miércoles, 8 de junio de 2016

Jairo Mora y el terrorismo en Costa Rica

nacion.com
Por Mauricio Álvarez | InformaTico.com

Hoy lo veo en obras de teatro, lo llevo en una camiseta, está en mi refrigeradora en una calcomanía, mi hija igual que otras tantas personas lo quieren, porque Jairo se abrió campito en nuestros corazones.

Hace poco conocí a su madre y sus hermanas, nos encontramos en un homenaje para él y otros ecologistas a quienes se les arrebató la vida en nuestro país y en el mundo. En el acto, organizado por la FEUCR, se inauguró el “Jardín conmemorativo de ecologistas: una semilla desde ALCOA”. Allí la madre de Jairo leyó una carta escrita por él cuando era niño. Parecía fiel presagio de su noble misión en la vida: amar al mar y la vida como amó a Gandoca y las tortugas. El texto era casi una disculpa anticipada a su madre, como si supiera que sería asesinado desde mucho tiempo atrás.


En aquel homenaje también descubrí, por medio del testimonio de Gino Biamonte, a otro personaje olvidado, que el mismo Jairo vino a empujar a estas letras. Su nombre no lo hemos podido ubicar, pero por ahora lo nombramos y lo invocamos como “Pecho de mula”, el vecino de Horquetas de Sarapiquí que, junto con la organización APREFLOFAS, denunció una tala ilegal allá por el año de 1985 dentro del Parque Nacional Braulio Carrillo.

Un maderero lo habría mandado a matar. En su propia casa, con su hijo en brazos, murió de un balazo en la cabeza. ¿Qué pasó en el sistema judicial? ¿Porqué no hay nombre? ¿Qué fue de su familia? Este caso puede ser evidencia del desconociminento de más casos, que como el suyo además de impune, está en tinieblas. Estamos buscando su nombre para así completar su historia.

El modus operandi es el mismo que acabó, en la misma comunidad años después (1992), con el presidente de la Asociación de Desarrollo Comunal de Cubujuquí, Gerardo Quirós Acosta, quien también recibió un balazo en la cabeza dentro de su casa. Él había denunciado la deforestación en una montaña, también se presume que fueron madereros, pero nunca se determinó por vía judicial.

No es coincidencia. El problema es estructural: conflictos por tierras y conflictos ambientales han sido parte de un círculo de violencia que nos aleja de cualquier mito de paz y respeto a los derechos humanos en Costa Rica.

Igual suerte corrieron Antonio Zúñiga, Olof Wessberg, Jorge Aguilar, Óscar Fallas, Jaime Bustamante, María del Mar Cordero, David Maradiaga, Kimberley Blackwell y Diego Armando Saborío defensores y defensoras del ambiente asesinados entre 1975 y 2014. Todas y todos ellos han sido asesinados por un terrorismo privado, particular y en algunos casos por intereses ligados a las transnacionales.

Meses atrás, me preguntaba un periodista del Semanario Universidad si el sector más afectado por asesinatos era el ecologista, dudé en afirmarlo, pues tengo muy presente que la justa lucha campesina por la tenencia de la tierra ha sido motivo de persecución y asesinato de muchos humildes campesinos (Semanario Universidad, 3-2-16).

Me dí a la tarea de buscar nombres que, así como "Pecho de mula", fueron surgiendo de libros pero sobre todo de las comunidades, de testimonios y de distintas experiencias de la vida. Durante varias semanas pregunté y pregunté. Un dato me llevó a otro. Era como si uno me "jalara" a otro, igual sé que no logré completar todos los nombres. Es un mapa de la memoria histórica que hay que construir de manera colectiva y más sistemática.

Sin embargo, la lista es un punto de partida potente, verlos juntos y nombrarlos uno a uno, con dignidad, aporta al camino, tal y como quedó documentado en un artículo periodístico que suma a este sendero (Semanario Universidad, 8-3-16).

Cuando empecé la lista, el primero que vino a mi memoria fue Gil Tablada, oriundo de La Cruz Guanacaste, asesinado en 1970 en medio de la lucha por la tierra. En 1981, una década después en la misma zona, la Guardia Rural, con terrorismo, desalojó violentamente a campesinos que ocupaban tierras en Paso Bolaños. La policía disparó y Pedro Lara fue asesinado. Un año más tarde una huelga en Sixaola terminó con varios campesinos asesinados. En en otra huelga en el año 2000, casi dos décadas después, Carlos Fletes, campesino y trabajador bananero, terminó asesinado por la policía también en Sixaola. Recuerdo la expresión y lágrimas de su familia y vecinos cuando llegamos con un afiche con su cara en grande exigiendo justicia.

Otro de los hechos que marcó mi vida, fue la militarización de San Vito de Coto Brus. Era tan solo un niño en 1984, cuando los campesinos y campesinas tomaron una finca en las Alturas de Cotón y como respuesta represiva en el desalojo hecho por el gobierno, fue asesinado el campesino Antonio Prendas. Recuerdo que eran tantos los campesinos arrestados, que la policía usó el redondel de toros del pueblo como cárcel.

Quizás habían aprendido la fórmula desde la utilización del Estadio Nacional en Chile en los años de la dictadura pinochetista. Recuerdo que llevaba cobijas a la gente recluída, era muy niño pero consciente de que aquella era una lucha justa.

De la voz, del también asesinado Oscar Fallas, escuché hablar de las violentas luchas por la tierra en Pavones que acabó con la vida de Álvaro Aguilar. Finalmente en 2001 mataron al campesino Randall Muñoz, tras un desalojo ejecutado en Bambuzal de Sarapiquí y en 2013 fue asesinado Gerardo Moya.

Pocos o muchos, campesinos o ecologistas. Diferentes o no, juzgue usted. Lo cierto es que en la defensa de la Tierra la sangre termina abonando sueños y utopías que nacen, crecen y se reproducen como cualquier cultivo, dan frutos y mueren para continuar la vida.

En este pequeño país el Estado ha cometido "terrorismo" una y otra vez. Sembrar el miedo y usar la represión por medio de la fuerza ha terminado en el asesinato de personas. Esta realidad clara y concreta, no tiene nada que ver con la imagen idílica de postales turísticas. Decirlo no es cómodo, es incluso peligroso.

Ahora bien, si pareciera extremista decirlo de esa manera, "maticémoslo" diciendo que es terrorismo de Estado “a la tica”,  que no fue o es tan sistemático ni masivo como las realidades vecinas. Lo cierto es que hemos tenido igual número de pseudo militares o policías entrenados en la Escuela de las Américas, ahora Fort Benning, que "aquellos violentos países vecinos".

En Costa Rica tenemos fuerzas policiales que están armadas y entrenadas para hacer terrorismo “civilizado”. Policías militaroides que han ejecutado las órdenes que parecen convertirse en un tipo de guerra de baja intensidad. Estos hechos, que quisiéramos creer que son actos aislados como los asesinatos, la represión, provocación del miedo y la criminalización de la protesta, se acercan más a una lógica o política de Estado.

Es muy duro y triste reconocerlo, pero más grave sería no hacerlo. Mirar para otro lado.

Y no tenemos que irnos a la luchas campesinas o ecologistas para encontrarnos con el terrorismo. ¿Es que acaso no podemos afirmar que durante el referéndum del TLC sufrimos una campaña de terrorismo, con un Estado usando métodos ilegítimos como fue evidenciado en el memorándum del miedo, que incluye además intervencionismo de la embajada de EEUU? ¿Acaso no fuimos coaccionados para decir sí en un referendum totalmente antidemocrático?

A tres años de la vil tortura y asesinato de Jairo, seguimos clamando por justicia. Ya no sólo para él, si no para él y para otros y otras que desconocemos, cuyas historias deben ser contadas como primer paso para buscar algún tipo de justicia, para decir “nunca más” y recuperar así la dignidad de este país.


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