En un ambiente signado por la esperanza de millones de mexicanos,
asumió la presidencia de México Andrés Manuel López Obrador.
Esperanza impulsada por la promesa histórica de una cuarta revolución que mejore las condiciones de vida de las mayorías, que acabe con la violencia y la degradación institucional en la que sucesivos gobiernos neoliberales, atados al yugo estadounidense, han dejado al país.
Esperanza impulsada por la promesa histórica de una cuarta revolución que mejore las condiciones de vida de las mayorías, que acabe con la violencia y la degradación institucional en la que sucesivos gobiernos neoliberales, atados al yugo estadounidense, han dejado al país.
Su
mandato pretende inspirarse en figuras señeras de la historia política
del país, como lo indica la nueva imagen institucional del Gobierno. En
ella están Miguel Hidalgo y José María Morelos, próceres en la lucha
contra el imperio español; Benito Juárez, hijo de indígenas zapotecas y
presidente liberal de la Reforma; Francisco Madero, referencia política
de la Revolución de 1910 contra la dictadura porfirista y el general
Lázaro Cárdenas del Río, quien impulsó la reforma agraria, nacionalizó
el petróleo y dio asilo a miles de perseguidos luego de la guerra civil
española.
Sin duda, una herencia de inclusión y derechos
sociales, de soberanía y dignidad. Un legado de unidad nacional y
transformación valiente que intentará sobreponerse a un horizonte
plagado de obstáculos.
Silvio Rodríguez, invitado a la
finca de AMLO en Palenque a modo de musa inspiradora, trasmitió el
desafío del flamante gobierno con un poema de su connacional cubano
Nicolás Guillén. Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos, los
negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos…, recitó el
trovador, en clara alusión a una orientación de resistencia a los muros
racistas y fascistas.
Mientras tanto, en la porteña Buenos
Aires, otra muralla de gendarmes y vallas blindaban la reunión G20 de
jerarcas mundiales y otras especies menores. Allí, como no podía ser de
otro modo, el presidente saliente Peña Nieto ejecutaba su último gran
acto de entrega neoliberal, la firma del nuevo tratado comercial T-Mec
(USMCA por sus siglas en inglés) entre México, Canadá y Estados Unidos,
apenas una renovación forzada del viejo NAFTA.
La esperanza de retomar la senda virtuosa
La
presencia de varios presidentes y líderes de izquierda como Evo Morales
Ayma, Nicolás Maduro, Miguel Díaz Canel o Manuel Zelaya, simbolizaron
la esperanza con la que revolucionarios y el progresismo latinoamericano
miran hoy hacia su propio Norte. Un horizonte de anhelos necesario
luego de la dura derrota ante el fascismo en Brasil.
¿Marca
la presidencia de AMLO la posible recuperación del sueño de soberanía
de América Latina y el Caribe? ¿Es el posible inicio de una nueva
“oleada” – al decir de García Lineras – de gobiernos alineados con sus
pueblos y no con los amos del capital? ¿Podrá el nuevo gobierno mexicano
tender puentes, marcar nuevamente los trazos de una integración
regional hoy desdibujada por el imperialismo?
Aunque sea
demasiado pronto para afirmarlo con certeza, para elucidar parcialmente
estos interrogantes bien vale dar una mirada al panorama regional que se
avecina, para entender los retos que tendrá que afrontar América Latina
y el Caribe en su sinuosa marcha hacia la emancipación.
Lo previsto y lo imprevisto
En
la arena de la institucionalidad democrática, en pocos días se llevarán
a cabo elecciones municipales en Venezuela, en las que además del PSUV y
sus partidos aliados, algunos partidos opositores o locales podrían
obtener un buen resultado. Más allá de eso, el gobierno bolivariano
continuará en el intento de volver a la mesa de negociación con la
oposición, para distensar una guerra económica que no da tregua. Es
evidente que el panorama sigue siendo complicado dado que Estados Unidos
ha fortalecido su retaguardia en la región, contando ahora con una
derecha militarista y macartista en el poder en el vecino Brasil.
Como
contrapeso a la consolidación del esquema golpista en Brasil, el éxito
en la gestión de gobierno de López Obrador y la posibilidad de concertar
un ambiente de menor agresividad a través de una política exterior
dialoguista, serán un gran aporte.
Si bien la paz regional
es el primario, las fuerzas progresistas latinoamericanas deberán
apoyar también con compromiso a la revolución bolivariana en sus
esfuerzos por reconducir la situación económica del país. A la
estrategia de sometimiento neocolonial le resulta casi tan útil el
derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro, como culparlo de las
penurias económicas del país, difamando a Venezuela como un experimento
fallido de modelos socialistas para anular la imagen de que hay
alternativas a la barbarie capitalista.
Dicho esquema de
propaganda no será tan fácil en Bolivia, país que junto a Paraguay
proyectan el mayor crecimiento económico para este año, alrededor de un
4,3% según la CEPAL. En su último informe “Estudio Económico de América
Latina y el Caribe 2018”, la Comisión destacó las políticas del gobierno
de Evo Morales basadas en la inversión pública y el consumo interno,
señalando además entre otros factores positivos su bajo nivel de emisión
de deuda en relación a otros países de la región.
Pese a
ello, los sectores conservadores no cejarán en arremeter en las
primarias y generales de este año contra una nueva reelección del
binomio Morales-García Lineras. Las estratagemas de manipulación de la
oposición serán todas las conocidas y acaso más, ya que la situación
objetiva habla a favor del actual gobierno.
Una parada
difícil tendrá el FMLN en El Salvador para continuar en el gobierno y
obtener mayoría parlamentaria el 3 de febrero. En apariencia, las
mejores posibilidades de triunfo las tienen por ahora el ex alcalde de
San Salvador Nayib Bukele, expulsado del FMLN en 2017 en puja contra el
candidato del partido derechista ARENA, Carlos Calleja. Esto
constituiría un nuevo revés para la izquierda en la región y por
supuesto para los bloques de integración regional soberana.
En
Centroamérica estará también en juego el poder ejecutivo de Panamá (en
Mayo) y Guatemala (en Junio). Aunque no es posible aún realizar
vaticinio alguno, la mayor parte de los contendientes pertenecen a
partidos del establishment y a la derecha, lo cual no permite alentar
optimismo sobre cambios positivos.
Además de todo esto, en
la vecindad subregional es previsible lo imprevisible. La debilidad del
gobierno de Hernández en Honduras, el desmejoramiento social en Costa
Rica, la agresión estadounidense contra Nicaragua, el tema migratorio y
la contienda entre China y los EEUU por prevalecer, hacen de
Centroamérica un polvorín inestable en el que podría haber variaciones
no inscritas en calendario.
Lo mismo podría suceder en Haití, si las manifestaciones y la impopularidad de Moise continuaran subiendo de tono.
Otro
momento clave ocurrirá en octubre, cuando – además de las elecciones en
Bolivia ya mencionadas- se elija un nuevo gobierno en Uruguay y
Argentina. En el país charrúa, también se perfilan dificultades para la
continuidad del Frente Amplio, luego de tres ciclos consecutivos en el
poder.
En Argentina, el desprestigio del actual gobierno
neoliberal de Macri es muy grande, pero la alternancia hacia un gobierno
popular de raigambre peronista no está asegurada. Los medios
monopólicos y el gobierno de Estados Unidos jugarán allí muy fuerte,
dividiendo y ensuciando la imagen pública de la oposición. Sólo un
potente movimiento popular unificado logrará contrarrestar allí la
catástrofe de una nueva victoria del poder concentrado.
Dentro
de la inestabilidad regional se inscriben también la enorme fragilidad
del sistema político peruano, apenas mitigado por un Vizcarra navegando
entre rocas afiladas y la pérdida de legitimidad institucional del
gobierno de Lenin Moreno en Ecuador, ocultada por los medios
hegemónicos. Si la situación económica desmejora por el ajuste iniciado,
acabaría por encenderse la chispa de la indignación, lo cual según la
historia de este lugar podría incendiar la pradera velozmente.
¿Qué sucederá con la integración regional?
Los
pueblos del mundo se ven hoy confrontados con la falta de salidas que
ofrece el capitalismo, la incertidumbre futura y la inseguridad
generalizada. En el trasfondo subjetivo las personas sufren la asfixia
de la globalización cultural, la extrañeza que producen los cambios
veloces y la angustia de un modelo de sociedad que promueve la ruptura
de lazos, la competencia individualista y el consumo irracional.
A
ello se suma en América Latina la desmoralización insuflada por las
“cruzadas anticorrupción” – impulsadas por Estados Unidos para eliminar a
la competencia política y por ende económica.
En vez de
optar por el único camino posible, una revolución humanista de los
valores y la organización social, la emergencia de un nuevo sentido
común que permita redistribución de riqueza y emancipación colectiva, un
gran sector, acaso el más vulnerable, opta por la regresión, adhiriendo
a modo de tabla de salvación a morales conservadoras, fundamentalismos
religiosos y personajes autoritarios. Todo ello sumamente funcional al
poder establecido.
La derechización social cuestiona la
decadencia sistémica, la opresión globalizadora y de algún modo también
los fundamentos racionalistas de las sociedades surgidas a partir de las
revoluciones del siglo XVIII.
En ese clima adverso, los
lentos avances conseguidos en la integración y la soberanía en los
últimos años se ven barridos hoy por una ola mundial y regional de
fragmentación. En su caída del pedestal de la unipolaridad, los EEUU
aspiran a arrasar con toda resistencia en bloque para rehacer al menos
en parte su dominancia sobre las naciones al Sur del Río bravo.
Los
gobiernos progresistas de los países latinoamericanos, comenzando con
el nuevo faro mexicano, tendrán que vérselas en todos los casos con
fuerzas de choque internas que consumirán la mayor parte de sus energías
disponibles, dificultando que parte de esta energía fluya hacia
proyectos de integración compartidos.
Aun así, ya se deja
entrever la recomposición de lazos de pertenencia a un amplio campo
popular en el que incubará un futuro más promisorio, lazos en los que
los movimientos sociales de base y sobre todo, las nuevas generaciones y
las mujeres deberán tomar la palabra.
El fuego de la
unidad solidaria y soberana de los pueblos no se apaga. En la hora en
que la adversidad política institucional la convierte en rescoldo,
corresponde su cuidado, hasta que nuevamente vuelva a ser potente llama.
Fuente: ALAI
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