque de queda se movilizaron hacia las fronteras con Nicaragua.
Una jornada larga, intensa y llena de expectativas ha visto el presidente Manuel Zelaya pisar por breves momentos territorio hondureño, después de que el pasado 28 de junio un vergonzoso y al mismo tiempo preocupante golpe de estado lo desalojó del poder enviándolo al exilio.
Pese a lo que se había anunciado un día antes, el presidente Zelaya decidió adelantar su intento para ingresar a su país, probablemente motivado por las noticias que llegaban desde el interior de Honduras.
Retenes militares en todas las carreteras que conducen a las fronteras con Nicaragua, brutal represión contra los hondureños que se atrevían a ponerse en camino para recibir a su Presidente y un nuevo toque de queda a partir del mediodía en todos los puestos fronterizos, es el escenario que ha rodeado este primer intento del presidente Zelaya.
La violencia, que ha dejado un saldo de dos heridos de bala en El Paraiso, a pocos kilómetros de la frontera de Las Manos, y la abierta violación al derecho de movilización del pueblo hondureño por mano del gobierno espurio de Roberto Micheletti, no han sido suficientes para detener la marea humana que se ha movilizado a lo largo y ancho del país.
“Salimos muy temprano de Olancho y caminamos nueve horas para llegar hasta acá, donde está nuestro Presidente –contó a Sirel una joven que no quiso dar su nombre y que llegó hasta la frontera junto a otras 250 personas, desafiando las amenazas del Ejército.
Trataron de detenernos varias veces, pero no pudieron. Seguimos caminando, decididos a llegar porque en nuestro país ya no hay democracia. Se violan constantemente los derechos humanos y queremos que se restituya el orden institucional y que el presidente Zelaya retome su cargo.
De aquí –continuó la joven- no nos vamos a ir y vamos a acompañar a nuestro Presidente. Queremos que este gobierno golpista, que este señor Micheletti se vaya ya, porque no lo reconocemos y no queremos saber nada de él”.
La violación a la libre circulación afectó a miles de hondureños, incluyendo a la familia del presidente Zelaya que fue retenida en el poblado de Dualí.
El día más largo
Después de haber llegado al puesto fronterizo de Las Manos, acompañado por una larga caravana de vehículos de periodistas nacionales e internacionales, y custodiado por un fuerte contingente de la Policía nicaragüense, el presidente Zelaya se encaminó bajo una fuerte lluvia hacia la cadena que señala el límite donde termina el territorio nicaragüense y comienza el hondureño.
Asesores del presidente Zelaya comenzaron un intercambio verbal con un enviado del Ejército hondureño, el teniente coronel Luis Recarte, para ver si era posible un diálogo que permitiera el acceso del Presidente a su tierra natal. El breve encuentro se desarrolló en medio de la confusión y de la fuerte presión de los medios que querían cubrir el acto, y el cerco de seguridad organizado por decenas de hondureños que resguardaron de forma permanente a su Presidente.
El teniente coronel Recarte pidió al presidente Zelaya no avanzar más y demandó tiempo para comunicarse con el Estado Mayor. La débil esperanza se desvaneció cuando el militar se retiró y desapareció. Fue en este momento que Manuel Zelaya, en un acto claramente simbólico, levantó la cadena y pisó tierra hondureña, caminado algunos pasos, mientras se comunicaba por vía celular con diferentes personalidades de la política latinoamericana, amigos, miembros de su partido y de los movimientos populares.
En la tensa espera de una respuesta que nunca llegó y ante el fuerte contingente de militares y de fuerzas especiales de la Policía que -se supo horas más tarde- tenían el mandato de detenerlo, el presidente Zelaya retrocedió y volvió a territorio nicaragüense.
Comenzó una larga espera, caracterizada por llamadas telefónicas, escuetas declaraciones y el encuentro con decenas de hondureños y hondureñas que seguían llegando desde las montañas que rodean el puesto fronterizo.
“Mi intento de regresar hoy al país no funcionó por la intransigencia de los golpistas. No tenemos que ceder. He estado intentando establecer una comunicación con los militares y los policías, porque aquí están ellos y no los del gobierno de facto, que se quedan en sus oficinas y ponen a los militares a dar golpes de Estado”, dijo el presidente Zelaya.
También la canciller de Honduras, Patricia Rodas, señaló a los militares como uno de los elementos imprescindibles para la solución del conflicto.
“¿Por qué levantan sus fusiles contra el pueblo? ¿Por qué amenazan a los empleados del gobierno de quitarle el trabajo si no se suman a sus manifestaciones de sepulcros blanqueados? ¿Por qué no se enteran de una vez por todas de que contra la voluntad de un pueblo nadie puede? Como lo han dicho la OEA, la ONU, los líderes del mundo, están solamente alargando su agonía y profundizando el rencor de un pueblo.
El día de hoy no se trataba de hacer actos demostrativos, sino hablar con las Fuerzas Armadas y la Policía para que el presidente Zelaya pudiera regresar al país a ocupar el cargo para el cual fue elegido por el pueblo.
Ellos lo saben –continuó Rodas–. Saben que la gente no se va a olvidar y que los vamos señalando en las calles, diciéndoles que son unos golpistas criminales, recordando estos días oscuros en que el cielo se ha cubierto de militares y de fusiles contra el pueblo hondureño.
Seguiremos recordando quiénes fueron los culpables y aparecerán en todos los libros de historia, con nombres y apellidos, por la sangre de los jóvenes que mandaron a asesinar”, concluyó muy emocionada la canciller de Honduras.
Seguirá intentando
Mientras calaban las primeras sombras de la noche, decenas de hondureños que han pasado la frontera seguían coreando consignas. “Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está? El pueblo está en la calle exigiendo libertad”, gritaban levantando el puño en alto.
“Impulsé un proceso de consulta con los campesinos, los obreros, las amas de casa, los sectores populares, la población indígena y no con la cúpula de los partidos políticos. Se resintieron las cúpulas y fraguaron el golpe –seguía explicando incansablemente el presidente Zelaya–.
Lo que ocurrió en Honduras mata la fuerza de la soberanía popular, y los sectores golpistas se han convertido en traidores de la patria. Esto abre un expediente por el cual, si las armas se han vuelto un instrumento de la derecha para botar a Presidentes reformistas, entonces los pueblos tienen el derecho de volver a buscar soluciones que no deseamos.
En los próximos días –concluyó Zelaya– vamos a seguir lo que estamos haciendo, manteniéndonos firmes, como un roble que no cambia”.
Era ya de noche cuando el presidente Zelaya, junto a la comitiva que lo acompaña, puso rumbo a la ciudad de Ocotal, a 30 kilómetros del paso fronterizo Las Manos, y a 35 de El Espino, por donde se dice podría intentar ingresar nuevamente a su país
En las horas siguientes la principal preocupación de los más cercanos a Zelaya fue conseguir trasladar, alimentar y alojar a los centenares de hondureños que cruzaron clandestinamente la frontera para reunirse con su Presidente. Finalmente, cerca de la medianoche, todo quedó solucionado con la habilitación de un amplio gimnasio en Ocotal donde se improvisó un enorme campamento donde pasarían la noche los hombres, mujeres y hasta algunos niños que llegaron hasta la frontera con la esperanza en los brazos.
Para hoy, sábado 25 de julio, es probable que el Presidente hondureño haga otro intento de entrar a Honduras, esta vez por el puesto fronterizo de El Espino y con el apoyo de centenares de hondureños que han entrado a Nicaragua, y de miles de otros que se están movilizando hacia la frontera.
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