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Por Edgar Soriano | Conexihon
El desprecio a la memoria histórica de parte de las élites de poder y sus asesores “tecnócratas” son un hecho consumado en la difícil realidad socio-política y económica de la nación hondureña. Cuando se habla de patria en los círculos beneficiarios con el botín del Estado pareciera que cursamos las décadas de 1870 y 1880, el discurso es carente de elementos incluyentes que nos permitan debatir sobre nuestra cultura y nuestros retos frente al histórico desastre de la marginación social.
En aquellos años en las ciudades de Comayagua y Tegucigalpa se hablaba con esmero de las necesarias reformas para transformar la nación. Las reformas aplicadas en otras regiones del continente llamaba la atención sobre la inversión de fuertes empresas económicas para la explotación de recursos y sus respectivas comercializaciones en el mercado internacional.
El orden, el progreso, la paz, la libertad, la seguridad, el trabajo se convirtieron tras el gobierno de Marco A. Soto en las palabras de campaña política de los distintos caudillos, independientemente de sus peleas internas por controlar y centralizar el poder político. La constitución de 1880 y las siguientes aseguraban las facilidades a los inversionistas a través de concesiones y la permisividad de la dura explotación laboral de los sectores poblacionales de los márgenes de las ciudades y de los campos, donde el analfabetismo seguía siendo un mal endémico.
Las décadas comenzaron a pasar y la confrontación poblacional era un hecho habitual mediante guerras intestinas lideradas por caudillos. El “orden” y “progreso” seguían siendo dos palabras acompañantes en las cuantiosas promesas dadas a sus correligionarios de filas político-armadas. El desarrollo de las fuerzas productivas se visualizaban en muchos aspectos, principalmente en la costa norte y el pacifico hondureño, el problema era que las grandes ganancias pasaban a manos de los inversionistas los cuales pagaban irrisorias cifras al Estado, tras sus habilidosas conspiraciones a favor de los caudillos. En otras palabras las compañías manipulaban a los caciques políticos, tal como fue el ejemplo de Gregorio Ferrera en la “Revuelta de las Aguas” en 1931 en la que recibió 1000 pesos de la United Fruit Company para levantarse contra el gobierno (Barahona, Marvín, 1989)
Las reformas liberales (1876-1949) alimentaron la idea del desarrollo económico, pero en la realidad se concesionaron amplias extensiones territoriales en condiciones desfavorables para la nación y permitieron una súper explotación laboral en detrimento de miles de hondureños que sufrieron la embestida de la represión y la contaminación en los campos de trabajo. La “banana republic” se consolido y la prisión verde la sufrió todo un pueblo.
Los años comenzaron a pasar y las componendas por el poder trajeron muerte y esperanzas a la vez, las elites políticas, económicas y militares comenzaron hablar del neoliberalismo, la gente no entendía mucho del asunto pero si tenía necesidad de ver nuevas oportunidades de vida. El “cambio” que tanto ofreció con vehemencia y ahínco Rafael Leonardo Callejas al iniciar la década da de 1990 nunca llegó, al contrario fue el inicio de la tragedia contemporánea del país.
La crisis social que el pueblo hondureño ha vivido en los últimos 25 años ha sido consecuencia de la historia, por ello no se puede pretender pensar lo que pregona la derecha: “lo pasado, pasado, ahora lo que importa es el futuro”. Dicho eufemismo es la prueba del descaro y la complicidad, matrimonio que se pasea feliz en la tierra de la impunidad, mientras el 70% de la población vive bajo la línea de la miseria y las cifras de los asesinatos son simples estadísticas y sirven para saciar el morbo de la curiosidad de la enjaulada y enajenada población nacional.
El nuevo proyecto de las ZEDEs, anteriormente llamadas “ciudades modelo” es el nuevo proyecto neoliberal de un sistema económicos de crisis. Crisis favorable para las minorías que poseen medios de producción y letal para las grandes mayorías asalariadas en condiciones paupérrimas y para los grandes contingentes de desempleo. Este tipo de proyectos económicos se diferencian en país industriales del norte respecto a la realidad de los periféricos del sistema capitalista. En Honduras esta propuesta asimilada e ideada por los ambiciosos tecnócratas al servicio de intereses de grandes financistas y de élites políticas que pretenden perpetuarse en el poder para garantizar o alargar la sumisión de un pueblo que parece estar a punto de estallar o quizás mantendrá el enojo verbal centenario entre corredores y plazas.
Las ZEDEs son el descarado proyecto del fallido modelo neoliberal, proyecto no socializado y carente de proporcionar la igualdad de condiciones entre el Estado y los inversionistas ansiosos por ganarse millonarias ganancias, una vez más miles de hondureños y hondureña serán explotados laboralmente bajo el discurso del desarrollo, una vez más la contaminación y la entrega de incuantificables recursos al capital extranjero. No es la simple infraestructura de un puerto moderno, edificios grandes, fábricas de producción industrial o grandes autopistas las que medirán el avance de derechos humanos elementales de los 8 millones de habitantes, es cuando el estado perciba y transfiera a las poblaciones los derechos a las ganancias del patrimonio nacional.
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