viernes, 31 de enero de 2020

Honduras: Otra vez las elecciones

Foto Luis Méndez
Por Luis Méndez

Pareciese que nuestra memoria es corta, y las emociones se sobreponen a la racionalidad concreta de vivir bajo una dictadura disfrazada de democracia.

Desde que el neoliberalismo domesticó a un sector “hegemónico” de las fuerzas populares organizadas, y les marcó la pauta de que la única salida al hartazgo del modelo era la vía electoral, “votos y urnas cada cuatro años”, algo así como la verdadera historia del Flautista de Hammelin escrita por Álvaro Mutis, los “supuestos referentes” de las luchas contra hegemónicas cayeron en la trampa electorera, y renunciaron a la lucha popular como otra vía legitima de contrapoder y de construcción de poder popular.


Como en el cuento de Mutis …“Esa noche, a medianoche, recorrió las calles de la ciudad tocando en su flauta un aire que despertó a los niños y los condujo tras el Flautista, quien se dirigió al precipicio sobre el río y allí perecieron ahogados todos los niños de la ciudad.”

Como en el cuento del escritor colombiano, la “democracia”, cada cuatro años es lanzada al precipicio, y se ahoga en el fango de la corrupción e impunidad imperante en esta media república, de este casi país, en resumen del narco Estado avalado por EEUU, otros países del mundo así como gran parte de la cooperación internacional.

“Otra vez las elecciones”, es una frase que en resumen evoca el cansancio, el agotamiento, la falacia, la demagogia que no es nueva, y que data de más de cien años de enclave, pero que en esta etapa neoliberal atrapa a los “supuestos grandes referentes “progresistas” digamos para no abusar de la palabra revolución”, y los convoca a un juego desigual, manipulado y controlado por la élites en el poder; con sus reglas, sus mecanismos de fraude, sus redes clientelares sostenidas con fondos públicos, y con sus veedores internacionales de siempre; OEA y UE, es decir, “la merde”, como se dice en francés, la merde de la democracia.

Si bien es cierto, la vía electoral es una opción para la disputa del poder, (válido, legal y legítimo), pero no es la única vía dado que existen otras formas de poder y contrapoder, de poder popular que ejercen sectores que bien podrían coincidir en lo programático y en lo estratégico con quienes aspiran a la toma del poder del gobierno por la vía electoral. Lastimosamente los “ungidos en temas electorales o electoreros”, tienden a ver de menos las luchas de quienes resisten en sus territorios, en colectivos urbanos y quienes miran hacia un horizonte distinto al “atrapa sueños electorero”. En todo caso, quienes aspiran a la toma del poder del gobierno tradicionalmente buscan alianzas en tiempos electorales, “los caza votos”, para las elecciones “primarias y generales”, reduciendo a la ciudadanía a la máxima expresión de urnas y votos.

Reducir a la ciudadanía a “eso”, que históricamente ha hecho el bipartidismo, y ahora con un incipiente tri-partidismo no solo es terrible, es grave dadas las condiciones objetivas y subjetivas que podrían en una lucha cohesionada, y articulada ubicar al régimen en una situaciòn de mayor debilitamiento.

Renunciar a la lucha de calle, acuerpar la lucha territorial por la defensa de los bienes comunes de la naturaleza, crear condiciones e ir con otros sectores hacía un paro nacional prolongado implica más sacrificio, compromiso, coherencia, militancia; contrario al acomodamiento sistémico, privilegios y comodidades que el sistema provee.

Esa carrera prematura de “quiero ser presi, diputado, alcalde, regidor”, “soy la solución a los problemas”, “confíen en mí”, “gracias por apoyarme”, “no les defraudaré”, etc. Y otros estribillos que crean más incrédulos que adeptos, dado que la ciudadanía hoy tiene mayor percepción, y argumentos para detectar la megalomanía de los supuestos “salvadores de la patria”.

La crisis de institucionalidad, democracia, impunidad y corrupción no se resolverá con la “vara mágica”, de la buena fe, “del yo quiero, o yo puedo”; son cambios radicales y profundos que pasan antes que nada por la refundación como práctica y no como un simple enunciado para campaña.

El dilema “Socialismo o barbarie”, como lo planteó hace más de 100 años Rosa Luxemburgo (1916), es tan vigente en el 2020, como lo fue a inicios del siglo pasado. El dilema no es sumar votos, ganar y tomar el control de la resquebrajada institucionalidad; es ir más allá, un cambio de enfoque, de prácticas, de reconstruir lo que queda de ese Estado liberal, agotado, asaltado y empobrecido; hacer el viraje, por un Estado nuevo y popular.

Repetir las prácticas amañadas, las componendas, la conspiración para dejar en el camino a quienes tienen mayor capacidad y liderazgo, el absolutismo, la anti democracia interna, y la prepotencia solo pueden ser el mejor camino para la derrota.

He ahí el dilema.

 

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