Foto Ismael Francisco | Cubadebate |
Por Ismael Francisco y Rosa Miriam Elizalde | Cubadebate
La antigua Avenida de las Embajadas, la más elegante de la capital de
los Estados Unidos en las primeras décadas del Siglo XX, muere en la
Pennsylvania Avenue, que conecta la Casa Blanca con el Capitolio. La
Calle 16 y Pennsylvania forman una “T” en la que, hace unos cien años,
se podían encontrar casi todos los lujos y estilos arquitectónicos que
el Imperio naciente podía regalarse.
Pero pasado los años el semblante físico de este lugar cambió
notablemente. El barrio Adams Morgan, tres cuadras hacia el Noroeste,
era la puerta de los inmigrantes que empezaron a llegar por oleadas para
sostener los servicios de la ciudad. Con el tiempo se quedaron allí y
la zona empezó a ser conocida como el “Barrio Latino”, una isla
acorralada por casas de madera, por pequeñas cantinas de nombres
exóticos que siguen ofreciendo platos puertorriqueños, salvadoreños o de
los negros del Sur, y también, por la pobreza y el crimen. La ciudad
elegante se deslizó hacia los predios de Dupont Circle y una nueva calle
de las Embajadas le nació a Washington: Massachusetts Avenue.
Sin embargo, de la Calle 16, en el número 2630 para ser exactos, no
se ha movido en casi un siglo la representación diplomática cubana en
Estados Unidos. Carlos Manuel de Céspedes Quesada –hijo del Padre de la
Patria cubana- fue quien inauguró en 1917 la “nueva” Legación del
gobierno de La Habana en Washington. Sería él quien contratara a la
firma de arquitectos MacNeil & MacNeil y quien eligió el modelo
francés como estilo para la nueva construcción, porque “el clasicismo
pertenece a todo el mundo”, comentaría Céspedes a The Washington Post el 19 de noviembre de 1916.
El Post anunció entonces que el edificio tendría una fachada
flanqueada por dos pequeñas torres y ventanas de medio arco. En los
interiores abundaría el mármol blanco y en el exterior, la piedra caliza
de Indiana. Una escalera desde el recibidor daría paso a los tres
niveles de la casa, que quedaría coronada por una cúpula de cristal. En
el Registro Nacional de las Plazas Históricas de EEUU,
esta dirección figura como “una de las residencias más imponentes y
enigmáticas” de la ciudad, un edificio “cuyo origen se perdió en las
turbulencias de dos guerras mundiales, intrigas internacionales y una
revolución”.
Las Relaciones Cuba-EEUU nunca fueron normales
A su manera el documento certifica lo que advertía hace menos de una semana, en una visita a la Florida, el Jefe de la Sección de Intereses de Cuba en EEUU, José Ramón Cabañas: “Las relaciones con Estados Unidos nunca fueron normales, ni siquiera antes del 59”.
Si algo permiten los 113 años transcurridos desde que, en 1902,
Estados Unidos aceptó abrir la Legación de Cuba en Washington, es
despojar la mirada de la hojarasca y repasar los hechos. Lo que queda es
la historia de un abismo entre los dos países. Para empezar, no hubo
Embajada de Cuba hasta 1923 cuando EEUU manifestó su deseo de ampliar su
representación en la Isla, fortalecidos los lazos económicos y
políticos con el gobierno de Alfredo Zayas que, entre otros dispositivos
esenciales de las política estadounidense “de ordeño y vasallaje” -como
lo llamaría Rubén Martínez Villena-, había recibido un préstamo enorme del banco de la familia Morgan.
Mientras tanto Cuba solo tendría Legación, un término que se aplica
en el argot diplomático a aquel tipo de misión de rango inferior
caracterizado por tener como jefe a un ministro y no a un embajador.
Históricamente, las grandes potencias de la época se reservaban para sí
la facultad de intercambiar embajadas, quedando las legaciones relegadas
a ser el tipo de misión que se acreditaba o se recibía por los pequeños
Estados. Aun cuando entre 1923 y enero de 1961 sí hubo Embajada de Cuba
en la Calle 16 –salvo durante un breve período de ruptura de relaciones
tras el golpe de Estado del dictador Fulgencio Batista en 1952,
gobierno alegremente reconocido por Washington-, jamás Estados Unidos
dio un trato equitativo a sus relaciones económicas y comerciales con la
Isla.
Todavía hoy, en la página oficial del Departamento de Estado, se puede leer este insultante resumen de la historia de las relaciones entre ambos países:
Después de la derrota de España por
las fuerzas estadounidenses y cubanas durante la Guerra de 1898, España
cedió la soberanía de Cuba. Al concluir la guerra, las fuerzas
estadounidenses ocuparon Cuba hasta 1902, cuando los Estados Unidos
permitieron que un nuevo gobierno cubano tomara el control total de los
asuntos del Estado. Como condición de la independencia, los Estados Unidos obligaron a Cuba a conceder a los estadounidenses el derecho continuado de intervenir en la isla,
de acuerdo con la Enmienda Platt. La enmienda fue derogada en 1934,
cuando los Estados Unidos y Cuba firmaron un Tratado de Reciprocidad. Los Estados Unidos y Cuba cooperaron bajo el gobierno de Fulgencio Batista en toda la década de 1950.
Lo que no dice el Departamento de Estado es que, debido al torniquete
con el que nacieron en 1902 las relaciones diplomáticas entre ambos
países, estas jamás fueron ni podían ser “normales”, y hay decenas (si
no miles) de evidencias históricas que lo documentan.
Mal comienzo
La avanzada diplomática que llegó a Washington tras la intervención
estadounidense en la guerra hispano-cubana, terminó con la muerte del
jefe de la delegación, Calixto García Iñiguez. Se cree que el frío en Washington de ese diciembre de 1898 fue la causa principal del fallecimiento del General.
En la última foto de Calixto García, tomada en la capital
estadounidense junto a otros delegados a las conversaciones entre el
Gobierno de la República de Cuba en Armas y el gobierno de los Estados
Unidos, se le ve con un saco de botones cruzados, bastante ligero para
la temporada, y bien pudo adquirir la neumonía que lo mató durante la
caminata desde el Hotel Raleigh,
donde se alojaba –y ya no existe-, hasta la Casa Blanca, ambos
edificios situados en la Avenida Pennsylvania. Otras versiones, jamás
confirmadas, sugieren que el General fue envenenado con vidrio molido
después de un difícil encuentro con el Presidente William McKinley para discutir el futuro del Ejército Libertador.
La suspicacia tiene su origen en un pasaje de 1898, cuando el General estadounidense que participó en la toma de Santiago de Cuba,
pactó con las autoridades españolas la rendición de la ciudad, y en
suprema y soberbia actitud no permitió que Calixto García ni sus tropas
entraran a Santiago, ni participaran en la ceremonia de capitulación de
la Corona. El cubano, Jefe de las fuerzas mambisas en el Oriente de la
Isla, le envió una carta dura y amarga, que todos en la Isla han
estudiado en la escuela primaria desde entonces -el Presidente Raúl Castro la recordaría de manera elíptica hace unos días- y que muchos pueden repetir de memoria con un nudo en la garganta:
“No somos un pueblo salvaje que
desconoce los principios de la guerra civilizada, formamos un ejército
pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el Ejército de
sus antepasados en su guerra noble por la independencia de los Estados
Unidos de América: pero a semejanza de los héroes de Saratoga y de
Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la
barbarie y la cobardía”.
Por cierto, en la delegación que encabezó Calixto García a
Washington, y que le costó la vida, iba Manuel Sanguily, futuro
Secretario de Estado cubano e “intelectual orgánico de la pequeña
burguesía mambisa que presentó batalla en la prensa, en el libro, en la
Convención Constituyente y en el Senado (y era) de los que proclamaban
la independencia absoluta, denunciaron la conversión de Cuba en una
colonia mercantil de los Estados Unidos y postularon una división
excluyente entre los patriotas y los traidores”.
Las palabras entrecomilladas pertenecen a otro Canciller, Raúl Roa,
el diplomático más admirado y querido en la Isla –es conocido como el
“Canciller de la Dignidad”-. Consideraba a Sanguily como uno de los
mentores cívicos de la Generación del 30, a la cual perteneció el propio
Roa y que más antimperialista no habría podido ser. Ni siquiera
pactaron con aquellos antimachadistas que hablaron de dejar intactos los
intereses de Washington en la Isla antes y después de la Revolución que
derrocó, en 1933, al dictador Gerardo Machado, otro amigo de la Casa
Blanca que aparece todo sonrisas en los retratos oficiales de la Calle
16, sentado junto al Presidente Calvin Coolidge y al pie de la imponente
escalera de mármol de la Embajada cubana.
“No pactamos –recordaría Roa en su libro El fuego de la semilla en el surco – porque aquellos antimachadistas exaltados tenían preparado en el casco de una bomba el incensario para Wall Street”.
En Washington se construye
Cuando salimos de Washington en febrero pasado, tras las primera
ronda de conversaciones Cuba-EEUU aquí –una anterior se había celebrado
en La Habana-, en la Calle 16 todo estaba cubierto de nieve, los árboles
habían sido carbonizados por el invierno y el sol llegaba tarde a la
ciudad. Volvemos, y ha entrado la primavera, los castaños hierven de
verdura junto a la casona neoclásica, los orioles de pecho naranja
trinan en sus cornisas, los cafés han desplazado sus mesitas a las
aceras y una multitud colorea el Barrio Latino.
Cuesta creer que es el mismo lugar que dejamos atrás hace poco más de
dos meses, y es más difícil aún reconocer la geografía de esta calle en
las viejas fotos de la Biblioteca del Congreso, que Ismael Francisco ha traído impresas desde Cuba, tras descargarlas por Internet.
La entrada de lo que será la sede de la Embajada cubana en Washington
está, literalmente, en construcción. Hay grúas y trabajadores que
trastornan ligeramente una vía del tráfico frente a la hermosa casona
neoclásica, la cual adquiere aires de renovación. El ambiente es de
urgencia, de algo que hay que concluir a más tardar ayer. “Esto lo
terminamos hoy. Es que abrirá pronto la embajada de Cuba”, nos explica
Jaime Santos, un mexicano empleado en las obras. Se construye una rampa
para entrar al edificio y se pavimenta lo que sería el parqueo, al
fondo, cuyo cimientos estaban a punto de derrumbarse.
No tiene idea de cuándo se abrirá la Embajada, solo confirma la
noticia que está en todos los periódicos. Una vez acordado el momento de
restablecer relaciones diplomáticas, tema que conversarán este jueves las delegaciones de ambos países en Washington,
solo resta la gestión protocolar para firmar los acuerdos, quedará sin
efecto la sombrilla Suiza bajo la cual han operado como oficinas de
intereses las representaciones de ambos países, y se levantarán
soberanas las banderas de Cuba en la Calle 16 y la estadounidense, en el
Malecón hananero.
Será la primera vez, desde 1902, que esas banderas se izarán sin
condicionamiento alguno en las dos capitales y con las delegaciones
diplomáticas de Cuba y Estados Unidos mirándose a los ojos en igualdad
de condiciones. Nunca como ahora, después de 113 años, ha habido mayores
posibilidades para una relación “normal” entre ambos países. Por eso
Santos habla de la premura de las obras en los exteriores de la casona.
“Señores, esto es cosa grande… Si abrir la embajada de Cuba en el DC no
es historia, que venga Dios y lo vea”, nos dice y su sonrisa está a todo
dar.
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