Por Andrea Cegna | Perro Crónico
El miércoles 11 de marzo de 2020, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), entramos oficialmente en la fase de pandemia por el coronavirus. Según Tedros Adhanom Ghebreyesu, director de la OMS, eso significa hasta la fecha que “la posibilidad de transmisión del virus en la población general aumentó y se prolongó”, y que “la aparición de casos en todo el mundo es inevitable”.
Después de casi tres semanas del primer caso de coronavirus en Italia (31 de enero), tuvimos algunas certezas: el virus que llenaba los hospitales está relacionado con el de China y muestra su capacidad de mutación y adaptabilidad; el tiempo de incubación oscila entre 2 y 14 días; los síntomas comunes son fiebre, tos y, especialmente, insuficiencia respiratoria que puede evolucionar en neumonía; es un virus que se expande rápidamente y, para contrarrestarlo —a la espera de una vacuna—, es esencial reducir el contacto entre las personas, usar respiradores desechables cuando se está en lugares concurridos y lavarse las manos antes de tocarse los ojos y la boca.
“El nuevo coronavirus, COVID-19, es un virus poderoso, temible y mucho más agresivo que una gripe normal”, afirmó —en los primeros días de expansión en Italia— Arnaldo Caruso, director del Laboratorio de Microbiología y Virología del Hospital Civil de Brescia, profesor de Microbiología en la Universidad de los Estudios de Brescia y presidente de la Sociedad Italiana de virología.
En Italia, al principio, el desacuerdo entre los médicos sobre la gravedad del virus se basó en las tasas de mortalidad y condujo, inicialmente, a una serie de medidas gubernamentales insuficientes para contener el crecimiento de las infecciones; sin embargo, eso no evitó que se desencadenara una psicosis colectiva que se ejemplificó en ataques a supermercados y el acaparamiento desproporcionado de desinfectantes y máscaras.
El coronavirus es una familia de virus “extendida” capaz de transmitir diversas enfermedades y tiene similitudes con otros virus, cuatro de los cuales pueden causar resfriados comunes. Nuestros cuerpos han luchando y derrotado a varios coronavirus, pero no al Covid-19, de modo que no sólo es cuestión de que haga falta una vacuna, sino que nos faltan los anticuerpos.
El virus en realidad tiene un bajo índice de letalidad, pero es altamente contagioso. Además, el 10 por ciento de los pacientes se puede ver gravemente afectado a nivel pulmonar. No hace falta decir que, cuantas más personas se enferman, ese 10 por ciento representa un alto número de casos graves. La OMS estima que la tasa de mortalidad es del 3,4 por ciento del total de infecciones en comparación con el 1 por ciento de la gripe estacional. Pero en Italia, que ahora es el segundo país del mundo en infectados y muertos (y tiene el más alto índice global en defunciones por infectados), la emergencia sanitaria ha explotado rápidamente debido a la incapacidad de la infraestructura de salud pública para dar cabida al creciente número de infectados que manifestaron síntomas graves, tanto que alguien sentenció que más que una crisis viral, se trata de una crisis estructural.
Los hospitales en el norte del país colapsan mientras departamentos completos del Gobierno se reúnen para buscar una solución y establecer áreas listas para intervenir y salvar a los infectados. Esta dimensión del estrés significa que todas las actividades que no se consideran urgentes o que no salvan vidas se suspenden.
Después de 15 días de medidas insuficientes, lanzadas con la intención de no desacelerar la economía —por influencia de Confindustria y algunos alcaldes de ciudades importantes como Milán—, se ha llegado a una especie de paro nacional para evitar situaciones extremas como que la crisis sanitaria se vuelva todavía más inmanejable para los trabajadores de la salud en las regiones más afectadas (Lombardía, Veneto y Emilia Romagna) y para evitarlo en otras partes del país, en donde afortunadamente el número de infectados es menor. Sin embargo, se garantizó nuevamente que las actividades de producción, financieras y logísticas seguirán funcionando.
El coronavirus, de hecho, ha expuesto el drama social producto de años de neoliberalismo. El hecho de haber dejado de financiar la salud pública, aceptar la coexistencia del sector privado —con la consecuente cofinanciación— y haber transformado a los hospitales en empresas médicas, muestra hoy los resultados inevitables. Según la OMS, las camas para casos agudos y cuidados intensivos se han reducido a la mitad: en los últimos 25 años, hemos pasado de 575 lugares cada 100,000 habitantes a 275 en la actualidad, posicionándonos entre los últimos sitios del ranking europeo, en el que Alemania sobresale con 621 lugares, más del doble. Como se mencionó anteriormente, actualmente el foco de la emergencia sanitaria en Italia es el resultado de estas políticas y de una ausencia inicial del sector privado para atender la situación: en los primeros días de crecimiento constante de pacientes, las estructuras privadas no habían puesto a disposición sus servicios, ni siquiera aquellos definidos como iguales o donde las visitas pueden realizarse como en el sistema público.
Las presiones políticas y la emergencia han llevado a un lento cambio de rumbo. Inicialmente, las medidas para contener al coronavirus sacudieron al mundo de la economía, que trató de aliviar el cierre de las actividades de trabajo y producción jugando con dos factores: el primero, el debate abierto entre médicos y expertos; el segundo, más sutil, mostrar cercanía a aquellos trabajadores a los que no se les paga si no trabajan. La segunda justificación es un problema real y abierto, un chantaje social que ha estado ocurriendo durante años, resumido con la “depredación constante de los derechos de los trabajadores”. También, en este caso, el problema de la falta de garantías de acceso a un salario es un problema estructural deseado por aquellos que ganan al otorgar menos derechos y utilizado para evitar el cierre de las actividades a pesar de los riesgos de crecimiento de la epidemia. Sin embargo, ahora, ante una emergencia, las contradicciones dentro del capitalismo se convierten en un problema social. De hecho, aquellos que no han trabajado durante semanas y no tienen contratos no reciben dinero, y al no poder trabajar seguirán sin recibirlo. La pregunta es abierta e importante: ¿qué pasará?
Mientras todo esto ocurre en Italia, con gran velocidad la mitad de Europa, después de subestimar el problema, comienza a contar infectados y muertos. Por supuesto, cada país es diferente en términos de la capacidad de acogida del sistema de salud. Pero podemos suponer que algunas “recetas económicas” mostrarán los escombros sociales en otros lugares, especialmente porque la Unión Europea ahora está ausente en la gestión política y social de la pandemia en el continente, dejando la gestión de la emergencia a cada país.
Los tiempos no son cortos. Pero cuanto antes intervengamos, antes se limitará la pandemia, ya que al reducir el pico de pacientes se evita sobrepasar la capacidad de los centros de salud y, de esta manera, se garantiza la atención necesaria frente al COVID-19 y para todas las demás emergencias futuras.
En China están saliendo lentamente de la contingencia y han transcurrido más de tres meses. Sobre esto, el ejemplo que muestra Corea del Sur es interesante porque, si bien es cierto que el grupo de contagio se ubicaba en una ciudad y en un grupo en específico —una secta religiosa—, las autoridades coreanas aplicaron pruebas masivas para detectar el coronavirus y han puesto en cuarentena a los pacientes asintomático positivos o que apenas presentaban síntomas leves. Esto explica el alto número de personas infectadas, pero el bajo número de muertes.
No hace falta dejarse llevar por el pánico: el 80 por ciento de las personas se curan solas, como si fuera una gripe, pero entre los casos graves, un alto porcentaje desarrolla una fuerte neumonía que se trata con medicamentos muy agresivos. La solución principal es frenar la propagación del virus. Por lo tanto, para evitar prolongar la pandemia, es importante adquirir rápidamente herramientas de protección y exigir que los gobiernos se hagan cargo de la salud colectiva con el cierre de las escuelas y todas las actividades laborales (a diferencia de las inconsistencias italianas), pidiendo a los ciudadanos que se queden en sus hogares. No sirve, como sucedió en Italia, simplemente cerrar las fronteras como fue la instrucción del Presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, o cerrar vuelos directos desde China. No es con miedo, sino con prevención masiva y responsabilidad por la salud médica colectiva como se puede detener la propagación del virus.
Después de casi tres semanas del primer caso de coronavirus en Italia (31 de enero), tuvimos algunas certezas: el virus que llenaba los hospitales está relacionado con el de China y muestra su capacidad de mutación y adaptabilidad; el tiempo de incubación oscila entre 2 y 14 días; los síntomas comunes son fiebre, tos y, especialmente, insuficiencia respiratoria que puede evolucionar en neumonía; es un virus que se expande rápidamente y, para contrarrestarlo —a la espera de una vacuna—, es esencial reducir el contacto entre las personas, usar respiradores desechables cuando se está en lugares concurridos y lavarse las manos antes de tocarse los ojos y la boca.
“El nuevo coronavirus, COVID-19, es un virus poderoso, temible y mucho más agresivo que una gripe normal”, afirmó —en los primeros días de expansión en Italia— Arnaldo Caruso, director del Laboratorio de Microbiología y Virología del Hospital Civil de Brescia, profesor de Microbiología en la Universidad de los Estudios de Brescia y presidente de la Sociedad Italiana de virología.
En Italia, al principio, el desacuerdo entre los médicos sobre la gravedad del virus se basó en las tasas de mortalidad y condujo, inicialmente, a una serie de medidas gubernamentales insuficientes para contener el crecimiento de las infecciones; sin embargo, eso no evitó que se desencadenara una psicosis colectiva que se ejemplificó en ataques a supermercados y el acaparamiento desproporcionado de desinfectantes y máscaras.
El coronavirus es una familia de virus “extendida” capaz de transmitir diversas enfermedades y tiene similitudes con otros virus, cuatro de los cuales pueden causar resfriados comunes. Nuestros cuerpos han luchando y derrotado a varios coronavirus, pero no al Covid-19, de modo que no sólo es cuestión de que haga falta una vacuna, sino que nos faltan los anticuerpos.
El virus en realidad tiene un bajo índice de letalidad, pero es altamente contagioso. Además, el 10 por ciento de los pacientes se puede ver gravemente afectado a nivel pulmonar. No hace falta decir que, cuantas más personas se enferman, ese 10 por ciento representa un alto número de casos graves. La OMS estima que la tasa de mortalidad es del 3,4 por ciento del total de infecciones en comparación con el 1 por ciento de la gripe estacional. Pero en Italia, que ahora es el segundo país del mundo en infectados y muertos (y tiene el más alto índice global en defunciones por infectados), la emergencia sanitaria ha explotado rápidamente debido a la incapacidad de la infraestructura de salud pública para dar cabida al creciente número de infectados que manifestaron síntomas graves, tanto que alguien sentenció que más que una crisis viral, se trata de una crisis estructural.
Los hospitales en el norte del país colapsan mientras departamentos completos del Gobierno se reúnen para buscar una solución y establecer áreas listas para intervenir y salvar a los infectados. Esta dimensión del estrés significa que todas las actividades que no se consideran urgentes o que no salvan vidas se suspenden.
Después de 15 días de medidas insuficientes, lanzadas con la intención de no desacelerar la economía —por influencia de Confindustria y algunos alcaldes de ciudades importantes como Milán—, se ha llegado a una especie de paro nacional para evitar situaciones extremas como que la crisis sanitaria se vuelva todavía más inmanejable para los trabajadores de la salud en las regiones más afectadas (Lombardía, Veneto y Emilia Romagna) y para evitarlo en otras partes del país, en donde afortunadamente el número de infectados es menor. Sin embargo, se garantizó nuevamente que las actividades de producción, financieras y logísticas seguirán funcionando.
El coronavirus, de hecho, ha expuesto el drama social producto de años de neoliberalismo. El hecho de haber dejado de financiar la salud pública, aceptar la coexistencia del sector privado —con la consecuente cofinanciación— y haber transformado a los hospitales en empresas médicas, muestra hoy los resultados inevitables. Según la OMS, las camas para casos agudos y cuidados intensivos se han reducido a la mitad: en los últimos 25 años, hemos pasado de 575 lugares cada 100,000 habitantes a 275 en la actualidad, posicionándonos entre los últimos sitios del ranking europeo, en el que Alemania sobresale con 621 lugares, más del doble. Como se mencionó anteriormente, actualmente el foco de la emergencia sanitaria en Italia es el resultado de estas políticas y de una ausencia inicial del sector privado para atender la situación: en los primeros días de crecimiento constante de pacientes, las estructuras privadas no habían puesto a disposición sus servicios, ni siquiera aquellos definidos como iguales o donde las visitas pueden realizarse como en el sistema público.
Las presiones políticas y la emergencia han llevado a un lento cambio de rumbo. Inicialmente, las medidas para contener al coronavirus sacudieron al mundo de la economía, que trató de aliviar el cierre de las actividades de trabajo y producción jugando con dos factores: el primero, el debate abierto entre médicos y expertos; el segundo, más sutil, mostrar cercanía a aquellos trabajadores a los que no se les paga si no trabajan. La segunda justificación es un problema real y abierto, un chantaje social que ha estado ocurriendo durante años, resumido con la “depredación constante de los derechos de los trabajadores”. También, en este caso, el problema de la falta de garantías de acceso a un salario es un problema estructural deseado por aquellos que ganan al otorgar menos derechos y utilizado para evitar el cierre de las actividades a pesar de los riesgos de crecimiento de la epidemia. Sin embargo, ahora, ante una emergencia, las contradicciones dentro del capitalismo se convierten en un problema social. De hecho, aquellos que no han trabajado durante semanas y no tienen contratos no reciben dinero, y al no poder trabajar seguirán sin recibirlo. La pregunta es abierta e importante: ¿qué pasará?
Mientras todo esto ocurre en Italia, con gran velocidad la mitad de Europa, después de subestimar el problema, comienza a contar infectados y muertos. Por supuesto, cada país es diferente en términos de la capacidad de acogida del sistema de salud. Pero podemos suponer que algunas “recetas económicas” mostrarán los escombros sociales en otros lugares, especialmente porque la Unión Europea ahora está ausente en la gestión política y social de la pandemia en el continente, dejando la gestión de la emergencia a cada país.
Los tiempos no son cortos. Pero cuanto antes intervengamos, antes se limitará la pandemia, ya que al reducir el pico de pacientes se evita sobrepasar la capacidad de los centros de salud y, de esta manera, se garantiza la atención necesaria frente al COVID-19 y para todas las demás emergencias futuras.
En China están saliendo lentamente de la contingencia y han transcurrido más de tres meses. Sobre esto, el ejemplo que muestra Corea del Sur es interesante porque, si bien es cierto que el grupo de contagio se ubicaba en una ciudad y en un grupo en específico —una secta religiosa—, las autoridades coreanas aplicaron pruebas masivas para detectar el coronavirus y han puesto en cuarentena a los pacientes asintomático positivos o que apenas presentaban síntomas leves. Esto explica el alto número de personas infectadas, pero el bajo número de muertes.
No hace falta dejarse llevar por el pánico: el 80 por ciento de las personas se curan solas, como si fuera una gripe, pero entre los casos graves, un alto porcentaje desarrolla una fuerte neumonía que se trata con medicamentos muy agresivos. La solución principal es frenar la propagación del virus. Por lo tanto, para evitar prolongar la pandemia, es importante adquirir rápidamente herramientas de protección y exigir que los gobiernos se hagan cargo de la salud colectiva con el cierre de las escuelas y todas las actividades laborales (a diferencia de las inconsistencias italianas), pidiendo a los ciudadanos que se queden en sus hogares. No sirve, como sucedió en Italia, simplemente cerrar las fronteras como fue la instrucción del Presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, o cerrar vuelos directos desde China. No es con miedo, sino con prevención masiva y responsabilidad por la salud médica colectiva como se puede detener la propagación del virus.
También sería inteligente, solo estudiando el caso italiano, proporcionar de inmediato a los hospitales áreas para el manejo de virus y encontrar formas de apoyo para los trabajadores —hombres y mujeres— para no obligarlos a elegir entre la salud colectiva o su ingreso económico. Cuanto antes entremos en esta etapa, más limitaremos el posible daño social y económico.
***Italia apenas entró el 11 de marzo en un “bloqueo total” suspendiendo casi todas las actividades públicas y comerciales, a excepción de algunos comercios como farmacias o supermercados. Esto, a más de un mes del primer caso registrado.
(Edición: Violeta Santiago)
(Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, la línea editorial de Perro Crónico)
***Italia apenas entró el 11 de marzo en un “bloqueo total” suspendiendo casi todas las actividades públicas y comerciales, a excepción de algunos comercios como farmacias o supermercados. Esto, a más de un mes del primer caso registrado.
(Edición: Violeta Santiago)
(Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, la línea editorial de Perro Crónico)
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