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Sao Jose dos Campos, Brasil. Cerca de mil 700
familias que vivían en el Pinheirinho desde el 2004 despertaron en medio
de una pesadilla. Con un gran arsenal (helicópteros, balas de hule,
armas de fuego, además de un sinnúmero de bombas de gas lacrimógeno)
cerca de 2 mil policías irrumpieron en el terreno de esa comunidad para
sacar a la gente de sus casas.
Cumplían un orden de reintegración de
propiedad para regresar el terreno a su dueño. La comunidad, sin
embargo, fue sorprendida, ya que dos días antes la justicia federal
había pospuesto 15 días el operativo.
Fue un domingo de horror en la ciudad de Sao José dos Campos. La
policía del estado de Sao Paulo arrebató de forma brutal el derecho a la
vivienda a casi 6 mil personas para entregar el área, de un millón 300
mil metros cuadrados, a un conocido personaje de escándalos financieros y
policiales de Brasil: Naji Nahas.
A quién sirve el estado en Brasil
Nahas fue condenado en 1997 a 24 años de prisión por un crimen en
contra de la economía popular. Una de las consecuencias de esos crímenes
fue la quiebra de su propia empresa, la Selecta, en 1989. El terreno de
Pinheirinho actualmente forma parte de la enorme área fallida de esa
empresa. Tras ser declarado inocente en 2004, Nahas no tardó mucho en
involucrarse en nuevos escándalos. En 2008, fue detenido por una
acusación de lavado de dinero en paraísos fiscales.
El problema, sin embargo, no es sólo la persona a la cual se le dará
el terreno, sino el hecho de que nadie, hasta el día de hoy, sabe cómo
esas tierras terminaron en manos de Nahas. La propiedad era de una
pareja de alemanes – sin herederos – asesinados brutalmente, en 1969 en
circunstancias sin esclarecer. No se sabe cómo, ni por qué, el terreno
pasó de las manos de Estado, automáticamente responsable de las tierras
tras la muerte de la pareja, a Benedito Bento Filho, conocido como “el
comendador” y responsable de la venta del terreno a Naji Nahas en los
años ochenta.
Actualmente, el propietario tiene interés en la desocupación del
Pinheirinho. El terreno, valuado en 180 millones de reales (cerca de 100
millones de dólares), podrá ser vendido y esa cifra será descontada de
la deuda millonaria de Nahas. Sólo para que se tenga una idea, los
impuestos que su empresa debe a la alcaldía de Sao José dos Campos
ascienden a 15 millones de reales (cerca de nueve millones de dólares).
Pequeños destrozos de historias
Renato Crispim Rbiniter, de 42 años, estaba allí cuando, en 2004,
numerosas familias llegaron al área del terreno del Pinheirinho. “Allá
era pura mata, culebras y animales. Limpiamos todo y construimos
nuestras casas en sistema de minga”, recuerda. Apenas en el 2008, tras
un año de construcción, Roberto dejó la tienda para vivir en su casa.
“Allá vivíamos yo y mi esposa, era una casa de tres cuartos y baño.
Durante los ocho años que vivimos en el Pinheirinho no tuvimos de qué
quejarnos”.
Cuando, algunos días antes, hubo una orden oficial de despojo, la
comunidad de Pinheirinho estaba preparada para resistir. “Estábamos con
escudos de plástico y armados con madera, armas no, porque armas no
tenemos. Hombres, mujeres y niños estábamos dispuestos a resistir hasta
el último momento. ¿Qué más íbamos a hacer? ¿Perder todo?”. Sin embargo,
el 20 de enero, la justicia federal anuló la postergación de 15 días.
“Fue un día de fiesta. Pero lo inesperado pasó, nos agarraron
desprevenidos”, lamenta Roberto.
Aquel domingo fatídico, el teléfono de Roberto sonó a las tres de la
mañana. “Recibí una llamada desde el centro de la ciudad, diciendo que
me despertara, pues Sao José dos Campos estaba llena de policía. Él
cuenta que todos seguían cansados de la fiesta y por ello sus compañeros
no despertaban. “Cerca de las cuatro de la mañana solté morteros en un
intento de despertar la gente, pero no tuve éxito”. A las seis de la
mañana, en el momento que la policía irrumpió en el terreno, él estaba
frente a su casa. “Salimos gritando para llamar la gente, pero no hubo
tiempo, llegaron rompiendo todo”.
Recuerda el helicóptero tirando bombas de gas lacrimógeno sobre las
casas y la violencia de la policía. “La policía llegó gritando,
insultándonos y maltratándonos. Decían: ‘Tenemos órdenes que cumplir y
las vamos cumplir’”. Cuenta que ordenaron que él y su esposa entraran en
la casa para agarrar ropa y salir. “Marcamos lo que teníamos de
muebles, cerramos nuestra casa y salimos”.
En el centro del lugar, donde se recibía a los habitantes recién
despojados y aún en estado de choque, la situación no era nada
tranquilizadora. “Mientras estábamos allí, ellos pasaban y nos tiraban
balas de hule, tuve que ayudar a algunas personas. Un colega estaba
huyendo de la violencia con su hijo y recibió un balazo con arma de
fuego; está internado en el hospital de la Vila”, cuenta.
Roberto recibió una llamada. Le dijeron que un camión ya estaba
recogiendo sus cosas. “Regresamos y vimos la puerta de la casa rota.
¡Para mí eso es robo! Dejaron nuestro ropero, la cama matrimonial, los
muebles de la cocina y otro mueble que todavía no he terminado de pagar.
Dijeron que no cabía en el camión”.
Pero eso no fue todo. “Trabajo con
reciclaje, tenía más de 2 mil reales (cerca de mil dólares) en material
que iba vender al otro día. Ellos acabaron con todo”. Roberto vio al
tractor derrumbar su casa y sus pertenencias. “Lo que construí en años,
lo derrumbaron en dos segundos”. Él fue una de las personas que logró
recuperar algún bien. “Mi vecina perdió todo, no la dejaron entrar para
sacar sus cosas”, mencionó Roberto.
“La desocupación no fue violente para quienes aceptaron irse. A
quienes intentaron defender lo que tenía les pegaron mucho”. Fue el caso
de un habitante de 70 años que se rehusó a dejar su casa. “Nunca he
visto nada así en mi vida, no hay ni modo de describirlo, fue demasiado
feo”, cuenta Roberto.
Sérgio Henrique Pires, de 42 años, salió del terreno apenas inició la
operación. “Como estábamos en la entrada del Pinheirinho, fuimos los
primeros en ser tomados, salí entero”. Él había dejado Pinheirinho para
buscar a su mujer en el trabajo poco antes del operativo militar.
“Cuando regresamos, llegamos junto con la policía militar. No logré
llegar hasta mi casa, me quedé en la casa de unos amigos, en la entrada.
Estábamos sitiados: bombas de gas y balas de hule por todos los lados”.
No resistieron, pues no estaban preparados. “Muchos estaban dormidos,
la policía sacó hasta los niños de la cama. Fue terrible. En algunas
casas, mientras la gente estaba comiendo la policía entró y tiró sus
platos al suelo”, dice Sérgio.
“Apenas dejamos el terreno, nos reunimos frente a la comunidad”.
Sérgio menciona el apoyo que recibieron de las personas del barrio
vecino, conocido como Campo dos Alemães, además de muchos actos de apoyo
aislados. Para él, quien coordina Resistencia Urbana – frente nacional
que reúne a diversas organizaciones que luchan por la vivienda – lo que
pasó ese domingo no fue solamente un acto de despojo. “Lo que hicieron
fue una persecución política e ideológica: estaban allí para destrozar
el movimiento”, afirma.
Sérgio llegó a vivir en el Pinheirinho en el 2005. “Formaba parte del
Movimiento de los Sin Tierra (MST) y llegué allá para apoyar. Me gustó y
terminé quedándome”. Sobre el hecho de haber sido sorprendidos por la
acción policiaca, el análisis que hace es positivo. “Si hubieran llegado
algunos días antes, estábamos preparados para resistir, pero analizando
con mis compañeros llegamos a la conclusión de que fue mejor haber sido
tomados por sorpresa, pues de no haber sido así habría sido una
desgracia más grande, habría habido mucha muerte”.
¿Albergados?
La alcaldía de Sao José dos Campos organizó algunos albergues para
recibir a las familias despojadas. Sin embargo, las condiciones a las
que están sometidas las familias no son dignas. Roberto fue a un
albergue localizado en el gimnasio del Morumbi, al ser interpelado sobre
las condiciones en que se encuentran allá, contestó: “¡Por dios! No sé
ni cómo explicarte. Somos casi 400 personas, más los niños, con apenas
dos baños y tres duchas”.
Además de las condiciones insalubres, los habitantes que se
encuentran en ese y en los demás albergues no escapan de la violencia
policial. En el gimnasio del Morumbi, cuenta Roberto, cierran las
puertas a las nueve de la noche. “Ya hemos dicho que aquí no estamos en
una prisión”, protesta. El control no cesa ahí. “Nos han dado pulseras
para que nos identifiquen cuando estamos afuera. E
n este albergue nadie
las está usando, todos se las quitaron. ¡Aquí no es una cárcel y no
estamos siendo rastreados!”. Según dice, las personas que se quedaron
con las pulseras y salieron, fueron identificadas por la policía, la
cual les ordenó que regresaran y las agredió. “La policía rompió dos
costillas a un colega que salió con su pulsera”, relata.
“Ya no tengo en dónde vivir. Estamos esperando y seguiremos luchando
por conseguir nuestras casas. Es una vergüenza despojar a las familias y
a los trabajadores para entregar el área a un ladrón especulador de
tierra”, lamenta Roberto.
Vecindad solidaria
Maria de Lurdes da Costa, de 64 años, tiene tres sobrinas que
estuvieron en la desocupación. Durante algunos días una de ellas,
Gilmara Costa do Espírito Santo, estuvo desaparecida, pero después logró
contactarla. “Gilmara dejó Pinheirinho con su hijo de tres años y fue
directo al barrio de Satélite, pero se acabó la batería de su celular y
no lograba hablarle”. Fueron tres días de desesperación.
“Hasta ahora no he recuperado mi salud”, lamenta. Son cerca de seis
desaparecidos y existen sospechas de muertes, pero, en medio de la
dificultad, no hay datos oficiales por parte de los movimientos que
están apoyando al Pinheirinho.
Desde la casa de Lurdes era posible ver toda la operación de la
policía. “Subí en el tejado y vi mientras tiraban bombas sobre las casas
de mis sobrinas”, dice. Sus otras dos sobrinas se están quedando en su
casa desde que perdieron las suyas. Sobre lo que vio dice impresionada:
“Me quedo pensando, un adulto puede defenderse, pero cuando veo aquella
cantidad de niños. Había muchos niños, madres llorando con niños en los
brazos, en la carriola. Una tristeza, no es cierto lo que hicieron”.
La solidaridad de los vecinos es bastante, pero no suficiente. “Aquí
uno recoge a una familia, otro a otra, pero es demasiada gente”. Y
relata entristecida: “Vi gente bajo la lluvia pasando con sus colchones
en las espaldas sin tener dónde dormir”. “Pido a dios que le dé un
camino a esa gente, porque está muy difícil. ¿Cómo fueron capaces de
hacer lo que hicieron con ellos?”.
A la indagación de Lurdes, Sérgio
aventura una posible respuesta: “Ésa es la ley en Brasil: nosotros que
dábamos una función social a aquellas tierras somos echados a la calle
para que se las entreguen a Nahas, las adquirió de forma totalmente
irregular y quien tan sólo especula con ella. Sólo en Brasil”.
Más información:
Solidaridad a la ocupación de Pinheirinho
Crónica del desalojo (video)
Un abrazo para la gente de Pirinheiro.
ResponderEliminarLos dos links de vídeo después del primero me redirigen a YouTube en general. El primero sí que funciona sin embargo.
Resuelto. Gracias por señalarlo
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