Cobertura especial de Joan Buades - Albasud - www.albasud.org
Llegó la nieve a Copenhague por primera vez en este invierno. Tal vez sea una metáfora de las gélidas perspectivas de acuerdo que destila un Bella Center higienizado, sin ONG y con zonas prohibidas a la prensa. Hay quién empieza a hablar de “Chinamérica” y del G2 contra el G190, refiriéndose al eje de bloqueo que, en perfecta desarmonía, manejan Estados Unidos y China, responsables del 40% de las emisiones globales.
En realidad, vivimos hoy el “día de las Américas” en Copenhague. Todo el mundo busca signos de esperanza y, ciertamente, la mirada está puesta en las señales que vienen del continente americano. Inevitablemente, el primer hilo nos lleva a Obama. A pesar de la patética posición que mantienen aún hoy los Estados Unidos, prometiendo como máximo una reducción del 3% de sus emisiones para 2020 y dando su visto bueno a “participar” en un fondo de apenas 100 millardos de dólares para el Sur a finales de la década que viene, la reserva de esperanza ligada al nuevo inquilino de la Casa Blanca sigue intacta.
Tiene algo místico y George Monbiot, uno de los grandes en el movimiento altermundista, le regala en The Guardian el discurso que todos quisiéramos escuchar mañana. Comparando la tarea urgente a hacer a la de la economía de guerra que tuvieron que improvisar los Estados Unidos en 1941, Monbiot sugiere que Obama diga: “No me hago ilusiones sobre la oposición con que chocarán estas propuestas. Será la batalla política de mi vida. Pero sé que vale la pena. Si fracaso, las generaciones futuras no me olvidarán nunca, ni a mí ni a ninguno en esta Cumbre por haber sido incapaces de superar el reto más importante de nuestra época. Es la batalla que debemos a nuestros hijos y a sus hijos. Es hora de hacer no lo que toca sino lo que es necesario”.
Quizás no tenga oportunidad de pronunciarlas porque corren rumores que, si la cosa no da un giro radical en pocas horas, el presidente norteamericano preferirá no venir a Copenhague.
Pero América es bastante más que los Estados Unidos. A pesar del bajísimo perfil en la Cumbre de una Centroamérica y un Caribe que serán la segunda zona más vulnerable al cambio climático y a la desunión regional endémica, vale la pena fijarse en dos propuestas sudamericanas que suben el ánimo.
La primera es un experimento inédito, a cargo del gobierno de Ecuador. Se trata del llamado fideicomiso Yasuní.ITT. Gracias a la iniciativa, la enorme reserva de pozos petrolíferos de este Parque Nacional permanecerá sin explotar indefinidamente. El recorte de ingresos de un estado tan dependiente de sus ventas petroleras como Ecuador será compensado por gobiernos del Norte, empresas sensibles a la justicia climática, filántropos y donaciones individuales.
Gana la biodiversidad, los pueblos indígenas se aseguran un futuro y dejan de emitirse a la atmósfera más de 400 toneladas de C02 al año. Apoyado por el movimiento ecologista internacional y estados como el alemán, es un magnífico ejemplo de iniciativa del Sur a favor del aire respirable, renunciando tanto a los REDD como al tráfico de carbono que tanto promovemos desde el Norte.
La segunda supone la asunción por parte de algunos gobiernos sudamericanos como Bolivia de la idea de “deuda climática”. En un memorable discurso, el presidente Evo Morales habló de “industrias irracionales”, del cambio climático causado por un estilo de vida capitalista letal para la necesidad del buen vivir de la humanidad, y propuso cuatro líneas de trabajo en el marco de Naciones Unidas, absolutamente prometedoras: los “países con industrialización irracional” deben pagar y acabar con la “esclavitud de la Madre Tierra”; hay que devolver al Sur el espacio atmosférico ocupado por las corporaciones del Norte y juzgar en un Tribunal Penal Internacional a los estados que violen la protección del clima común; la especulación financiera a costa del aire respirable tiene que terminar y, por ello, hay que abolir los mercados del carbono; finalmente, pidió que el Norte acoja a los migrantes forzados por el cambio climático, ya que sólo vienen a sobrevivir, no a explotar ni construir imperios como viene haciendo el Norte en América Latina o en África desde hace mas de 500 años.
Naturalmente, a uno le gustaría que Papá Noel Obama nos consiguiera mañana un tratado de Copenhague climático real, justo y vinculante. Pero, para los duros tiempos posCopenhague, habrá que mimar iniciativas pioneras como Yasuní ITT y propuestas de justicia climática como las del presidente Morales.
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En realidad, vivimos hoy el “día de las Américas” en Copenhague. Todo el mundo busca signos de esperanza y, ciertamente, la mirada está puesta en las señales que vienen del continente americano. Inevitablemente, el primer hilo nos lleva a Obama. A pesar de la patética posición que mantienen aún hoy los Estados Unidos, prometiendo como máximo una reducción del 3% de sus emisiones para 2020 y dando su visto bueno a “participar” en un fondo de apenas 100 millardos de dólares para el Sur a finales de la década que viene, la reserva de esperanza ligada al nuevo inquilino de la Casa Blanca sigue intacta.
Tiene algo místico y George Monbiot, uno de los grandes en el movimiento altermundista, le regala en The Guardian el discurso que todos quisiéramos escuchar mañana. Comparando la tarea urgente a hacer a la de la economía de guerra que tuvieron que improvisar los Estados Unidos en 1941, Monbiot sugiere que Obama diga: “No me hago ilusiones sobre la oposición con que chocarán estas propuestas. Será la batalla política de mi vida. Pero sé que vale la pena. Si fracaso, las generaciones futuras no me olvidarán nunca, ni a mí ni a ninguno en esta Cumbre por haber sido incapaces de superar el reto más importante de nuestra época. Es la batalla que debemos a nuestros hijos y a sus hijos. Es hora de hacer no lo que toca sino lo que es necesario”.
Quizás no tenga oportunidad de pronunciarlas porque corren rumores que, si la cosa no da un giro radical en pocas horas, el presidente norteamericano preferirá no venir a Copenhague.
Pero América es bastante más que los Estados Unidos. A pesar del bajísimo perfil en la Cumbre de una Centroamérica y un Caribe que serán la segunda zona más vulnerable al cambio climático y a la desunión regional endémica, vale la pena fijarse en dos propuestas sudamericanas que suben el ánimo.
La primera es un experimento inédito, a cargo del gobierno de Ecuador. Se trata del llamado fideicomiso Yasuní.ITT. Gracias a la iniciativa, la enorme reserva de pozos petrolíferos de este Parque Nacional permanecerá sin explotar indefinidamente. El recorte de ingresos de un estado tan dependiente de sus ventas petroleras como Ecuador será compensado por gobiernos del Norte, empresas sensibles a la justicia climática, filántropos y donaciones individuales.
Gana la biodiversidad, los pueblos indígenas se aseguran un futuro y dejan de emitirse a la atmósfera más de 400 toneladas de C02 al año. Apoyado por el movimiento ecologista internacional y estados como el alemán, es un magnífico ejemplo de iniciativa del Sur a favor del aire respirable, renunciando tanto a los REDD como al tráfico de carbono que tanto promovemos desde el Norte.
La segunda supone la asunción por parte de algunos gobiernos sudamericanos como Bolivia de la idea de “deuda climática”. En un memorable discurso, el presidente Evo Morales habló de “industrias irracionales”, del cambio climático causado por un estilo de vida capitalista letal para la necesidad del buen vivir de la humanidad, y propuso cuatro líneas de trabajo en el marco de Naciones Unidas, absolutamente prometedoras: los “países con industrialización irracional” deben pagar y acabar con la “esclavitud de la Madre Tierra”; hay que devolver al Sur el espacio atmosférico ocupado por las corporaciones del Norte y juzgar en un Tribunal Penal Internacional a los estados que violen la protección del clima común; la especulación financiera a costa del aire respirable tiene que terminar y, por ello, hay que abolir los mercados del carbono; finalmente, pidió que el Norte acoja a los migrantes forzados por el cambio climático, ya que sólo vienen a sobrevivir, no a explotar ni construir imperios como viene haciendo el Norte en América Latina o en África desde hace mas de 500 años.
Naturalmente, a uno le gustaría que Papá Noel Obama nos consiguiera mañana un tratado de Copenhague climático real, justo y vinculante. Pero, para los duros tiempos posCopenhague, habrá que mimar iniciativas pioneras como Yasuní ITT y propuestas de justicia climática como las del presidente Morales.
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A poco más de dos jornadas del cierre, hoy la feria amenaza ruina en medio del caos organizativo y las diferencias de fondo. Es importante no perder vista qué nos depara el próximo futuro si no se consigue un acuerdo vinculante, justo y de ejecución rápida en Copenhague. Ante el portazo africano y el asomo de la revuelta del Sur contra propuestas de acuerdos irrelevantes y vergonzosos, el propio Obama llamó ayer a Meles Zenawi, presidente de Etiopía, y a Sheikh Hasina Wazed, primer ministro de Bangladesh para calmarlos.
¿Cuál es el miedo que va tomando cuerpo en el Norte rico y contaminante pero también en las megalópolis industriales del Sur (en China, India, Brasil o México)? Sencillamente, que si no se hace algo relevante ya, crece la amenaza de nuevas guerras y crisis contra la mayoría de la humanidad que se está quedando sin tierra, sin bosques, sin posibilidades de vivir decentemente en sus hogares.
Naturalmente, el “riesgo” migratorio puede dispararse, por cuanto emigrar es una de las primeras estrategias que ha usado la humanidad durante la historia cuando se han modificado radicalmente las condiciones climáticas. Incluso un dudoso acuerdo global para no superar un aumento del 2°C de las temperaturas medias sería insuficiente, ya que para muchos estados insulares caribeños, en el Índico y en el Pacífico todo lo que esté por encima de 1.5°C puede ser catastrófico.
Un caso paradigmático lo constituye el destino de Tuvalu, que, con 10.000 habitantes, puede desaparecer pronto completamente. A pesar de su gravedad, estos impactos palidecen ante el caso de Bangladesh o el Sahel, donde podrían perder sus tierras (por inundación o sequia) decenas de millones de personas. De hecho, si no hay un cambio real en nuestra interacción con el clima, la International Organization for Migration (IOM) prevé más de mil millones de refugiados climáticos para 2050.
Es así como la catástrofe climática vuelve a mostrarse como una cuestión de justicia. Como decía hoy Antonio Guterres, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), hay que distinguir entre la emigración como opción de vida, individual y para mejorar las condiciones de vida, y las nuevas migraciones forzadas. En este sentido, el exprimer ministro portugués ha advertido de la disparidad creciente entre el aumento de la migración forzada de decenas de millones de personas hacia el Norte y las políticas de seguridad cada vez más xenófobas de la Unión Europea.
Para él, la UE, el continente con menos fecundidad, necesita más inmigrantes para sobrevivir como potencia económica y, además, es un deber humanitario facilitar legalmente la migración de los refugiados climáticos hacia Europa. La alternativa es el apartheid planetario contra la parte más vulnerable del Sur.
A día de hoy, nada de esto parece inquietar lo más mínimo a actores como los EUA, la UE o la propia China. John Kerry, senador demócrata y responsable legislativo para cambio climático de Obama, ha dado hoy una esperpéntica rueda de prensa en clave de política interna y ha pedido al mundo que comprendiera las complejidades del sistema de representación de los EUA. Además, ha apostado por reducir la contribución pública de su país al Sur en beneficio de créditos del Banco Mundial y del FMI y ha dejado caer que un poco más de energía nuclear ayudaría a proteger el clima.
Ni una palabra sobre la vulnerabilidad del Sur ni la marea de refugiados que se ve venir. Merecería figurar en la orquesta del Titánic, aquella que siguió tocando mientras el coloso se hundía. Como decían los manifestantes del sábado, “tenemos que cambiar de políticos, no de clima”.
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Hemos entrado en los días decisivos y sin acuerdos clave a la vista. El principal tiene que ver con la reducción de emisiones para 2020 y 2050. El tiempo corre en contra. Aunque sea invisible, una tonelada de CO2 permanece en la atmósfera más de un siglo. Si paráramos ahora mismo todas las emisiones, su efecto seguiría afectando decisivamente el equilibrio climático durante mucho tiempo. Desde Kioto, las emisiones globales han aumentado cerca de un 40% en lugar de reducirse y hemos superado el punto crítico, seguro, de concentración de emisiones letales en la atmosfera.
Decía ayer Larry Lohmann, el mejor experto independiente en la economía del cambio climático, que los mayores crímenes ambientales han sido cometidos bajo el régimen de Kioto a través de los llamados “mercados del carbono”. Aunque fue, en principio, una idea de ambientalistas estadounidenses, pronto atrajo la atención de espabilados especuladores. Gracias a ello, hoy mueven más de 20 millardos de dólares al año.
Mediante el comercio de cuotas de contaminación y la utilización de los bosques y el suelo del Sur como sumideros de carbono, este lucrativo negocio no está directamente en manos de las grandes corporaciones contaminantes sino de la misma superclase financiera (la de Goldman Sachs & Co) que ha llevado al crack económico presente, ya que es un mercado emergente que pronto puede constituir el primer mercado financiero del mundo.
El Banco Mundial, a través de los Fondos de Inversión Climática, hace el trabajo sucio de abrir camino a estos mercados y dictar las condiciones para que los estados del Sur compitan por ponerse a tiro de las inversiones que pueden ofrecerse. Los “mejores” precios se obtienen allí, donde ya están en marcha 5.500 proyectos basados en “Mecanismos de Desarrollo Limpio”, como, por ejemplo, eliminar un bosque tropical para plantar uno nuevo alóctono que permita seguir justificar la continuación de la contaminación en otras zonas del Planeta. El resultado es, en palabras de Souparna Lahiri, coordinador del National Forum of Forest People & Forest Workers de India, simplemente criminal: expropiación de tierras, destierro de comunidades campesinas al extrarradio urbano, incluso allí donde el proyecto consiste en implantar energía limpia como la eólica, la electricidad no llega a los vecinos,…
Copenhague puede dar un impulso formidable a este maquillaje de carbono, que alienta la especulación financiera sin reducir las emisiones. El Banco Mundial mismo hace fabulosos cálculos de negocio: el coste de adaptación al cambio climático entre 2010 y 2050 para no sobrepasar un aumento de 2°C sería entre 75 y 100 millardos de dólares anuales. Y señala las dos grandes áreas de operación serían el corredor Sureste asiático-Pacífico y América Latina y el Caribe.
¿Qué propone desde Klimaforum el prestigioso Durban Group for Climate Justice? Básicamente, dos objetivos: prohibir el tráfico de carbono, el mercadeo de la atmósfera como bien común de la humanidad y del Planeta, y sustraer al Banco Mundial la asignación de los fondos de inversión climática a favor de las Naciones Unidas.
Esta nueva arquitectura de la protección climática permitiría eliminar la especulación financiera y abriría la puerta a la descentralización y la participación de los pueblos del Sur en la urgente tarea de proteger el clima. Y, como afirma Janet Redman, del Institute for Policy Studies, pasaríamos de un escenario de “ayuda” caritativa del Norte a uno de “reparaciones”, de pagar la deuda climática con el Sur, desde un nuevo equilibrio de fuerzas realmente cooperativo.
Son mensajes que mañana intentará hacer llegar pacíficamente y en el propio recinto del Bella Center la manifestación por la justicia climática. Esperemos que sean recibidos por los Grandes Líderes del mundo en lugar de la prepotente policía danesa.
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Esto se anima. Mientras el New York Times empezaba la semana decisiva hablando de la “normalidad” con que se discurría la Conferencia oficial, a media mañana África ha dicho basta y ha abandonado las negociaciones temporalmente, dejando la puerta abierta por ahora a meros contactos técnicos. El portazo africano ha sentado como una ducha fría a la élite nórdica, confortablemente entretenida con encuentros sobre “negocios verdes” y con los anuncios liliputenses pero continuos de nuevas ayudas al Sur en tecnologías limpias, como los 85 millones de dólares en cinco años que acaba de anunciar Steven Chu, el Secretario (Ministro) de energía de Obama. Quedan apenas cuatro jornadas de conferencia y se dispara el riesgo de que lleguen mandatarios del máximo nivel sin que el acuerdo esté amarrado.
Lumumba Di-Aping, el tenaz sudanés que ejerce de portavoz del Grupo 77 + China, ha denunciado que el Norte está tratando de sustituir el Protocolo de Kioto, el único real y vinculante en materia climática, por un acuerdo político con compromisos de reducción de gases invernadero muy por debajo de lo necesario. Además, África cree que la presidencia danesa y la UE están intentando marginarles de la negociación para ofrecerles en las últimas horas una propuesta cerrada, con un margen de financiación irrisorio y sin prestar atención a que, para muchos países del Sur, el objetivo de estabilizar el aumento de las temperaturas del Planeta en un máximo de 2°C no es suficiente. Desde la perspectiva del delta del Níger o África subsahariana todo lo que esté por encima de 1.5°C puede ser catastrófico, como aseveraba el sábado Rajendra K. Pachauri, el director del IPCC.
Coincidiendo con la protesta africana, empieza a hacerse espacio incluso en la cumbre oficial la idea de que la protección del clima constituye, sobre todo, una cuestión de justicia. En una concurrida rueda de prensa en el propio Bella Center, portavoces de la red mundial “Clima-Debt” hacían visible el apoyo de más de 50 estados (desde Bolivia, Bután, Malasia, Paraguay o Venezuela pasando por los 49 más empobrecidos y vulnerables, conocidos como el Grupo de los Países Menos Desarrollados).
Según ellos, si el 70% de las emisiones letales para el clima acumuladas históricamente son producto del estilo de vida del Norte, este debe reconocer su deuda con el Sur, el hemisferio más poblado y que está sufriendo ya el mayor impacto de la catástrofe climática.
El Norte tendría que pagar al Sur no sólo por la deuda acumulada en por crímenes contra el clima común sino también para poder adaptarse a lo que le cae encima sin haber contribuido a ello. El gobierno boliviano, por ejemplo, ha presentado un novedoso documento sobre el concepto de “deuda climática” y ha propuesto que sea incorporado como enmienda al Protocolo de Kioto. En palabras de su presidente, Evo Morales, se trataría de llegar a un acuerdo global sobre como conllevar el “buen vivir” sin fronteras.
La verdad es que el Sur y los movimientos sociales están abriendo una brecha en la feria de Copenhague. Tienen muy poco que perder y lo saben. El propio Di-Aping decía hoy que África no tiene nada que negociar porque no es responsable del problema. Y avisaba a negociadores neocoloniales que su continente (nada menos que 1.000 millones de personas) no tiene que hacer ninguna concesión para llegar a un acuerdo y que sus únicos objetivos aquí son: conseguir los mejores apoyos para que sus sociedades puedan adaptarse a la catástrofe climática en marcha y asegurarse que el Norte cumpla con su deuda y reduzca de verdad sus letales emisiones. En los próximos días, sabremos si quedan líderes en mayúsculas capaces de proteger nuestro clima común. Es tiempo de hechos, no palabras.
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No nieva en diciembre en Dinamarca, llegan icebergs de 140 km a Australia; bienvenidos a la “nueva normalidad” en el Planeta. Sin embargo, en los últimos dos días, ha cambiado completamente la atmósfera de Copenhague. Llegamos al final de la primera semana de cumbre climática con tres posturas muy decantadas.
La primera, la de los estados del Norte, que ofrece un acuerdo de aplazamiento para más allá de 2020 de la reducción sustancial de emisiones invernadero y revisa al alza (la UE pondría ahora 11 millardos de dólares) su cheque climático al Sur. China y el resto de países emergentes proponen involucrar decisivamente a los EE.UU en un tratado vinculante y que el montante de las ayudas a la protección del Sur, sin cuantificar pero claramente superior, no pase por el Banco Mundial sino por las Naciones Unidas.
Finalmente, 50 estados africanos proponen reducir drásticamente las emisiones mundiales en un 50% en 2017 hasta llegar al 65% en 2020 respecto a los niveles de 1990. Además, al considerar un soborno insultante por su nimiedad la suma propuesta de los estados más contaminantes, considerarían justo que el Sur más empobrecido recibiera el equivalente al 5% del Producto Interior Bruto de los estados más ricos para hacer frente al cambio climático y para incrementar su bienestar comunitario. Entre 2010 y 2012, eso significaría 40 veces más financiación que la última oferta del Norte.
A una semana del fin de la Cumbre, las posiciones tienden, pues, a clarificarse. Para que nos hagamos una idea de qué piden nuestros hermanos y hermanas más empobrecidos, nada como contextualizar sus demandas.
En términos futbolísticos y tomando como referencia la cifra más conservadora conocida (5 billones de dólares), el dinero público regalado por la selección de Obama, Brown, Merkel, Sarkozy, Zapatero y Cía a los especuladores financieros “gana” por 300 a 1 a lo que estos líderes globales ofrecen a los estados que sufrirán a corto plazo y en peores condiciones los efectos del cambio climático.
Por una infeliz casualidad, el viernes se supo que por primera vez voló un Airbus A400M de un programa que prevé la adquisición de 180 aviones de transporte militar, valorado en 20 millardos de euros, por parte de Alemania, Reino Unido, Francia, España, Luxemburgo, Bélgica y Turquía. También aquí el “esfuerzo” nórdico a favor ahora de un arma de guerra vence por 2 a 1 el conjunto de la ayuda climática al Sur más necesitado. Más allá de las palabras, los números son los números y expresan qué vale cada uno.
En medio de la guerra de posiciones absolutamente desnivelada a favor de quienes somos responsables del 75% de las emisiones acumuladas de gases invernadero desde mitad del siglo XVIII, la buena noticia es que este sábado se manifestaron durante horas por las calles de Copenhague entre 30.000 y 100.000 personas.
Recordaban al mundo y, sobre todo a sus Grandes Líderes que “No hay un Plan B” y que “La Naturaleza no hace negocios”. Incluso proponían cosas tan sugerentes como “Hay que cambiar de políticos, no de clima”. A pesar de estar cercados por helicópteros y policía como si ellos fuesen los terroristas, en un ambiente de fiesta lleno de diversidad, han sembrado la semilla que puede decidir en los próximos tiempos, y para bien de la humanidad, la protección del clima: el “Yes, we can”, el poder de la gente ante la inconsciencia y la falta de acción de nuestros dirigentes.
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