por Gerardo Iglesias y Carlos Amorín - Rel-UITA
En el Día Internacional del Medio Ambiente seguimos con dolor y admiración la lucha que nuestra organización afiliada, la Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC), continúa llevando adelante en Managua. Son ex trabajadores cañeros del Ingenio San Antonio, propiedad del Grupo Pellas, sus viudas y huérfanos que acampan ante la Catedral reclamando ser indemnizados por los responsables de esta catástrofe humanitaria, provocada por el uso indiscriminado de agrotóxicos y la desidia empresarial en la zona de Chichigalpa.
Hoy ya suman 3.355 los ex trabajadores cañeros muertos por IRC, todos oriundos de esa zona donde aún hay miles de otros contaminados cuyas vidas están amenazadas, y en muchos casos definitivamente comprometida. Para ellos, es sólo cuestión de tiempo, pues ya saben de qué morirán.
El último compañero muerto por IRC fue Marco Antonio Pereira, que había pasado 22 de sus 54 años trabajando en el Ingenio San Antonio. Marco Antonio murió solo, en el bus que lo regresaba a Chichigalpa desde Managua, adonde había llegado para solidarizarse con sus compañeros acampados.
Desgraciadamente, Marco Antonio no será el último. En Nicaragua no existe la infraestructura médica necesaria para realizar trasplantes de riñón, una operación que salvaría la vida de muchos de los afectados por IRC que aún podrían abrigar esperanzas de supervivencia. Lo más probable es que mañana, tal vez pasado mañana, Marco Antonio será el penúltimo.
La gripe de moda ha matado a menos de 200 personas en todo el mundo, pero su repercusión mediática ha conmovido al planeta, y ya se alzan algunas voces denunciando que la pandemia es también el paraíso para el laboratorio Roche, fabricante del medicamento Tamiflú. En Nicaragua no ha muerto nadie por esta enfermedad, pero los medios le dedican ríos de tinta, de minutos en el aire, mientras silencian vergonzosamente la tragedia de los afectados por IRC.
Lo mismo ocurre con los miles de afectados por la aplicación masiva del herbicida glifosato sobre los cultivos transgénicos en la llamada “República de la Soja”, que incluye a decenas de millones de hectáreas de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Nadie sabe cuántos y cuántas están afectados por este agrotóxico, porque nadie ha querido saberlo. Son otros barridos bajo la alfombra mediática en beneficio de las transnacionales de la cadena agroalimentaria.
Según la página web de Radios Programas del Perú,* el Ministerio de Salud de ese país ha reconocido que en lo que iba de 2009 hasta fines de mayo 133 niños murieron de frío en Lima y zonas altoandinas. Le llaman Infecciones Respiratorias Agudas (IRA), pero es puro frío y ausencia de infraestructura sanitaria pública.
Como en los demás casos, y según el análisis efectuado por el doctor Elmer Huerta en su blog del diario limeño El Comercio, en los tres días en los cuales él realizó el seguimiento el canal de televisión más popular dedicó 41 minutos a la gripe AH1N1, por la cual no ha muerto nadie en el Perú, y un solo minuto a los 133 niños muertos por el frío.
Somos nosotros, los trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas, nuestros niños y niñas, el pueblo y sus hijos quienes ponemos la carne ante estos cañones que no son de una guerra convencional, sino de otra mucho más cínica, silenciada, encubierta: la guerra del lucro y el dominio planetario que usa y tira seres humanos, o los excluye definitivamente del mapa condenándolos a la muerte en vida.
Por eso en esta página nunca será demasiado el espacio otorgado a estos temas, nunca callaremos estas tragedias, porque sabemos que el principal problema ambiental que aún padecemos en América Latina es la pobreza y la ausencia de protección efectiva de las comunidades contra la ambición y la avaricia de las transnacionales. Y porque sólo podremos avanzar si se abren más y más conciencias capaces de cuestionar las versiones mediáticas de la vida, para mirar la realidad con sus propios ojos, para interpretarla con sus propios corazones, para pensarla con cabeza propia.
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