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Celebremos el fin de un azaroso año 2011 con una fábula.
Éranse una
vez en el joven Siglo XXI, el águila, el oso y el dragón que se sacaron
sus (peludos) guantes e iniciaron una Nueva Guerra Fría.
Cuando
terminó la Guerra Fría original –en teoría– a finales de 1991, en una
dacha en Belarús, con el oso casi en coma, el águila asumió el derecho
del oso a una política exterior independiente que también fue anulada.
Eso
quedó más que claro entre 1999 y 2004, cuando la OTAN, contra todas las
promesas hechas al ex máximo oso Gorbachov, expandió todo el camino
hacia Europa Oriental y los Estados del Báltico. Y el oso comenzó a preguntarse: ¿y si terminan por quitarme todo mi espacio de seguridad y me agotan geopolíticamente?
En
el joven Siglo XXI, el principal forcejeo entre el águila y el oso
tiene que ver con la defensa de misiles. Ni siquiera el águila sabe si
ese carísimo artilugio servirá para algo. E incluso si sirviera,
probablemente será financiado por un dragón renuente, que posee más de
1,5 trillones (millones de millones) de deuda del águila.
El oso
ha argumentado repetidamente que el despliegue de misiles interceptores y
radares en la tierra de los ciegos –Europa– en la que un ciego guía a
otro ciego, constituye una amenaza. El águila dice que no, no te
preocupes, es para protegernos de esos pillastres persas.
Pero el
oso no se da por convencido. Por lo tanto, en un mensaje televisivo
global con subtítulos en inglés, el oso anunció que ya ha desplegado a
la exclave en el Mar Báltico de Kaliningrado un nuevo sistema de
advertencia temprana para monitorear misiles lanzados desde Europa o del
Norte del Atlántico. Y el sistema de misiles Iskander podría ser lo
siguiente.
El oso está frustrado. Dice que ha ofrecido
repetidamente su cooperación al águila y a sus acólitos, en vano. El oso
insiste en que la puerta sigue abierta para un compromiso. Tendrán que
volver a hablar, después de la problemática campaña presidencial de 2012
en aguilandia. Mientras tanto, el dragón observa preocupado.
Y el ciego guiará al ciego
Aproximadamente
dos décadas después de lo que el oso máximo Putin definió como “la
mayor catástrofe geopolítica del Siglo XX”, éste ha propuesto una URSS
light, como Unión Eurasiática, un organismo político/económico que ya
fue suscrito por el leopardo de la nieve Kazajstán y Belarús, a los que
pronto se sumarán los ositos eurasiáticos Tayikistán y Kirguistán.
En
cuanto a Turkmenistán y Uzbekistán, están demasiado preocupados sobre
cómo equilibrar la presión del águila y del oso. Y luego está Ucrania;
¿a quién preferirá: al oso o al ciego que guía al ciego?
El
águila quiere algo totalmente diferente: una Nueva Ruta de la Seda bajo
su control. Parece que se le olvidó que la Ruta de la Seda original
vinculó durante siglos al dragón con el Imperio Romano, sin entrometidos
desde fuera de Eurasia.
El águila también literalmente echa humo
por el hecho de que el máximo oso para los próximos seis años (y tal
vez 12) será, de nuevo, Putin. El oso, por su parte, trata de dirigir en
su propio beneficio el inexorable paso del dragón hacia la preeminencia
global.
Por eso el oso apuesta a un espacio económico “de Lisboa
a Vladivostok”, es decir, una cooperación íntima con esa hueste
variopinta de la tierra afectada por la crisis de ciego guía al ciego.
El problema es que los ciegos están, bueno, ciegos, y parece que no
logran actuar de forma coordinada.
El águila, mientras tanto, ha
aumentado masivamente las apuestas. Ha lanzado lo que equivale desde
todo punto de vista práctico a un cerco progresivamente "armamentizado"
del dragón (“he instruido a mi equipo de seguridad nacional para que
convierta nuestra presencia y misiones en Asia-Pacífico en una máxima
prioridad”).
El águila se empeña en incitar a naciones cercanas
al Mar del Sur de China para que se enfrenten al dragón. Además, está
reposicionando su despliegue de juguetes –submarinos nucleares,
portaaviones, cazabombarderos– cada vez más cerca del territorio del
dragón. El nombre del juego, según el Ministerio de Armas Letales del
águila, es exactamente “reposicionamiento”.
Lo que el dragón ve
es a un águila estropeada que trata de abrirse camino a la fuerza para
salir de una decadencia irreversible, en el intento de intimidar, aislar
o por lo menos sabotear el irreversible ascenso del dragón al sitio que
ha ocupado durante 18 de los últimos 20 siglos: entronizado como rey de
la selva.
La cosa no es fácil para el águila. Virtualmente todo
el que mueve algo en Asia tiene conexiones complejas, de gran alcance,
con el dragón y la diáspora del dragón.
Los actores en toda
Eurasia tampoco se seguirán sintiendo demasiado impresionados ante un
imperio del águila armado hasta los dientes. Saben que según las nuevas
leyes de la selva, el dragón simplemente no puede ser –y no será–
reducido al estatus de un actor secundario.
El dragón no dejará
de expandirse en Asia, Latinoamérica, África e incluso en los pastos,
infestados por el desempleo y afectados por la crisis de las tierras del
ciego que guía al ciego.
Además, si lo presionan demasiado, el
dragón tiene por sí solo el poder de hacer que reviente el asombroso
déficit del águila, y de hacer caer su calificación crediticia al nivel
de chatarra, ocasionando estragos en el sistema financiero mundial.
Some like it hot
Por
lo tanto, después de una pausa de una década, consumida en llamas por
la insensata “guerra contra el terror” del águila, que se convirtió, en
la práctica, en una ofensiva generalizada en tierras musulmanas, la realpolitik vuelve a estar de moda. Olvidad a un montón de miserables yihadistas; ahora los grandes tienen que resolver sus diferencias.
El águila necesitó una década para darse cuenta de que el centro político/económico de un mundo multipolar será Asia.
Entretanto,
lo que han logrado las nuevas acciones estratégicas del águila es hacer
que el oso pase de ser un cliente dócil (durante los años noventa y
principios de los 2000) a ser un enemigo virtual. El “reajuste” es un
mito. El oso sabe que no hay reajuste y el dragón solo observa un
reajuste hacia una confrontación abierta.
A medida que el águila
se hace más amenazadora, el oso se acercará cada vez más al dragón. El
oso y el dragón tienen demasiados vínculos estratégicos en todo el
planeta como para ser intimidados por el masivo Imperio de Bases del
águila o sus coaliciones periódicas con los (algo renuentes) dispuestos.
El dragón, por su parte, sabe que Asia no necesita los Hellfire
del águila, aunque ciertamente recibiría de buen grado buenos, sólidos,
productos hechos por el águila. El problema es que la oferta no es tan
impresionante.
Lo mejor que la otrora poderosa águila es capaz de
ofrecer –de una guerra contra el Islam a un arrinconamiento
"armamentizado" del oso y del dragón– lo dice todo sobre un imperio en
busca de un proyecto. Además, Asia es demasiado lista para apoyar una
Nueva Guerra Fría que la debilitaría.
Incluso mientras se siguen
oyendo los tiros de advertencia de la Nueva Guerra Fría, el águila ya
corre riesgo de perder a su cliente paquistaní.
Y luego viene
Persia. El águila ha puesto sus ojos en los persas desde que se libraron
de su procónsul, el Shah, en 1979 (y esto después de que el águila y la
pérfida Albión ya habían aplastado la democracia para instalar en el
poder al Shah –quien hizo que Sadam se pareciera a Gandhi– en 1953). El
águila quiere que le devuelvan todo ese petróleo y el gas natural. El
oso y el dragón dicen, esta vez no, amiga desplumada.
Y así
llegamos al final, aunque no a la jugada final. Predeciblemente esta
fábula no tiene moral. Lo que pueden esperar las mentes sensibles es que
incluso si seguimos sufriendo las adversidades de la vida, ojalá esta
Nueva Guerra Fría no se caliente.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro se llama Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009).
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