miércoles, 3 de octubre de 2018

Nicaragua: De golpes fallidos a izquierdas confundidas

Por Massimo Angelilli | Anima in Penna

Si hay un aspecto, que tal vez más nos sorprende y desorienta, en la crisis que está ocurriendo en Nicaragua desde hace cinco meses, es la posición, esquizofrénica asumida por la izquierda; tanto en América Latina como en Europa.

Los análisis diferidos y a geometría variable, que se han llevado a cabo en los últimos tiempos no solo han realizado triples o cuádruples saltos mortales, sino también han hecho palidecer hasta a los más fervientes seguidores de la doctrina imperialista, encontrándose al lado inesperados e insospechables representantes del radicalismo extremo.

De hecho los eventos reportan un balance de cientos de víctimas. La lúcida realpolitik ciertamente no ha dejado de especular sobre estos datos, atribuyéndolos a la violencia de la "dictadura ortegusita" la responsabilidad de provocarlos. Números secundados por la OEA (Organización de Estados Americanos), histórica anfitriona del neo colonialismo.

El tam tam de las famosas redes sociales ha amplificado a desmesura las protestas en curso, y ahí está: el golpe está servido.

En realidad, la del país centroamericano, ha sido la crónica de un golpe no anunciado. Planificado y estudiado en detalle en los cuarteles aislados de Washington, no "anticipado" como en ocasiones anteriores, como ocurrió en Chile y Paraguay, pasando por Honduras.

Golpes de estado que camaleónticamente cambian modalidades, aun manteniendo el mismo objetivo: derrocar gobiernos electos democráticamente, con el defecto irreparable de no satisfacer al modelo de administración estadounidenses, Republicana o Demócrata que sean. Representantes de democracia perfecta e inquebrantable. 

Incluso cuando la exportan militarmente por todo el mundo fomentando una economía basada en la expoliación y explotación. Una economía que la dictadura camufla en democracia de exportación.

Las democracias que en cambio buscan oponerse a este modelo económico, se convierten automáticamente en dictaduras. Entonces, intervenir, es lo mínimo que se puede hacer.

Hasta el 19 de abril de 2018, Nicaragua era un país con indicadores económicos positivos, producto de políticas difíciles y a menudo contradictorias, con la clara intención, sin embargo, de redistribuir la riqueza, sacar al país de décadas de guerras y asalto del neoliberalismo. Un escenario en donde los sectores más afectados de la población han podido vislumbrar una luz de esperanza después de décadas de oscuridad y desesperación.

El incendio de la reserva indio maíz y más aún la reforma de las pensiones, que el FMI pretendía y que fue rechazada por el FSLN, han inflamado parte de la sociedad nicaragüense, desatando una ola de protestas degeneradas en caos y actos de violencia. 

Las manifestaciones iniciales, legítimas y auténticas, pronto se han convertido en un plan subversivo aprovechado por la iglesia y la clase empresarial. Ambos sectores, involucrados en el plan de reconciliación nacional, promovido por la guía sandinista, ganadora en los comicios del 2006, han botado la máscara ante un proceso revolucionario iniciado en 1990, con resultados alentadores. 

Un camino que aun enfrentando criticidades y contradicciones, siempre mantuvo su compromiso en la construcción de un modelo de socialismo en franco contraste con el vacío dejado durante los 16 años de neoliberalismo. 
 
Más allá de la simpatía o no que ese movimiento, en todo caso protagonista de una de las últimas revoluciones auténticas de la historia, pueda suscitar en la izquierda latinoamericana y en la izquierda europea y mundial, es un hecho innegable que el intento de golpe fue perpetrado por la derecha más reaccionaria.

Actuando con las mismas modalidades que nos hemos acostumbrado en estos años en diferentes rincones del planeta. Venezuela, Siria, Libia, Ucrania. Una intervención militar masiva diversificada en su ejecución, pero uniforme en su propósito: sembrar el caos para obtener ganancias.

Cada país obviamente tiene historias diferentes y recursos propios, sin embrago ante el capital no hay democracia que se detenga. Puede ser capital financiero o narcotráfico, dependiendo de las latitudes, tienen su peso específico en la brillante dinámica de la geopolítica. No hay duda que los beneficios económicos, a toda costa, pueden derrocar las democracias más genuinas.
 
La liberal burguesía ha llegado a su fin, incluyendo el fracaso de la muy celebrada socialdemocracia.
 
Su canto de cisne ni siquiera llega a los oídos de los miserables partidos postcomunistas que todavía luchan con la traición de su propia historia, permitiendo a la vez la implementación de cualquier medida anti-popular, en nombre de su criterio de modernidad y de progreso., mismo que coincide con el concepto de esclavitud. 
 
A esta contraofensiva de las clases dominantes no causa asombro el acompañamiento de las clases conservadoras, observadores solitarios de la religión de la ganancia y castigadores de la humanidad.
 
Son los infaltables seguidores del tren de los ganadores, los que en el pasado elogiaban el totalitarismo y hoy en día se atrincheran detrás del nacionalismo y de la soberanía. Huérfanos de las monstruosidades ideológicas del novecientos, se reconstruyen una identidad cazando los inmigrantes.
 
Hay sin embrago un elemento, un dato "nuevo" que desconcierta y hiere. Es decir, la existencia de una izquierda que para golpear al sandinismo se distancia, justificando el golpe, la violencia sistemática y la tortura contra militantes sandinistas, disfrazándola en justa rebelión.
 
Aun respetando el derecho a la crítica, lo que es válido para Venezuela no aplica en Nicaragua. Las guarimba y los tranques son los mismos. 
 
Desde el otro lado del océano, tendríamos que enfocarnos en un nuestras propias dificultades, frente a la masiva y violenta ofensiva de las fuerzas reaccionarias.
 
Nos encontramos nosotros mismos ante un golpe blando o blanco, ante una ideología y conciencia que radica en la búsqueda del bienestar en lugar de hegemonizar los derechos.
 
Probablemente Gramsci es mucho más conocido, estudiado y respetado en América Latina que aquí. Cómplice una desinformación digital que tilda a los pobres de insurreccionales, ocultando, no obstante siglos de colonialismo, que los países pobres son los más rentables.
 
Romper el cerco de la hipocresía sobre lo que está ocurriendo en Nicaragua, así como en otros países de América Latina nos ayudaría a evaluar y comprender mejor estas realidades y a enfrentar nuestras propias miserias. A recomponer una conciencia de clase azotada por un individualismo desenfrenado.
 
Nos ayudaría a entender finalmente como se origina un golpe para vencerlo y la confusión para derrotarla.
 


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