miércoles, 16 de septiembre de 2015

Chile: 42 años del asesinato no resuelto de Victor Jara

Por Ángela Bernardo | Hipertextual

"La vida es eterna en cinco minutos". Su voz inconfundible y el rasgueo de la guitarra suenan en la radio, mientras Amanda y Manuel vuelven a encontrarse antes de que las sirenas suenen de nuevo de vuelta al trabajo. Y entonces pienso que no, que no es cierto que la vida pueda ser eterna en tan corto período de tiempo. Que quizás haya vidas que se conviertan en eternas en el espacio de minutos y días, los mismos que necesitaron aquellos que trataron de silenciar a golpes y culatazos a Víctor Jara. El cantautor, que representará para siempre la sonrisa de ese Chile lejano y utópico, fue asesinado hoy hace 42 años por militares que apoyaron el golpe de Pinochet.

El 16 de septiembre de 1973, el cuerpo sin vida de Víctor Jara era arrojado a las afueras del cementerio metropolitano de Santiago de Chile. Junto a él yacía Littré Quiroga, director del Servicio de Prisiones, que también había sido hecho prisionero en el Estadio Chile, conocido hoy como Estadio Víctor Jara en homenaje al cantautor. El asesinato de ambos, defensores del gobierno democrático de Allende, sigue siendo una herida abierta en la memoria de un país marcado por los diecisiete años de dictadura y represión de Pinochet. Las circunstancias del crimen que conmocionó al mundo siguen sin estar resueltas del todo, a pesar de las numerosas pesquisas de sus familias y de las investigaciones periodísticas y judiciales realizadas.

Cuatro años antes de su propia muerte, el cantante agitaba la rabia de la ciudad de Puerto Montt, al sur del país, donde carabineros chilenos mataron a diez personas e hirieron de gravedad a setenta más. En Preguntas por Puerto Montt, Jara narraba la masacre de Pampa Irigoin del 9 de marzo de 1969, el violento episodio que marcó al gobierno de Eduardo Frei. "Muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, por ti que quedaste solo y el que murió sin saber". Quién le iba a decir al cantautor que sus versos anticiparían el horror de la tortura y la represión que viviría en primera persona en 1973.

La visita truncada a la UTE

El 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende tenía previsto anunciar la convocatoria de un plebiscito en la Universidad Técnica del Estado (UTE). La decisión del presidente chileno pretendía así terminar con la conflictividad política y social de los meses anteriores, marcada especialmente por la Ley N° 17.450 de 1971, que nacionalizaría la industria del cobre. La medida, contraria a los intereses de las empresas mineras norteamericanas Kennecott y Anaconda, suscitó grandes recelos en el gobierno de Richard Nixon, que terminaría apoyando el golpe de estado de Pinochet dos años después.

La visita de Allende a la UTE, que vivía épocas de cambio con la reforma universitaria, se truncó por el levantamiento militar. Algunos investigadores apuntan que los rebeldes adelantaron el golpe al 11 de septiembre para hacer coincidir la sublevación con el anuncio del plebiscito.

Salvador Allende no llegaría nunca a la Universidad Técnica del Estado, donde lo esperaban, entre profesores, estudiantes y académicos, el propio Víctor Jara, por aquel entonces director teatral de la institución.

El cantautor era conocido por ser miembro del Partido Comunista de Chile y apoyar a Unidad Popular, la coalición de partidos de izquierda que llevó a la presidencia al propio Allende en 1970, al recibir el 36,62% de los votos, por delante de Jorge Alessandri (35,27% de apoyos). Su compromiso político no era fruto del azar, sino de una biografía personal salpicada por la pobreza y la desigualdad. La vida de Jara era en cierto modo un reflejo del Niño yuntero, el poema escrito por Miguel Hernández convertido en canción por el chileno. Desde su más tierna infancia, el cantautor había sentido como propios los versos del poeta de Orihuela, fallecido en 1942 en la cárcel de Alicante.

Empieza a vivir y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Contar sus años no sabe y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador.

Siendo muy pequeño Víctor se vio obligado junto a sus hermanos a dejar la escuela para ayudar a sus padres, Manuel y Amanda, en las tareas del campo. Sería su madre la que le enseñaría a leer y los primeros acordes de guitarra, algo que perfeccionó al ingresar en el seminario de la Congregación del Santísimo Redentor con quince años, tras la muerte temprana de su progenitora. Jara conocía de cerca la miseria, y sin duda, sus vivencias de la infancia y de la juventud determinaron también su compromiso con Allende.

Un compromiso que, en cierto modo, marcaría el prólogo del fatal desenlace. Víctor Jara se despidió de su esposa Joan Turner el 11 de septiembre de 1973, acercándose a su lugar de trabajo para apoyar el anuncio de Allende. Pero el presidente chileno jamás llegó al encuentro.

A las 10:20 horas, tras haber retransmitido por segunda vez el que sería el último discurso del político, Radio Magallanes enmudeció. Una hora después, sin ser consciente de lo que iba a suceder, el cantautor llamó a Turner. "He llegado bien a pesar del movimiento de tropas, estate tranquila y cuida a las niñas", le dijo por teléfono. Veinte minutos más tarde, la primera bomba caía sobre la Moneda. El sonido ensordecedor se escuchó en la UTE, próxima al palacio. Consciente de la grave situación, Víctor Jara contactaría de nuevo con su esposa. "Estate tranquila, intentaré regresar a casa pero más tarde".

A las 14:00 horas los militares entraron en la Moneda, y poco después rodearían la Universidad. Un carabinero se dirigió al rector Kirberg comunicándole el golpe. "Nadie puede salir, ni siquiera pasar de un edificio a otro, porque van a recibir fuego. Estamos en Estado de Sitio y ya entró en vigencia el toque de queda". Dos horas más tarde, Jara logra comunicar de nuevo con Joan, como ella mismo relataría:

Después de algunas dificultades logré hablar con él. Me dijo que no podría llegar a la casa por el toque de queda, que tendría que quedarse en la UTE esa noche, que esperaba verme en la casa a la mañana siguiente. Que me quería mucho… Esa fue la última vez que hablamos.

El traslado al Estadio Chile

Lo que no sabían los profesores y estudiantes de la UTE, ni tampoco Víctor Jara, es que aquella noche en la universidad sería el principio de horas y días marcados por el horror de la represión. El día 11 de septiembre, David González, del Comando Administrativo del Ejército, recibió una orden del general Viveros: debía hacerse cargo de la intendencia de un centro de prisioneros que iban a crear.

Aquel centro era en realidad el Estadio Chile, el complejo deportivo inaugurado en 1949 reconvertido en centro de tortura y hacinamiento de prisioneros. Allí encerraron a personas por sus ideas de izquierdas desde la misma tarde del 11. En la madrugada del día 12, tras una noche de disparos incesantes, los militares entraron en la universidad para sacar por la fuerza a los que permanecían en su interior.

Uno de los militares presentes reconoció al rector Kirberg, y mientras lo tiraba contra una pared apuntándolo con el fusil, le gritó: "¡Así que tú eres el rector, tal por cual! ¡Ahora vas a ver lo que es la autonomía universitaria!" Instantes después le dio quince segundos para que el profesor le dijera dónde estaban las armas -supuestamente escondidas-, y el rector, conservando la serenidad, respondió: "Las armas de la Universidad son el conocimiento, el arte y la cultura".

A pesar de los golpes y culatazos, Kirberg mantuvo la calma. Cuando escuchó que en la Escuela de Artes y Oficios, donde se encontraba Víctor Jara, había enfrentamientos entre los militares y los encerrados, el rector pidió interceder para evitar una matanza. El estudiante Boris Nava contaría luego que los sacaron bajo una tormenta de disparos, obligándoles a tenderse en el suelo. Por la tarde los 600 prisioneros de la UTE serían llevados al Estadio Chile. Muchos no saldrían de allí con vida, incluido el propio Jara.

"El Príncipe" de la tortura


Amenazas, golpes, culatazos. Los prisioneros hicieron su entrada en el complejo, mientras los soldados les intimidaban con las "sierras de Hitler", las metralletas capaces de disparar 30 proyectiles por segundo. El nombre no era casual, pues las armas habían sido utilizadas en la II Guerra Mundial, y contaban con una cadencia de tiro tan elevada que podía llegar a "cortar" a una persona en dos.

Víctor Jara formaba parte de una de las filas de prisioneros, hasta que uno de los militares reconoció al cantautor. Como relataría Navia en El País, el militar ordenó a gritos que lo llevaran donde él estaba: "¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! ¡A ese huevón!, ¡a ése! ¡No me lo traten como señorita, carajo!", espetó a sus oficiales. Acto seguido, uno de los soldados le dio un culatazo a Jara para derribarlo, mientras el soldado le seguía increpando:

    ¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda!

A pesar de los golpes y las patadas en las costillas, Víctor seguía sonriendo. La aparente serenidad del cantautor enfurecía aún más al militar. "Casi le estalla un ojo", relató Navia. Como no podía borrar su gesto tranquilo, el soldado tomó su fusil y se dispuso a descargar su rabia contra la cabeza del chileno. El Príncipe, tal y como se conocía al militar, nunca llegó a ser identificado a pesar de que algunos apuntaron al oficial retirado Edwin Dimter Bianchi.

Varias investigaciones periodísticas, como las realizadas desde el CIPER, señalaron que la identidad de "El Príncipe", llamado así por su voz, complexión alta, cabello rubio y ojos claros, podría corresponderse con la de Miguel Krassnof Martchenko. Este agente sería miembro posteriormente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la policía secreta de Pinochet responsable de cientos de torturas, desapariciones y asesinatos.


Otros testimonios relacionaron a "El Príncipe" con los entonces tenientes Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Nelson Edgardo Haase Mazzei, pertenecientes a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, otro de los campos de concentración y centros de torturas ordenados por Pinochet. Lejos de frenar los golpes, los soldados llevaron a Víctor Jara a los sótanos del estadio, un complejo en el que se hacinaban 5.000 presos, cuando la capacidad máxima era de 2.000 personas. 


El último canto

Allí continuaron las amenazas, los culatazos, los insultos. El chileno que había cantado "A desalambrar" vio cómo le alambraban las manos, se las pisoteaban hasta llenárselas de hematomas, le rompían los huesos. "¡Mira mis manos, mira mis manos... me las machacaron para que nunca más volviera a tocar la guitarra!", le contó Jara al periodista Sergio Gutiérrez Patri en uno de aquellos "pasillos de la muerte". 


Los golpistas reprimían así el canto y las "herramientas de trabajo" de un hombre que pronto se convertiría en símbolo de la represión de Pinochet. El 14 de septiembre, Jara regresó con el resto de prisioneros y pidió papel y lápiz. Así escribiría su último poema, testigo del horror de esas horas, que sería luego interpretado por Isabel Parra:

    Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto, espanto como el que vivo, espanto como el que muero. Del verme entre tantos y tantos momentos de infinito, en que el silencio y el grito son las metas de este canto. Lo que veo nunca vi, lo que he sentido y lo que siento hará brotar el momento...

Dos días después, Víctor Jara era separado de nuevo del resto de prisioneros. Es ahí donde aparece el nombre de otro oficial, Pedro Barrientos, que decide jugar a la ruleta rusa con el chileno. Tras el primer disparo en la cabeza, el autor de Te recuerdo Amanda o El cigarrito comenzó a convulsionarse. Los militares empiezan entonces a tirotearle en el suelo. En total, 44 balas para silenciarle, 44 proyectiles para acabar con él.

Los militares también acribillaron a Littré Quiroga, que días antes había escrito una carta a su esposa despidiéndose. Las palabras del funcionario recuerdan también a la última conversación de Jara con Joan Turner. "No sé qué será de mí, pero en todo caso cuida bien a mis niñitos. Que siempre recuerden a su padre y que la lucha nuestra tendrá que triunfar algún día".

Ambos serían arrojados en los exteriores del cementerio metropolitano de Santiago. Pero el último poema de Jara jamás fue silenciado por el ruido de las balas. Joan explicó en una entrevista con el Foro por la Memoria que "Víctor lo había escrito en el estadio, en pequeños trozos de papel que salieron en los calcetines de un prisionero pero fueron descubiertos por los militares". El resto de prisioneros, sin embargo, se habían conjurado para memorizar aquellos versos, y uno de ellos, al ser liberado, se lo hizo llegar a la esposa del cantante, exiliada en Londres.

El entierro sin flores


Tras los disparos que terminaron con la vida de Jara y Quiroga, un individuo conocido como “Kiko” se acercó a Héctor Herrera, señalándole los cuerpos apilados. "Ahí estaba Víctor Jara", narró el funcionario del Registro Civil, que poniendo en riesgo su trabajo y su propia vida, decidió identificarle y tomarle los datos. A la mañana siguiente, cuando el cadáver entró en la morgue, Herrera reconoció de nuevo el cuerpo del cantante.

De inmediato el funcionario se acercó a la casa de Víctor y Joan, avisando a su esposa de que la ficha 2547 correspondía al cantautor chileno. Era domingo, y sirviéndose de su condición de trabajador del Registro, sacaron el cadáver a escondidas, evitando que se convirtiera en uno más de los 3.000 desaparecidos atribuidos a la dictadura de Pinochet.

36 años después de su asesinato y del entierro sin flores de Jara, un juez ordenó su exhumación para realizar la autopsia. En el informe del Servicio Médico Legal se detallaron los "signos evidentes de haber recibido golpes en el cuerpo y los impactos de bala". La verdad sobre la muerte de Jara salía por fin a la luz. El 4 de diciembre de 2009, Michelle Bachelet acompañaba a la familia del cantautor y a los miles de chilenos que acudieron para celebrar un velario histórico en su memoria.

Podríamos pensar que se cerraba así una herida abierta en Chile, pero lo cierto es que su asesinato aún no ha sido resuelto del todo. El pasado mes de marzo, el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vázquez, ordenaba el fin de la investigación y el procesamiento de 12 personas por la muerte del autor de Manifiesto. En julio, la acusación de Vázquez reducía este número a 10 funcionarios del Ejército: Hugo Sánchez Marmonti, Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Jorge Smith Gumucio, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana, Hernán Chacón Soto y Patricio Vásquez Donoso.

De manera simultánea, Estados Unidos llevaba a juicio a Pedro Barrientos, el militar acusado de matar a Jara y que escapó al norte de Florida en 1990. Al abrir la causa, la abogada de la familia del cantautor también confiaba en poder extraditar al militar y así juzgarle en Chile. 

Mientras los procesos en los tribunales siguen abiertos, y parafraseando una de sus canciones más famosas, la memoria del chileno sigue esperando, 42 años después, a tener el derecho a reposar en paz.


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