Por Gerardo Iglesias | Rel-UITA
Por estos días, en distintas partes del mundo, irrumpieron dos noticias conectadas entre sí. Murió Margaret Thatcher. No me alegra su muerte; me duelen los muertos, los sueños rotos que provocó su política de exterminio social y económico.
La otra noticia llega de Brasil y es un deleite para el alma: McDonald’s fue multada en más de 4 millones de dólares. Y “Me Encanta” -parafraseando el slogan de la transnacional- que se haya puesto al descubierto que en el mundo de la Cajita Feliz las hamburguesas y los derechos de los trabajadores se fríen en el mismo rancio aceite.
Por estos días, en distintas partes del mundo, irrumpieron dos noticias conectadas entre sí. Murió Margaret Thatcher. No me alegra su muerte; me duelen los muertos, los sueños rotos que provocó su política de exterminio social y económico.
La otra noticia llega de Brasil y es un deleite para el alma: McDonald’s fue multada en más de 4 millones de dólares. Y “Me Encanta” -parafraseando el slogan de la transnacional- que se haya puesto al descubierto que en el mundo de la Cajita Feliz las hamburguesas y los derechos de los trabajadores se fríen en el mismo rancio aceite.
La Thatcher fue un ícono del modelo económico neoliberal que asoló al mundo desde las década de los 80. “La dama de hierro”, la mujer de los ojos de mando, a quien nunca le importó la mirada triste de quienes por millones caían al precipicio del desamparo social.
El Estado de Bienestar Social fue declarado enfermo terminal. De ahí en adelante, lo que quedara de Estado e institucionalidad debía preocuparse exclusivamente por el bienestar de las transnacionales.
“El mundo se salva, salvando a las empresas”, dijeron la Thatcher y los gurús neoliberales, y se transformó al planeta en un gran establo donde se puso a las empresas en engorde, que como las hienas, comieron todo: leyes, naturaleza, ideologías, valores morales y éticos, al ciudadano, certidumbres, sueños, sindicatos, Convenciones Colectivas… La filosofía era “tratar bien al capital” y tratar mal a todo lo demás.
Engordaron sin generar más empleo, sino todo lo contrario, los índices de paro se dispararon. Esta fue la nueva lógica imperante, hasta tal punto que en varios países nuevas leyes de promoción del empleo introducían una serie de medidas por las cuales se abarataba el despido.
Al tiempo que trabajadores y trabajadoras se convirtieron en un insumo cada vez más prescindible para la empresa global, se expandió un generalizado proceso de precarización laboral por el cual el empleo tradicional, aquel con jornadas, con horarios definidos y estables, regulados por la Convención Colectiva o la legislación, sólo contaba con mala prensa.
Con la desregulación del empleo, junto con la producción de lo que se necesita en el momento o just-in-time, los empresarios también inventaron el empleado just-in-time, que es llamado solamente cuando hay un servicio para realizar. El objetivo fue sacar el trabajo, sacándose de encima cuanto antes al trabajador o utilizándolo exclusivamente para una labor específica.
El hambre y las ganas de comer
McDonald’s en Brasil, que hace tanto alarde sobre su supuesta responsabilidad social y no escatima esfuerzos publicitarios para divulgar su devoto fervor por los jóvenes, llevó adelante una política de empleo just-in-time, es decir, una jornada móvil de trabajo violando los derechos de los trabajadores y las leyes brasileras.
Según Samuel da Silva Antunes, abogado de la Confederación Nacional de Trabajadores en Turismo y Hospitalidad (CONTRATUH), la “jornada feliz en McDonald’s” perjudicaba al trabajador en varios sentidos. “Por un lado -argumentó Antunes- el trabajador permanecía mucho mas tiempo a disposición de la empresa que las ocho horas estipuladas por ley; esto le impedía realizar cualquier otro tipo de actividad ya que en una misma semana podía tener diferentes horarios tanto de entrada como de salida.
Además -continuó el abogado-, si el trabajador llegaba al local y no había tarea suficiente tenía que aguardar hasta ser llamado. El ‘sistema McDonald’s’ incluía otra ‘genialidad’: establecía la paga según el cómputo de horas trabajadas, a tal punto que muchos empleados no alcanzaban a recibir siquiera el salario mínimo nacional”, concluyó.
Ahora McDonald’s tendrá que pagar la multa y ajustarse a ley.
A pesar de todos los intentos para acabar con los sindicatos provenientes de personajes como la señora Thatcher, algo todavía se mueve en esta sociedad, aunque se pretenda convencernos de que la felicidad se compra en cajitas…
El Estado de Bienestar Social fue declarado enfermo terminal. De ahí en adelante, lo que quedara de Estado e institucionalidad debía preocuparse exclusivamente por el bienestar de las transnacionales.
“El mundo se salva, salvando a las empresas”, dijeron la Thatcher y los gurús neoliberales, y se transformó al planeta en un gran establo donde se puso a las empresas en engorde, que como las hienas, comieron todo: leyes, naturaleza, ideologías, valores morales y éticos, al ciudadano, certidumbres, sueños, sindicatos, Convenciones Colectivas… La filosofía era “tratar bien al capital” y tratar mal a todo lo demás.
Engordaron sin generar más empleo, sino todo lo contrario, los índices de paro se dispararon. Esta fue la nueva lógica imperante, hasta tal punto que en varios países nuevas leyes de promoción del empleo introducían una serie de medidas por las cuales se abarataba el despido.
Al tiempo que trabajadores y trabajadoras se convirtieron en un insumo cada vez más prescindible para la empresa global, se expandió un generalizado proceso de precarización laboral por el cual el empleo tradicional, aquel con jornadas, con horarios definidos y estables, regulados por la Convención Colectiva o la legislación, sólo contaba con mala prensa.
Con la desregulación del empleo, junto con la producción de lo que se necesita en el momento o just-in-time, los empresarios también inventaron el empleado just-in-time, que es llamado solamente cuando hay un servicio para realizar. El objetivo fue sacar el trabajo, sacándose de encima cuanto antes al trabajador o utilizándolo exclusivamente para una labor específica.
El hambre y las ganas de comer
McDonald’s en Brasil, que hace tanto alarde sobre su supuesta responsabilidad social y no escatima esfuerzos publicitarios para divulgar su devoto fervor por los jóvenes, llevó adelante una política de empleo just-in-time, es decir, una jornada móvil de trabajo violando los derechos de los trabajadores y las leyes brasileras.
Según Samuel da Silva Antunes, abogado de la Confederación Nacional de Trabajadores en Turismo y Hospitalidad (CONTRATUH), la “jornada feliz en McDonald’s” perjudicaba al trabajador en varios sentidos. “Por un lado -argumentó Antunes- el trabajador permanecía mucho mas tiempo a disposición de la empresa que las ocho horas estipuladas por ley; esto le impedía realizar cualquier otro tipo de actividad ya que en una misma semana podía tener diferentes horarios tanto de entrada como de salida.
Además -continuó el abogado-, si el trabajador llegaba al local y no había tarea suficiente tenía que aguardar hasta ser llamado. El ‘sistema McDonald’s’ incluía otra ‘genialidad’: establecía la paga según el cómputo de horas trabajadas, a tal punto que muchos empleados no alcanzaban a recibir siquiera el salario mínimo nacional”, concluyó.
Ahora McDonald’s tendrá que pagar la multa y ajustarse a ley.
A pesar de todos los intentos para acabar con los sindicatos provenientes de personajes como la señora Thatcher, algo todavía se mueve en esta sociedad, aunque se pretenda convencernos de que la felicidad se compra en cajitas…
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