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Por María M. Delgado
Escribo este artículo en abril, en medio de dos fechas emblemáticas en el calendario de solidaridad con el pueblo palestino: el Día de la Tierra Palestina (30 de marzo) y el día de al-Nakba (15 de mayo).
Las dos fechas tienen en común la conmemoración del despojo y la defensa de su territorio por parte de un pueblo originario al que los poderes coloniales de ayer y de hoy hace más de un siglo que intentan -infructuosamente- borrar de la faz de la tierra.
Algunas personas me han preguntado por qué a esta altura de mi vida he decidido volcarme totalmente a la causa palestina. Si fuera yo quien hiciera la pregunta, la formularía así: ¿por qué tan tarde?
Las dos fechas tienen en común la conmemoración del despojo y la defensa de su territorio por parte de un pueblo originario al que los poderes coloniales de ayer y de hoy hace más de un siglo que intentan -infructuosamente- borrar de la faz de la tierra.
Algunas personas me han preguntado por qué a esta altura de mi vida he decidido volcarme totalmente a la causa palestina. Si fuera yo quien hiciera la pregunta, la formularía así: ¿por qué tan tarde?
El drama del pueblo palestino despojado de su tierra y sus derechos elementales por el proyecto sionista de colonización y limpieza étnica reúne y sintetiza, para mí, todas las luchas a las que dediqué mi vida durante 30 años: la libertad de los presos políticos y el fin de la impunidad de las violaciones a los derechos humanos; la resistencia a la colonización, la militarización y el imperialismo; el apoyo a los pueblos indígenas, originarios o campesinos, en su defensa de la tierra, el territorio, el agua y los bienes naturales contra el modelo depredador capitalista y neocolonialista; las mujeres como cuidadoras y curadoras de la vida y del tejido social contra todas las formas de violencia patriarcal, económica y militar.
Cuando en plena dictadura uruguaya empezamos a defender los derechos humanos, nos enfrentamos a las diversas formas de violación a la libertad y la integridad personal, que son tan comunes en Palestina:
-la prisión arbitraria, prolongada y masiva; la humillación y acoso a las mujeres, niños y familiares de los prisioneros;
-la tortura sistemática como mecanismo de extorsión, intimidación, información y aniquilamiento del enemigo vencido;
-el castigo colectivo infringido a un pueblo entero con el sólo fin de quebrar su resistencia, su dignidad, y someterlo a la resignación y el terror;
-las ejecuciones sumarias o selectivas para despojar al pueblo de sus líderes más populares y prometedores;
-los arrestos arbitrarios y permanentes de activistas, irrumpiendo en la madrugada en sus domicilios; los allanamientos con violencia y la destrucción absoluta, o el robo y saqueo de sus pertenencias;
-la detención administrativa (sin cargo ni juicio) que deja al prisionero aislado, incomunicado y sin destino conocido, por tiempo indeterminado;
-los tribunales militares (jueces y parte) juzgando a menores y mayores por el simple crimen de oponerse a la opresión, sin ninguna de las garantías del debido proceso;
-la militarización de la vida cotidiana, el abuso, el atropello, y la perpetua impunidad que alienta la repetición de los crímenes ad infinitum.
Eso era hace más de 30 años, y los delitos habían sido cometidos sobre todo en los Setenta, cuando todavía no existían la mayoría de los principales tratados internacionales de derechos humanos, ni la conciencia moral de la humanidad sobre su importancia; y menos aún la tecnología de las comunicaciones que permitiera el conocimiento de las violaciones.
Por eso resulta tan intolerable que hoy esos mismos crímenes sean cometidos contra el pueblo palestino a la vista y conocimiento de la comunidad internacional, y por un Estado que cuenta con el apoyo de todos los gobiernos de Occidente, que se jacta de ser “la única democracia de Medio Oriente”, y que se da el lujo de desconocer sistemáticamente, desde hace 64 años, todas las resoluciones de Naciones Unidas y todos los tratados de Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos.
Efectivamente, han emitido resoluciones y críticas condenatorias de Israel: la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, la Corte Internacional de Justicia, los Comités de los principales tratados internacionales de DDHH (de derechos civiles y políticos, derechos económicos, sociales y culturales, derechos de niñas y niños, derechos de la mujer, contra la discriminación, contra la tortura), los principales Relatores Especiales (para temas como vivienda, libertad de expresión, ejecuciones extrajudiciales, tortura, derechos humanos del pueblo palestino, violencia hacia las mujeres, etc.), representantes especiales del Secretario General, y organismos como el Comité Internacional de la Cruz Roja .
La teoría de los dos demonios en Medio Oriente
Como latinoamericana del Cono Sur, encuentro otra similitud entre la tragedia palestina y lo que vivimos en esta región. Durante más de 30 años lxs defensorxs de DDHH nos pasamos refutando la “teoría de los dos demonios”, e intentando explicarle al mundo y a nuestra propia sociedad que los crímenes masivos cometidos por los militares no eran producto de una guerra donde se habían enfrentado dos bandos armados, sino de un sistema de aniquilación de la sociedad civil, planeado y ejecutado desde la institucionalidad del aparato estatal, al que llamamos terrorismo de Estado.
La analogía no podría ser más adecuada para explicar la verdadera naturaleza del “conflicto” palestino-israelí. Los medios de comunicación occidentales lo han presentado siempre como una guerra entre dos bandos igualmente responsables por la violencia y la incapacidad de alcanzar una solución negociada; y eso en el mejor de los casos, cuando no se carga todo el peso sobre la ‘intransigencia’ de los palestinos. Esta falsa simetría suele ir reforzada por la imagen estereotipada de los palestinos como terroristas con la cara cubierta y el torso envuelto en explosivos, o con un arma automática en la mano. No pocos intentan incluso presentarlo como un conflicto civilizatorio entre Oriente y Occidente, o hasta religioso entre Islam y el mundo Judeo-cristiano. (1)
Sin embargo, no hay nada más asimétrico que las dos partes enfrentadas en este largo conflicto, no sólo porque nunca se puede equiparar al oprimido con el opresor (al ocupado con el ocupante, en este caso), ni atribuirles la misma responsabilidad. De un lado tenemos a un país del Primer Mundo, con todos los recursos bélicos imaginables, y del otro a un pueblo en su inmensa mayoría desarmado, perseguido y acorralado, que se aferra con uñas y dientes a la tierra de la cual quieren expulsarlo, y la defiende lanzando piedras a los tanques. No en vano las víctimas palestinas son cuatro veces más que las israelíes.
Mientras Israel tiene como aliado incondicional a la potencia más poderosa del mundo (de la cual recibe anualmente 2 billones de dólares en ayuda militar) y es él mismo la cuarta potencia nuclear mundial, tiene un sitio en la ONU y una economía que es tres veces la de todos los países vecinos juntos (incluido Egipto), y domina la narrativa en la opinión pública mundial presentándose como la víctima, los palestinos no tienen un Estado ni un sitio en la ONU, no tuvieron nunca un ejército (ni mucho menos armas sofisticadas), tienen una economía totalmente subordinada y 50 veces inferior a la de Israel, y hoy ocupan apenas un 12% de lo que era su territorio original, la Palestina histórica (mientras Israel mantiene el control absoluto sobre sus fronteras terrestres, su espacio aéreo y marítimo y sus ondas de telecomunicaciones). (2)
Limpieza étnica y lucha por el territorio
Un amigo palestino me decía: “A nosotros el mundo no quiere creernos lo que nos hace Israel. Por eso es tan importante la palabra de los isralíes para denunciarlo”. Efectivamente, Occidente recién empezó a prestar atención a lo que los palestinos habían afirmado durante décadas cuando los llamados “nuevos historiadores” israelíes como Ilan Pappé, Tom Segev, Avi Shlaim, Shlomo Sand y Benny Morris (antes de su ‘conversión’ al sionismo) investigaron y describieron la catástrofe (Nakba) que significó la creación del Estado de Israel en 1948, cuando las milicias sionistas (precursoras del futuro ejército israelí) barrieron del mapa a más de 400 ciudades y pueblos palestinos en pocos meses, y convirtieron a sus 800.000 habitantes en refugiadxs a lxs que nunca más se les permitió regresar a su tierra. Así, lo que se conocía como “la guerra árabe-israelí” empezó a ser comprendido como la limpieza étnica de Palestina. (3)
Durante 1500 años los árabes habían convivido con la minoría judía en total armonía, compartiendo la llamada Tierra Santa para las tres religiones monoteístas de raíz abrahámica. El sionismo, que surge a fines del siglo XIX en Europa como una ideología colonialista y nacionalista, racista y excluyente, se propuso la creación de “un hogar nacional para el pueblo judío” en el territorio de la Palestina histórica, basándose en una falsa premisa: “una tierra sin gente para un pueblo sin tierra”, que niega la existencia de la población nativa árabe.
Si seguimos el discurso de los distintos líderes sionistas a lo largo de más de un siglo, se puede ver con claridad que el objetivo fue desde un principio colonizar todo el territorio deshaciéndose -ni siquiera sometiéndola- de toda la población árabe. Ese es el verdadero origen del conflicto.
Así, una vez que la colonización se materializó en la primera mitad del siglo XX -con apoyo y complicidad de los gobiernos europeos, sobre todo el británico-, y sobre todo a partir de la creación del Estado de Israel, los sionistas se propusieron el objetivo hasta hoy vigente de judaizar por la fuerza el territorio que va desde el Mediterráneo hasta el río Jordán; y para forzar esa mayoría demográfica no sólo recurrieron a la inmigración judía, sino también a la limpieza étnica.
Lxs activistas antisionistas (tanto israelíes como palestinxs) también nos han ayudado a ampliar la mirada para ver que la ocupación militar de Cisjordania y Gaza -materializada sobre todo a partir de 1967- es sólo una parte de la cuestión, y que “el gran tema es la continua limpieza étnica de Palestina por el Estado sionista. (…) “durante los últimos 64 años la limpieza étnica es lo que guía las políticas sionistas hacia el pueblo palestino. Todos los gobiernos sionistas y todos los partidos políticos sionistas -de izquierda, de derecha y de centro- apoyan la limpieza étnica.(…) “La limpieza étnica sionista de Palestina no es una cosa del pasado, sino una campaña vigente que es ejecutada por tres brazos del Estado de Israel: el sistema educativo, una dedicada burocracia y las fuerzas de seguridad.” (4)
¿Cómo se realiza hoy la limpieza étnica de Palestina? Obviamente no estamos en 1948, e Israel no puede cometer un genocidio en masa -aunque periódicamente hace muy buenos ensayos, como la última operación Plomo fundido (2008-2009), en la que durante 22 días bombardeó y asesinó a 1500 personas encerradas en Gaza (la inmensa mayoría, civiles desarmadxs). La limpieza étnica hoy consiste en un conjunto de políticas y prácticas cuyo objetivo último es hacer insoportable y miserable la vida cotidiana de lxs palestinxs, para que ellxs mismxs se vayan y dejen la tierra libre de árabes, para su total y completa judaización.
Basta conocer desde adentro cómo es la vida cotidiana bajo la ocupación para entender que detrás del discurso de Israel sobre la “seguridad” y la necesidad de “defenderse”, el verdadero objetivo es la expansión colonial y la apropiación de todo el territorio de la Palestina histórica, para crear “hechos consumados” irreversibles y hacer inviable un futuro Estado palestino soberano.
La limpieza étnica hoy
Éstas son las principales políticas y prácticas destinadas a hacer intolerable la vida de lxs palestinxs y a alentar o forzar su desaparición:
En los veinte años del “proceso de paz” (que Israel usó únicamente para distraer y ganar tiempo), se produjo la apropiación del 40% de las tierras palestinas para entregarlas a las colonias judías (política que fue impulsada activamente por los gobiernos de Israel desde 1967, mediante estímulos y subsidios a su población).
Destrucción permanente de cultivos y olivos. La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA) estimó que sólo en 2011 los colonos israeíes (con impunidad y apoyo del ejército) destruyeron, arrancaron o quemaron 10.000 árboles palestinos. Y Oxfam calculó en medio millón de dólares las pérdidas de los agricultores palestinos en la cosecha de olivos del mismo año, debido a la violencia de los colonos judíos.
Debido a la fragmentación del territorio en áreas A, B y C (impuesta por los Acuerdos de Oslo), hoy 62% del territorio de Cisjordania (área C) está bajo exclusivo control militar israelí, inaccesible a lxs palestinxs;
Las demoliciones de casas, escuelas, mezquitas, depósitos de agua y estructuras productivas por “construcción sin permiso” (permisos que nunca se otorgan a los palestinos), van en aumento año tras año. El Comité Israelí contra las demoliciones de casas calcula que Israel ha destruído de 20.000 a 30.000 casas palestinas desde 1967. Y sólo en 2011, UNOCHA registró 622 demoliciones (80% más que 2010) que dejaron sin hogar a 1100 personas (la mitad, niñxs). El 60% de esas demoliciones, ‘casualmente’ fueron realizadas en zonas asignadas a colonias judías.
El ejército de ocupación puede declarar cualquier lugar, en cualquier momento y por cualquier motivo, “zona militar cerrada”. El mecanismo es tan simple como perverso: a la población palestina se le prohíbe por la fuerza acceder a su propiedad, luego esa tierra “abandonada” se declara “propiedad estatal” y poco después se la entrega a los colonos israelíes.
El Muro o barrera de separación no ha sido construido sobre la “Línea verde” (frontera internacionalmente reconocida), sino en un 85% dentro del territorio palestino, para dejar del lado ísraelí las colonias ilegales, las mejores tierras y las fuentes de agua subterránea palestinas).
En Cisjordania, más de 500 checkpoints y otras formas de encierro y bloqueo fragmentan el territorio y lo convierten en verdaderas ‘islas’ o bantustanes desconectados entre sí (datos de UNOCHA).
El perverso sistema de permisos (de residencia, trabajo, entrada, etc.) limita la vida y el movimiento de la población, separando a las parejas y familias palestinas que tienen distinto permiso o estatuto de residencia (tanto en Israel como en Cisjordania).
Jerusalén Este, que debería ser la capital de Palestina, está anexada a Israel desde 1967, totalmente aislada y desconectada de Cisjordania (accesible sólo para las pocas personas que consiguen permiso) y rodeada de colonias israelíes en permanente expansión territorial.
La economía palestina (también por los acuerdos de Oslo) está controlada, estrangulada y subordinada a Israel. Hasta el Banco Mundial y la Unión Europea han criticado las políticas israelíes que hacen inviable el desarrollo palestino.
La represión es cotidiana, implacable y se extiende a toda forma de organización y manifestación pacífica. Los arrestos ocurren en la madrugada, sacando a la gente de su cama, allanando los hogares con violencia, robo y destrucción de la propiedad privada. Los menores de 10-12 años también son arrestados y procesados por el delito de tirar piedras, sin respetar los estándares internacionales. Alrededor de 5000 presos políticos palestinos (entre ellos, cientos de menores de edad y una decena de mujeres) están hoy en las cárceles israelíes, algunos con sentencias de cadena perpetua, desde hace 25 o 30 años. En lo que va de 2012, ya se produjeron más de 900 detenciones, todas de activistas populares noviolentxs.
La Franja de Gaza está sometida desde 2006 a un bloqueo total que ha convertido a la gran mayoría de la población en dependiente de la ayuda internacional. Los pescadores, que apenas pueden adentrarse menos de tres millas náuticas, son periódicamente atacados por la marina israelí, al igual que los campesinos que intentan vivir de la agricultura en la escasa y estrecha franja de tierra que les deja la zona de exclusión -de un km y medio en ese estrecho territorio- impuesta arbitrariamente por Israel.
Separar, discriminar y dominar es Apartheid
Lo interesante es que, si bien este sistema de control se aplica de manera implacable en los territorios ocupados, se puede observar similares políticas de discriminación y exclusión hacia la población palestina dentro de Israel. Por ser éste “la patria de lxs judíxs del mundo”, las personas no judías no tienen derecho a la nacionalidad y a todos los derechos asociados a ella; sólo tienen ciudadanía que les permite votar, pero les niega, entre muchos otros derechos fundamentales, el acceso a la tierra, 93% de la cual está en manos judías. Más de100 aldeas palestinas no están reconocidas por la ley israelí, no reciben ningún tipo de servicio público, y sus habitantes enfrentan la amenaza permanente de demoliciones o desplazamiento (sobre todo en el desierto del Negev/Naqab).
Precisamente el Día de la Tierra Palestina recuerda la masacre cometida el 30 de marzo de 1976 en la región de Galilea (norte de Israel), cuando las autoridades israelíes mataron a seis palestinos e hirieron a más de cien al reprimir una protesta contra la constante confiscación de tierras palestinas para ser entregadas a la población judía. La indignación por esos hechos se propagó como fuego entre las localidades palestinas, generando una huelga general que se convirtió en la primera gran protesta masiva que unió al pueblo palestino de los territorios ocupados y de Israel -y que fue un antecedente de la primera Intifada.
En los territorios ocupados, la segregación y opresión es aun más dramática: el medio millón de colonos israelíes asentados en Cisjordania y Jerusalén Este (ilegalmente según el Derecho internacional) (5) vive en ‘burbujas de Primer Mundo’, tiene carreteras y sistemas de transporte de uso exclusivamente judío, y consume más agua que 3 millones de palestinxs. Mientras el consumo promedio de éstxs es 50 litros diarios por persona (la OMS recomienda 100 litros diarios), el consumo promedio en las colonias es de 400 litros diarios por persona (más que en Israel, donde es de 300) (6) . Mientras el gobierno israelí anuncia la construcción de más y más viviendas en las colonias ilegales, lxs permisos de construcción son sistemáticamente negados a lxs palestinxs, que enfrentan la amenaza permanente de que sus casas sean demolidas, o de ser expulsados de las que ocupan para entregárselas a colonos judíos (como ocurre en Jerusalén Este).
Es por eso que cada vez más se habla de un régimen de apartheid (tal como está definido en la Convención Internacional para la erradicación y sanción del crimen de Apartheid de la ONU y en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Recientemente el comité CERD de la ONU (encargado de monitorear el cumplimiento de la Convención internacional para la eliminación de la discriminación racial) emitió una durísima condena al régimen aplicado por Israel sobre el pueblo palestino, calificándolo de apartheid. Y la realidad es que, aunque sea inadmisible en pleno siglo XXI, en el conjunto de la Palestina histórica existe hoy dos pueblos sujetos -por el mismo gobierno- a dos sistemas de leyes y a políticas completamente diferentes. (7)
Resistencia y solidaridad latinoamericana
En los años Sesenta y Setenta, los partidos de izquierda y sobre todo los movimientos revolucionarios de América Latina desarrollaron vínculos de solidaridad con las organizaciones de la resistancia palestina. Las derrotas y desarticulación de unos y otras llevaron a un debilitamiento de esos lazos; sobre todo a partir de los Noventa, cuando el tramposo proceso de Oslo coincidió con la hegemonía neoliberal en nuestro continente.
En la última década, coincidiendo con la crisis de legitimidad y liderazgo de los actores políticos históricos (sobre todo a partir de la ruptura entre Hamas y Fatah), ha surgido en Palestina una generación de activistas sociales que impulsan -desde 2005- el movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) como la estrategia más efectiva para obligar a Israel a poner fin al sistema de ocupación, colonización y apartheid y a respetar las resoluciones de la comunidad internacional.
El movimiento BDS, que reúne a casi 200 organizaciones de la sociedad civil palestina, incluyendo sindicatos, mujeres, campesinos, ONGs, organizaciones de base, políticas y religiosas (tanto cristianas como musulmanas) fundamenta su discurso estrictamente en el Derecho Internacional Humanitario y de los DDHH, sosteniendo que la comunidad internacional tiene la responsabilidad de tomar medidas eficaces para que Israel deje de ser un Estado que está por encima de la ley. Saben que para ello no cuentan con los gobiernos del mundo, pero confían en que los pueblos organizados sean los que presionen y exijan a sus países tomar medidas en esa dirección. El movimiento -que tiene adherentes dentro del mismo Israel (8) - ha logrado en pocos años éxitos significativos, sobre todo en el boicot económico y cultural.
Estos nuevos actores palestinos han decidido apostar fuerte a América Latina como aliada estratégica, y se han propuesto como prioridad desarrollar vínculos con los movimientos sociales de la región. En particular la organización palestina Stop the Wall ha construido en los últimos años relaciones significativas con la Via Campesina de Brasil.
El primer fruto de esa apuesta es haber logrado colocar la cuestión palestina en la agenda del Foro Social Mundial. Así, a fines de noviembre tendrá lugar en Porto Alegre el FSM “Palestina libre”, donde por primera vez se reunirán cara a cara cientos de activistas populares de Palestina con representantes de los principales movimientos sociales de nuestro continente y del mundo.
El principal objetivo de esta iniciativa es dar un salto cualitativo en la solidaridad latinoamericana -y mundial- hacia Palestina, sobre todo para impulsar el movimiento global de BDS (que en nuestra región probablemente debería empezar por revisar el tratado de libre comercio MERCOSUR-Israel). El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) ya vienen desarrollando encuentros de solidaridad con los agricultores palestinos, y se ha comprometido -junto con la Central Única de Trabajadores (CUT)- a liderar el proceso hacia Porto Alegre.
Como antecedente, a fines de noviembre del año pasado tuvo lugar en la Escuela Florestán Fernandes del MST (Guararema, Sao Paulo) el Primer Encuentro Nacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, en el que participaron la Via Campesina, la Marcha Mundial de las Mujeres, la Comisión Pastoral de la Tierra, el Movimiento de Afectados por las Represas, entre otros movimientos, organizaciones y partidos políticos.
Según expresaron en la Declaración final, “los trabajadores y trabajadoras de los diversos movimientos y organizaciones (…) una vez más, reafirmamos nuestro pleno apoyo y solidaridad con la lucha justa y legítima del pueblo palestino.
“Durante los tres días de debate y construcción colectiva, los movimientos sociales brasileños encontraron denominadores comunes que guiarán nuestra lucha por la solidaridad. Nuestro reto es transformar estos puntos en los ejes de un gran movimiento social y político de masas de carácter internacional para garantizar el trabajo decente, la vida y la libertad para el pueblo palestino.”
Para que ese encuentro entre Palestina y América Latina sea posible y exitoso, el primer desafío que tenemos por delante es hacer ver cuánto tenemos en común, y conectar la causa de Palestina con nuestras muchas y diversas luchas: la de nuestros pueblos indígenas, movimientos campesinos y ecologistas por la justicia climática, la defensa de la madre tierra, el territorio y sus bienes naturales; la lucha por el agua como derecho humano y bien común; las redes anti-militaristas que denuncian y combaten las pretensiones geopolíticas hegemónicas del imperio; los derechos humanos y de los pueblos como horizonte ético común; las comunidades de base, los movimientos ecuménicos e interreligiosos; los sindicatos independientes, los grupos cooperativos, los productores familiares y las redes de economía solidaria; las organizaciones de mujeres, feministas y por la diversidad sexual; los movimientos estudiantiles y juveniles; las articulaciones de lucha contra el racismo, la discriminación y los fundamentalismos de cualquier tipo.
Uruguay, además, tiene una responsabilidad particular, porque en 1948 su voto en la ONU fue decisivo para la creación del Estado de Israel, que despojó al pueblo palestino y lo convirtió en refugiado en su propio territorio y alrededor del mundo.
La violencia impune, el abuso cotidiano, la represión sin límite y el castigo colectivo de los que soy testigo en Palestina me recuerdan con demasiada frecuencia los tiempos siniestros de nuestras dictaduras sudamericanas. Tal vez por eso siento -al decir de Nelson Mandela- que mi libertad no está completa sin la libertad de lxs palestinxs.
Esperemos que todos y todas nos demos cita a fines de noviembre en Porto Alegre, para acordar estrategias comunes de lucha que nos permitan avanzar hacia la descolonización y la liberación de Palestina, y también de nuestros territorios físicos y mentales.
NOTAS
(1) Esto es particularmente enfatizado por las poderosas corrientes del cristianismo sionista, surgido en EEUU (donde sus recursos y su poder de incidencia política y mediática son muy similares a los AIPAC, el poderosísimo lobby sionista) pero presente en todo Occidente. No hay espacio en este artículo para profundizar en el fenómeno.
(2) Jeff Halper, Director del Comité Israelí contra las demoliciones de casas (ICAHD).
(3) La limpieza étnica puede definirse como la expulsión forzosa y violenta de un grupo étnico, nacional o religioso de un territorio dado, con motivaciones políticas o ideológicas, y para repoblar el territorio con colonos pertenecientes al pueblo agresor. Es considerada un crimen de lesa humanidad según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
(4) Miko Peled, “La limpieza étnica de un pueblo inventado”.
(5) El IV Convenio de Ginebra prohíbe al poder ocupante trasladar parte de su población al territorio ocupado, así como explotar, apropiarse o destruir los recursos y propiedad de la población ocupada.
(6) Informe de Amnistía Internacional : “Troubled waters: Palestinians denied fair access to water“.
(7) Para conocer más sobre las leyes y políticas concretas de apartheid dentro de Israel y en los territorios ocupados, recomiendo leer mi artículo en este blog: “Haciendo visible el apartheid israelí”.
(8) Por ejemplo, la Coalición de Mujeres por la Paz (creadora del sitio ¿Quién lucra?) y Boicot desde Adentro.
Cuando en plena dictadura uruguaya empezamos a defender los derechos humanos, nos enfrentamos a las diversas formas de violación a la libertad y la integridad personal, que son tan comunes en Palestina:
-la prisión arbitraria, prolongada y masiva; la humillación y acoso a las mujeres, niños y familiares de los prisioneros;
-la tortura sistemática como mecanismo de extorsión, intimidación, información y aniquilamiento del enemigo vencido;
-el castigo colectivo infringido a un pueblo entero con el sólo fin de quebrar su resistencia, su dignidad, y someterlo a la resignación y el terror;
-las ejecuciones sumarias o selectivas para despojar al pueblo de sus líderes más populares y prometedores;
-los arrestos arbitrarios y permanentes de activistas, irrumpiendo en la madrugada en sus domicilios; los allanamientos con violencia y la destrucción absoluta, o el robo y saqueo de sus pertenencias;
-la detención administrativa (sin cargo ni juicio) que deja al prisionero aislado, incomunicado y sin destino conocido, por tiempo indeterminado;
-los tribunales militares (jueces y parte) juzgando a menores y mayores por el simple crimen de oponerse a la opresión, sin ninguna de las garantías del debido proceso;
-la militarización de la vida cotidiana, el abuso, el atropello, y la perpetua impunidad que alienta la repetición de los crímenes ad infinitum.
Eso era hace más de 30 años, y los delitos habían sido cometidos sobre todo en los Setenta, cuando todavía no existían la mayoría de los principales tratados internacionales de derechos humanos, ni la conciencia moral de la humanidad sobre su importancia; y menos aún la tecnología de las comunicaciones que permitiera el conocimiento de las violaciones.
Por eso resulta tan intolerable que hoy esos mismos crímenes sean cometidos contra el pueblo palestino a la vista y conocimiento de la comunidad internacional, y por un Estado que cuenta con el apoyo de todos los gobiernos de Occidente, que se jacta de ser “la única democracia de Medio Oriente”, y que se da el lujo de desconocer sistemáticamente, desde hace 64 años, todas las resoluciones de Naciones Unidas y todos los tratados de Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos.
Efectivamente, han emitido resoluciones y críticas condenatorias de Israel: la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, la Corte Internacional de Justicia, los Comités de los principales tratados internacionales de DDHH (de derechos civiles y políticos, derechos económicos, sociales y culturales, derechos de niñas y niños, derechos de la mujer, contra la discriminación, contra la tortura), los principales Relatores Especiales (para temas como vivienda, libertad de expresión, ejecuciones extrajudiciales, tortura, derechos humanos del pueblo palestino, violencia hacia las mujeres, etc.), representantes especiales del Secretario General, y organismos como el Comité Internacional de la Cruz Roja .
La teoría de los dos demonios en Medio Oriente
Como latinoamericana del Cono Sur, encuentro otra similitud entre la tragedia palestina y lo que vivimos en esta región. Durante más de 30 años lxs defensorxs de DDHH nos pasamos refutando la “teoría de los dos demonios”, e intentando explicarle al mundo y a nuestra propia sociedad que los crímenes masivos cometidos por los militares no eran producto de una guerra donde se habían enfrentado dos bandos armados, sino de un sistema de aniquilación de la sociedad civil, planeado y ejecutado desde la institucionalidad del aparato estatal, al que llamamos terrorismo de Estado.
La analogía no podría ser más adecuada para explicar la verdadera naturaleza del “conflicto” palestino-israelí. Los medios de comunicación occidentales lo han presentado siempre como una guerra entre dos bandos igualmente responsables por la violencia y la incapacidad de alcanzar una solución negociada; y eso en el mejor de los casos, cuando no se carga todo el peso sobre la ‘intransigencia’ de los palestinos. Esta falsa simetría suele ir reforzada por la imagen estereotipada de los palestinos como terroristas con la cara cubierta y el torso envuelto en explosivos, o con un arma automática en la mano. No pocos intentan incluso presentarlo como un conflicto civilizatorio entre Oriente y Occidente, o hasta religioso entre Islam y el mundo Judeo-cristiano. (1)
Sin embargo, no hay nada más asimétrico que las dos partes enfrentadas en este largo conflicto, no sólo porque nunca se puede equiparar al oprimido con el opresor (al ocupado con el ocupante, en este caso), ni atribuirles la misma responsabilidad. De un lado tenemos a un país del Primer Mundo, con todos los recursos bélicos imaginables, y del otro a un pueblo en su inmensa mayoría desarmado, perseguido y acorralado, que se aferra con uñas y dientes a la tierra de la cual quieren expulsarlo, y la defiende lanzando piedras a los tanques. No en vano las víctimas palestinas son cuatro veces más que las israelíes.
Mientras Israel tiene como aliado incondicional a la potencia más poderosa del mundo (de la cual recibe anualmente 2 billones de dólares en ayuda militar) y es él mismo la cuarta potencia nuclear mundial, tiene un sitio en la ONU y una economía que es tres veces la de todos los países vecinos juntos (incluido Egipto), y domina la narrativa en la opinión pública mundial presentándose como la víctima, los palestinos no tienen un Estado ni un sitio en la ONU, no tuvieron nunca un ejército (ni mucho menos armas sofisticadas), tienen una economía totalmente subordinada y 50 veces inferior a la de Israel, y hoy ocupan apenas un 12% de lo que era su territorio original, la Palestina histórica (mientras Israel mantiene el control absoluto sobre sus fronteras terrestres, su espacio aéreo y marítimo y sus ondas de telecomunicaciones). (2)
Limpieza étnica y lucha por el territorio
Un amigo palestino me decía: “A nosotros el mundo no quiere creernos lo que nos hace Israel. Por eso es tan importante la palabra de los isralíes para denunciarlo”. Efectivamente, Occidente recién empezó a prestar atención a lo que los palestinos habían afirmado durante décadas cuando los llamados “nuevos historiadores” israelíes como Ilan Pappé, Tom Segev, Avi Shlaim, Shlomo Sand y Benny Morris (antes de su ‘conversión’ al sionismo) investigaron y describieron la catástrofe (Nakba) que significó la creación del Estado de Israel en 1948, cuando las milicias sionistas (precursoras del futuro ejército israelí) barrieron del mapa a más de 400 ciudades y pueblos palestinos en pocos meses, y convirtieron a sus 800.000 habitantes en refugiadxs a lxs que nunca más se les permitió regresar a su tierra. Así, lo que se conocía como “la guerra árabe-israelí” empezó a ser comprendido como la limpieza étnica de Palestina. (3)
Durante 1500 años los árabes habían convivido con la minoría judía en total armonía, compartiendo la llamada Tierra Santa para las tres religiones monoteístas de raíz abrahámica. El sionismo, que surge a fines del siglo XIX en Europa como una ideología colonialista y nacionalista, racista y excluyente, se propuso la creación de “un hogar nacional para el pueblo judío” en el territorio de la Palestina histórica, basándose en una falsa premisa: “una tierra sin gente para un pueblo sin tierra”, que niega la existencia de la población nativa árabe.
Si seguimos el discurso de los distintos líderes sionistas a lo largo de más de un siglo, se puede ver con claridad que el objetivo fue desde un principio colonizar todo el territorio deshaciéndose -ni siquiera sometiéndola- de toda la población árabe. Ese es el verdadero origen del conflicto.
Así, una vez que la colonización se materializó en la primera mitad del siglo XX -con apoyo y complicidad de los gobiernos europeos, sobre todo el británico-, y sobre todo a partir de la creación del Estado de Israel, los sionistas se propusieron el objetivo hasta hoy vigente de judaizar por la fuerza el territorio que va desde el Mediterráneo hasta el río Jordán; y para forzar esa mayoría demográfica no sólo recurrieron a la inmigración judía, sino también a la limpieza étnica.
Lxs activistas antisionistas (tanto israelíes como palestinxs) también nos han ayudado a ampliar la mirada para ver que la ocupación militar de Cisjordania y Gaza -materializada sobre todo a partir de 1967- es sólo una parte de la cuestión, y que “el gran tema es la continua limpieza étnica de Palestina por el Estado sionista. (…) “durante los últimos 64 años la limpieza étnica es lo que guía las políticas sionistas hacia el pueblo palestino. Todos los gobiernos sionistas y todos los partidos políticos sionistas -de izquierda, de derecha y de centro- apoyan la limpieza étnica.(…) “La limpieza étnica sionista de Palestina no es una cosa del pasado, sino una campaña vigente que es ejecutada por tres brazos del Estado de Israel: el sistema educativo, una dedicada burocracia y las fuerzas de seguridad.” (4)
¿Cómo se realiza hoy la limpieza étnica de Palestina? Obviamente no estamos en 1948, e Israel no puede cometer un genocidio en masa -aunque periódicamente hace muy buenos ensayos, como la última operación Plomo fundido (2008-2009), en la que durante 22 días bombardeó y asesinó a 1500 personas encerradas en Gaza (la inmensa mayoría, civiles desarmadxs). La limpieza étnica hoy consiste en un conjunto de políticas y prácticas cuyo objetivo último es hacer insoportable y miserable la vida cotidiana de lxs palestinxs, para que ellxs mismxs se vayan y dejen la tierra libre de árabes, para su total y completa judaización.
Basta conocer desde adentro cómo es la vida cotidiana bajo la ocupación para entender que detrás del discurso de Israel sobre la “seguridad” y la necesidad de “defenderse”, el verdadero objetivo es la expansión colonial y la apropiación de todo el territorio de la Palestina histórica, para crear “hechos consumados” irreversibles y hacer inviable un futuro Estado palestino soberano.
La limpieza étnica hoy
Éstas son las principales políticas y prácticas destinadas a hacer intolerable la vida de lxs palestinxs y a alentar o forzar su desaparición:
En los veinte años del “proceso de paz” (que Israel usó únicamente para distraer y ganar tiempo), se produjo la apropiación del 40% de las tierras palestinas para entregarlas a las colonias judías (política que fue impulsada activamente por los gobiernos de Israel desde 1967, mediante estímulos y subsidios a su población).
Destrucción permanente de cultivos y olivos. La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA) estimó que sólo en 2011 los colonos israeíes (con impunidad y apoyo del ejército) destruyeron, arrancaron o quemaron 10.000 árboles palestinos. Y Oxfam calculó en medio millón de dólares las pérdidas de los agricultores palestinos en la cosecha de olivos del mismo año, debido a la violencia de los colonos judíos.
Debido a la fragmentación del territorio en áreas A, B y C (impuesta por los Acuerdos de Oslo), hoy 62% del territorio de Cisjordania (área C) está bajo exclusivo control militar israelí, inaccesible a lxs palestinxs;
Las demoliciones de casas, escuelas, mezquitas, depósitos de agua y estructuras productivas por “construcción sin permiso” (permisos que nunca se otorgan a los palestinos), van en aumento año tras año. El Comité Israelí contra las demoliciones de casas calcula que Israel ha destruído de 20.000 a 30.000 casas palestinas desde 1967. Y sólo en 2011, UNOCHA registró 622 demoliciones (80% más que 2010) que dejaron sin hogar a 1100 personas (la mitad, niñxs). El 60% de esas demoliciones, ‘casualmente’ fueron realizadas en zonas asignadas a colonias judías.
El ejército de ocupación puede declarar cualquier lugar, en cualquier momento y por cualquier motivo, “zona militar cerrada”. El mecanismo es tan simple como perverso: a la población palestina se le prohíbe por la fuerza acceder a su propiedad, luego esa tierra “abandonada” se declara “propiedad estatal” y poco después se la entrega a los colonos israelíes.
El Muro o barrera de separación no ha sido construido sobre la “Línea verde” (frontera internacionalmente reconocida), sino en un 85% dentro del territorio palestino, para dejar del lado ísraelí las colonias ilegales, las mejores tierras y las fuentes de agua subterránea palestinas).
En Cisjordania, más de 500 checkpoints y otras formas de encierro y bloqueo fragmentan el territorio y lo convierten en verdaderas ‘islas’ o bantustanes desconectados entre sí (datos de UNOCHA).
El perverso sistema de permisos (de residencia, trabajo, entrada, etc.) limita la vida y el movimiento de la población, separando a las parejas y familias palestinas que tienen distinto permiso o estatuto de residencia (tanto en Israel como en Cisjordania).
Jerusalén Este, que debería ser la capital de Palestina, está anexada a Israel desde 1967, totalmente aislada y desconectada de Cisjordania (accesible sólo para las pocas personas que consiguen permiso) y rodeada de colonias israelíes en permanente expansión territorial.
La economía palestina (también por los acuerdos de Oslo) está controlada, estrangulada y subordinada a Israel. Hasta el Banco Mundial y la Unión Europea han criticado las políticas israelíes que hacen inviable el desarrollo palestino.
La represión es cotidiana, implacable y se extiende a toda forma de organización y manifestación pacífica. Los arrestos ocurren en la madrugada, sacando a la gente de su cama, allanando los hogares con violencia, robo y destrucción de la propiedad privada. Los menores de 10-12 años también son arrestados y procesados por el delito de tirar piedras, sin respetar los estándares internacionales. Alrededor de 5000 presos políticos palestinos (entre ellos, cientos de menores de edad y una decena de mujeres) están hoy en las cárceles israelíes, algunos con sentencias de cadena perpetua, desde hace 25 o 30 años. En lo que va de 2012, ya se produjeron más de 900 detenciones, todas de activistas populares noviolentxs.
La Franja de Gaza está sometida desde 2006 a un bloqueo total que ha convertido a la gran mayoría de la población en dependiente de la ayuda internacional. Los pescadores, que apenas pueden adentrarse menos de tres millas náuticas, son periódicamente atacados por la marina israelí, al igual que los campesinos que intentan vivir de la agricultura en la escasa y estrecha franja de tierra que les deja la zona de exclusión -de un km y medio en ese estrecho territorio- impuesta arbitrariamente por Israel.
Separar, discriminar y dominar es Apartheid
Lo interesante es que, si bien este sistema de control se aplica de manera implacable en los territorios ocupados, se puede observar similares políticas de discriminación y exclusión hacia la población palestina dentro de Israel. Por ser éste “la patria de lxs judíxs del mundo”, las personas no judías no tienen derecho a la nacionalidad y a todos los derechos asociados a ella; sólo tienen ciudadanía que les permite votar, pero les niega, entre muchos otros derechos fundamentales, el acceso a la tierra, 93% de la cual está en manos judías. Más de100 aldeas palestinas no están reconocidas por la ley israelí, no reciben ningún tipo de servicio público, y sus habitantes enfrentan la amenaza permanente de demoliciones o desplazamiento (sobre todo en el desierto del Negev/Naqab).
Precisamente el Día de la Tierra Palestina recuerda la masacre cometida el 30 de marzo de 1976 en la región de Galilea (norte de Israel), cuando las autoridades israelíes mataron a seis palestinos e hirieron a más de cien al reprimir una protesta contra la constante confiscación de tierras palestinas para ser entregadas a la población judía. La indignación por esos hechos se propagó como fuego entre las localidades palestinas, generando una huelga general que se convirtió en la primera gran protesta masiva que unió al pueblo palestino de los territorios ocupados y de Israel -y que fue un antecedente de la primera Intifada.
En los territorios ocupados, la segregación y opresión es aun más dramática: el medio millón de colonos israelíes asentados en Cisjordania y Jerusalén Este (ilegalmente según el Derecho internacional) (5) vive en ‘burbujas de Primer Mundo’, tiene carreteras y sistemas de transporte de uso exclusivamente judío, y consume más agua que 3 millones de palestinxs. Mientras el consumo promedio de éstxs es 50 litros diarios por persona (la OMS recomienda 100 litros diarios), el consumo promedio en las colonias es de 400 litros diarios por persona (más que en Israel, donde es de 300) (6) . Mientras el gobierno israelí anuncia la construcción de más y más viviendas en las colonias ilegales, lxs permisos de construcción son sistemáticamente negados a lxs palestinxs, que enfrentan la amenaza permanente de que sus casas sean demolidas, o de ser expulsados de las que ocupan para entregárselas a colonos judíos (como ocurre en Jerusalén Este).
Es por eso que cada vez más se habla de un régimen de apartheid (tal como está definido en la Convención Internacional para la erradicación y sanción del crimen de Apartheid de la ONU y en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Recientemente el comité CERD de la ONU (encargado de monitorear el cumplimiento de la Convención internacional para la eliminación de la discriminación racial) emitió una durísima condena al régimen aplicado por Israel sobre el pueblo palestino, calificándolo de apartheid. Y la realidad es que, aunque sea inadmisible en pleno siglo XXI, en el conjunto de la Palestina histórica existe hoy dos pueblos sujetos -por el mismo gobierno- a dos sistemas de leyes y a políticas completamente diferentes. (7)
Resistencia y solidaridad latinoamericana
En los años Sesenta y Setenta, los partidos de izquierda y sobre todo los movimientos revolucionarios de América Latina desarrollaron vínculos de solidaridad con las organizaciones de la resistancia palestina. Las derrotas y desarticulación de unos y otras llevaron a un debilitamiento de esos lazos; sobre todo a partir de los Noventa, cuando el tramposo proceso de Oslo coincidió con la hegemonía neoliberal en nuestro continente.
En la última década, coincidiendo con la crisis de legitimidad y liderazgo de los actores políticos históricos (sobre todo a partir de la ruptura entre Hamas y Fatah), ha surgido en Palestina una generación de activistas sociales que impulsan -desde 2005- el movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) como la estrategia más efectiva para obligar a Israel a poner fin al sistema de ocupación, colonización y apartheid y a respetar las resoluciones de la comunidad internacional.
El movimiento BDS, que reúne a casi 200 organizaciones de la sociedad civil palestina, incluyendo sindicatos, mujeres, campesinos, ONGs, organizaciones de base, políticas y religiosas (tanto cristianas como musulmanas) fundamenta su discurso estrictamente en el Derecho Internacional Humanitario y de los DDHH, sosteniendo que la comunidad internacional tiene la responsabilidad de tomar medidas eficaces para que Israel deje de ser un Estado que está por encima de la ley. Saben que para ello no cuentan con los gobiernos del mundo, pero confían en que los pueblos organizados sean los que presionen y exijan a sus países tomar medidas en esa dirección. El movimiento -que tiene adherentes dentro del mismo Israel (8) - ha logrado en pocos años éxitos significativos, sobre todo en el boicot económico y cultural.
Estos nuevos actores palestinos han decidido apostar fuerte a América Latina como aliada estratégica, y se han propuesto como prioridad desarrollar vínculos con los movimientos sociales de la región. En particular la organización palestina Stop the Wall ha construido en los últimos años relaciones significativas con la Via Campesina de Brasil.
El primer fruto de esa apuesta es haber logrado colocar la cuestión palestina en la agenda del Foro Social Mundial. Así, a fines de noviembre tendrá lugar en Porto Alegre el FSM “Palestina libre”, donde por primera vez se reunirán cara a cara cientos de activistas populares de Palestina con representantes de los principales movimientos sociales de nuestro continente y del mundo.
El principal objetivo de esta iniciativa es dar un salto cualitativo en la solidaridad latinoamericana -y mundial- hacia Palestina, sobre todo para impulsar el movimiento global de BDS (que en nuestra región probablemente debería empezar por revisar el tratado de libre comercio MERCOSUR-Israel). El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) ya vienen desarrollando encuentros de solidaridad con los agricultores palestinos, y se ha comprometido -junto con la Central Única de Trabajadores (CUT)- a liderar el proceso hacia Porto Alegre.
Como antecedente, a fines de noviembre del año pasado tuvo lugar en la Escuela Florestán Fernandes del MST (Guararema, Sao Paulo) el Primer Encuentro Nacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, en el que participaron la Via Campesina, la Marcha Mundial de las Mujeres, la Comisión Pastoral de la Tierra, el Movimiento de Afectados por las Represas, entre otros movimientos, organizaciones y partidos políticos.
Según expresaron en la Declaración final, “los trabajadores y trabajadoras de los diversos movimientos y organizaciones (…) una vez más, reafirmamos nuestro pleno apoyo y solidaridad con la lucha justa y legítima del pueblo palestino.
“Durante los tres días de debate y construcción colectiva, los movimientos sociales brasileños encontraron denominadores comunes que guiarán nuestra lucha por la solidaridad. Nuestro reto es transformar estos puntos en los ejes de un gran movimiento social y político de masas de carácter internacional para garantizar el trabajo decente, la vida y la libertad para el pueblo palestino.”
Para que ese encuentro entre Palestina y América Latina sea posible y exitoso, el primer desafío que tenemos por delante es hacer ver cuánto tenemos en común, y conectar la causa de Palestina con nuestras muchas y diversas luchas: la de nuestros pueblos indígenas, movimientos campesinos y ecologistas por la justicia climática, la defensa de la madre tierra, el territorio y sus bienes naturales; la lucha por el agua como derecho humano y bien común; las redes anti-militaristas que denuncian y combaten las pretensiones geopolíticas hegemónicas del imperio; los derechos humanos y de los pueblos como horizonte ético común; las comunidades de base, los movimientos ecuménicos e interreligiosos; los sindicatos independientes, los grupos cooperativos, los productores familiares y las redes de economía solidaria; las organizaciones de mujeres, feministas y por la diversidad sexual; los movimientos estudiantiles y juveniles; las articulaciones de lucha contra el racismo, la discriminación y los fundamentalismos de cualquier tipo.
Uruguay, además, tiene una responsabilidad particular, porque en 1948 su voto en la ONU fue decisivo para la creación del Estado de Israel, que despojó al pueblo palestino y lo convirtió en refugiado en su propio territorio y alrededor del mundo.
La violencia impune, el abuso cotidiano, la represión sin límite y el castigo colectivo de los que soy testigo en Palestina me recuerdan con demasiada frecuencia los tiempos siniestros de nuestras dictaduras sudamericanas. Tal vez por eso siento -al decir de Nelson Mandela- que mi libertad no está completa sin la libertad de lxs palestinxs.
Esperemos que todos y todas nos demos cita a fines de noviembre en Porto Alegre, para acordar estrategias comunes de lucha que nos permitan avanzar hacia la descolonización y la liberación de Palestina, y también de nuestros territorios físicos y mentales.
NOTAS
(1) Esto es particularmente enfatizado por las poderosas corrientes del cristianismo sionista, surgido en EEUU (donde sus recursos y su poder de incidencia política y mediática son muy similares a los AIPAC, el poderosísimo lobby sionista) pero presente en todo Occidente. No hay espacio en este artículo para profundizar en el fenómeno.
(2) Jeff Halper, Director del Comité Israelí contra las demoliciones de casas (ICAHD).
(3) La limpieza étnica puede definirse como la expulsión forzosa y violenta de un grupo étnico, nacional o religioso de un territorio dado, con motivaciones políticas o ideológicas, y para repoblar el territorio con colonos pertenecientes al pueblo agresor. Es considerada un crimen de lesa humanidad según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
(4) Miko Peled, “La limpieza étnica de un pueblo inventado”.
(5) El IV Convenio de Ginebra prohíbe al poder ocupante trasladar parte de su población al territorio ocupado, así como explotar, apropiarse o destruir los recursos y propiedad de la población ocupada.
(6) Informe de Amnistía Internacional : “Troubled waters: Palestinians denied fair access to water“.
(7) Para conocer más sobre las leyes y políticas concretas de apartheid dentro de Israel y en los territorios ocupados, recomiendo leer mi artículo en este blog: “Haciendo visible el apartheid israelí”.
(8) Por ejemplo, la Coalición de Mujeres por la Paz (creadora del sitio ¿Quién lucra?) y Boicot desde Adentro.
Fuente: http://mariaenpalestina.wordpress.com/2012/04/19/palestina-sale-al-encuentro-de-america-latina/
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