Foto Sandra Sebastián |
Por Sebastián Escalón | Plaza Pública
El miércoles por la noche, la ciudadanía que quiere ver a Pérez Molina tras las rejas ha contado sus fuerzas. Las principales universidades (San Carlos, Rafael Landívar, del Valle), con alguna excepción, han dado el día libre para la manifestación.
Movimientos campesinos como el Comité de Unidad Campesina (CUC) y los 48 Cantones de Totonicapán también han decidido manifestarse. Varias empresas grandes y chicas, como la Megapaca, Domino’s Pizza, McDonald´s, anunciaron que no abrirían sus tiendas en solidaridad con las manifestaciones.
Desde el propio Estado han venido duros e inesperados golpes en contra del Presidente: la Contraloría General de Cuentas y la Procuraduría General de la Nación, han pedido la renuncia del Presidente para evitar el mal mayor de la inestabilidad política. Nadie duda ya que la movilización será gigantesca.
Desde el propio Estado han venido duros e inesperados golpes en contra del Presidente: la Contraloría General de Cuentas y la Procuraduría General de la Nación, han pedido la renuncia del Presidente para evitar el mal mayor de la inestabilidad política. Nadie duda ya que la movilización será gigantesca.
Son las ocho de la mañana, y la Plaza Central se despereza. Ya apartaron sitio las carretas de frutas, tacos, tortas, churrascos y hot dogs. Les siguieron los vendedores de banderas, vuvuzelas, silbatos y máscaras. Florinda Coyoy ya tiene su puesto listo. Espera un buen día, un día mejor que los sábados de las anteriores manifestaciones, en los que, dice, se vendieron más cervezas que banderas.
A las 8:30 horas llegan los primeros manifestantes: un grupo de unos 150 campesinos de la Asamblea de los Pueblos de San Marcos. Antes de apostarse en la Plaza, se agrupan frente a la placa que conmemora el asesinato, en 1978, de Oliverio Castañeda, el líder estudiantil.
Los campesinos de San Marcos no sólo han venido a manifestar. Quieren reunirse con los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (los cuales al final no los recibirán), para exigirles la cancelación de unas elecciones que consideran imposibles con esta coyuntura.
Mientras tanto, en el aeropuerto La Aurora, el exministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, es sorprendido por varios viajeros cuando aborda un vuelo con destino a Punta Cana, República Dominicana, vía Panamá. Luce una barba y un bigote que no se le conocían, como si intentara pasar desapercibido. “Soy un hombre libre”, “no tengo orden de arraigo y puedo viajar como cualquier guatemalteco”, se sintió obligado a declarar al diario digital SOY502. Tiene razón: no tiene orden de arraigo, a pesar de sus relaciones con Byron Lima, el reo que dirige las cárceles del país, o los incontables contratos anómalos para reparar patrullas o instalar cámaras de seguridad. Su nombre volvió a mencionarse con la presentación de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG) y el MP de un documento que muestra que López Bonilla colaboró con Q980 mil en la “coperacha” de los ministros para regalar un helicóptero Bell a Otto Pérez Molina.
Un día antes, el miércoles, el exministro de la Defensa, Manuel López Ambrosio, en silencio y sin ser sorprendido, había abandonado el país rumbo al mismo destino al que partió López Bonilla, aunque se desconoce si coincidieron en la isla caribeña.
Esta mañana de jueves no ha habido hora pico. El tráfico es fluido: pocos niños han ido a los colegios, y muchas empresas han decidido cerrar.
Los puntos de reunión para las marchas de protesta van llenándose de gente, en particular en las universidades. Son las 9:45 horas y sobre la Avenida Bolívar marcha un grupo de unos 300 jóvenes vestidos de blanco. Portan carteles contra el Presidente. Extrañamente, huyen del reportero. Ninguno quiere hablar, decir a quién representan o qué los reúne. Finalmente, uno de ellos, un hombre de edad madura, accede a hablar. Son todos empleados de la Megapaca, la mayor cadena de ropa usada del país. El hombre es un supervisor. No representan a la empresa, asegura, y cada empleado ha tenido total libertad de participar o no en la marcha.
Son las 9:30 horas y sobre la Avenida Petapa el contingente de la Universidad de San Carlos avanza a marchas forzadas. Son tantos, algunos hablan de 15 mil, que desde la altura de las pasarelas la vista no logra abarcar toda la marcha. Sobre las banquetas, hay personas agitando banderas y animando a los estudiantes con consignas.
Mientras tanto, en el Congreso de la República, los diputados empiezan a llegar. Les toca conocer el antejuicio interpuesto contra Otto Pérez Molina, acusado de ser el cabecilla de una mafia que depredó las aduanas. ¿Habrá quórum suficiente para abrir la sesión? ¿Pondrán en obra una de esas argucias para ganar tiempo y zafar bulto? Las preguntas están el aire.
Otros que no escapan a la presión ciudadana son los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Abundan las pancartas en las que se les acusa de “falta de huevos”, por no sacar al partido Lider de la contienda electoral tras haber sobrepasado el gasto autorizado en su campaña. Son las 11:30 horas y una multitud variopinta se ha concentrado frente al palacete del TSE. Son alrededor de 200 entre los cuales los grupos Indignados, Resistencia Ciudadana y Las Impertinentes, una organización feminista. Ellos juzgan secundaria la renuncia del Presidente. Lo que le parece primordial es la cancelación de los comicios. “En estas condiciones no queremos elecciones” es su ya famoso lema.
Son las 12:00, y la Plaza está a reventar. Decenas de miles de banderas ondean, y decenas de miles de vuvuzelas suenan al son del estribillo:
Otto Cerote
Te vas a ir al bote
Otto cabrón
Te vas a ir a Pavón
Jocosos, indignados, vulgares o conmovedores, miles de carteles hechos en casa, o en el mismo piso de la plaza, manifiestan el sentir ciudadano. Sus autores, orgullosos, los levantan. Se alegran cuando alguien los nota y les pide una foto.
“Aquí está la Guatemala profunda. Fuera genocida”, dice el cartel de un hombre de 50 años, en referencia al discurso presidencial del pasado domingo. El hombre explica su cartel: “Los campesinos, los que no tienen trabajo, los que ponen curriculums en las empresas y nunca los llaman, esos formamos la Guatemala profunda. Y no queremos a este gobierno”.
Tres jóvenes, gomina en el pelo y lentes oscuros, marchan con un letrero sostenido por tres palos de escoba que dice: “Otto, Jimmy y Baldizón, la misma mierda son”. Uno de ellos explica: “Esta generación ya despertó. Con este cartel queremos hacer conciencia para que la gente no vote por candidatos corruptos y militares”.
Una maestra, al terminar su clase en el colegio Miguel de Cervantes de la Zona 1, ha venido a manifestar con un puñado de alumnas que la siguen con alegría. Lleva un cartel, tan sencillo como conmovedor: “Que la dignidad sea una costumbre”.
Algunos carteles asustan o erizan la piel, como uno que dice “Tito Arias sirve a Satanás”, o aquel que pide “pena de muerte para los políticos corruptos”.
Ay, si solamente Otto Pérez Molina pudiera ver a esos miles de ciudadanos clamando por su renuncia... Si pudiera ver a esa Guatemala que no lo quiere, que lo llama rata, cucaracha, ladrón, asesino, genocida. Y de repente, en redes sociales aparecen fotos que demuestran que sí, que el Presidente lo está viendo todo. Desde la Secretaría de Comunicación de la Presidencia, envían imágenes de Otto Pérez monitoreando desde el Ministerio de Gobernación el transcurrir de las manifestaciones a través de las pantallas de vigilancia. Quiere parecer activo, como un hombre de acción, un capitán afrontando la tormenta. No se ha dado cuenta, parece, de lo que sucede desde el 16 de abril pasado.
Es la una de la tarde y el Congreso está asediado por centenares de manifestantes que no olvidan el bochornoso papel que han jugado los diputados a lo largo de la crisis. Suenan morteros y ametralladoras, y el olor a pólvora festiva tiene algo que estimula las gargantas.
La bulla es atronadora, pero los diputados son sordos como tapias. Para analizar el antejuicio presentado por el MP y CICIG en contra del Presidente, han hecho un sorteo, como dictan las normas, y han nombrado una comisión constituida por dos diputados del partido oficialmente oficial (el PP) y dos del partido extraoficialmente oficial (Lider), además de la diputada Nineth Montenegro. La Comisión no tiene un plazo fijo para rendir su informe, y por lo tanto, el Congreso puede ganar todo el tiempo que quiera antes de decidir si Pérez Molina pierde o no la inmunidad que lo mantiene fuera de la cárcel.
Pero no hay de qué preocuparse. Si el Presidente y sus secuaces logran evadir la justicia, no podrán escapar de la ley del Karma. Así lo explica Andrés Montano, director de Casa Tibet Guatemala, una organización budista que protesta frente al Congreso. “Igual que los católicos dicen que no basta con rezar, igual nosotros tenemos que salir de la meditación para manifestar”, añade. Este gobierno corrupto es una expresión del karma colectivo de Guatemala, indica, y es hora ya de empezar a sanar el país.
Son las tres de la tarde. La plaza desborda de gente por la Sexta y la Séptima avenidas. Ya llegaron los estudiantes de la universidad pública y de las privadas. Han dejado atrás sus diferencias, sus burlas reciprocas, sus desconfianzas de cara a un objetivo más grande: cambiar el sistema político.
Se presenta una invitada sorpresa: la lluvia. ¿Huyen en desbandada los manifestantes, se disuelve, como azucarillo, la manifestación? Nada de eso. Todos siguen en la plaza, gritando, bailando, sonando las vuvuzelas, ese ruidoso instrumento venido del país de Nelson Mandela. La lluvia ha refrescado y tonificado los organismos, activándolos un poco más si cabe. De cuando en cuando suena el himno nacional y la plaza se vuelve solemne como una inmensa catedral. Termina el himno, y vuelve la fiesta, el griterío. Un pequeño grupo de intelectuales, entre los cuales los poetas Julio Serrano, Luis Méndez y Carmen Lucía Alvarado, grita y baila como si no hubiera mañana.
—De la Guayaba sacaremos al Kaibil, al Kaibil de la Guayaba sacaremos —cantan inspirados por las musas.
Son las cinco de la tarde. Los contingentes campesinos ya se han ido. Tienen un largo camino para volver a sus lugares. Ya no se ven los grupos de señoras de San Juan Sacatepéquez, ni los de ancianos indígenas que muestran sus varas que representan su autoridad y el respeto que se les debe.
Sin embargo, la plaza no se vacía. Al contrario, todos los que se van son inmediatamente reemplazados por nuevos manifestantes. El flujo es tan grande que es imposible saber, al terminar la jornada, cuántas personas acudieron a la Plaza. La única certeza es que la movilización no tiene precedentes.
Un nuevo sector de la población hace su llegada. Son los empleados de los negocios de la capital. Muchas los liberaron para que pudieran acudir. Por doquier se ven grupitos de trabajadores con los uniformes de sus respectivas empresas: Pollo Brujo, Crearquitectura, El Mismo Precio, Corporación MBI.
Un grupo de unos 30 empleados de Clutches de Guatemala, con camisetas moradas, grita desde un costado del palacio. Se les nota la alegría de compartir entre colegas, ese momento inédito. Dicen estar hartos de ese gobierno y de la corrupción. Una administradora que los acompaña dice que la gerencia de las 12 sucursales del país decidió apoyar la marcha y que la mayoría de los trabajadores están por llegar. Nunca habían manifestado juntos. De hecho, pocos habían acudido a las protestas de los sábados.
Nadie había creado tanta ciudadanía como Otto Pérez Molina. Nadie había logrado que tantos habitantes de la capital se sacudieran una apatía de décadas y se interesaran nuevamente en la política, en la participación ciudadana.
Sobre la Sexta Avenida, muchos comercios anuncian su apoyo a las protestas: McDonald’s, Picadilly, se han unido al paro nacional. Pollo Brujo, también cerrado, se declara “hechizado por amor a Guate”. La tienda de bisutería Cracco ha cubierto su entrada con una enorme pancarta de plástico negro que dice: “Si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno”. Dunkin’ Donuts, en una acción que es mitad gesto espontáneo y mitad operación comercial, se ha puesto a regalar donas. Doscientas docenas de donas de todos sabores son devoradas en un instante. Los empleados que las reparten, en vez de decir “gracias por su compra”, dicen “gracias por apoyar a Guate”. Un niño de la calle se escabulle feliz entre la multitud: ha logrado hacerse con una caja entera de donas.
Son las nueve de la noche. Una llovizna persistente ha convertido en papel maché todas las pancartas de los manifestantes. Sin embargo, frente al Palacio Nacional, todavía hay 1.500 personas que gritan, cantan, entonan el himno. No se quieren ir. No quieren que termine este día histórico. Otto Pérez Molina no ha renunciado, no está en la cárcel acompañando a Roxana Baldetti, no ha cambiado el sistema político. No es hora aún de ir a descansar.
A las 8:30 horas llegan los primeros manifestantes: un grupo de unos 150 campesinos de la Asamblea de los Pueblos de San Marcos. Antes de apostarse en la Plaza, se agrupan frente a la placa que conmemora el asesinato, en 1978, de Oliverio Castañeda, el líder estudiantil.
Los campesinos de San Marcos no sólo han venido a manifestar. Quieren reunirse con los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (los cuales al final no los recibirán), para exigirles la cancelación de unas elecciones que consideran imposibles con esta coyuntura.
Mientras tanto, en el aeropuerto La Aurora, el exministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, es sorprendido por varios viajeros cuando aborda un vuelo con destino a Punta Cana, República Dominicana, vía Panamá. Luce una barba y un bigote que no se le conocían, como si intentara pasar desapercibido. “Soy un hombre libre”, “no tengo orden de arraigo y puedo viajar como cualquier guatemalteco”, se sintió obligado a declarar al diario digital SOY502. Tiene razón: no tiene orden de arraigo, a pesar de sus relaciones con Byron Lima, el reo que dirige las cárceles del país, o los incontables contratos anómalos para reparar patrullas o instalar cámaras de seguridad. Su nombre volvió a mencionarse con la presentación de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG) y el MP de un documento que muestra que López Bonilla colaboró con Q980 mil en la “coperacha” de los ministros para regalar un helicóptero Bell a Otto Pérez Molina.
Un día antes, el miércoles, el exministro de la Defensa, Manuel López Ambrosio, en silencio y sin ser sorprendido, había abandonado el país rumbo al mismo destino al que partió López Bonilla, aunque se desconoce si coincidieron en la isla caribeña.
Esta mañana de jueves no ha habido hora pico. El tráfico es fluido: pocos niños han ido a los colegios, y muchas empresas han decidido cerrar.
Los puntos de reunión para las marchas de protesta van llenándose de gente, en particular en las universidades. Son las 9:45 horas y sobre la Avenida Bolívar marcha un grupo de unos 300 jóvenes vestidos de blanco. Portan carteles contra el Presidente. Extrañamente, huyen del reportero. Ninguno quiere hablar, decir a quién representan o qué los reúne. Finalmente, uno de ellos, un hombre de edad madura, accede a hablar. Son todos empleados de la Megapaca, la mayor cadena de ropa usada del país. El hombre es un supervisor. No representan a la empresa, asegura, y cada empleado ha tenido total libertad de participar o no en la marcha.
Son las 9:30 horas y sobre la Avenida Petapa el contingente de la Universidad de San Carlos avanza a marchas forzadas. Son tantos, algunos hablan de 15 mil, que desde la altura de las pasarelas la vista no logra abarcar toda la marcha. Sobre las banquetas, hay personas agitando banderas y animando a los estudiantes con consignas.
Mientras tanto, en el Congreso de la República, los diputados empiezan a llegar. Les toca conocer el antejuicio interpuesto contra Otto Pérez Molina, acusado de ser el cabecilla de una mafia que depredó las aduanas. ¿Habrá quórum suficiente para abrir la sesión? ¿Pondrán en obra una de esas argucias para ganar tiempo y zafar bulto? Las preguntas están el aire.
Otros que no escapan a la presión ciudadana son los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Abundan las pancartas en las que se les acusa de “falta de huevos”, por no sacar al partido Lider de la contienda electoral tras haber sobrepasado el gasto autorizado en su campaña. Son las 11:30 horas y una multitud variopinta se ha concentrado frente al palacete del TSE. Son alrededor de 200 entre los cuales los grupos Indignados, Resistencia Ciudadana y Las Impertinentes, una organización feminista. Ellos juzgan secundaria la renuncia del Presidente. Lo que le parece primordial es la cancelación de los comicios. “En estas condiciones no queremos elecciones” es su ya famoso lema.
Son las 12:00, y la Plaza está a reventar. Decenas de miles de banderas ondean, y decenas de miles de vuvuzelas suenan al son del estribillo:
Otto Cerote
Te vas a ir al bote
Otto cabrón
Te vas a ir a Pavón
Jocosos, indignados, vulgares o conmovedores, miles de carteles hechos en casa, o en el mismo piso de la plaza, manifiestan el sentir ciudadano. Sus autores, orgullosos, los levantan. Se alegran cuando alguien los nota y les pide una foto.
“Aquí está la Guatemala profunda. Fuera genocida”, dice el cartel de un hombre de 50 años, en referencia al discurso presidencial del pasado domingo. El hombre explica su cartel: “Los campesinos, los que no tienen trabajo, los que ponen curriculums en las empresas y nunca los llaman, esos formamos la Guatemala profunda. Y no queremos a este gobierno”.
Tres jóvenes, gomina en el pelo y lentes oscuros, marchan con un letrero sostenido por tres palos de escoba que dice: “Otto, Jimmy y Baldizón, la misma mierda son”. Uno de ellos explica: “Esta generación ya despertó. Con este cartel queremos hacer conciencia para que la gente no vote por candidatos corruptos y militares”.
Una maestra, al terminar su clase en el colegio Miguel de Cervantes de la Zona 1, ha venido a manifestar con un puñado de alumnas que la siguen con alegría. Lleva un cartel, tan sencillo como conmovedor: “Que la dignidad sea una costumbre”.
Algunos carteles asustan o erizan la piel, como uno que dice “Tito Arias sirve a Satanás”, o aquel que pide “pena de muerte para los políticos corruptos”.
Ay, si solamente Otto Pérez Molina pudiera ver a esos miles de ciudadanos clamando por su renuncia... Si pudiera ver a esa Guatemala que no lo quiere, que lo llama rata, cucaracha, ladrón, asesino, genocida. Y de repente, en redes sociales aparecen fotos que demuestran que sí, que el Presidente lo está viendo todo. Desde la Secretaría de Comunicación de la Presidencia, envían imágenes de Otto Pérez monitoreando desde el Ministerio de Gobernación el transcurrir de las manifestaciones a través de las pantallas de vigilancia. Quiere parecer activo, como un hombre de acción, un capitán afrontando la tormenta. No se ha dado cuenta, parece, de lo que sucede desde el 16 de abril pasado.
Es la una de la tarde y el Congreso está asediado por centenares de manifestantes que no olvidan el bochornoso papel que han jugado los diputados a lo largo de la crisis. Suenan morteros y ametralladoras, y el olor a pólvora festiva tiene algo que estimula las gargantas.
La bulla es atronadora, pero los diputados son sordos como tapias. Para analizar el antejuicio presentado por el MP y CICIG en contra del Presidente, han hecho un sorteo, como dictan las normas, y han nombrado una comisión constituida por dos diputados del partido oficialmente oficial (el PP) y dos del partido extraoficialmente oficial (Lider), además de la diputada Nineth Montenegro. La Comisión no tiene un plazo fijo para rendir su informe, y por lo tanto, el Congreso puede ganar todo el tiempo que quiera antes de decidir si Pérez Molina pierde o no la inmunidad que lo mantiene fuera de la cárcel.
Pero no hay de qué preocuparse. Si el Presidente y sus secuaces logran evadir la justicia, no podrán escapar de la ley del Karma. Así lo explica Andrés Montano, director de Casa Tibet Guatemala, una organización budista que protesta frente al Congreso. “Igual que los católicos dicen que no basta con rezar, igual nosotros tenemos que salir de la meditación para manifestar”, añade. Este gobierno corrupto es una expresión del karma colectivo de Guatemala, indica, y es hora ya de empezar a sanar el país.
Son las tres de la tarde. La plaza desborda de gente por la Sexta y la Séptima avenidas. Ya llegaron los estudiantes de la universidad pública y de las privadas. Han dejado atrás sus diferencias, sus burlas reciprocas, sus desconfianzas de cara a un objetivo más grande: cambiar el sistema político.
Se presenta una invitada sorpresa: la lluvia. ¿Huyen en desbandada los manifestantes, se disuelve, como azucarillo, la manifestación? Nada de eso. Todos siguen en la plaza, gritando, bailando, sonando las vuvuzelas, ese ruidoso instrumento venido del país de Nelson Mandela. La lluvia ha refrescado y tonificado los organismos, activándolos un poco más si cabe. De cuando en cuando suena el himno nacional y la plaza se vuelve solemne como una inmensa catedral. Termina el himno, y vuelve la fiesta, el griterío. Un pequeño grupo de intelectuales, entre los cuales los poetas Julio Serrano, Luis Méndez y Carmen Lucía Alvarado, grita y baila como si no hubiera mañana.
—De la Guayaba sacaremos al Kaibil, al Kaibil de la Guayaba sacaremos —cantan inspirados por las musas.
Son las cinco de la tarde. Los contingentes campesinos ya se han ido. Tienen un largo camino para volver a sus lugares. Ya no se ven los grupos de señoras de San Juan Sacatepéquez, ni los de ancianos indígenas que muestran sus varas que representan su autoridad y el respeto que se les debe.
Sin embargo, la plaza no se vacía. Al contrario, todos los que se van son inmediatamente reemplazados por nuevos manifestantes. El flujo es tan grande que es imposible saber, al terminar la jornada, cuántas personas acudieron a la Plaza. La única certeza es que la movilización no tiene precedentes.
Un nuevo sector de la población hace su llegada. Son los empleados de los negocios de la capital. Muchas los liberaron para que pudieran acudir. Por doquier se ven grupitos de trabajadores con los uniformes de sus respectivas empresas: Pollo Brujo, Crearquitectura, El Mismo Precio, Corporación MBI.
Un grupo de unos 30 empleados de Clutches de Guatemala, con camisetas moradas, grita desde un costado del palacio. Se les nota la alegría de compartir entre colegas, ese momento inédito. Dicen estar hartos de ese gobierno y de la corrupción. Una administradora que los acompaña dice que la gerencia de las 12 sucursales del país decidió apoyar la marcha y que la mayoría de los trabajadores están por llegar. Nunca habían manifestado juntos. De hecho, pocos habían acudido a las protestas de los sábados.
Nadie había creado tanta ciudadanía como Otto Pérez Molina. Nadie había logrado que tantos habitantes de la capital se sacudieran una apatía de décadas y se interesaran nuevamente en la política, en la participación ciudadana.
Sobre la Sexta Avenida, muchos comercios anuncian su apoyo a las protestas: McDonald’s, Picadilly, se han unido al paro nacional. Pollo Brujo, también cerrado, se declara “hechizado por amor a Guate”. La tienda de bisutería Cracco ha cubierto su entrada con una enorme pancarta de plástico negro que dice: “Si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno”. Dunkin’ Donuts, en una acción que es mitad gesto espontáneo y mitad operación comercial, se ha puesto a regalar donas. Doscientas docenas de donas de todos sabores son devoradas en un instante. Los empleados que las reparten, en vez de decir “gracias por su compra”, dicen “gracias por apoyar a Guate”. Un niño de la calle se escabulle feliz entre la multitud: ha logrado hacerse con una caja entera de donas.
Son las nueve de la noche. Una llovizna persistente ha convertido en papel maché todas las pancartas de los manifestantes. Sin embargo, frente al Palacio Nacional, todavía hay 1.500 personas que gritan, cantan, entonan el himno. No se quieren ir. No quieren que termine este día histórico. Otto Pérez Molina no ha renunciado, no está en la cárcel acompañando a Roxana Baldetti, no ha cambiado el sistema político. No es hora aún de ir a descansar.
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