Si
hay un aspecto, que tal vez más nos sorprende y desorienta, en la
crisis que está ocurriendo en Nicaragua desde hace cinco meses, es la
posición, esquizofrénica asumida por la izquierda; tanto en América
Latina como en Europa.
Los análisis diferidos y a geometría variable, que se han llevado a
cabo en los últimos tiempos no solo han realizado triples o cuádruples
saltos mortales, sino también han hecho palidecer hasta a los más
fervientes seguidores de la doctrina imperialista, encontrándose al lado
inesperados e insospechables representantes del radicalismo extremo.
De hecho los eventos reportan un balance de cientos de víctimas. La lúcida realpolitik ciertamente no ha dejado de especular sobre
estos datos, atribuyéndolos a la violencia de la "dictadura ortegusita"
la responsabilidad de provocarlos. Números secundados por la OEA
(Organización de Estados Americanos), histórica anfitriona del neo
colonialismo.
El tam tam de las famosas redes sociales ha amplificado a desmesura
las protestas en curso, y ahí está: el golpe está servido.
En realidad,
la del país centroamericano, ha sido la crónica de un golpe no
anunciado. Planificado y estudiado en detalle en los cuarteles aislados de
Washington, no "anticipado" como en ocasiones anteriores, como ocurrió
en Chile y Paraguay, pasando por Honduras.
Golpes de estado que camaleónticamente cambian modalidades, aun
manteniendo el mismo objetivo: derrocar gobiernos electos
democráticamente, con el defecto irreparable de no satisfacer al modelo
de administración estadounidenses, Republicana o Demócrata que sean.
Representantes de democracia perfecta e inquebrantable.
Incluso cuando
la exportan militarmente por todo el mundo fomentando una economía
basada en la expoliación y explotación. Una economía que la dictadura
camufla en democracia de exportación.
Las democracias que en cambio buscan oponerse a este modelo
económico, se convierten automáticamente en dictaduras. Entonces,
intervenir, es lo mínimo que se puede hacer.
Hasta el 19 de abril de 2018, Nicaragua era un país con indicadores
económicos positivos, producto de políticas difíciles y a menudo
contradictorias, con la clara intención, sin embargo, de redistribuir la
riqueza, sacar al país de décadas de guerras y asalto del
neoliberalismo. Un escenario en donde los sectores más afectados de la
población han podido vislumbrar una luz de esperanza después de décadas
de oscuridad y desesperación.
El incendio de la reserva indio maíz y más aún la reforma de las
pensiones, que el FMI pretendía y que fue rechazada por el FSLN, han
inflamado parte de la sociedad nicaragüense, desatando una ola de
protestas degeneradas en caos y actos de violencia.
Las manifestaciones
iniciales, legítimas y auténticas, pronto se han convertido en un plan
subversivo aprovechado por la iglesia y la clase empresarial. Ambos
sectores, involucrados en el plan de reconciliación nacional, promovido
por la guía sandinista, ganadora en los comicios del 2006, han botado
la máscara ante un proceso revolucionario iniciado en 1990, con
resultados alentadores.
Un camino que aun enfrentando criticidades y
contradicciones, siempre mantuvo su compromiso en la construcción de un
modelo de socialismo en franco contraste con el vacío dejado durante los
16 años de neoliberalismo.
Más allá de la simpatía o no que ese movimiento, en todo caso
protagonista de una de las últimas revoluciones auténticas de la
historia, pueda suscitar en la izquierda latinoamericana y en la
izquierda europea y mundial, es un hecho innegable que el intento de
golpe fue perpetrado por la derecha más reaccionaria.
Actuando con las
mismas modalidades que nos hemos acostumbrado en estos años en
diferentes rincones del planeta. Venezuela, Siria, Libia, Ucrania. Una
intervención militar masiva diversificada en su ejecución, pero uniforme
en su propósito: sembrar el caos para obtener ganancias.
Cada país obviamente tiene historias diferentes y recursos propios, sin
embrago ante el capital no hay democracia que se detenga. Puede ser
capital financiero o narcotráfico, dependiendo de las latitudes, tienen
su peso específico en la brillante dinámica de la geopolítica. No hay
duda que los beneficios económicos, a toda costa, pueden derrocar
las democracias más genuinas.
La liberal burguesía ha llegado a su fin, incluyendo el fracaso de la muy celebrada socialdemocracia.
Su canto de cisne ni siquiera llega a los oídos de los miserables
partidos postcomunistas que todavía luchan con la traición de su propia
historia, permitiendo a la vez la implementación de cualquier medida
anti-popular, en nombre de su criterio de modernidad y de progreso.,
mismo que coincide con el concepto de esclavitud.
A esta contraofensiva de las clases dominantes no causa asombro el
acompañamiento de las clases conservadoras, observadores solitarios de
la religión de la ganancia y castigadores de la humanidad.
Son los infaltables seguidores del tren de los ganadores, los que en el
pasado elogiaban el totalitarismo y hoy en día se atrincheran detrás
del nacionalismo y de la soberanía. Huérfanos de las monstruosidades
ideológicas del novecientos, se reconstruyen una identidad cazando los
inmigrantes.
Hay sin embrago un elemento, un dato "nuevo" que desconcierta y hiere.
Es decir, la existencia de una izquierda que para golpear al sandinismo
se distancia, justificando el golpe, la violencia sistemática y la
tortura contra militantes sandinistas, disfrazándola en justa rebelión.
Aun respetando el derecho a la crítica, lo que es válido para Venezuela
no aplica en Nicaragua. Las guarimba y los tranques son los mismos.
Desde el otro lado del océano, tendríamos que enfocarnos en un nuestras
propias dificultades, frente a la masiva y violenta ofensiva de las
fuerzas reaccionarias.
Nos encontramos nosotros mismos ante un golpe blando o blanco, ante una
ideología y conciencia que radica en la búsqueda del bienestar en lugar
de hegemonizar los derechos.
Probablemente Gramsci es mucho más conocido, estudiado y respetado en
América Latina que aquí. Cómplice una desinformación digital que tilda a
los pobres de insurreccionales, ocultando, no obstante siglos de
colonialismo, que los países pobres son los más rentables.
Romper el cerco de la hipocresía sobre lo que está ocurriendo en
Nicaragua, así como en otros países de América Latina nos ayudaría a
evaluar y comprender mejor estas realidades y a enfrentar nuestras
propias miserias. A recomponer una conciencia de clase azotada por un
individualismo desenfrenado.
Nos ayudaría a entender finalmente como se origina un golpe para vencerlo y la confusión para derrotarla.
Fuente: Anima in Penna
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