La detención de Antonio Ledezma el día de ayer marca un hecho que
describe dos acontecimientos de forma simultánea: por el lado del
Gobierno queda claro el mensaje de que el contragolpe avanza, y no hay
concesiones. Por el otro, la falta de respuesta, de movilidad, de
tracción que ha tenido la agenda de la ultra ha quedado como un hecho
duro, pesado, plomizo. Pero algo más se mueve en el mar de fondo de la
historia reciente del país: la detención de una de las figuras
simbólicamente más acabadas de la decadencia de la Cuarta República en
la década de los 90, protagonista de la terminal.
Esta es una verdad cardinal, indiscutible, infranqueable y silenciada
por la misma oposición: nadie quiere a Antonio Ledezma. Ningún voto que
lo ha mantenido en la Alcaldía Mayor proviene de un mapa afectivo, de
un reconocimiento. Nada más con verle la catástrofe que trata de
levantar como sonrisa en cualquiera de los registros fotográficos
certifican su estatuto del político más anticarismático (que no es lo
mismo que el que menos carisma tiene) de todo el espectro político
nacional. Hasta Ismael García pareciera tener mayor capacidad de generar
algo parecido a una simpatía que no obedezca al "criterio" de "voto por
Ledezma porque el otro candidato es el chavista".
Pero nadie puede negar su habilidad en el medio burocratista. Nadie
puede negar que Ledezma es el gran heredero de un inconfundible estilo
que él traslada de la Cuarta casi intacto. Loro viejo con vocabulario
amplio. Con ese cuadro circunstancial en el que nadie lo quiere, ha sido
capaz de ganar elecciones, de organizar el frente jurídico-político de
la conspiración, reconocer las claves populacheras que venden en el
discurso "de calle". Odiado por todos, fue electo; y odiado por todos
logró alcanzar una condición imprescindible dentro de la especie de
mecánica de la oposición, tanto en la línea MUD, la "constitucional",
como en la agenda ultra de Leopoldo y compañía.
Podemos repetir las palabras que empleamos en un previo perfil,
publicado a finales de 2013: "En términos leninistas, Ledezma es un
cuadro de aparato, no de masa". Y decíamos más adelante: "Pero lo que
hace aún más de Ledezma un hombre todo cuartorrepublicano no es su
capacidad de ser cómplice de genocidios, ni su habilidad
leguleya-gerencial de armar nóminas paralelas, desviar presupuestos y
privilegiar a los grupetes de siempre desde su puesto como alcalde
mayor, sino su capacidad de adaptación, su condición reptil y arribista,
su instinto de supervivencia política".
Y ciertamente, esa combinación de hombre hábil en lo estructural,
experimentado en la intriga y el combate político y, por sobre todas las
cosas, un oportunista sin límites lo fue decantando de su posición
pragmática interderechas a ser la eminencia gris de la agenda golpista y
en el cálculo de la violencia política empleada el año pasado. Pero a
su vez, a diferencia de la oligofrenia de Machado o López, ha sabido
conservar su imagen de "firme entusiasta" de la opción electoral como
vía para derrocar al rrrrégimen, mientras operaba, como bien lo sabe
hacer, en el plano puramente conspirativo.
Esa misma condición no sólo lo ha aproximado a los peores factores
nacionales de mayor cercanía con los peores factores internacionales (el
primer ministro sionista Bibi Netanyahu, entre una larga lista)
defensores de las peores causas del momento en el mundo, sino que lo
llevó a coordinarlos en su desorden. Sus buenos oficios como gestor
conspirativo lo condujeron directamente al centro de la acción.
Es evidente y queda claro que fue Ledezma el encargado de atribuirle un carácter de "proyecto", de "plan de operaciones", al
documento de "transición" que acompañaría al golpe de Estado que se
cocinaba para estos días. Ni Leopoldo López ni María Corina Machado
cuentan con los conocimientos, la sapiencia y el "cómo hacer la vaina"
como Ledezma.
Pero la aparente sobriedad con la que podía equilibrar sus
habilidades operativas pareciera haberse nublado por la ambición
presidencialista que nunca, ni en este momento, ha ocultado. O alguien
en el piso de arriba de la Operación Jericó le garantizó el éxito
absoluto de la acción. Y, esencia clásica de la tragedia, Ledezma cedió y
su sobrexposición fue in crescendo, a tal punto que se quemó
con la candela que siempre se jactó de tener la maestría de bailar sin
quemarse las cotizas. Pero esas chancletas de petróleo se deformaron por
el calor y se le quemaron los pies.
Tal vez, como se reflejó en el dato a dato,
esto explique que en el ámbito de todo el plan de acción haya sido más
sonora, escandalizada y desinformativa la desmesurada reacción
internacional. Porque aquí dentro ha dado hasta lástima la pobreza
inherente a la "capacidad de respuesta" en la calle para "defender" a
uno de sus líderes "orgánicos". Desde afuera se trata de tapar un vacío
francamente lamentable por su anemia movilizadora.
Y una razón de peso, profunda, del mar de fondo de la historia de las
últimas décadas se mueve en la memoria caraqueña. Así no lo digan, en
la misma base escuálida que pueda existir, más de uno, igual que
cualquier chavista de a pie, habrá dicho en privado "bien hecho que se
lo hayan llevado" y no necesariamente está recordando 2014, sino 1996.
Porque esa sensación de resarcimiento con la historia es imposible de
esquivar para aquellos a quienes de verdad se les haga difícil
traicionar su propia memoria, así hayan votado por él para votar en contra de Aristóbulo o Ernesto Villegas.
Y fuera de ese dato subjetivo, son decenas de muertas y muertos de la
clase original quienes hoy también se alivian por verlo detenido. Y muy
difícilmente el show a la Leopoldo y Lilian pueda tener algún
éxito. Sobre todo cuando ya se veía bastante descuadrado tirándoselas de
dirigente joven con el sector (visible) más recalcitrante de la derecha
política venezolana, que destacaba precisamente ese maldito sentido de
oportunidad que hoy lo llevará juicio, no precisamente por lo que de
allá de ese tiempo debe sino por las cosas que hoy teme ante la
justicia.
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