Foto G. Trucchi | LINyM |
Por Edwin Sánchez
Hay posiciones extremas tanto en el exterior como en nuestro mismo país. Y los extremos, es ley, siempre se juntan, sobre todo en las falacias para validar a como sea, y al precio que sea, su visión hegemónica.
Es, en suma, una imposición de su atraso ideológico y del que toda la nación está obligada a subordinarse. Por ejemplo, debe de asumirse como verdad infalible su unilateral discurso sobre la democracia. Esta gira a su alrededor; se proclaman depositarios de sus valores pero dejan por fuera al principal actor: el pueblo.
Así que este sector venido a menos, al ver el desgaste de sus privilegios en materia económica y política, se han fabricado su propio “concepto” de pueblo: “el pueblo” es el que adopta sus posiciones, sus políticas, su sesgada forma de entender un país.
Aunque sea insignificante el apoyo numérico, si-estás-conmigo-eres-el-pueblo. Las vastas mayorías no cuentan. Son sus medios, sus siglas, sus políticos, sus diversas fachadas, los encargados de fortalecer su narrativa, donde toda manifestación contraria a sus patrones es acremente injuriada, denostada: es el mismo coro foráneo que descalifica los avances sociales, sus plataformas económicas incluyentes, y ningunea al pueblo votante.
Todos esos saldos en rojos de la oposición hiper conservadora que durante años han reportados las firmas que investigan el pulso nacional todavía permanecen, como se ha visto previo al 6 de noviembre. Claro, estos precarios resultados son ignorados convenientemente por sus pares en el extranjero.
Los informes no son alentadores para los que se venden afuera como “la verdadera oposición de Nicaragua”. Y tampoco lo fueron en los pasados tiempos.
Por más que algunos de sus dirigentes porfíen de las encuestas, del sistema electoral, de lo que reiteradamente expresa con libertad la población en general, las mismas convocatorias contra los comicios se encargan de verificar con crudeza que los extremistas son un fracaso nacional.
II
Cuando la soledad organizada prosigue su ultra división por las nuevas pugnas internas, don Pedro Joaquín Chamorro debió confesar el fiasco del radicalismo, al advertir una “apatía” de la ciudadanía respecto a la banderita del “no voto”. Lo que no lee el ex diputado es el mensaje: el interés de participar en la jornada del 6 de noviembre.
Efectivamente, el pueblo de Nicaragua le da la espalda a la confrontación y se identifica mejor con los promotores del encuentro y del diálogo.
Es, en suma, una imposición de su atraso ideológico y del que toda la nación está obligada a subordinarse. Por ejemplo, debe de asumirse como verdad infalible su unilateral discurso sobre la democracia. Esta gira a su alrededor; se proclaman depositarios de sus valores pero dejan por fuera al principal actor: el pueblo.
Así que este sector venido a menos, al ver el desgaste de sus privilegios en materia económica y política, se han fabricado su propio “concepto” de pueblo: “el pueblo” es el que adopta sus posiciones, sus políticas, su sesgada forma de entender un país.
Aunque sea insignificante el apoyo numérico, si-estás-conmigo-eres-el-pueblo. Las vastas mayorías no cuentan. Son sus medios, sus siglas, sus políticos, sus diversas fachadas, los encargados de fortalecer su narrativa, donde toda manifestación contraria a sus patrones es acremente injuriada, denostada: es el mismo coro foráneo que descalifica los avances sociales, sus plataformas económicas incluyentes, y ningunea al pueblo votante.
Todos esos saldos en rojos de la oposición hiper conservadora que durante años han reportados las firmas que investigan el pulso nacional todavía permanecen, como se ha visto previo al 6 de noviembre. Claro, estos precarios resultados son ignorados convenientemente por sus pares en el extranjero.
Los informes no son alentadores para los que se venden afuera como “la verdadera oposición de Nicaragua”. Y tampoco lo fueron en los pasados tiempos.
Por más que algunos de sus dirigentes porfíen de las encuestas, del sistema electoral, de lo que reiteradamente expresa con libertad la población en general, las mismas convocatorias contra los comicios se encargan de verificar con crudeza que los extremistas son un fracaso nacional.
II
Cuando la soledad organizada prosigue su ultra división por las nuevas pugnas internas, don Pedro Joaquín Chamorro debió confesar el fiasco del radicalismo, al advertir una “apatía” de la ciudadanía respecto a la banderita del “no voto”. Lo que no lee el ex diputado es el mensaje: el interés de participar en la jornada del 6 de noviembre.
Efectivamente, el pueblo de Nicaragua le da la espalda a la confrontación y se identifica mejor con los promotores del encuentro y del diálogo.
Las mayorías de las que tanto carecen los que distorsionan la imagen de Nicaragua, han indicado que se decide en las urnas y hay por quién votar. El dato de octubre de la última encuesta de M&R precisa que el 75.7 % está dispuesto a elegir.
La manipulación de la extrema derecha fuera de Nicaragua es evidente a través de su campaña para deslegitimar las elecciones. Sin embargo, la primera puesta en escena solo expuso su propio desastre político: la falta de conexión con la ciudadanía.
El autodenominado “Bloque Opositor del Norte” (Jinotega, Matagalpa, Estelí, Nueva Segovia y Madriz) llamó a desconocer los comicios.
Aunque los nombre de “Bloque”, “Coalición”, “Frente Amplio”, etc., pueden causar entusiasmos a ex presidentes que dejaron el cargo con altísimos índices de reprobación ciudadana como Laura Chinchilla, los hechos ocultados por la arenga hepática contra el proceso institucional son contundentes.
Veamos. En 2012, los cinco departamentos citados contabilizaron 1 millón 581 mil 528 habitantes, de acuerdo al censo ejecutado por el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales (SINEVI), Registros Administrativos, Ministerio de Salud y Consejo Supremo Electoral.
Pero esta cifra es lo de menos para los políticos radicalizados. Ellos celebraron el “éxito” de haber congregado, según sus propias palabras, “2,300 personas” que “marcharon en Somoto” contra los sufragios.
Si tomamos el censo de 2012, del millón y medio de ciudadanos del Norte –sin contar la población juvenil que aumentó en estos cuatro años–, apenas el 0.1% es el que “no quiere” las elecciones. ¿Por qué este ínfimo segmento opositor engaña a sus interlocutores allende las fronteras?
No en vano el conductor de televisión, Jaime Arellano, radiografió: “Está bien claro que a nivel nacional ninguno de los liderazgo políticos que andan en la oposición o dicen representar oposición tiene el respaldo popular del pueblo de Nicaragua y la prueba es que nadie sale a las calles a respaldarlos. Por más que se rinda el sombrero al esfuerzo que se hace en los departamentos, y tienen derecho a hacerlo, la realidad de las cosas es que son manifestaciones que no están teniendo el respaldo popular del pueblo de Nicaragua. Es la realidad”.
La caravana del desierto contraria al proceso constitucional se extendió a Carazo, donde el MRS esperaba reunir 900 personas, pero el diario La Prensa halló con costo “más de cien personas”. Si le regalamos 40 “manifestantes más” para ajustar las 150 personas, ¿qué nivel de representatividad tienen los convocantes?
En un departamento que en 2012 contaba con 186 mil 898 habitantes, caracterizado por una amplia población sandinista, el dato es aún más triste: el 0.08% dice que “no hay por quién votar”.
III
Esta es la verdad que expresidentes conservadores como Vicente Fox y José María Aznar quieren tapar con un dedo. Una verdad que muestran invariablemente las encuestas, las calles y las mismas voces de la oposición infrasolitaria como la del politólogo José Antonio Peraza: “Yo no dudo que la oposición está destruida y está fragmentada y que es responsabilidad de esa oposición, pero tarde o temprano se va a reconstruir”.
Es cuestionable medir la democracia a partir de un grupito insípido para el paladar nacional, aunque sea de chuparse los dedos para sus patrocinadores. El destino de Nicaragua no debe ser atado en el extranjero al colapso de la extrema derecha, ni es culpa del pueblo semejante debacle.
Hoy, lo más antidemocrático sería no admitir que el comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo cuentan con una intención de voto del 64.2%.
Ahí están, además, otras opciones políticas como el Liberal Constitucionalista con una superior presencia que todos los micropartidos juntos que se mueven en las pasarelas internacionales.
Lo que la democracia urge de la oposición radicalizada es contar con un line up de jugadores sinceros en el terreno; competidores responsables capaces de reconocer que el consumo descontrolado de esteroides mediáticos, además de inflar egos, solamente produce músculos de papel periódico.
No hacerlo empeora el único conflicto que hay en Nicaragua y cuya solución no se halla en el campo de la ciencia política como debiera ser, sino en el sicoanálisis: hay que empezar por aceptar la vida real.
La manipulación de la extrema derecha fuera de Nicaragua es evidente a través de su campaña para deslegitimar las elecciones. Sin embargo, la primera puesta en escena solo expuso su propio desastre político: la falta de conexión con la ciudadanía.
El autodenominado “Bloque Opositor del Norte” (Jinotega, Matagalpa, Estelí, Nueva Segovia y Madriz) llamó a desconocer los comicios.
Aunque los nombre de “Bloque”, “Coalición”, “Frente Amplio”, etc., pueden causar entusiasmos a ex presidentes que dejaron el cargo con altísimos índices de reprobación ciudadana como Laura Chinchilla, los hechos ocultados por la arenga hepática contra el proceso institucional son contundentes.
Veamos. En 2012, los cinco departamentos citados contabilizaron 1 millón 581 mil 528 habitantes, de acuerdo al censo ejecutado por el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales (SINEVI), Registros Administrativos, Ministerio de Salud y Consejo Supremo Electoral.
Pero esta cifra es lo de menos para los políticos radicalizados. Ellos celebraron el “éxito” de haber congregado, según sus propias palabras, “2,300 personas” que “marcharon en Somoto” contra los sufragios.
Si tomamos el censo de 2012, del millón y medio de ciudadanos del Norte –sin contar la población juvenil que aumentó en estos cuatro años–, apenas el 0.1% es el que “no quiere” las elecciones. ¿Por qué este ínfimo segmento opositor engaña a sus interlocutores allende las fronteras?
No en vano el conductor de televisión, Jaime Arellano, radiografió: “Está bien claro que a nivel nacional ninguno de los liderazgo políticos que andan en la oposición o dicen representar oposición tiene el respaldo popular del pueblo de Nicaragua y la prueba es que nadie sale a las calles a respaldarlos. Por más que se rinda el sombrero al esfuerzo que se hace en los departamentos, y tienen derecho a hacerlo, la realidad de las cosas es que son manifestaciones que no están teniendo el respaldo popular del pueblo de Nicaragua. Es la realidad”.
La caravana del desierto contraria al proceso constitucional se extendió a Carazo, donde el MRS esperaba reunir 900 personas, pero el diario La Prensa halló con costo “más de cien personas”. Si le regalamos 40 “manifestantes más” para ajustar las 150 personas, ¿qué nivel de representatividad tienen los convocantes?
En un departamento que en 2012 contaba con 186 mil 898 habitantes, caracterizado por una amplia población sandinista, el dato es aún más triste: el 0.08% dice que “no hay por quién votar”.
III
Esta es la verdad que expresidentes conservadores como Vicente Fox y José María Aznar quieren tapar con un dedo. Una verdad que muestran invariablemente las encuestas, las calles y las mismas voces de la oposición infrasolitaria como la del politólogo José Antonio Peraza: “Yo no dudo que la oposición está destruida y está fragmentada y que es responsabilidad de esa oposición, pero tarde o temprano se va a reconstruir”.
Es cuestionable medir la democracia a partir de un grupito insípido para el paladar nacional, aunque sea de chuparse los dedos para sus patrocinadores. El destino de Nicaragua no debe ser atado en el extranjero al colapso de la extrema derecha, ni es culpa del pueblo semejante debacle.
Hoy, lo más antidemocrático sería no admitir que el comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo cuentan con una intención de voto del 64.2%.
Ahí están, además, otras opciones políticas como el Liberal Constitucionalista con una superior presencia que todos los micropartidos juntos que se mueven en las pasarelas internacionales.
Lo que la democracia urge de la oposición radicalizada es contar con un line up de jugadores sinceros en el terreno; competidores responsables capaces de reconocer que el consumo descontrolado de esteroides mediáticos, además de inflar egos, solamente produce músculos de papel periódico.
No hacerlo empeora el único conflicto que hay en Nicaragua y cuya solución no se halla en el campo de la ciencia política como debiera ser, sino en el sicoanálisis: hay que empezar por aceptar la vida real.
Ese es el primer gran paso de las virtudes cívicas.
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