Concentración de la tierra, contaminación y menos agricultura familiar
Por Daniel Gatti | Rel-UITA
No hay año en que el cultivo de soja no se expanda en el cono sur de
América Latina, generando enormes ganancias a sus productores, por lo
general empresas transnacionales, pero causando paralelamente graves
afectaciones sociales,
ambientales y también económicas en las zonas en que la oleaginosa se implanta.
Por lo general, la producción de soja es destinada a los mercados europeo y chino, donde sirve como alimento para el ganado o para la producción del llamado biodiesel, para alimentar automóviles.
Por lo general, la producción de soja es destinada a los mercados europeo y chino, donde sirve como alimento para el ganado o para la producción del llamado biodiesel, para alimentar automóviles.
Los
campos sembrados con soja son grandes desiertos verdi-marrones que se
han ido expandiendo a costa de desplazar a cultivos que a menudo ocupan
mucho más mano de obra y generan mayor valor agregado, además del
“detalle” de servir como alimento para humanos. La “sojización” es acompañada de un proceso creciente de concentración de la tierra y de desplazamientos de población.
Como en su inmensa mayoría la soja plantada es transgénica,
requiere de agrotóxicos para su tratamiento, cuyo empleo, sometido a
muy escasos controles de parte de los distintos estados, ya ha
envenenado poblaciones enteras. Las empresas que poseen las patentes de
las semillas y de la soja y las que producen y comercializan los
agrotóxicos por lo general son las mismas. A su cabeza se ubica la omnipresente Monsanto.
Según datos de 2010 de la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación, la FAO, Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay suman unas 50 millones de hectáreas plantadas de soja. Ocho años antes eran 30 por ciento menos en Brasil, 46 por ciento menos en Argentina, 55 por ciento menos en Bolivia y 80 en Paraguay. En Uruguay, la superficie sembrada creció 1.000 por ciento desde 2002.
De acuerdo a un informe de 2011 encargado por el Centro para la Bioseguridad de Noruega,
el año anterior las dos terceras partes de las tierras cultivables
paraguayas estaban plantadas de soja, 60 por ciento en el caso de Argentina, 35 en el de Brasil, 30 en el de Uruguay y 25 por ciento en el de Bolivia.
Aunque
este mes de junio se observó una leve baja de los precios de la materia
prima en los mercados internacionales, la tendencia que se viene
conociendo en los últimos años es la contraria: entre 2006 y marzo de
2013 la tonelada de soja pasó de 213 a 536 dólares, y llegó a estar por
encima de los 620 en agosto de 2012. Ningún otro producto conoció un crecimiento tan espectacular en su precio.
La demanda de la oleaginosa, fundamentalmente desde China y luego de Europa, no ha parado de aumentar: en diez años trepó en 26 por ciento.
Brasil y Estados Unidos están cabeza a cabeza en el pelotón de países exportadores de soja, seguidos de Argentina,
aunque el gigante sudamericano (que prevé producir 80 millones de
toneladas este año) apunta a convertirse en el líder del grupo. De ellos tres provienen 8 de cada 10 toneladas de soja producidas en el planeta.
Un circuito transnacionalizado…
Todo el circuito de la producción sojera está controlado por las empresas transnacionales. Mención especial se lleva Monsanto, que ha logrado que los campos sojeros conosureños se vistan con su uniforme: las semillas de soja transgénica utilizadas en Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay provienen de sus laboratorios, así como el agroquímico que las trata, el herbicida Roundup.
También son las transnacionales (Dreyfus, Cargill, ADM) las que controlan la exportación, mientras en la producción operan los llamados pools de siembra –los argentinos dominan en Argentina y Uruguay, los brasileños en su país y en Paraguay-,
que alquilan tierras a productores -que prefieren abandonar sus
cultivos anteriores en función del mucho dinero que reciben- y se rigen
con un criterio de maximización de ganancias que poco se compadece por
otras consideraciones.
La agricultura familiar es de los sectores que más se ven afectados: en Brasil se reduce en 2 por ciento cada año, algo más que la superficie que gana la soja, algo similar a lo que ocurre en Uruguay,
donde la lechería, que emplea muchos más trabajadores, y más
calificados, que los campos sojeros, a menudo núcleos familiares, cede
cada vez más terreno a la oleaginosa.
… y una tierra concentrada
La sojización se da en paralelo a un acelerado proceso de concentración de la tierra cuyo punto más alto se alcanza en Paraguay, donde de acuerdo a datos de 2008, el
85 por ciento de la superficie cultivable pertenece al 2 por ciento de
los propietarios, seguido de Brasil, país en el cual el 10 por ciento de
los terratenientes controla el 85 por ciento de la producción agrícola.
En
la soja, la concentración es aún mayor a la que se da a nivel global en
función de que su cultivo requiere de vastas extensiones: en Bolivia, 2
por ciento de los sojeros controlan más de la mitad de la superficie
cultivada con la oleaginosa, datos muy similares a los de Argentina, al
tiempo que en Uruguay el 1 por ciento de los sojeros controla el 35 por
ciento de los sembradíos.
Plata para hoy, hambre para mañana
La
expansión de la producción sojera en la región no hubiera sido posible
al nivel en que se viene dando sin un respaldo explícito de los
distintos estados, regidos actualmente por gobiernos progresistas en
tres de los casos (Argentina, Brasil y Uruguay), cuyas arcas dependen cada vez en mayor medida de los ingresos captados por la producción y las exportaciones de soja.
Argentina es el país que más lejos ha ido en este sentido, como lo demuestra el Plan
Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial 2010-2016, que apunta a
lograr una cosecha de 150 millones de toneladas en tres años a partir de
un crecimiento superior al 20 por ciento del área cultivada, que ya ocupa 20 millones de hectáreas, sobre las 35 millones plantadas en total en el país.
El
crecimiento de la soja ha necesitado del corrimiento de la frontera
agrícola, gracias a un proceso creciente de deforestación que ya está
generando serios problemas ambientales (inundaciones por un lado,
desertificación por otro, aceleración del cambio climático) y conflictos
por la propiedad de la tierra.
Estos
últimos, que por lo general colocan frente a frente a grandes empresas y
comunidades campesinas e indígenas, se han saldado en ocasiones con la
muerte de pobladores, como ha sido el caso fundamentalmente en Paraguay y en Brasil, y en menor medida en Argentina. En Paraguay, los desplazados por el avance de la soja han superado el millón en diez años.
El
todo se completa con las afectaciones ambientales que conlleva el
“modelo sojero”, que exige ingentes cantidades de agrotóxicos que
habitualmente son esparcidos desde aviones sobre los sembradíos, algunos
de ellos cercanos a centros poblados.
Sólo
en 2009, en las provincias argentinas de Córdoba, Santa Fe y Buenos
Aires, fueron utilizados unos 200 millones de litros de glifosato, el
principio activo del Roundup de Monsanto, el herbicida más utilizado en el país, y en Brasil cada año son arrojados sobre los campos mil millones de litros de agrotóxicos.
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