Por Carlos Fernando Álvarez | 19 Digital
En la mente de los guerrilleros que asaltaron el Palacio sólo había clara una cosa: la necesidad de mantenerse firmes y hacer que la acción que habían iniciado exitosamente contra todo pronóstico, concluyera tal como se había planeado.
Los congresistas e invitados especiales de ese día habían sido llevados a la planta alta del edificio. Cada guerrillero había asumido una posición para defender y nadie bajaba la guardia. Sólo aguardaban el momento de recibir órdenes superiores. De lo contario, permanecerían atrincherados hasta el final.
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Las negociaciones se realizaban fuera de ese sector. Mediaba el entonces Arzobispo de Managua, hoy Cardenal Emérito Miguel Obando y Bravo.
Para los guerrilleros el momento de conocer que habían triunfado no fue cuando las demandas fueron concedidas. Fue cuando la caravana que los llevaba a salvo hasta el avión, que había sido parte de lo solicitado, era saludada por un mar de gente a los costados de la carretera norte.
Hasta entonces, fue la emoción nacida de sus corazones, la que había aflojado la vestidura de seriedad con la que se habían protegido durante el operativo.
“Fue un momento de gran gozo y alegría, ver que el pueblo se desborda por toda esa carretera norte, y que allí no importó que iba la Guardia a la orilla, no importó la seguridad, sino que ellos se desbordaron en camionetas, en motos, a pie, por todos lados, eso fue… No hay palabras cómo explicártela hermano, que es lo que la emoción, el sentimiento que sentimos, ver que ese pueblo estaba satisfecho, se había demostrado que sí se podía derrocar al régimen somocista”, recuerda Porfirio Jalinas, el número 14, aún emocionado.
Un plan revelado el mismo día
Fue a bordo de los vehículos que había tomado conciencia de la hazaña que acaban de cometer. Jalinas recuerda que las horas de tensión, que se extendieron por tres días, iniciaron a eso de 10:00 am del 22 de agosto de 1978. Fue entonces que se despojó de su nombre para pasar a ser el 14, de la escuadra número 1.
A esa hora acababan de conocer los detalles del operativo que se ejecutaría en el corazón de la capital, donde sesionaban altos funcionarios del gobierno Somoza, custodiados por los mejores hombres de la elite militar, unos 2 mil 500 guardias dispersos en lugares estratégicos.
Jalinas fue uno de los seleccionados en Masaya días atrás y llevados a Managua a permanecer en distintas casas de seguridad mientras llegaba el día D.
De Masaya la dirigencia también había traído Israel Ramírez Guevara, quien se convertiría en el número 63. Para él, el 22 de agosto empezó cuando le presentaron un mapa del Palacio rayado con la estrategia de asalto. Fue como recibir un balde de agua helada en su espalda.
Con un semblante gentil, explica pausadamente, sentado en una banca del parque central de su ciudad natal, que estaba meridianamente claro de que no podían ser divulgados los detalles del operativo, pues de esta manera se garantizaba la seguridad.
“No sabíamos que a dónde íbamos, que qué íbamos a hacer. Entonces nos agarraron de sorpresa y los nervios comenzaron a sentirse (cuando vieron el mapa). Pero como ya estábamos concientes de que estábamos metidos dentro de las filas del Frente Sandinista, sabíamos que podíamos morir… y podíamos vivir si triunfábamos, tal y como sucedió”, recuerda.
Forjados en el fuego del combate
Eran los mejores cuadros militares con los que contaba el frente. Al no conocer lo que harían, sino hasta el mismo 22 de agosto, no recibieron ningún tipo de preparación. Las calles y los combates urbanos fueron “la calistenia” previa a los acontecimientos.
“Nos preparamos al fragor de los momentos, de los acontecimientos que se daban después de la muerte del doctor Pedro Joaquín Chamorro, las manifestaciones, todas estas cuestiones fueron como la calistenia de nosotros, ahí cogiendo valor y enfrentarnos a la guardia”, indica.
Ramírez asegura que el asalto nació sin un plan de contingencia. De no haber logrado ejecutarlo a la perfección, el saldo habría sido la muerte de todos los guerrilleros. “Era un operativo Patria Libre o Morir”, asegura.
La bestia se confió
La bestia se había bañado nuevamente en arrogancia. La prepotencia que caracterizaba a la dictadura le había hecho una vez más subestimar a los guerrilleros. Era una época en la que pesaron haberle quebrado el brazo al pueblo.
El factor sorpresa fue entonces la mejor arma de los hombres que se habían hecho pasar por miembros de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería de la Guardia Nacional (EEBI).
Los uniformes y pertrechos fueron conseguidos por miembros de la dirección nacional y asistidos desde dentro por aliados estratégicos, que apoyaron a los guerrilleros tras haber sufrido en carne propia la tiranía.
“(Había) un sinnúmero de compañeros que se movían para conseguir el avituallamiento de los que integramos el comando, porque fue el uniforme, las armas, lo que llevábamos, todo lo que íbamos a necesitar lo teníamos calculado”, asegura el número 63, concentrado, como haciendo los mismos cálculos mentales que habría hecho entonces.
Como ya era sabido por los militares entrenados, los sandinistas se multiplicaban al contacto con la luz. Eran 24 hombres y una mujer, enumerados de tal forma que les permitiría crecer el volumen.
El mismo líder del ataque, el Comandante Edén Pastora, contó a los periodistas mexicanos Edgard Hernández y Pedro Talavera, autores de La Ofensiva Final, cuando visitaron este 2017 los festejos del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, que le tocó asumir el número cero, por ser él quien liderara la toma.
Pastora reconoce que la actitud inamovible durante esos tres días fue el acatar la orden enviada por el mando superior, pero también, ser conscientes de la necesidad política de llevar con éxito ese operativo.
A pesar de haber pasado encerrados tres días en la sede del congreso, los guerrilleros no reportaron una sola baja y la “Operación Chanchera” cobraría tal trascendencia internacional, que marcaría un momento de recrudecimiento en los combates, dando el saldo a favor de los guerrilleros el 19 de julio de 1979.
Los congresistas e invitados especiales de ese día habían sido llevados a la planta alta del edificio. Cada guerrillero había asumido una posición para defender y nadie bajaba la guardia. Sólo aguardaban el momento de recibir órdenes superiores. De lo contario, permanecerían atrincherados hasta el final.
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Las negociaciones se realizaban fuera de ese sector. Mediaba el entonces Arzobispo de Managua, hoy Cardenal Emérito Miguel Obando y Bravo.
Para los guerrilleros el momento de conocer que habían triunfado no fue cuando las demandas fueron concedidas. Fue cuando la caravana que los llevaba a salvo hasta el avión, que había sido parte de lo solicitado, era saludada por un mar de gente a los costados de la carretera norte.
Hasta entonces, fue la emoción nacida de sus corazones, la que había aflojado la vestidura de seriedad con la que se habían protegido durante el operativo.
“Fue un momento de gran gozo y alegría, ver que el pueblo se desborda por toda esa carretera norte, y que allí no importó que iba la Guardia a la orilla, no importó la seguridad, sino que ellos se desbordaron en camionetas, en motos, a pie, por todos lados, eso fue… No hay palabras cómo explicártela hermano, que es lo que la emoción, el sentimiento que sentimos, ver que ese pueblo estaba satisfecho, se había demostrado que sí se podía derrocar al régimen somocista”, recuerda Porfirio Jalinas, el número 14, aún emocionado.
Un plan revelado el mismo día
Fue a bordo de los vehículos que había tomado conciencia de la hazaña que acaban de cometer. Jalinas recuerda que las horas de tensión, que se extendieron por tres días, iniciaron a eso de 10:00 am del 22 de agosto de 1978. Fue entonces que se despojó de su nombre para pasar a ser el 14, de la escuadra número 1.
A esa hora acababan de conocer los detalles del operativo que se ejecutaría en el corazón de la capital, donde sesionaban altos funcionarios del gobierno Somoza, custodiados por los mejores hombres de la elite militar, unos 2 mil 500 guardias dispersos en lugares estratégicos.
Jalinas fue uno de los seleccionados en Masaya días atrás y llevados a Managua a permanecer en distintas casas de seguridad mientras llegaba el día D.
De Masaya la dirigencia también había traído Israel Ramírez Guevara, quien se convertiría en el número 63. Para él, el 22 de agosto empezó cuando le presentaron un mapa del Palacio rayado con la estrategia de asalto. Fue como recibir un balde de agua helada en su espalda.
Con un semblante gentil, explica pausadamente, sentado en una banca del parque central de su ciudad natal, que estaba meridianamente claro de que no podían ser divulgados los detalles del operativo, pues de esta manera se garantizaba la seguridad.
“No sabíamos que a dónde íbamos, que qué íbamos a hacer. Entonces nos agarraron de sorpresa y los nervios comenzaron a sentirse (cuando vieron el mapa). Pero como ya estábamos concientes de que estábamos metidos dentro de las filas del Frente Sandinista, sabíamos que podíamos morir… y podíamos vivir si triunfábamos, tal y como sucedió”, recuerda.
Forjados en el fuego del combate
Eran los mejores cuadros militares con los que contaba el frente. Al no conocer lo que harían, sino hasta el mismo 22 de agosto, no recibieron ningún tipo de preparación. Las calles y los combates urbanos fueron “la calistenia” previa a los acontecimientos.
“Nos preparamos al fragor de los momentos, de los acontecimientos que se daban después de la muerte del doctor Pedro Joaquín Chamorro, las manifestaciones, todas estas cuestiones fueron como la calistenia de nosotros, ahí cogiendo valor y enfrentarnos a la guardia”, indica.
Ramírez asegura que el asalto nació sin un plan de contingencia. De no haber logrado ejecutarlo a la perfección, el saldo habría sido la muerte de todos los guerrilleros. “Era un operativo Patria Libre o Morir”, asegura.
La bestia se confió
La bestia se había bañado nuevamente en arrogancia. La prepotencia que caracterizaba a la dictadura le había hecho una vez más subestimar a los guerrilleros. Era una época en la que pesaron haberle quebrado el brazo al pueblo.
El factor sorpresa fue entonces la mejor arma de los hombres que se habían hecho pasar por miembros de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería de la Guardia Nacional (EEBI).
Los uniformes y pertrechos fueron conseguidos por miembros de la dirección nacional y asistidos desde dentro por aliados estratégicos, que apoyaron a los guerrilleros tras haber sufrido en carne propia la tiranía.
“(Había) un sinnúmero de compañeros que se movían para conseguir el avituallamiento de los que integramos el comando, porque fue el uniforme, las armas, lo que llevábamos, todo lo que íbamos a necesitar lo teníamos calculado”, asegura el número 63, concentrado, como haciendo los mismos cálculos mentales que habría hecho entonces.
Como ya era sabido por los militares entrenados, los sandinistas se multiplicaban al contacto con la luz. Eran 24 hombres y una mujer, enumerados de tal forma que les permitiría crecer el volumen.
El mismo líder del ataque, el Comandante Edén Pastora, contó a los periodistas mexicanos Edgard Hernández y Pedro Talavera, autores de La Ofensiva Final, cuando visitaron este 2017 los festejos del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, que le tocó asumir el número cero, por ser él quien liderara la toma.
Pastora reconoce que la actitud inamovible durante esos tres días fue el acatar la orden enviada por el mando superior, pero también, ser conscientes de la necesidad política de llevar con éxito ese operativo.
A pesar de haber pasado encerrados tres días en la sede del congreso, los guerrilleros no reportaron una sola baja y la “Operación Chanchera” cobraría tal trascendencia internacional, que marcaría un momento de recrudecimiento en los combates, dando el saldo a favor de los guerrilleros el 19 de julio de 1979.
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