Por Gerardo Szalkowicz Marcha/ALBA TV
Resultaron simbólicos los desempeños de la
histriónica diputada María Corina Machado con su propuesta de
“capitalismo popular” (3,73%), Diego Arria (1,28%) y Pablo Medina
(0,49%).
Más del 64% de los votos obtuvo Capriles en las elecciones primarias de
la denominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), realizadas el pasado
domingo.
Con el apoyo de gran parte de los sectores empresariales y los
consorcios mediáticos, el actual gobernador del Estado Miranda superó
ampliamente a Pablo Pérez, el candidato de los partidos tradicionales,
que sumó poco más del 30%.
En sus años juveniles, Capriles seguramente no imaginaba que hoy se
estaría definiendo como “progresista”. Para ese entonces, comenzaba a
formarse políticamente en la secta neonazi “Tradición, Familia y
Propiedad”.
Nació el 11 de julio de 1972, en el seno de una de las familias más
adineradas del país, propietaria de un emporio mediático, industrial e
inmobiliario y muy vinculada a los grandes lobbys sionistas mundiales.
Para 1998, el partido socialcristiano Copei buscaba caras nuevas ante el
acentuado desprestigio de su dirigencia.
Su primo, el empresario
Armando “Pelón” Capriles, lo promueve como candidato a diputado por el
Estado Zulia -a pesar de ser caraqueño-: con sólo 25 años, y con el
título de abogado bajo el brazo, llega al extinto Congreso gracias a la
maquinaria copeyana.
A los pocos días de asumir pega el portazo de Copei, y en el año 2000
funda el partido Primero Justicia, junto a otros jóvenes que salían
descontentos de la maquinaria bipartidista de Copei y Acción Democrática
que gobernaba desde 1958.
La organización crece al calor del
financiamiento y la asesoría de agencias estadounidenses como la USAID y
la NED; la plataforma política y la estrategia comunicacional es
diseñada por expertos del Partido Republicano norteamericano. Ese año
gana la alcaldía del Municipio de Baruta y es reelecto cuatro años más
tarde.
En 2008, representando a la coalición de partidos de derecha,
llega a la gobernación del Estado Miranda, derrotando al ahora
presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello, entonces candidato
por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Golpe a golpe
Su imagen más famosa se remonta a la tarde del 12 de abril de 2002:
en medio de aquel efímero golpe de estado, encabeza el asalto a la
embajada de Cuba. Las televisoras lo muestran montando una escalera y
saltando la pared de la sede diplomática, para luego entrar y amenazar
al embajador Germán Sánchez Otero para que entregara a los funcionarios
venezolanos que se creía estaban allí escondidos.
Horas antes, había
sido cortado el suministro de luz y agua del edificio mientras sus
seguidores destruían los vehículos de los diplomáticos. Al día
siguiente, el pueblo en las calles derrotaba el golpe de estado. Dos
años después, por ese episodio Capriles debía pasar cuatro meses preso
acusado de “quebrantamiento de los principios internacionales, violencia
privada y abuso de funciones”.
Verso a verso
Su primera rueda de prensa como flamante candidato presidencial dejó
frases como: “No creo en chavistas y escuálidos, somos todos
venezolanos”; “no es hora de izquierdas ni de derechas”; “soy un
seguidor del modelo brasileño”; “soy progresista, creo en el progreso”.
Desde hace un tiempo, parte de la oposición venezolana advirtió que
debía enrumbar su estrategia discursiva y despegarse de la arenga
abiertamente fascista. Tienen claro que sólo podrán interrumpir la
revolución bolivariana conquistando parte del voto chavista.
Sin mucha capacidad de oratoria ni grandes dotes intelectuales, y
esquivando cualquier definición ideológica, Capriles se presenta como el
producto marketinero de la vieja oligarquía con rostro renovado que
buscará, con una retórica moderada y menos confrontativa, atraer a los
indecisos y sumar a los desencantados.
Horas más tarde, el presidente Chávez tomó nota y retrucó sin
eufemismos: “Habla claro burguesía, no disfraces tu discurso. Una de mis
tareas va a ser quitarte la máscara”. Y calificó a Capriles como “el
candidato del pasado, el candidato de los yanquis, de los apátridas y
de la burguesía. El candidato del Imperio”.
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