sábado, 12 de julio de 2014

El derrumbe de Honduras: minería y crimen organizado

EFE
Por Ofraneh

La proliferación de minas legales e ilegales a lo largo y ancho de Honduras, antes y después de la aprobación de la cuestionada Ley de Minería y su reglamento, contribuye al enriquecimiento de un grupúsculo de compañías transnacionales, el crimen organizado y algunos de sus capataces locales.

El accidente acontecido en la mina de oro San Juan de arriba, en el cerro Cuculmeca, Municipio de Corpus, Departamento de Choluteca, donde quedaron atrapados 11 mineros, logró capturar la atención de un país sumido en los pormenores del mundial de fútbol y de la violencia apocalíptica a la que ha sido condenada Honduras, por un grupúsculo de traficantes de la miseria.

Tres de los once mineros fueron rescatados de los laberintos excavados en la mina artesanal, donde el año pasado en el mes de julio, ya se había dado un accidente que cobró la vida de dos mineros. Para colmo de males y como una muestra de la irresponsabilidad que suele aquejar al poder ejecutivo, el Sr. Juan Hernández, actual presidente del país, escribió un trino (twitt) anunciando el rescate de los 11 mineros, noticia que resultó ser desafortunadamente falsa, pero indica el grado de desconexión con la realidad que afecta al mandatario.

De “esclavitud moderna” calificó a la minería, el actual mandatario, Juan Hernandez, indicando además que algunas mineras “están relacionadas con el crimen organizado”. Indudablemente tanto las empresas transnacionales, locales, legales e ilegales están enmarcadas en una visión de explotación al máximo de la fuerza laboral y una destrucción total del medio ambiente. El código de comportamiento establecido por las compañías mineras se asemeja a las prácticas de los carteles del narcotráfico. No hay diferencia alguna entre Goldcorp, Five Star, los templarios o sus innombrables versiones locales.

Honduras desde la época de la colonia ha sido regida por la minería, y es hasta inicios del siglo XX que se implementa la entrega de franjas del territorio nacional a las compañías fruteras. Desafortunadamente todo parece indicar que el país en el siglo XXI será devorado por las empresas extractivas, beneficiando al capital extranjero, a través de la mafia que controla el poder local y sus sicarios.

Mientras los laberintos del cerro Culcumeca se desmoronan, el tejido social del país se deshace a una velocidad inusitada. El descalabro social llega a un nivel sin precedentes, hasta el punto que los menores de edad salen en hordas en búsqueda de supuestas oportunidades o simplemente fugándose de la violencia imperante.

Las escenas registradas en fotografías alrededor de la mina de San Juan de Arriba, al igual que las de los niños catapultándose a los vagones de los trenes en México demuestran el grado de putrefacción de un país colapsado, donde los sátrapas de turno en medio de lágrimas de cocodrilo persisten en desvirtuar la catástrofe en que nos encontramos sumidos.

Todo parece indicar que los ocho mineros soterrados ya fallecieron. Sin embargo sus familiares se aferran a la esperanza de por lo menos poder ver sus cadáveres. Lo mismo pasa con Honduras, en medio del derrumbe social en que vivimos, todavía hay remanentes de esperanza para los hondureños y hondureñas, y esa esperanza se fundamenta en la creencia que algún día podamos sacudirnos la dictadura del crimen organizado aferrada al poder en las últimas décadas, y de esta forma podamos neutralizar la bestia del sistema impulsora del triste éxodo de los infantes huyendo de las honduras del infierno.


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