lunes, 18 de mayo de 2020

La otra cara de Juan Pablo II

Por GT | LINyM

Este 18 de mayo se cumplen 100 años del nacimiento de Karol Wojtyla, quien en 1978 se convertiría en el Papa Juan Pablo II, cuyo pontificado duró casi 27 años, hasta el 2 de abril de 2005 cuando falleció.

Su sucesor Benedicto XVI lo beatificó en 2011 y el Papa Francisco lo elevó a santo tres años más tarde.

Durante la misa celebrada hoy en la basílica de San Pedro en Roma, Francisco destacó tres elementos que caracterizaron a Wojtyla: la oración, la cercanía al pueblo y el amor por la justicia social, la justicia completa.

Sin lugar a duda Juan Pablo II fue muchas cosas, pero hay una tendencia generalizada a olvidar las otras caras del papa polaco.

En 2005, pocos días después de su fallecimiento, el catedrático Augusto Zamora R. publicaba una nota titulada "Juan Pablo II, Papa del imperio".

A continuación un resumen del texto. 

"Entre 1977 y 1979 fueron asesinados cinco sacerdotes en El Salvador, seguidores de la Teología de la Liberación y miembros activos de la Iglesia de los Pobres, que trabajaban con las comunidades y sectores más oprimidos y reprimidos del país. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de El Salvador, viajó a El Vaticano en agosto de ese año, con un dossier minucioso sobre la brutal represión que venían sufriendo la Iglesia y el pueblo salvadoreños. El Papa Juan Pablo II se negó a ver el dossier y a hablar del asunto. Monseñor Romero regresó abatido pues había creído, hasta su entrevista, que al Papa le ocultaban información. En marzo de 1980, monseñor Romero era asesinado mientras celebraba misa. 

Ese mismo año, cuatro religiosas estadounidenses morían también asesinadas, luego de ser torturadas y violadas por el ejército salvadoreño. El Vaticano condenó los crímenes pero no emitió condena alguna contra el régimen que los propiciaba. El silencio se hizo norma.

De enero de 1980 a febrero de 1985, 23 religiosos fueron asesinados en Guatemala. Con ellos, decenas de miles de civiles, en el mayor baño de sangre sufrido por la región en las últimas décadas. Se repetía el guión. Condena opaca y formal y silencio ante la dictadura criminal. La jerarquía departía con generales y oligarcas, mientras sacerdotes, religiosos y comunidades cristianas de base eran sistemáticamente perseguidas o muertas.

En Nicaragua había triunfado en julio de 1979 la revolución sandinista. Con ella llegó al poder, por vez primera en la historia latinoamericana, la "iglesia de los pobres". Cuatro sacerdotes fueron designados ministros. El padre Miguel D´Escoto, ministro del Exterior; Ernesto Cardenal, ministro de Cultura; Fernando Cardenal, ministro de Educación y Edgar Parrales, ministro de Bienestar Social. El Vaticano se revolvió indignado. Todo lo que era silencio en El Salvador y Guatemala, se hizo estridencia contra la revolución sandinista y sus curas ministros

El Papa exigió a los sacerdotes que abandonaran los cargos y empezó una persecución sistemática contra los que apoyaban a la revolución. Curas y monjas progresistas eran obligadas a abandonar Nicaragua para ser sustituidos por otros reaccionarios. Cuando Juan Pablo II visita Nicaragua en 1983, el padre Ernesto Cardenal se arrodilla ante el Papa, quien responde agitando una mano condenatoria. La foto da la vuelta al mundo. En la misa pública, el Papa se niega a orar por los asesinados por la contra. Sus actos se tornan políticos y la visita, preparada con tal celo por el gobierno sandinista que había construido una plaza especial para la misa papal, deriva en una completa ruptura.

En una reunión con el presidente Ronald Reagan, según relata el periodista Bob Woodward, se oficializa una alianza informal entre el Vaticano y EEUU, para combatir la "amenaza comunista" en Centroamérica. En Nicaragua, las iglesias se convierten en nidos de la contrarrevolución y los obispos en dirigentes políticos. La cruzada anticomunista del Papa barrerá Centroamérica y la iglesia católica se dividirá en dos sectores irreconciliables, la iglesia oficial y la popular. Ganará la oficial, a un costo estremecedor en vidas y bienes. La iglesia de los pobres es barrida por la suma de las purgas vaticanas y la represión de las dictaduras. El epílogo será el asesinato de siete jesuitas en la Universidad Centroamericana de El Salvador en 1989. La iglesia católica cae en grave descrédito y el vacío espiritual es llenado por la más peligrosa y destructora arma de que dispone EEUU: las sectas religiosas (...)

La cruzada contra la iglesia de los pobres le llevó a someter en 1984 al padre Leonardo Boff al ex Santo Oficio, que le condenó en 1985 al silencio y a la privación de todos sus cargos. Gustavo Gutiérrez fue obligado a "revisar" sus obras, en un proceso similar al sufrido por Galileo. Los obispos defensores de la Teología de la Liberación eran recluidos en diócesis minúsculas y excluidos de facto de la iglesia oficial, como los obispos brasileños Helder Camara y Pedro Casaldáliga. La Diócesis de Río de Janeiro, a cargo de Paulo Evaristo Arns, fue dividida en cinco. Y así. Alrededor de 500 teólogos fueron represaliados por defender una teología que situaba al Dios cristiano al lado de los oprimidos.

La cruzada anticomunista tuvo éxito, al precio de derrumbar a la propia iglesia católica y de privar de esperanza a unos pueblos necesitados perentoriamente de ella. En la alianza fraguada en los 80, sólo EEUU ganó. Centroamérica sigue condenada". 

Años más tarde, el catedrático y periodista italiano Gennaro Carotenuto escribía una nota para la revista Brecha.

"Así el domingo será beatificado Woj­tyla, amigo de Maciel y Escrivá, enemigo de Romero e implacable cazador de brujas en la iglesia católica latinoamericana salida del Congreso Eucarístico de Medellín en 1968. Fue contra la Teología de la Liberación que cumplió su primer viaje fuera de las murallas petrinas. Fue en enero de 1979 cuando concurrió a Puebla, México, para la tercera conferencia episcopal latinoamericana, donde imprimió su viraje duramente conservador. 

Desde entonces cientos y cientos de religiosos progresistas fueron silenciados por Juan Pablo II, empezando por uno de los máximos teólogos conciliares, Bernard Häring, y siguiendo por el jesuita Pedro Arrupe, pasando por el obispo de los migrantes y de las prostitutas, el francés Jacques Gaillot, a quien humilló enviándolo a la inexistente diócesis de Partenia, y por el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, sensible al mundo indígena y zapatista.


Es así, entre grandes alabanzas e inciensos, que se llega a una beatificación postergada apenas lo mínimo indispensable para mantener la decencia del proceso".


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