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Por Emilio Marín - laarena.com.ar
Lo que no está claro es la política que finalmente aplicará. Sus promesas dan pie a cierta esperanza.
Hollande debe estar todavía agradeciendo la denuncia de Nafissatou Diallo, la trabajadora del hotel Sofitel de Nueva York que con su denuncia en mayo del año pasado contra la agresión sexual de Dominique Straus-Khan le abrió el camino a su candidatura por el Partido Socialista. Hasta el escándalo desatado por esa mucama guineana, el número puesto era el director gerente del FMI.
Cuando arrancó la campaña, Hollande fue subestimado por extraños y propios. El presidente Nicolas Sarkozy creía tener ganada la elección de antemano. Ese gordito socialdemócrata que había llegado de casualidad a la competencia y cuyo único antecedente ejecutivo era haber sido intendente de Tulle, sería pan comido.
Una vez más Francia confirma que uno de los errores más graves que puede cometer un político (un militar, peor aún) es subestimar al contrincante. Suele ser la antesala de la propia derrota.
El domingo 6 de mayo estaban convocados a las urnas unos 44.5 millones de franceses, para decidir en ballottage entre Hollande, por el PS, y Sarkozy, por la oficialista Unión por la Mayoría Popular (UMP). Estaba el juego el presidencial Palacio del Elíseo por los próximos cinco años.
Ganó el socialista con el 51,7% de los votos, contra 48,3% del presidente en funciones. Esos tres puntos, 1.5 millón de sufragios, fueron algo inferiores a lo que vaticinaban las encuestas, que sostenían habría una ventaja de cinco puntos.
Hubo bastante participación pues la abstención fue del 18,7 por ciento. El 82 por ciento del padrón fue a votar, interesado en la resolución del conflicto político en un sentido o en otro.
En la primera vuelta, la lista socialista había cosechado 28.6 por ciento de los votos contra 27.2 de la derecha, con otros candidatos que llegaron más atrás.
Un dato saliente de esos comicios fue el tercer puesto para la extrema derecha del Frente Nacional, con 18.5 por ciento de los votos, unos 6.5 millones de sufragios captados por su candidata Marine Le Pen. Sarkozy se propuso copiar el programa extremista de FN para atraer a ese electorado, pero sin intentar ninguna negociación con Le Pen. Su corrida a la derecha se expresó en una condena a los inmigrantes como si fueran la causa del desempleo galopante y la inseguridad en Francia. Su línea fue que los expulsaría sin miramientos.
El resultado fue contradictorio con las intenciones de Sarkozy. Le Pen dejó en libertad de acción a sus votantes y no llamó a apoyarlo. El líder centrista del Movimiento Democrático, François Bayrou, que había ocupado el cuarto lugar, alarmado por el viaje de ida presidencial hacia la ultraderecha, anunció que votaría al candidato socialista.
La izquierda, cuyo candidato en primera vuelta fue Jean-Luc-Melenchon y que había colectado un muy valioso 11.5 por ciento, también apoyó a Hollande, aportándole la expectativa de segmentos jóvenes. Y el triunfador tomó nota porque dijo comprometerse con dos valores: la justicia y la juventud.
“El cambio es ahora”
En octubre del año pasado Hollande arrancó con su campaña, adoptando como eslogan el de “El cambio es ahora”. A medida que se fue consumiendo el tiempo, el socialista fue precisando sus propuestas, hacia Francia y hacia Europa, como era inevitable tratándose de la segunda economía de la zona del euro.
Sus definiciones programáticas no fueron muy radicales ni profundas, pero tal como fueron formuladas metieron un poco de miedo o desconfianza en los ambientes financieros.
Por ejemplo, planteó anular las dispensas impositivas a los sectores más ricos, que había implementado Sarkozy siguiendo la doctrina norteamericana de George Bush en sus dos mandatos.
Quienes ganen más de 100.000 euros deberían pagar un impuesto del 45 por ciento y los que tengan ingresos anuales personales por más de un millón de euros van a tener que oblar 75 por ciento. Menos mal que Hollande es francés porque si viniera a Buenos Aires con esas propuestas, los superricos y evasores pedirían lincharlo en la Plaza de Mayo.
La oferta socialista incluyó el compromiso de crear 200.000 puestos de trabajo, de los que al menos 150.000 serían para jóvenes. Las empresas que tomen empleados de menos de 30 años y mayores de 55 tendrían menos impuestos por cinco años. La idea es que esos veteranos entrenaran laboralmente a los más jóvenes, en una parte de la jornada laboral.
Otros aspectos son más módicos: la jubilación volvería a los 60 años, en vez de los 62 como la extendió el hombre que estará haciendo las valijas junto a Carla Bruni. Antes del 15 de mayo deberán desalojar el Elíseo, porque ese día jurará el ganador.
A diferencia de la derecha que primero con Chirac y luego con Sarkozy estuvo diecisiete años en el poder, el presidente electo propuso contemplar el matrimonio igualitario y la posibilidad de adopción para los homosexuales. No serán asuntos que interesen a las mayorías ni tumbarán el orden del capital, pero son definiciones humanitarias y progresistas. Cristina Fernández de Kirchner podrá decirle que ella lo hizo primero.
Hablando de la presidenta argentina. Sarkozy debe estar maldiciéndola en forma reservada, por dos motivos. Uno, en la reunión del G-20 de Cannes, en noviembre pasado, Barack Obama le dijo: “Nicolas, vamos a tener que aprender de Cristina”. Esta venía de ganar su segundo mandato con el 54 por ciento de los votos. Segundo, conocidos los resultados electorales del 6 de mayo, la jefa de Estado argentina declaró que eran muy interesantes las declaraciones de Hollande en contra del ajuste y a favor de políticas de crecimiento.
Los dos caminos
Sarkozy se había cavado la tumba con esas políticas de choque y recesivas que pusieron el ajuste del gasto público en el centro del plan gubernamental. Así fue como el índice de desempleo trepó en un quinquenio al 10 por ciento y un millón más de desocupados se sumó a los dos millones preexistentes.
Lejos de cambiar, el presidente ahora derrotado mantuvo esa orientación y se supeditó a la canciller alemana, Merkel, que lleva la batuta de la Unión Europea. En gran medida fueron estas las causas del voto de los franceses por el candidato socialista.
Alimentando las esperanzas en ese cambio de orientación, el ganador manifestó que “la austeridad no puede ser más una fatalidad en Europa”. También expresó algo así como que prefiere vivir con crecimiento, aún con deudas e inflación, antes que morir con las cuentas en orden.
¿Cuáles son los obstáculos para que la nueva gestión arranque a buen ritmo en dirección a la reactivación económica?
Al interior de Francia, serán reacios los grandes capitalistas y banqueros que amasaron fortunas en estos 17 años de gobiernos de derechas y que se articulan con Alemania.
Y en el contexto de Europa, los problemas serán justamente Berlín, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el FMI. Estos poderes están dispuestos a mantener rígido el Tratado para la Estabilidad de la Unión Económica y Monetaria, firmado en marzo de este año en Bruselas. Este pacto obliga a cada país a incluir en su Constitución un límite de déficit del 0,5 por ciento y sancionará a los que sobrepasen el 3 por ciento.
Ese tratado draconiano fue parte del eje “Merkozy” que ahora ha perdido una de sus patas, la gala.
¿Qué hará el nuevo mandatario cuando asuma el 15 de mayo próximo?
Una posibilidad es que decida ir más o menos a fondo en la confrontación con Alemania y reclame, solo o con otros presidentes, una flexibilización del mencionado pacto fiscal. Sería lo mejor para los franceses y otros países afectados por el marasmo de la crisis. Que la cosa es grave lo ilustra que con el traspié de Sarkozy ya van diez mandatarios europeos que han perdido el cargo barridos por la crisis y el repudio popular.
La otra opción es que Hollande ponga el guiño a la izquierda y doble a la derecha, confundiendo a sus seguidores. Apenas asumido hará una visita relámpago a Merkel y luego será recibido por Barack Obama en el salón oval. Luego le darán la bienvenida en el poderoso G-8, el 18 de mayo en Washington, y la cumbre de la OTAN, el 21 de mayo en Chicago. Esas serán pruebas muy sensibles para saber hacia dónde irá el flamante presidente.
Ojalá que Hollande no se parezca a José Luis Rodríguez Zapatero, el socialista español que habló de crecimiento y terminó aplicando ajustes, ni al socialista portugués Sócrates, que hizo lo mismo, ni al socialista griego Giorgos Papandreu, que convirtió a la bella Grecia en la capital internacional del ajuste.
Todo es según los intereses del cristal con que se mire. El británico The Economist, conservador, acusó al francés de ser “más bien peligroso” por su resistencia a la “austeridad”. En cambio Paul Krugman, en The New York Times, tituló su columna “La rebelión ciudadana contra la austeridad”. El Nobel 2008 escribió:”Los franceses se rebelan. Los griegos, también. Y ya era hora”.
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