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Por Ricardo Salgado | teleSUR
En Guatemala, la Prensa Libre y otros medios del establishment han ido tejiendo la ruta en el imaginario colectivo, que ha llegado a aborrecer a Otto Pérez Molina por corrupto, pero virtualmente lo ha absuelto por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad.
En unas horas se conocerán los candidatos de la derecha guatemalteca que tendrán la responsabilidad de calmar las aguas en ese sufrido país centroamericano. La “renuncia” de Otto Pérez Molina a la presidencia abre un capítulo más de oscuridad en la historia de esta nación, esta vez bajo la terrible ilusión colectiva de una victoria popular sobre el sistema. Lo más grave, este patrón sigue en desarrollo, con algunas variantes, a lo largo y ancho de nuestro continente.
Hoy día, El Salvador, gobernado por el FMLN sufre una crisis aguda, provocada por las mismas fuerzas que mueven los hilos en Guatemala y Honduras; los mismos que pretenden terminar los cambios del PT en Brasil; los que hacen la guerra contra la revolución bolivariana y atacan la revolución ciudadana del Ecuador.
La maquinaria de guerra de los que encienden el fuego, cuentan con la explosiva incursión de los medios de comunicación como armas letales, que son capaces de distorsionar todo, y hacer ver el heroísmo como terrorismo y el engaño como el camino a la felicidad y el buen vivir. No es extraño que en este instante, la actuación soberana de Venezuela en su frontera con Colombia, sea presentada al mundo como una tragedia humanitaria, y una violación masiva a los derechos de los colombianos.
Aquí los paramilitares colombianos, la exportación neogranadina de expertos en violencia a todas partes del continente, con el avieso propósito de incendiar nuestros países, liquidar nuestras esperanzas, eliminar físicamente a nuestros jóvenes, la mano negra del poder omnímodo de los amos de la violencia, asociados en transnacionales y Estado que se creen predestinados a ser dueños del mundo, y muchos más males provocados no son mencionados una sola vez en ningún medio de comunicación.
Ahora bien, el problema mayor está en cómo hacemos frente a esta maquinaria desatada para imponer a sangre y fuego la supremacía del mercado, la exacerbación del consumismo, y el colapso de nuestras naciones como idea. Quizá comprender la naturaleza de las cosas nos ayudaría mucho, y parece que en este ámbito, al menos a nivel de entendimiento colectivo estamos perdiendo la batalla.
Hoy están involucrados en este proceso verdaderos mastodontes de la manipulación. Noticias de la “horrible violencia” en El Salvador aparecen nada más y nada menos que en The Guardian, periódico que usualmente no dedica ni una línea por años a los sufrimientos de nuestros pueblos. El País de España, además del veneno usual que estructura contra la revolución bolivariana, el New York Times, el Washington Post, CNN en español, han sido punta de lanza contra la corrupción en Guatemala, y, más tímidamente, en Honduras.
En Guatemala, la Prensa Libre y otros medios del establishment han ido tejiendo la ruta en el imaginario colectivo, que ha llegado a aborrecer a Otto Pérez Molina por corrupto, pero virtualmente lo ha absuelto por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad. Y en ese escenario, construido a base de propaganda desde los medios corporativos, hemos vivido con asombro la histeria anticorrupción, hasta legar al momento del paroxismo de la renuncia del presidente, y de repente, el carnaval electoral que no deja dudas, nada cambiará.
Pero no podemos reprochar a nuestros pueblos el caer en momentos de estruendoso triunfalismo. Más allá, se encuentran los luchadores organizados que están obligados a encontrar las avenidas para tomar control de las coyunturas. Estos que están obligados a entender, especialmente cuando se trata de eventos, como los actuales que apuntan a provocar una era de gran desencanto popular, incremento de las injusticias y fortalecimiento de la impunidad.
La CICIG de Guatemala, desencadenó una cacería de todo el aparato político corrupto (quizá compuesto de la gran mayoría de funcionarios electos o no), hasta llegar calculadamente a una renuncia del presidente que sirve mucho al “morbo”, pero carente de significado real, toda vez que ese hecho se da casi en la salida del señor que sale incólume por sus crímenes atroces. Sin embargo, la estructura multiplicadora de la corrupción ha quedado intacta en un momento en que todos los ojos deberían apuntar a preguntarse ¿Quiénes son los verdaderos beneficiarios de “La Línea”?
La cesión de soberanía a un ente extraterritorial para definir nuestra historia, tiene sus implicaciones serias; llamar la CICIG ha sido como invocar los Cascos Azules. Un problema de visión, que ahora puede perfectamente servir como gasolina para atizar los fuegos que abren los servicios de inteligencia gringos en todo nuestro continente.
Se ha abierto una ruta de presión contra el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén, en una coyuntura tan difícil, que provocara la ansiedad colectiva, angustiada ante la violencia incontrolada, pensará en la solución mágica de invocar la intervención extranjera. Esto no es novedoso en Centroamérica; en momentos del Golpe de Estado Militar en Honduras de 2009, muchos grupos demandaban la intervención de los cascos azules, sin entender la gravedad que encierra ese llamado a “Superman”.
Igualmente, el arma puede ser útil para crear la falsa impresión de un amplio descontento en Nicaragua, especialmente contra la construccion del Canal Interoceánico, que representa un gigantesco paso hacia el progreso de la región como tal, pero que está en la lista de “problemas” para los intereses geoestratégicos del enemigo histórico de ese progreso.
En Honduras, la CICI se ha convertido en un objeto del deseo de los protestantes indignados. Con ello los líderes del movimiento, conscientemente o no, han aislado la lucha que ha convertido a Juan Orlando Hernández en el centro gravitatorio de los males. Esta recortada visión, no solo sobredimensiona la imagen de Hernández, sino que deja fuera la discusión fundamental sobre la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente.
El presidente de Honduras, confeso de malversación de fondos para su campaña proselitista (y, tácitamente, culpable de fraude electoral), ha seguido a pie juntillas con su agenda neoliberal, mientras la sociedad se desgasta exigiendo la intervención foránea a través de una Comision Internacional que llegue a hacer lo que en apariencia no podemos hacer los hondureños.
Las estadísticas de violencia en Honduras son más terribles que en ninguna otra parte del mundo; aun así The Guardian no la menciona como el problema orgánico del capitalismo en nuestras sociedades. De hecho, hasta las mismas cifras desaparecen, aunque siguen sumando las cantidades de personas asesinadas que aparecen descuartizadas en costales, todos los días, en todo este país. Aquí, la matriz mediática ha logrado que el público se deshumanice ante la tragedia, que la ignore por completo, como algo natural, mientras grita indignada por la corrupción. ¿Algún parecido con Guatemala?
Esos mismos medios utilizan la violencia como producto manejable, dependiendo de las condiciones; a la hora de atacar a Venezuela, exponen la supuesta incompetencia del gobierno para controlarla, pero nunca, ni por asomo, se menciona la bajísima incidencia de muertes violentas en Nicaragua. Tegucigalpa, una de las cinco ciudades más violentas del planeta, se encuentra a solo 130 kilómetros de la frontera nicaragüense, pero una vez que se cruza la línea fronteriza da la sensación de haber salido del infierno, este interesante asunto, no ocupa ningún espacio en los medios.
Siguiendo atentamente los eventos en Guatemala, escuchamos un par de frases que nos provocaron escalofríos, venían de un ex combatiente guerrillero de ese país; habló de la “revolución de las rosas” y dio gracias a Dios porque “todo esto” se logró “sin disparar un solo tiro, sin derramar una gota de sangre, sin golpeados y sin heridos”, solo esperamos que aquellas declaraciones hayan sido más bien calculadas.
En Honduras, el asunto de la indignación tiene algunas características diferentes: en especial la represión que aunque ausente en la mayor parte de sus momentos, si se ha usado contra aquellos que buscan dejar las marchas “cuasi domesticadas” de las antorchas y elevar el tono, cortando pasos carreteros. Es claro que cuando la movilización indignada alcanza ciertos niveles de organización (para el caso la mínima que se requiere para bloquear pasos carreteros), se recurre a la represión.
Tan sui generis es el asunto en este país, que los medios de comunicación han llegado a hacer dos categorías de indignados: a los inocuos les llaman “pacíficos” y a los que se organizan, los llaman “violentos”: Esto tiene un fin identificable a todas luces; mientras a los pacíficos los recibe el embajador de Estados Unidos (y les ofrece apoyo, incluso financiero), se reúnen con la cúpula empresarial, y se convierten en fenómenos mediáticos, los “violentos” son estigmatizados como parias, antisociales enemigos de la democracia.
En cualquier caso, esa distribución de los indignados nos muestra que es muy improbable que Honduras siga la ruta de Guatemala; la indignación (motivada hoy artificialmente por la renuncia de Otto Pérez Molina), decaerá en fuerza, y esto es lógico debido a su inexistente avance organizativo, mientras que la lucha popular podrá dar pasos hacia adelante, siempre que se mantenga coherente en su avance de obtener identidad, organicidad y estructura, y que no olvide ni sus fuentes de alimentación ni la naturaleza politica de toda lucha por el poder.
Hoy, el tema de la revolución de las rosas requiere de un estudio serio obligado. No existe neogolpismo, ni la desetabilizacion va contra gobiernos nada más. Singularizar así las cosas puede resultar fatal para todos nuestros países, el objetivo es destruir la revolución y la fuerza de nuestros pueblos que la lleva adelante (desde el gobierno o no). Lo que aquí pasa, es un modelo, un patrón, descifrarlo y desmontarlo es la tarea.
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