Fotos Lucía Iglesias |
La deuda interna
Por Daniel Gatti | Rel-UITA
Con la consigna de “Verdad, memoria y nunca más” se realizaba en 1996 la primera Marcha del Silencio en homenaje a las decenas de uruguayos desaparecidos en el marco del Plan Cóndor de colaboración entre las dictaduras del Cono Sur. Casi 20 años después, la verdad no se ha alcanzado y menos aún la justicia.
“La marcha” se ha convertido entretanto en la manifestación que más gente convoca en Uruguay año tras año.
En un país de apenas 3,5 millones de habitantes y una capital de 1,5 millones, entre 40.000 y 50.000 personas de habitantes se dan cita cada 20 de mayo en el centro de Montevideo.
La de este año, que llenó más de diez cuadras, fue una de las más numerosas. Fue también una de las más emotivas: por primera vez desde 1996 no estaba a su frente Luisa Cuesta, una de las fundadoras de la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos de Desaparecidos, que a sus 90 y pico de años está gravemente enferma.
“Esta marcha es especial, es en alguna forma en honor a Luisa y lo que significó para tantos morir sin saber el destino de familias y amigos”, dijo otro de los símbolos de la lucha por los derechos humanos en el Uruguay post dictadura, Sara Méndez, a quien en 1976, cuando fue secuestrada en Buenos Aires, le arrancaron su bebe de apenas unos días de vida, “reaparecido” muchos años después.
Cuestas hizo desde 1975 de la búsqueda de su hijo Nebio Melo Cuestas, desaparecido ese año en Buenos Aires, el centro de su vida.
Los retratos de Luisa, que durante 19 años llevó los de su hijo, poblaron en la noche del miércoles las calles del centro de Montevideo. Muchos eran llevados por jóvenes: la marcha se ha convertido, de hecho, también en una de las manifestaciones “juveniles” de mayor dimensión en Uruguay.
“Es como un círculo que se va renovando permanentemente y que nos lleva al origen: la lucha misma de quienes desaparecieron. La marcha es un homenaje a lo que hicieron en vida, a todo por lo que pelearon”, dice Sandro Soba, hijo de Adalberto Soba, otro uruguayo desaparecido en Argentina en 1976.
Aldo Marchesi, sociólogo que se ha especializado la investigación sobre derechos humanos, coincide con Soba: con el paso de los años, escribe el docente, ya no es “sólo la expresión de un reclamo concreto, sino el lugar de encuentro de gente que ve en la experiencia de lucha social y política de los militantes desaparecidos algo que merece ser recordado. Una especie de reserva ética y política desarrollada a través de un ejercicio de memoria”.
El reclamo preside la marcha: saber qué pasó con los desaparecidos y castigar a los responsables de sus secuestros y asesinatos.
“El debe en esto es muy grande: se avanzó algo en el conocimiento de la verdad, fundamentalmente por acción de los propios familiares, de investigaciones independientes, de denuncias anónimas, de sentencias internacionales, pero casi nada por acción del Estado.
Y se avanzó muy poco en materia de justicia: apenas hay un puñado de militares y civiles presos”, apunta Soba.
En un país de apenas 3,5 millones de habitantes y una capital de 1,5 millones, entre 40.000 y 50.000 personas de habitantes se dan cita cada 20 de mayo en el centro de Montevideo.
La de este año, que llenó más de diez cuadras, fue una de las más numerosas. Fue también una de las más emotivas: por primera vez desde 1996 no estaba a su frente Luisa Cuesta, una de las fundadoras de la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos de Desaparecidos, que a sus 90 y pico de años está gravemente enferma.
“Esta marcha es especial, es en alguna forma en honor a Luisa y lo que significó para tantos morir sin saber el destino de familias y amigos”, dijo otro de los símbolos de la lucha por los derechos humanos en el Uruguay post dictadura, Sara Méndez, a quien en 1976, cuando fue secuestrada en Buenos Aires, le arrancaron su bebe de apenas unos días de vida, “reaparecido” muchos años después.
Cuestas hizo desde 1975 de la búsqueda de su hijo Nebio Melo Cuestas, desaparecido ese año en Buenos Aires, el centro de su vida.
Los retratos de Luisa, que durante 19 años llevó los de su hijo, poblaron en la noche del miércoles las calles del centro de Montevideo. Muchos eran llevados por jóvenes: la marcha se ha convertido, de hecho, también en una de las manifestaciones “juveniles” de mayor dimensión en Uruguay.
“Es como un círculo que se va renovando permanentemente y que nos lleva al origen: la lucha misma de quienes desaparecieron. La marcha es un homenaje a lo que hicieron en vida, a todo por lo que pelearon”, dice Sandro Soba, hijo de Adalberto Soba, otro uruguayo desaparecido en Argentina en 1976.
Aldo Marchesi, sociólogo que se ha especializado la investigación sobre derechos humanos, coincide con Soba: con el paso de los años, escribe el docente, ya no es “sólo la expresión de un reclamo concreto, sino el lugar de encuentro de gente que ve en la experiencia de lucha social y política de los militantes desaparecidos algo que merece ser recordado. Una especie de reserva ética y política desarrollada a través de un ejercicio de memoria”.
El reclamo preside la marcha: saber qué pasó con los desaparecidos y castigar a los responsables de sus secuestros y asesinatos.
“El debe en esto es muy grande: se avanzó algo en el conocimiento de la verdad, fundamentalmente por acción de los propios familiares, de investigaciones independientes, de denuncias anónimas, de sentencias internacionales, pero casi nada por acción del Estado.
Y se avanzó muy poco en materia de justicia: apenas hay un puñado de militares y civiles presos”, apunta Soba.
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