La crisis desatada por el gobierno saliente de Colombia, está siendo acotada por el resto de los gobiernos de la región, que dieron prioridad a la UNASUR en detrimento de una OEA que siguen en caída libre por estar más aferrada al pasado que al futuro.
“SANTOS DEBE HACER su mejor esfuerzo para que Uribe acepte la embajada en Beijing”, escribió la revista británica The Economist como consejo sencillo para evitarle al nuevo presidente lo que puede convertirse en una pesadilla: la interferencia de Álvaro Uribe en todo lo que suceda en Colombia durante su ausencia en el Palacio de Nariño. A estas alturas son pocos los que dudan que detrás de la fuerte denuncia contra Venezuela exista otra cosa que no sea el temor a perder pie en la política interior, con riesgos graves para su propia persona.
Del lado bolivariano son también las cuestiones domésticas las que llevaron a Hugo Chávez a escenificar el drama de la agresión al país, con anuncio mediático que incluyó la presencia de Diego Armando Maradona, convirtiendo el asunto en un sainete diplomático. Si el colombiano teme por su futuro inmediato, el venezolano mira de reojo las elecciones legislativas del 26 de setiembre que, por primera en sus diez años de gobierno, pueden resultarle adversas llevando al régimen a una situación compleja y delicada.
Luiz Inazio Lula da Silva fue el más cáustico de los presidentes de la región: “Lo que me pareció extraño es que esto ocurre a pocos días de que el compañero Uribe deje la presidencia. El nuevo presidente dio señales claras de que quiere construir la paz. Marchaba todo bien hasta que Uribe hizo la denuncia” (Telam, 25 de julio). La pregunta que todos se hacen, es qué llevó al presidente de Colombia a desempolvar un tema archisabido, la presencia de miembros de las FARC en suelo venezolano, apenas dos semanas antes de abandonar el cargo.
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“SANTOS DEBE HACER su mejor esfuerzo para que Uribe acepte la embajada en Beijing”, escribió la revista británica The Economist como consejo sencillo para evitarle al nuevo presidente lo que puede convertirse en una pesadilla: la interferencia de Álvaro Uribe en todo lo que suceda en Colombia durante su ausencia en el Palacio de Nariño. A estas alturas son pocos los que dudan que detrás de la fuerte denuncia contra Venezuela exista otra cosa que no sea el temor a perder pie en la política interior, con riesgos graves para su propia persona.
Del lado bolivariano son también las cuestiones domésticas las que llevaron a Hugo Chávez a escenificar el drama de la agresión al país, con anuncio mediático que incluyó la presencia de Diego Armando Maradona, convirtiendo el asunto en un sainete diplomático. Si el colombiano teme por su futuro inmediato, el venezolano mira de reojo las elecciones legislativas del 26 de setiembre que, por primera en sus diez años de gobierno, pueden resultarle adversas llevando al régimen a una situación compleja y delicada.
Luiz Inazio Lula da Silva fue el más cáustico de los presidentes de la región: “Lo que me pareció extraño es que esto ocurre a pocos días de que el compañero Uribe deje la presidencia. El nuevo presidente dio señales claras de que quiere construir la paz. Marchaba todo bien hasta que Uribe hizo la denuncia” (Telam, 25 de julio). La pregunta que todos se hacen, es qué llevó al presidente de Colombia a desempolvar un tema archisabido, la presencia de miembros de las FARC en suelo venezolano, apenas dos semanas antes de abandonar el cargo.
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