Por William Serafino | Misión Verdad
Si algo ha demostrado la guerra económica en su bullicioso caminar es que conceptos tales como "inflación" y "control cambiario" (los mayormente mencionados por la contra), analizados desde una perspectiva autónoma, parcialmente aislada y sin interacción con el hecho político, no nos dicen absolutamente nada. Pero más allá de los repetitivos análisis, ¿qué aspectos son necesarios abordar, políticamente, sobre la situación económica de Venezuela?
Si algo ha demostrado la guerra económica en su bullicioso caminar es que conceptos tales como "inflación" y "control cambiario" (los mayormente mencionados por la contra), analizados desde una perspectiva autónoma, parcialmente aislada y sin interacción con el hecho político, no nos dicen absolutamente nada. Pero más allá de los repetitivos análisis, ¿qué aspectos son necesarios abordar, políticamente, sobre la situación económica de Venezuela?
El profuso silencio que encarna este concepto deja ver sus costuras ideológicas cuando comparamos la situación económica de Venezuela con otros países del continente.
Por ejemplo, naciones como Colombia, México y Perú, envilecidas y saqueadas por el neoliberalismo, exhiben inflaciones que cuando mucho superan el 3%, un crecimiento económico "boyante", amplias libertades cambiarias que "estimulan" el aparato productivo y, en consecuencia, los anaqueles a punto de estallar de productos importados al igual que los vagones que pasan por Plaza Venezuela a las cinco de la tarde.
Pero más allá de la trampa ideológica que encarna tan manoseado concepto, las poblaciones de estos países en términos reales (sobre)viven en medio de una exhorbitante miseria económica (más de 40% de pobreza en dichos países), profundizada por la lógica de acumulación homicida de las transnacionales estadounidenses y europeas, que aun manteniendo los "precios estables" depredan cualquier política favorable (subsidios directos o indirectos) para que la inmensa mayoría pueda acceder a los consumos mínimos de subsistencia.
Los índices económicos son reflejo de una realidad política concreta. Por ende, la estabilidad de inflación depende, única y exclusivamente, de la (buena) relación entre el capital transnacional, sus cabezas de playa ("empresarios nacionales") y los patiquines que asumen la jefatura del Estado.
En Colombia, México y Perú estas relaciones son tan estables como el matrimonio entre Javier Vidal y Julie Restifo.
Los Estados colombiano, mexicano y peruano otorgan las más exquisitas facilidades (fiscales, tributarias y cambiarias) para que el saqueo económico de las transnacionales pueda llevarse a cabo, impiden por vías legales que la población pueda comer tres veces al día, fomentan las privatizaciones de la salud y la educación, y como fraterna retribución, los aparatos de propaganda proyectan la imagen de cada uno es un país exitoso con extremas facilidades para cometer brutales crímenes en lo económico.
La Revolución Bolivariana, en cambio, destruyó el matrimonio neoliberal que estaba por cruzar su primer centenario bajo el cuido celestial del FMI. El Comandante Chávez, promoviendo esta necesaria infidelidad política, implementó el control cambiario para evitar la demencial fuga de capitales, erigiendo poderosos mecanismos paralelos para la distribución de alimentos y medicinas (Mercal, Pdval, Abastos Bicentenarios, Barrio Adentro, etc.). Un gancho directo al hígado del parasitaje económico.
Los dolientes
Pero recurrir a la historia económica venezolana siempre es necesario, y más en el actual contexto de guerra económica.
Venezuela es un país dependiente, nos guste o no. Y en el marco de ese contexto los parásitos mafiosos de alta alcurnia hacen gigantescos negocios con fábricas, infraestructuras y paquetes tecnológicos extranjeros.
Todos y cada uno de los desbarajustes que han generado nuestra condición de mina, tales como el impacto de la manipulación energética orquestada por los gringos que ha mermado los ingresos del país, la fuga de capitales, el contrabando de extracción, el macroacaparamiento y la especulación desbordada porque les da la gana, no es responsabilidad de Chávez, de Maduro o de Diosdado, personajes que han batallado contra una espiritualidad económica (profundamente ambiciosa y usurera) con 100 años de desarrollo ininterrumpido en nuestro país.
Cuando la Revolución Bolivariana comenzó a tocar las fibras del aparataje económico, sobre todo las relacionadas con las necesidades básicas (alimentación y medicinas), era lógico que el indicador llamado "inflación" (y, por elevación, el "control cambiario") fueran radicalmente alterados y atacados con violencia por sus principales dolientes, autonombrados empresarios, colocando (interesadamente) como principal responsable al Gobierno Bolivariano.
Los indicadores expresan un hecho político concreto. Analizarlos como estructuras separadas e imparciales es un gravísimo error de análisis.
La "inflación" en Venezuela no responde a la realidad económica de la población, que más allá de las incomodidades que significa mamarse una cola o comprarle al bachaquero, no le ha faltado ni alimentos ni medicinas.
Pero aún con esa monumental realidad que nos raya la pupila, los analistas económicos de la oposición toman como referencia el especulativo precio de cualquier producto suntuario (zapatos Nike, por ejemplo), a cuánto quiso poner el dólar Orlando Urdaneta, cuánto cuesta el yogurt importado en el Excelsior Gama y el "indignante" precio de las toallitas post-parto, para instalarnos en el cerebro la percepción de que Venezuela está entrando en un escenario hiperinflacionario, con el apoyo expedito de los cálculos mafiosos que realizara el FMI donde Venezuela ostenta una proyección inflacionaria del 96,8% para el año 2015.
Esta jugada económica representa un ataque político parasitario que no guarda relación con "leyes objetivas" de la economía o con alguna fuerza superior ("el mercado"). Es el robo estructural que han venido realizando desde hace décadas los grandes carteles económicos ("nacionales" e internacionales) que los obliga, a través de sus sabihondos economistas, a marcar expectativas usureras con arreglo a referencias inusitadas e irreales (Dolar Today), exhibiendo sin pelos en la lengua el porcentaje que le cobrarían a usted si el control cambiario desaparece y todas las políticas de subsidios dirigidos a la amplia mayoría de la población se van por el barranco.
Si equis producto (carne, pollo, ropa, calzado, etc.) aumenta de precio, no es porque el "control cambiario" (y los subsidios) presionen "objetivamente" el aumento acelerado de la inflación. Es el parasitaje importador y comercial remarcando los precios porque les da la gana, pues ellos se abrogan el derecho de ganarle el 1000% a cualquier producto, aprovechando su condición de usureros para conspirar políticamente contra la Revolución Bolivariana. Pero la claridad política del chavismo y la inmensa capacidad de respuesta del Gobierno Bolivariano es tal, que incluso ante este virulento ataque hemos respondido con fuerza.
La "inflación" no existe como nos fue dibujado desde la academia y los medios de comunicación. Sirve simplemente para exhibir qué porcentaje y en cuál contexto político se perpetra el robo hacia la población. Porque en Colombia, México y Perú la "inflación" está controlada por el Estado y los empresarios para que el saqueo transnacional se haga con estilo y sin mucha bulla. Mientras que en Venezuela, como se han tomado medidas políticas para frenar parcialmente la vorágine neoliberal, es prioridad enloquecer éste y cualquier otro indicador con el fin de generar una atmósfera de "colapso" económico que legitime a futuro las especulativas tasas de la venganza.
La "inflación" es simple y llanamente, en medio de la guerra económica, la expresión estadística de la ambición parasitaria con fines políticos.
Nuestros analistas en el área económica
Pero incluso nuestros analistas suelen pisar el peine asumiendo que la "inflación" es un problema de tipo económico (exclusivamente), por lo cual el Gobierno Bolivariano debe coadyuvar esfuerzos con el objetivo de generar políticas económicas eficientes para recuperar la "producción nacional".
¿Pero cuál es la propuesta de fondo luego de los comentarios?
Existe una especie de cantaleta, de mandatos casi religiosos, que supuestamente auguran la entrada de Venezuela a una especie de resplandor económico si se cumplen los siguientes parámetros con eficiencia.
El primero (y el más importante) está relacionado con financiar al "empresariado nacional" y la "pequeña y mediana industria" que verdaderamente desea trabajar por el país. Sin embargo, la guerra económica y las condiciones históricas de nuestro país han demostrado que es imposible promover una industrialización independiente, dirigida por "empresarios" ladillados de tener elevadísimas tasas de ganancia, conscientes de que deben invertir a largo plazo para generarle divisas al país y no defraudar el fisco para enriquecerse fácilmente.
Ese "empresario", esa "industria mediana y pequeña", no existe en Venezuela ni existirá, porque la cultura económica capitalista, diseñada para acumular a partir del robo y la explotación, es demoledoramente superior a cualquier apetencia ingenua de país estadísticamente exitoso.
Pero supongamos que es posible industrializar a Venezuela en miras de autoabastecer hasta la más mínima demanda de consumo capitalista del venezolano.
Tendríamos un país lleno de fábricas de todo tipo, eficientes contaminando ríos, degollando montañas y cerros enteros, intoxicando tierras cultivables, enfermando y expoliando la salud de la población y generando las mismas estructuras de corrupción, explotación y acumulación que tanto criticamos.
Nos quejamos de que importamos (directa o indirectamente) mayonesa, salsa de tomate, azúcar, jugos, refresco, harina, champú, desodorante y cualquier otro veneno alimentario o cosmético. Pero la propuesta de siempre es estimular que ese veneno se produzca aquí, a lo endógeno, con principios de nacionalismo económico, sin entender que la máquina de producir enfermedades y muertes (el capitalismo) seguiría funcionando igual, sólo que en territorio nacional. ¿Y para qué? ¿Para reducir la inflación y aumentar el PIB a costa de miles de personas diabéticas y con cáncer, jodidas hasta la médula por trabajar en una fábrica? ¿Para asumirnos como un país exitoso a costa de miles y miles de hectáreas rociadas con veneno y cientos de ríos contaminados? ¿Para tener los anaqueles full de productos envasados mientras la industria consume nuestra vida e inunda nuestro cerebro de aspiraciones infinitas?
Los datos históricos están allí para revisarlos constantemente. El Che, luego de firmar importantes tratados comerciales e industriales con China y la Urss para industrializar a Cuba, se estaba quejando, al año siguiente, por la formación de una poderosa burocracia, es decir, un nuevo sujeto de acumulación capitalista.
La industrialización no puede ser socialista porque forma parte del proyecto histórico y cultural del capitalismo, su diseño cumple una función reproductiva enraizada con la corrupción y el robo.
Que en Venezuela no exista algo parecido a un empresario, ni una industria nacional, ni tampoco indicadores económicos estables, no podemos verlo como un mal histórico que nos convoque al anhelo de aquello que no fue y puede ser. Es, más bien, una grandísima oportunidad para cuestionar al capitalismo, sus homicidas formas de producción y acumulación, asumiendo la tarea colectiva de pensar un nuevo marco en el cual nos relacionemos económicamente sin la mediatización del veneno fabril y sus fantasías de "producirse nacionalmente".
Por ejemplo, naciones como Colombia, México y Perú, envilecidas y saqueadas por el neoliberalismo, exhiben inflaciones que cuando mucho superan el 3%, un crecimiento económico "boyante", amplias libertades cambiarias que "estimulan" el aparato productivo y, en consecuencia, los anaqueles a punto de estallar de productos importados al igual que los vagones que pasan por Plaza Venezuela a las cinco de la tarde.
Pero más allá de la trampa ideológica que encarna tan manoseado concepto, las poblaciones de estos países en términos reales (sobre)viven en medio de una exhorbitante miseria económica (más de 40% de pobreza en dichos países), profundizada por la lógica de acumulación homicida de las transnacionales estadounidenses y europeas, que aun manteniendo los "precios estables" depredan cualquier política favorable (subsidios directos o indirectos) para que la inmensa mayoría pueda acceder a los consumos mínimos de subsistencia.
Los índices económicos son reflejo de una realidad política concreta. Por ende, la estabilidad de inflación depende, única y exclusivamente, de la (buena) relación entre el capital transnacional, sus cabezas de playa ("empresarios nacionales") y los patiquines que asumen la jefatura del Estado.
En Colombia, México y Perú estas relaciones son tan estables como el matrimonio entre Javier Vidal y Julie Restifo.
Los Estados colombiano, mexicano y peruano otorgan las más exquisitas facilidades (fiscales, tributarias y cambiarias) para que el saqueo económico de las transnacionales pueda llevarse a cabo, impiden por vías legales que la población pueda comer tres veces al día, fomentan las privatizaciones de la salud y la educación, y como fraterna retribución, los aparatos de propaganda proyectan la imagen de cada uno es un país exitoso con extremas facilidades para cometer brutales crímenes en lo económico.
La Revolución Bolivariana, en cambio, destruyó el matrimonio neoliberal que estaba por cruzar su primer centenario bajo el cuido celestial del FMI. El Comandante Chávez, promoviendo esta necesaria infidelidad política, implementó el control cambiario para evitar la demencial fuga de capitales, erigiendo poderosos mecanismos paralelos para la distribución de alimentos y medicinas (Mercal, Pdval, Abastos Bicentenarios, Barrio Adentro, etc.). Un gancho directo al hígado del parasitaje económico.
Los dolientes
Pero recurrir a la historia económica venezolana siempre es necesario, y más en el actual contexto de guerra económica.
Venezuela es un país dependiente, nos guste o no. Y en el marco de ese contexto los parásitos mafiosos de alta alcurnia hacen gigantescos negocios con fábricas, infraestructuras y paquetes tecnológicos extranjeros.
Todos y cada uno de los desbarajustes que han generado nuestra condición de mina, tales como el impacto de la manipulación energética orquestada por los gringos que ha mermado los ingresos del país, la fuga de capitales, el contrabando de extracción, el macroacaparamiento y la especulación desbordada porque les da la gana, no es responsabilidad de Chávez, de Maduro o de Diosdado, personajes que han batallado contra una espiritualidad económica (profundamente ambiciosa y usurera) con 100 años de desarrollo ininterrumpido en nuestro país.
Cuando la Revolución Bolivariana comenzó a tocar las fibras del aparataje económico, sobre todo las relacionadas con las necesidades básicas (alimentación y medicinas), era lógico que el indicador llamado "inflación" (y, por elevación, el "control cambiario") fueran radicalmente alterados y atacados con violencia por sus principales dolientes, autonombrados empresarios, colocando (interesadamente) como principal responsable al Gobierno Bolivariano.
Los indicadores expresan un hecho político concreto. Analizarlos como estructuras separadas e imparciales es un gravísimo error de análisis.
La "inflación" en Venezuela no responde a la realidad económica de la población, que más allá de las incomodidades que significa mamarse una cola o comprarle al bachaquero, no le ha faltado ni alimentos ni medicinas.
Pero aún con esa monumental realidad que nos raya la pupila, los analistas económicos de la oposición toman como referencia el especulativo precio de cualquier producto suntuario (zapatos Nike, por ejemplo), a cuánto quiso poner el dólar Orlando Urdaneta, cuánto cuesta el yogurt importado en el Excelsior Gama y el "indignante" precio de las toallitas post-parto, para instalarnos en el cerebro la percepción de que Venezuela está entrando en un escenario hiperinflacionario, con el apoyo expedito de los cálculos mafiosos que realizara el FMI donde Venezuela ostenta una proyección inflacionaria del 96,8% para el año 2015.
Esta jugada económica representa un ataque político parasitario que no guarda relación con "leyes objetivas" de la economía o con alguna fuerza superior ("el mercado"). Es el robo estructural que han venido realizando desde hace décadas los grandes carteles económicos ("nacionales" e internacionales) que los obliga, a través de sus sabihondos economistas, a marcar expectativas usureras con arreglo a referencias inusitadas e irreales (Dolar Today), exhibiendo sin pelos en la lengua el porcentaje que le cobrarían a usted si el control cambiario desaparece y todas las políticas de subsidios dirigidos a la amplia mayoría de la población se van por el barranco.
Si equis producto (carne, pollo, ropa, calzado, etc.) aumenta de precio, no es porque el "control cambiario" (y los subsidios) presionen "objetivamente" el aumento acelerado de la inflación. Es el parasitaje importador y comercial remarcando los precios porque les da la gana, pues ellos se abrogan el derecho de ganarle el 1000% a cualquier producto, aprovechando su condición de usureros para conspirar políticamente contra la Revolución Bolivariana. Pero la claridad política del chavismo y la inmensa capacidad de respuesta del Gobierno Bolivariano es tal, que incluso ante este virulento ataque hemos respondido con fuerza.
La "inflación" no existe como nos fue dibujado desde la academia y los medios de comunicación. Sirve simplemente para exhibir qué porcentaje y en cuál contexto político se perpetra el robo hacia la población. Porque en Colombia, México y Perú la "inflación" está controlada por el Estado y los empresarios para que el saqueo transnacional se haga con estilo y sin mucha bulla. Mientras que en Venezuela, como se han tomado medidas políticas para frenar parcialmente la vorágine neoliberal, es prioridad enloquecer éste y cualquier otro indicador con el fin de generar una atmósfera de "colapso" económico que legitime a futuro las especulativas tasas de la venganza.
La "inflación" es simple y llanamente, en medio de la guerra económica, la expresión estadística de la ambición parasitaria con fines políticos.
Nuestros analistas en el área económica
Pero incluso nuestros analistas suelen pisar el peine asumiendo que la "inflación" es un problema de tipo económico (exclusivamente), por lo cual el Gobierno Bolivariano debe coadyuvar esfuerzos con el objetivo de generar políticas económicas eficientes para recuperar la "producción nacional".
¿Pero cuál es la propuesta de fondo luego de los comentarios?
Existe una especie de cantaleta, de mandatos casi religiosos, que supuestamente auguran la entrada de Venezuela a una especie de resplandor económico si se cumplen los siguientes parámetros con eficiencia.
El primero (y el más importante) está relacionado con financiar al "empresariado nacional" y la "pequeña y mediana industria" que verdaderamente desea trabajar por el país. Sin embargo, la guerra económica y las condiciones históricas de nuestro país han demostrado que es imposible promover una industrialización independiente, dirigida por "empresarios" ladillados de tener elevadísimas tasas de ganancia, conscientes de que deben invertir a largo plazo para generarle divisas al país y no defraudar el fisco para enriquecerse fácilmente.
Ese "empresario", esa "industria mediana y pequeña", no existe en Venezuela ni existirá, porque la cultura económica capitalista, diseñada para acumular a partir del robo y la explotación, es demoledoramente superior a cualquier apetencia ingenua de país estadísticamente exitoso.
Pero supongamos que es posible industrializar a Venezuela en miras de autoabastecer hasta la más mínima demanda de consumo capitalista del venezolano.
Tendríamos un país lleno de fábricas de todo tipo, eficientes contaminando ríos, degollando montañas y cerros enteros, intoxicando tierras cultivables, enfermando y expoliando la salud de la población y generando las mismas estructuras de corrupción, explotación y acumulación que tanto criticamos.
Nos quejamos de que importamos (directa o indirectamente) mayonesa, salsa de tomate, azúcar, jugos, refresco, harina, champú, desodorante y cualquier otro veneno alimentario o cosmético. Pero la propuesta de siempre es estimular que ese veneno se produzca aquí, a lo endógeno, con principios de nacionalismo económico, sin entender que la máquina de producir enfermedades y muertes (el capitalismo) seguiría funcionando igual, sólo que en territorio nacional. ¿Y para qué? ¿Para reducir la inflación y aumentar el PIB a costa de miles de personas diabéticas y con cáncer, jodidas hasta la médula por trabajar en una fábrica? ¿Para asumirnos como un país exitoso a costa de miles y miles de hectáreas rociadas con veneno y cientos de ríos contaminados? ¿Para tener los anaqueles full de productos envasados mientras la industria consume nuestra vida e inunda nuestro cerebro de aspiraciones infinitas?
Los datos históricos están allí para revisarlos constantemente. El Che, luego de firmar importantes tratados comerciales e industriales con China y la Urss para industrializar a Cuba, se estaba quejando, al año siguiente, por la formación de una poderosa burocracia, es decir, un nuevo sujeto de acumulación capitalista.
La industrialización no puede ser socialista porque forma parte del proyecto histórico y cultural del capitalismo, su diseño cumple una función reproductiva enraizada con la corrupción y el robo.
Que en Venezuela no exista algo parecido a un empresario, ni una industria nacional, ni tampoco indicadores económicos estables, no podemos verlo como un mal histórico que nos convoque al anhelo de aquello que no fue y puede ser. Es, más bien, una grandísima oportunidad para cuestionar al capitalismo, sus homicidas formas de producción y acumulación, asumiendo la tarea colectiva de pensar un nuevo marco en el cual nos relacionemos económicamente sin la mediatización del veneno fabril y sus fantasías de "producirse nacionalmente".
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